LA JUSTICIA DE SELB (Bernhard Schlink)

Escogí para leer juntas en el club de lectura La Justicia de Selb, del escritor B. Schlink en colaboración con Walter Popp, por la profunda huella que nos dejó El lector obra del mismo autor Bernhard Schlink, (pero esta escrita ya en solitario).
El cambio de registro marca la diferencia de género, con respecto a dicha novela posterior, El lector, pero no de fondo.
La Justicia de Selb es un libro a caballo entre la serie negra y la detectivesca, con todos sus ingredientes e iconos: investigador solitario, anti-héroe, perdedor con pequeños excesos de alcohol, ligeras excentricidades sibaritas de pequeño coste, coraza seductora de masculinidad tierna bajo la aparente rudeza… hasta ahí cumple el ritual. Pero lo que diferencia a esta novela con otras de su mismo género es el punto de vista desde el que está contada, el lugar geográfico, Manheimm, Alemania, y el tiempo histórico en el que se desarrolla.
La trama comienza en los años ochenta del siglo xx, pero el lector pronto comprenderá que bajo las capas que sostienen ese presente se remueven los cimientos del pasado alemán nazi.
La compleja trama política y sociológica, los delitos ecológicos y los móviles que desembocan y desenlazan en crimen provienen de dicho pasado, ese que persigue y atormenta, que no deja vivir con sosiego, ese del que no te puedes desembarazar por mucho que lo maquilles, mires hacia otro lado o hayas creído apartar ¡Ahí está siempre! haciendo simbiosis, enlaces y telas de araña irrompibles aunque las leyes se hayan democratizado, aunque los delitos prescribiesen.
Así que de nuevo nos encontramos ante lo que ya intuimos como una constante de este autor, su leit motiv, su sello: la preocupación moral y ética por el grado de implicación de muchos alemanes de a pie que entre los años treinta, cuarenta e incluso cincuenta no pusieron en cuestión lo que hacían, alegando cumplir órdenes por pertenecer al régimen establecido.
Bernhard Schlink es un escritor valiente, no en vano es juez en la vida real. Estamos acostumbrados a que nos cuenten el éxodo y el holocausto judío desde el exterior de Alemania, sobre todo desde el cine americano analizando a las víctimas y a los culpables por separado, pero Schlink parece querernos decir ¿Y qué pasa cuando eres víctima y culpable al mismo tiempo?
A veces parece que el autor desde las páginas de sus libros nos invita a ejercer como miembros de un jurado, y jamás incurre en el maniqueísmo, por eso es tan difícil tomar partido aunque finalmente lo tomemos y lleguemos a un buen veredicto, no con la justicia de Selb sino con justicia, pero antes el autor hará que sudemos tinta porque sus personajes no son abstracciones sino personas. Al mismo tiempo -y sin que lo que voy a pronunciar ahora entre en contradicción con lo anteriormente dicho-, nos hace entrega de ideas, de situaciones figuradas, hipotéticas o simbólicas que humaniza personificándolas y dándoles formato de novela porque lo que quiere abrir es un debate que posibilite el cambio social, tras la sinceridad con todos los elementos a la vista, si no es imposible hacer el exorcismo la reconciliación nacional, el pase de página.
La Justicia de Selb es una novela sobre la memoria histórica de los alemanes, contada bajo el enfoque de un presunto implicado en esa herida social que todavía rezuma y sangra. Naturalmente los matices importan, porque siempre existen los grados de mayor o menor culpabilidad, de mayor o menor responsabilidad. Pero por boca de sus personajes, y una vez que nos ha metido en situación también sabe poner con contundencia nombre y apellidos exactos a personas y hechos por si acaso se nos olvida mientras vamos acompañando al protagonista. “Nunca creí que pudiera estar comiendo pizza con un ex nazi, ¿sigue siendo usted nazi señor…? ah … se le atragantó la pizza" (cito de memoria, no textualmente porque ya hemos devuelto la novela para que rote por otros clubes y no desvelo el nombre de quien está siendo increpado ni digo por quien para no destripar la trama).
A mí me ha parecido tremendamente audaz por parte del escritor que se produzcan escenas en las que seres enemigos marcados por heridas incurables se sienten juntos se miren a los ojos y toquen música, (el pasaje es tan arriesgado que podría resultar increíble, pero sin embargo el autor logra una imagen poética de enorme potencia: la música como elemento unificador del ser humano. También deja claro en qué orilla está cada cual).

