"No siempre ganan los buenos", de NACHO GUIRADO

En literatura es arriesgado clasificar por géneros, porque en esta vida de prisas y etiquetas se puede ahuyentar al lector, excluyéndole de unos lugares o embaucándole para que elija otros, y en esta aventura, que tanto tiene de descubrimiento, es contraproducente que al lector se le quiera marcar el paso.
Como en alguna otra ocasión ya he dicho en este mismo blog, definir a las novelas como históricas, románticas, policiacas…, sólo es una forma de colocar el producto en los anaqueles para facilitar la labor de editores, libreros y bibliotecarios. Pero la buena literatura es eso: buena literatura. Y “No siempre ganan los buenos” lo es con mayúsculas.
Una vez hecha la aclaración os diré que podéis encontrarla en el sector de novela negra, junto a las de otros grandes como Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Chester Himes, Jim Thompson, Ross McDonald, Patricia Highsmith, Georgio Scerbanenco, Juan Madrid
La estantería que alberga novelas negras siempre es un espacio de respeto, respeto ganado a pulso por método y por intención. Así que ahora sí, ahora ya podemos decir “género de novela negra” sabiendo lo que decimos y descubriéndonos al hacerlo.
Este género es valiente y un espejo en el que no nos gusta mirarnos porque fotografía las enfermedades sociales y nos pide cuentas.
Más que un género yo diría que es una especialidad que requiere tener preparados antes de comenzar planes, pautas y mucha documentación, porque tan importante es el contenido como el continente.
La novela negra siempre ha sido un tirón de manta que llegó a poner nerviosos a los gobernantes y a los poderes fácticos estadounidenses de las primeras décadas del siglo XX. Bajo la manta se esconde la podredumbre y el autor que emprende un ejercicio de estas características sabe que la va a levantar.
Este tipo de novela, a diferencia de otros tiene que estar sometido a normas precisas, tan exactas como un mecanismo de relojería y Nacho Guirado las cumple a la perfección, pero podría darse el caso de que Guirado fuera impecable con el método pero mediocre con el arte, nada más lejos.
Este joven escritor tiene una voz muy personal e inconfundible que sella su estilo. Su extraordinaria prosa y su riquísimo lenguaje caminan siempre al servicio de la historia, frase corta y contundente, adjetivo exacto, ritmo fluido…, no hace alardes, ni es pretencioso, -rasgo que no hay que confundir con la simplicidad-, que un libro sea fácil de leer significa que ha sido muy difícil de escribir porque el autor ha cribado hasta dejar sólo lo valioso y brillante y después ha probado a engarzar esas magníficas pepitas de diversas maneras hasta hallar la composición más hermosa que encaje y armonice con el tipo de historia que quiere contar.
La fuerza visual de la novela es cinematográfica, sin que ello signifique que el autor abandone en ningún momento el lenguaje literario, hay permiso para la contaminación, pero no es el caso. Los personajes están muy bien construidos, con las pinceladas exactas: el arte de decir lo máximo en lo mínimo. La mirada que el autor vierte sobre ellos es dura y pesimista, no salva a nadie. Porque Villalba es honesto en su trabajo, pero no en su vida privada.
El aislamiento y la incomunicación son la música de fondo de esta truculenta historia.
La banalidad, la avaricia y los bajos instintos crean monstruos y Amparo es la consecuencia.
Entre las líneas se adivina la preocupación del autor, y la valentía de su mirada frontal está sostenida por la conmiseración.
No siempre ganan los buenos” es un grito de advertencia.

La novela gustó mucho, y a pesar de su crudeza todos los compañeros del club recordaron que la realidad supera con creces a la ficción y que Amparo es un resultado similar a los de las noticias y sucesos que sufrimos a diario, al menos este libro indaga en los motivos y completa la información que nos falta.
El club se va de vacaciones hasta octubre, pero yo seguiré dejando cosillas por aquí. Adoro vuestra compañía.

Pili Zori

"El enigma", de JOSEFINA ALDECOA

Josefina Rodríguez Álvarez, ése es el verdadero nombre de esta escritora que formó parte de la generación literaria de los 50 del siglo XX y que al enviudar quiso imprimir para siempre el apellido de su esposo, el escritor Ignacio Aldecoa, en su obra, tal vez para eternizar así el vínculo y la compañía durante todo su periplo literario y vital. Así fue como Álvarez se sustituyó por Aldecoa en la firma y rúbrica de Josefina. Cuando él murió la autora dejó de escribir durante diez años.
En El enigma, novela contemporánea de contenido amoroso, nos plantea, una vez más, cómo nos marca la educación, -en nuestro país hace muy pocos años que chicos y chicas estudian juntos desde la infancia-, y para la autora la coeducación es importante, no en vano ha sido y será por siempre su compromiso: Josefina proviene de familia de maestros, su abuela y su madre lo fueron, y ella creó y dirigió el colegio Estilo, un extraordinario experimento humanista basado en las teorías krausistas que nutrieron la Institución Libre de Enseñanza en España, de hecho, Josefina se doctoró en pedagogía con la tesis “El arte y el niño” que se publicaría en 1960.
La novela El enigma es una historia de amor, y es precisamente ahí donde Josefina Aldecoa hace mayor hincapié con respecto a la educación recibida: como en un juego de muñecas rusas, la autora emprende la novela para someter a estudio a la pareja, y a su vez, Teresa, la protagonista, está trabajando en un ensayo sobre las relaciones entre hombres y mujeres.
Daniel Rivera vive atrapado en un matrimonio sin amor: relación convencional, como tantas, sumida en el engaño y la costumbre. El “caprichoso” destino hará que un contrato temporal, para dar clases en una universidad de los EE UU, le conduzca hasta Teresa.
Daniel se crió y desarrolló en España durante el franquismo, Teresa, hija de exiliados, creció en los Estados Unidos, el contraste está servido.
A Berta, la esposa la conocemos a través de las llamadas telefónicas.