La novela en el club no ha tenido quórum, salvo unas cuantas excepciones, ha gustado poco, las criticas que alguna de las compañeras alegó son bastante acertadas: “Apenas hay descripciones físicas, por tanto es difícil ver al personaje en la imaginación, hay una profusión de nombres excesiva que dificulta localizar a los protagonistas y distinguirlos de los personajes secundarios. No anuncia ni resalta los momentos álgidos y a veces resuelve a ramal y media manta”. Así de contundentes fueron en cuanto a la construcción. Sin embargo los debates que suscitó resultaron ricos y brillantes, el coloquio se condujo hasta el incumplimiento de los acuerdos de Kioto, mis compañeras hablaron de la especie de bulas que se pagan para que unos países se coman los residuos peligrosos y la porquería de los otros. Se habló hasta de la falta de responsabilidad que mostramos al no reciclar bien, y así fuimos de lo menor a lo mayor, de lo individual a lo colectivo. Viajamos al pasado a través de la historia buscando las similitudes entre países, y se puso el grito en el cielo ante la justicia de Selb por parte de unas y se justificó su acción por parte de otras.
Y hasta aquí podemos contar. El final es sorprendente.
Un abrazo, es lo mínimo que te podemos dar por acercarte hasta nuestro rincón de lectura y espero que te haya gustado estar entre nosotras. Hasta el próximo libro.

Pili Zori

FERNANDO BORLAN, In memoriam

El domingo 20 de Enero de 2008 murió el gran poeta y escritor Fernando Borlán.
Aunque tal vez yo sea el último eslabón en la cadena de sus brillantes y valiosos amigos sé que en estos dos últimos años formé parte del broche que cerró el círculo de su hermosa vida.
Es cierto que estaba muy enfermo y lo sabíamos. Lo sabía. Y por ello en su última primavera regó, fertilizó y protegió al máximo la rosa blanca de su dignidad, regalándonos su luz, su alegría.
En el club de literatura Armonía (así quiso que se llamara Amelia Placer, otra de nuestras veteranas) conocimos a Fernando de un modo enormemente original, como hecho a su medida:
El servicio de Cultura de la diputación de Guadalajara conducido por Plácido Ballesteros, Paloma, Rosa y su equipo a veces obsequia a nuestro club con libros en forma de “ejemplares múltiples” así es como se denomina en la Biblioteca Pública a un lote de libros del mismo título para que todas las compañeras podamos leer la misma obra al mismo tiempo.
Cuando llevé esa pequeña parte de la lujosa edición del “Arcón de la argamasilla” un rumoroso y creciente júbilo llenó el salón de actos en el que nos reunimos cada miércoles. Yo no le conocía, pero mis compañeras sí, a algunas les había dado clase, los hijos e hijas de otras también habían sido alumnos… así que de inmediato comenzaron a exclamar:
–¡Tienes que traerle, es interesantísimo!
-¿Y cómo le localizo? -La voz de Raquel se abrió paso nerviosa.
-¡Yo! ¡yo … sé! Juega al mus todas las tardes en el Buho Rojo. Voy primero y le aviso de que después irás tú a verle. –Y así lo hicimos.
Le ilusionó tanto que un club de lectoras, (¡con lo que le gustaba estar entre mujeres!) hubiese indagado para encontrarle hasta el punto de esperar a que terminara su partida y nada menos que ¡tras el debate de su obra! sin él saberlo, que casi pude ver físicamente como renacía en sus pupilas la fuerza, no una energía renovada sino nueva y llena de curiosidad porque él presumía de que ninguno de sus amigos traspasaba el umbral de los treinta años, (procedentes todos ellos, como es natural, de su cantera de alumnos), así que la novedad le hizo muchísima gracia (la mayoría de nosotras ya no cumple los cuarenta) y ya en ese preludio quería saber y saber en qué consistía todo. Charlamos muchísimo con la noción del tiempo perdida, característica común de ambos al igual que la incontinencia verbal. Le costó poco averiguar que yo escribía a pesar de mis pudores huidizos y lógicos sabiendo ya ante quien estaba. Al día siguiente ya se había levantado de la cama para buscar mis novelas y leerlas con fruicción y sin descanso, y ahí fue donde me di cuenta de su prisa y de los ingredientes que la alimentaban, y en el alma se me alojó para siempre el asombro agradecido ante tanta generosidad. Comenzó una carrera de obstáculos y sorteo de dolores en la que ya no cabía otra ambición que la de ejercer su mecenazgo para hacer que me publicasen la última novela llegando hasta el extremo de apremiarme a diario ¿Cuánto te falta? Espabila que en febrero tiene que estar que si no se aprueban los presupuestos y te quedas fuera, yo por detrás escribía notas a los responsables diciéndoles que en caso de aprobar presupuestos y tener que escoger prefería que la obra de él entrase antes, que estaba delicado de salud y la malgastaba en mí. No sé, ni sabré, ni Él supo, qué se siente al recibir un nobel, pero si sé que no puede aproximarse a lo que yo experimenté esos días viendo como le echaba humo el bastón, o el teléfono cuando decía compungido:
"Hoy no puedo ir al despacho de Frías o al de Carlos Moratilla, estoy aquí tirao en la cama, hecho una piltrafa así que ve tú y haz esto y aquello", … "que sí coño, que no seas tan mirada que ya saben que vas a ir"
De entonces hasta aquí han pasado muchas cosas, se hizo compañero de club, tambaleando mi seguridad, (quién no se apabulla ante uno de los mejores poetas de este siglo, encima profesor de tantísimo prestigio… Todavía, a pesar de mis años, tengo que pulirme el ego y hacer curas de humildad. Al igual que para él su aula era lo más preciado, para mí el club me convierte en gata de afiladas uñas, ¡qué estúpida!, Él era un gentleman y siempre sabía ocupar su sítio, dándome a mí el mío, como hizo en el de poesía, sus compañeros van a hacer ahora una fundación que llevará su nombre, por suerte se lo dijeron. En el de filosofía se peleaban por bajarlo en la silla cuando la distrofia dijo que hasta ahí. Creo que sobra explicar la corriente de afectividad (frase suya) que provocaba y recibía.
El lunes, en su funeral, Ana Mari, una compañera del club, dijo: todos contábamos, cada uno en su medida, pero todos éramos sus amigos. Por eso este miércoles compramos bollos de tipo casero y vino dulce para brindar por él, y encendimos una vela. Tras la lectura de muchos de sus poemas escogidos al azar el salón de actos retumbó con una ovación larga y cerrada.

Me lo dio todo, hasta la prueba de amistad más grande para mí, aunque parezca una niñería: nunca me atrevo a enfadarme con los amigos por el miedo a romper y que no me perdonen, sin embargo a medida que adquiero confianza el cuerpo me lo pide. Con él si pude, hermosas furias de dos contestones, apagadas en agua de borrajas al minuto y medio.