Entramos en el debate:
Uno de los compañeros del club, hizo una drástica crítica en su primera intervención, “La buena, el cobarde y la mala” –exclamó-, “no me gusta el planteamiento tan maniqueo y tan de vodevil.”
Observé a través de las opiniones que había elementos dentro del libro que suscitaban rechazo, eso siempre es buena señal porque indica que sus páginas no te dejan fuera, trascienden y nos remueven.
Otras compañeras intentaron defender y justificar, con bastante pasión, parcelas del personaje de Berta… A todos les pedí, incluyéndome, naturalmente, que intentásemos no proyectarnos, estábamos viendo enfoques diferentes al de costumbre en literatura: el de el personaje que forma el vértice triangular, en este caso “la de fuera”, “la que se mete en medio”, y el del “infiel”. Lo explico con cierto tono de sorna autocrítico, porque es la expresión de alerta que nos hace sacar y afilar las uñas del instinto conservador, ya que en el club abundan las parejas de larga duración, y entre los muchos temas importantes que plantea el libro también se encuentra el mensaje subliminal de que no hay que tumbarse a la bartola, que la alfombra del amor hay que sacudirla de vez en cuando para quitarle las pelusas, que los sentimientos evolucionan.
A partir de ahí otra compañera matizó: “Pero ¿Berta quiere a Daniel? Es que ese es el quid”. Llevaba razón: No se trata estar jugando a las casitas y a ver quién la tiene más grande y lujosa para ganar en la exhibición, está bien y es lícito luchar por un patrimonio en común y hasta enorgullecerse de ello, pero sin olvidar que no es el fin sino una de sus consecuencias.
Proseguimos y estuvimos debatiendo durante un buen rato sobre qué era estar enamorado, y puntualizamos acerca de la diferencia que se establecía entre amar a alguien en concreto, o a la vida que nos proporciona.

Exploramos en las razones que hacen que una pareja sin amor se mantenga, hubo testimonios al respecto muy generosos de compañeros separados y divorciados. También invertimos bastante tiempo en calibrar quién sufría más ¿el que abandona, o el abandonado?, ahí el club subió de temperatura porque el argumento de la compañera que hablaba tenía el añadido doloroso de que se estaba refiriendo a su hijo, y ya se sabe que esos daños los hijos los superan, pero a los padres se les queda una herida de impotente resentimiento, agradecimos el valioso y confidencial regalo.
En cuanto a si era necesaria la afinidad cultural e intelectual para emparejarse y quererse se llegó a la rotunda conclusión de que no, ya que si fuera así también estaríamos hablando de búsqueda de conveniencias tan peyorativas y prosaicas como las económicas, y de algo todavía peor: el pretencioso elitismo y el barniz social malentendido como prestigio, y ninguno de esos ingredientes sirve para darle cuerda al amor que pertenece al terreno de lo íntimo y de lo íntegro.
En la novela se reitera la expresión “superior” refiriéndose a personas, y aunque la autora, en alguna entrevista, aclara que la superioridad de la que habla se dirige a la categoría humana y por lo tanto a su dignidad, en el club no gustó. Nadie es superior a nadie, ni siquiera por el equipaje cultural. La educación y la cultura sirven para comprender mejor la vida no para situarte por encima de los demás.

En otro apartado, tratamos de no confundir llevarse bien con amarse, e intentamos averiguar hasta dónde las discusiones son comunicación, malas formas, o maltrato, ya que los temperamentos y escalas de valores son variados, y las fronteras difíciles de establecer.
También le dimos vueltas a la dignidad, tan presente en todas las páginas como música de fondo, y a cómo no hay que perderla aunque se ame mucho, pero nada de lo humano nos es ajeno y todos comprendíamos el patetismo al que se puede llegar en un periodo de transición hasta que se asume que lo que no tiene arreglo no lo tiene y que no se retiene al ser amado a la fuerza, ni se debe usar el chantaje emocional ni ninguna otra forma de presión ya sea burda o sutil.
Concluimos que seguía siendo un enigma el por qué unas parejas funcionaban y otras no. “Quizá porque hay un yo interior genuino y sincero que sí se conoce hasta el último fondo y sabe con certeza lo que siente y lo que quiere, pero ese yo no se comparte.” Ese fue el broche con el que cerró la última sesión una de las compañeras más reflexivas de nuestro club.

No sé qué le parecería a la autora esta prolongación en forma de epílogo que un sector de sus lectores hicimos, también es un enigma la literatura como herramienta. En cualquier caso creo que le resultaría grato el uso que le hemos dado a su hermoso trabajo.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro en el que habremos leído “No siempre ganan los buenos”, de Nacho Guirado el ganador del Premio de literatura de Guadalajara del 2005.

Pili Zori