Cuando Fernando iba al café Gijón todo el mundo se ponía en pie. Enfant terrible que nunca quiso pertenecer a la corte. Amigo personal de Buero Vallejo y de José Hierro. Amante de las cafeterías y el café, apreciado combustible que le hacía escribir en cualquier servilleta de papel los innumerables prodigios que regalaba o perdía, (buena fe puede dar su amigo y biógrafo y amadísimo “hijo adoptivo” Carlos Alba que se dejó las pestañas hasta que pudo recopilar sus poesías completas en la preciosa edición que José Carlos Moratilla mandó hacer con la orden de que fuera digna de un rey. En fin… se podrían llenar páginas y páginas con su talento e ingenio. El talento es más fácil de encontrar, el ingenio es más escaso. Ambos los poseía a raudales.

Una tarde de domingo no hace mucho, al igual que otras en las que hablábamos por teléfono de Benjamín Prado, su gran orgullo, y de otros (Prado siempre pregona a los cuatro vientos: "Si yo soy escritor es gracias a Fernando Borlán") me entró uno de mis ataques de pelusa y escribí sin saberlo las palabras que pronunciaría este pasado lunes en el crematorio para que junto a él se las llevara el fuego hasta la bodega que construyó allí por tierras de León, en Galleguillos, su pueblo natal, para que fuera centro de tertulias, creatividad y afecto:

Para ti, Fernando:
A veces pienso que viajamos en trenes que se cruzan a diario, y en el trocito que dura la ráfaga nos decimos algo de lo que con cuidadoso afecto hemos ido reflexionando durante el día anterior, para que con metódica síntesis nos quepa en esa rápida cruceta de vientos racheados.
En raras ocasiones ambos trenes coinciden en el tiempo de parada, y antes de que cada uno parta para su destino diario podemos compartir unos instantes, pero entonces, con tristeza, veo recaer la renovada ilusión: ese boquete por el que tu joven alma se asoma tratando de compartir la mística conmigo, y cuando ya atisbo la separación de aire que queda entre el suelo y tus pies estos vuelven a tomar tierra doloridos porque los míos no han despegado, y me cuentas otras cosas que se producen alrededor de los BARDOS sin notar mi desconsuelo.
Me importan un bledo los tiempos de aquella “movida” en los que yo no estaba. El barrio de Malasaña sólo existe de verdad dentro del paisaje literario de esa escritora que tanto me gusta y que a ti todo lo contrario, cuando te escucho hablar de ellos la ola de tu recuerdo me arrastra hasta la orilla de la exclusión, pero entonces suena la campana y ambos volvemos a tomar nuestro tren, ese que nos lleva en direcciones opuestas, y durante el día que nos queda hasta volver a cruzarnos indago entre tus nostalgias para estudiarme hasta el esperanto si es que hace falta.

Las dos bocinas se anuncian como sirenas atlánticas, y aunque no he tenido tiempo de aprender ni la mística ni el esperanto sé que nuestro canto es poesía sin papel y entonces los dos despegamos del suelo para volar durante ese rato como cometas locas e impredecibles con los ritmos separados.
Porque jamás se escribirá mejor poesía ni prosa que la que comienza por: AMIGO MÍO

Sobre "Hija de..."

Muchos lectores me han pedido que incluya en este blog los comentarios sobre mis novelas, al igual que lo hago con las de otros autores para así facilitar y compartir un encuentro con personas interesadas que no pueden acudir o desplazarse a los que se producen físicamente. Si no lo había hecho hasta ahora es porque me horroriza el autobombo y la megalomanía y me entristecería que alguien que se acercase hasta aquí pudiese tildarme de haber caído en cualquier tentación vanidosa y sobre todo porque honestamente considero que hay que separar la obra del autor y que la novela, una vez escrita, ya tiene alas y pies para valerse por sí misma. Pero quienes me invitan saben de antemano que derrumbo las defensas ante la palabra compartir, porque sobre todo en lo que invierto gran tiempo de mi vida es en que la gente se anime a leer.
Coordinar un club de literatura otorga la ventaja de poder analizar hasta lo que una misma escribe con la distancia necesaria, intentaré mantenerla a pesar de que Hija de… es mi novela más controvertida y compleja, pero también la más amada, porque partiendo de un ambiente frívolo en apariencia bucea hasta los pliegues más recónditos y oscuros del alma humana.
La novela en su inicio puede desconcertar y hacer que el lector confunda el continente con el contenido, pero si tiene la amable paciencia de esperar en ese vestíbulo pronto comprenderá que Hija de… es un juego de inversión de términos, entre lo público y lo privado entre la fama y su anverso, entre la luz y la sombra.

Hija de… trata de un actor maduro en declive profesional que ha sucumbido a diversas adicciones.
Un buen día decide acudir a un conocido programa de “corazón” para airear alguna de sus miserias con la ilusa idea de recuperarse económicamente y de paso dejarse ver y así poder remontar, pero no ha considerado el precio.
A partir de ese instante su vida y la de su familia se pondrán patas arriba marcando el punto de inflexión desde el que Guillermo, María y Candy tendrán que hacer balance y retomar su destino.
Dicho así podría parecer que el protagonista principal es Guillermo Aguilera, pero en realidad Hija de… es una novela coral en la que cada personaje tiene reservado su propio espacio para expresarse. Decidí estructurar por compartimentos separados para que cada uno de los elementos del elenco fuese protagonista absoluto en su parcela y para que con la suma de todas las subjetividades, el lector pudiese llegar a la objetividad. Así que de nuevo estamos ante seres en evolución capaces de lo mejor y lo peor.
Escogí un icono fácilmente reconocible a propósito, asumiendo y corriendo todos los riesgos: me inspiré en una familia que lector identificará de inmediato, (quien lee puede ponerle apellido, yo, por razones ovbias no). Como es natural tengo lectores previos en cuyo criterio confío y cuando se estaba gestando esta novela me aconsejaban sobre la mala elección preguntando ¿y por qué has elegido a ‘estos’? -con el gesto fruncido- ¿y por qué no? -contestaba yo invariablemente-, pregúntate por qué tú los excluyes. (A veces, -como dice mi amigo el escritor Miguel Ángel Mala en su novela La cruz de barro-, conviene que en todos los pueblos haya un pobre para que los demás se sientan ricos). Yo quería personas que hubiesen perdido el alma, la identidad, seres por los que ya nadie diera un céntimo de euro. Sé que le pido mucho al lector que es soberano y está en su derecho de salvar o condenar a quien le dé la gana y tal vez le resulte incómodo que le solicite que supere prejuicios, que rompa barreras o que se asome a espejos cuyo reflejo no le guste ver, pero pertenezco a una generación que no escribe sólo para entretener aunque tal vez suene pretencioso, y quise mostrar una salida con mi modesta herramienta.
A menudo la literatura y el cine tratan el problema de las adicciones mostrando exclusivamente y con morbosidad sólo la parte del dolor, y en los últimos minutos o páginas resumen en un: “Se recuperó y vivió feliz y comió perdiz para el resto de su vida”. Hace algún tiempo podíamos comprobarlo en la gran pantalla con la biografía de Ray Charles. Sin embargo a mí esa parte que se obvia, que se da por supuesta es precisamente la que más me fascina, esa de la que nunca se habla como si careciera de interés: la de la re-cu-pe-ra-ción, y justo desde ahí es desde donde quise que partiera la novela. Y aunque suene trasnochado mi humilde intención fue la de enviar un mensaje de esperanza desde las páginas de Hija de… porque la hay para todo alcohólico, toxicómano, ludópata…

La novela arranca con Juan, vemos a Juan tranquilamente sentado en un vagón de metro hasta que de pronto reconoce a la chica que tiene enfrente a pesar del camuflaje. Es la hija de Aguilera, el famoso actor. Con este juego de espejos enfrentados el lector podrá mirar a María desde dos ángulos diferentes: desde fuera y con los datos recopilados en televisión por Juan, y desde dentro escuchando el monólogo interior de la propia María.
La presentación de estos dos personajes, como ya he dicho en renglones anteriores, es larga y arriesgada, pero me pareció absolutamente necesaria, y decidí contar con la complicidad del lector. Deseo, vuelvo a reiterar, que la paciencia que le solicito en esta especie de vestíbulo le merezca la pena tras la espera porque en ese pasillo están dadas todas las claves.
El recurso literario es sencillo pero eficaz. Tras un sonoro portazo María emprenderá el viaje interior. El metro simboliza de golpe las dos lecturas: además de real el viaje también es metafórico.
La escena se produce de noche, pero cerca del amanecer. María se sumerge, entra en el túnel, en el trayecto se enfrenta a sus demonios y para cuando sale del túnel y emerge hacia la luz del día ya ha realizado su exorcismo, su purificación.
Reflexioné mucho sobre esta parte de la novela, pero me resistí a corregir y clarificar por razones de honestidad el monólogo interior hay que mostrarlo tal y como se produce en la cabeza, así que escuchamos el pensamiento de María desordenado, con turbulencias, altibajos, confusión y contradicciones porque ese es su estado íntimo y anímico: está dolida e irascible por todos los acontecimientos de su presente y su pasado que aún no ha podido digerir, y toda esa rabia explotará contra Juan que es el personaje destinado a saberla recibir. Cuando María entra en el metro va sola, cuando sale ya no lo está. El lector irá observando la agresividad verbal de María al principio, su ofuscación y descontrolada vehemencia, y sin apenas darse cuenta, página a página, el lector será testigo de la paulatina dulcificación del carácter de la chica y una vez que contemple como se hace añicos la coraza se sumará como uno más a los personajes de ficción para comprenderla y amarla porque como se decía en El retorno de los brujos “Cuanto más comprendo más amo porque todo lo comprendido es bueno”.
Y es que estamos hablando de una familia rota y desestructurada que como el fénix conseguirá resurgir de sus cenizas.

Hija de… aunque parece de construcción novedosa en el fondo es de corte clásico y como tal tiene a ese personaje que viene de fuera, lo arregla todo y después se va como sucedía en las viejas películas del oeste.
Gabriel con su nombre de arcángel quizá sea el único ser limpio y sin fisuras
De esta novela y por ello víctima inocente, chivo expiatorio de ese gran tribunal de la Inquisición en el que a menudo se convierten determinados programas televisivos. A veces es necesario sacrificar al elemento más bello para que el golpe de efecto sea mayor y así conseguir el revulsivo.

Sin ninguna intención de descontextualizar, porque la literatura es literatura y el teatro teatro y cada producto tiene su envase sin embargo sí quise crear la atmósfera: el olor del teatro que dentro o fuera del escenario impregna la vida del actor.
Ya he dicho que cuatro de los personajes de Hija de… tienen como oficio ser actores y por ello la novela sin dejar de serlo también podría mirarse como una obra teatral larga en muchos momentos por su montaje escénico y su ambientación, y para rizar el rizo María evocará fragmentos de cine cada vez que necesite imágenes que expliquen sus estados de ánimo. Son pequeños guiños o grandes homenajes (según se quiera ver) a mis cuatro pasiones: la literatura, el cine, el teatro y la televisión.
Nadie sabría hoy delimitar donde empiezan y acaban las fronteras de esa hermosa interrelación contaminada que hace que todas las artes se nutran entre sí: en televisión vemos cine, en cine teatro…

Y para ir acabando con estas pinceladas que sólo cuando hayáis leído el libro podremos desarrollar os desvelaré un pequeño secreto que seguramente si no os lo adelantara os pasaría inadvertido: la novela se cierra en círculo, mientras el lector la va leyendo es como un collar extendido, sólo cuando llegue al último eslabón descubrirá el broche que cierra con el principio: en la página 11 y en letra diferente os encontraréis con este prólogo” 18 Geni o la expulsión del Edén” en realidad ese es el último capítulo del libro que sirve a la vez como introducción y como final, en ese espacio vemos como la periodista Eugenia Ánade acaba de terminar la novela titulada Hija de… Naturalmente Geni Ánade es un personaje ficticio, pero me gusta utilizar el recurso del manuscrito encontrado, me sirve para marcar la distancia necesaria entre los personajes y yo.

La novela está dividida en dos grandes partes a las que se entra por dos puertas principales, en la primera, la parte exterior, la que representa la vida pública hay una cita de Plutarco extraída de Vidas paralelas, (los ecos de sociedad de la época), que ya nos dice, como en una especie de clave cifrada, lo que vamos a encontrar. La parte interior de la puerta, la de la zona privada es un bellísimo poema de mi querido amigo poeta y escritor Fernando Borlán que también anuncia lo que ocurre en la trastienda.
Dentro de estas dos grandes partes la novela a la vez se subdivide en compartimentos o habitaciones, como el lector prefiera, todos ellos anunciados por Mario Benedetti en sus puertas interiores porque desde mi juventud siempre hallé entre las páginas de este escritor todo lo que buscaba.
Pero una novela es un edificio que si está bien construido además de puertas también tendrá ventanas por las que el lector pueda asomarse y mirar más allá. Dichas ventanas ha de abrirlas él.

Los lugares escogidos para el desarrollo de toda la trama han sido varios: Madrid, Edimburgo, Portugal y especialmente Guadalajara, todos ellos entornos mágicos para mí. Y quise prestárselos a los personajes para que en ellos fueran felices.Con mi ciudad tenía una deuda, no siempre me he llevado bien con ella. Ahoa la vuelta de años y viajes no hay nada mejor para mí porque en ella estáis vosotros.

Pili Zori


Y ahora me gustaría añadir a este comentario las palabras que pronunció mi querido amigo y gran escritor Paulino Aparicio Ortega el día que se presentó esta novela. Me conmovieron profundamente.
Los comentarios de Fernando Borlán, Blanca Calvo y Angelines Yagüe quedaron reflejados en prensa y podéis consultarlos como internautas:


Para la presentación del libro de Pili Zori Campos "Hija de…"

En el libro que se presenta en este acto hay una cosa que quiero reseñar: soluciones posibles. La propuesta de la autora nos dice que reconstruir el edificio desde los puros escombros es difícil, pero también viable. De esta manera, entre las páginas, aletea un olor de esperanza que comparto plenamente.
En cualquier ruina es dado percibir, porque a salvo está aún en las más desesperadas circunstancias, un muñón de inocencia. Desde fuera se aprecia esto casi siempre, desde dentro pocas veces; esa es la gran tragedia de tener los ojos empañados.
Una sociedad que demanda la carne lujosa y triste de los que ofrecen su intimidad al peso, es la ventana múltiple que manejamos con el mando, queriendo contrarrestar en algún caso, nuestra vida, triste, también a veces y menos lujosa.
Frente a esa autocomplacencia la novela nos muestra la lucha callada y altruista de un grupo que no vende nada, sólo la tenacidad de proclamar la vida sin falsos paraísos.
Vender lo que sea forma parte de la estructura de nuestra sociedad, da lo mismo flores que letrinas, dá lo mismo vísceras que todavía viven, conciencias que no vivieron nunca.
La historia de la familia que se nos presenta es lo de menos. Tantas hay iguales que podrían ser intercambiables. Los únicos argumentos que se necesitan es que las audiencias les señalen como (famosos). Ni siquiera es necesario tener motivos; se puede llegar a serlo por cosas tan increíbles y tan ajenas al mérito personal, que desmenuzarlo es labor de sociólogos. Baste decir que lo que cerrado queda en un espacio doméstico, se convierte en universal al ser repetido en muchos sitios. Y ese es otro de los aciertos de la novela. Su pasión por el cine muestra citas continuas. El teatro también asoma la cabeza. Hay una detallada visión de directora con los actores y con los ambientes, y una cuidada puesta en escena.
En todas las redenciones hay una inmolación. En esta también. Gabriel, uno de los personajes, tiene la grandeza muda, paciente e insumergible de las boyas, y como ellas sirve de asidero a los desesperados y tiernos náufragos que las mareas arrojan a las playas de la vida y de la muerte, porque vida y muerte es lo que se ventila entre las páginas. El mar no conoce, ni razona, ni tiene piedad. La vida se le parece como metáfora: el gran teatro donde cruceros de placer comparten escenario con naufragios atroces, y con gentes que apuestan todo lo que tienen para salir de una pobreza sin horizontes.
Como todos los asideros reales Gabriel fue deriva y hundimiento, desesperación, impotencia, fatalidad… También él se vio incurable y fue señalado así por los otros. Su muerte en las graderías de un plató, marca otra situación emergente que la novela subraya; la de la culpa como búsqueda, y como pago pendiente hacia uno mismo.
La autora de ficción, Eugenia Ánade, no encuentra otra salida a su culpabilidad que escribir la historia. La palabra alcanza así su significación más sublime: ordenadora, expiatoria, terapéutica. La más potente herramienta de todas, y también la más humana.
Alguien que desde la palabra destruyó, de una manera premeditada y metódica, desde esa misma palabra deja el mar tranquilo, con sus avales intactos y su clara, inmensa, claridad de agua siempre despierta.
Uno de los aciertos de la novela, radica en enseñarnos a los personajes con su tamaño real, las imágenes que muestra la pequeña pantalla no se corresponden casi nunca con ese supuesto. Juan, uno de los protagonistas de la historia lo reconoce claramente en el inicio de la misma cuando el encuentro casual, si es que el azar tiene un efecto en la vida tan decisivo (fuera de las loterías y las quinielas), que creo que no, pone en contacto a dos desconocidos en el tobogán de un metro.
Él, la reconoce del mundo televisivo y teledirigido de una pantalla cada vez más plana. Ella, de nada absolutamente: sombras de al lado que duran unos minutos, como todo el que viaja a menudo en este medio sabe de sobra.
Puede leerse en la página 18:
” Parece menudita” observó “Será porque al traspasar la barrera de la pantalla ocurre una transformación inexplicable de… ¿ternura? Eso es, ternura, sucede cuando ves al personaje volverse de carne y hueso, seguro que todos parecen más pequeños."
Pequeño o grande, bueno o malo, engreído o humilde, en un golpe de vista primero que nada legitima porque expresa sólo lo que uno es.
La autora cree en el ser humano. En toda su escritura está enraizada esa creencia, admirable por otra parte cuando el alma anda ya con las medias suelas que diría Joan Manuel Serrat: voz del alma en la primavera de muchos.
Cuando alguien sale de una pesadilla saca de paso a mucha gente que la sufre. El que la vida se recoloque en torno obedece a una ley de espacios, porque también desde el presente el pasado se modifica. Y hasta puede crearse.
El que la historia termine con amores que no estaban es absolutamente comprensible: el viento escribe las arenas a cada paso.
Don Antonio Machado lo expresó desde su magisterio de poeta grande:

"¡Qué importa un día! Está el ayer alerto
al mañana, mañana al infinito,
hombre de España: ni el pasado ha muerto,
ni está el mañana –ni el ayer- escrito.
.
Para terminar voy a decir a la autora, una cosa que siempre digo a los escritores, uniendo en este caso a la fórmula, el gran afecto que le profeso:
Querida amiga Pilar: enhorabuena por tu novela. Y gracias por escribir.
Paulino Aparicio Ortega