TREME, una magnífica serie de TV

Hace algún tiempo tuve la suerte de ver la primera temporada de la serie americana de televisión Treme y desde entonces no se me ha despegado de la memoria. Los buenos guionistas tienen el talento de cerrar con broche de oro y en círculo, y a la vez saben dejar el ovillo del rico hilo sin cortar saliendo desde el engarce para que pase bajo la rendija de la puerta y siga conduciendo, basta con que los destellos de ese dorado hilo se abracen a la cintura de cualquiera de los personajes de su coral para que nos de nuevas entregas, finalmente el collar será una hermosa pieza de joyería donde el conjunto de abalorios circulares esté equilibrado, haga juego y resulte estético y aunque tenga varias vueltas sabemos que al terminar guardará la unidad. Así que espero impaciente dichas vueltas en forma de nuevas temporadas. Sin duda la habilidad de un guionista es un don de unos pocos y si además ojeas –otro talento difícil de encontrar- como hace la cadena HBO a varios de esos escasos ‘imaginadores’ privilegiados y los pones a trabajar en equipo y ves como ensamblan el ingenio mutuo siempre a favor de la historia para que suene con la belleza afinada y precisa de una orquesta pues ya no queda otra que descubrirte ante David Simon, Eric Overmyer y Agnieszka Holland. Sin olvidar la enorme importancia de la fotografía de Irek Hartowicz.
Treme nos cuenta la historia de varias personas de Nueva Orleans afectadas de diversas formas por el paso del huracán Katrina. Treme es el nombre de un barrio bohemio de esta ciudad llena de músicos.
Pocas veces he visto un homenaje a un lugar, tan veraz, tan sentido y tan poético. Recomiendo subrayar con especial atención la escena de la chef, que necesita irremediablemente marcharse a Nueva York para poder desarrollar sus capacidades como artista culinaria, junto a su enamorado músico que la lleva por todos los rincones anímicos y emblemáticos de la ciudad hasta terminar tumbados en la hierba para esperar la llegada del amanecer reflejándose en el Mississippi. Es un obsequio precioso para ella, para retenerla o para despedirla, o un recordatorio de pertenencia, es el regalo de un lugar al que volver, el suyo, pero sobre todo es un retrato verdadero y sin retoques con la mejor dedicatoria que se le puede escribir a un espectador: la belleza emergiendo desde la devastación para decir lo que fue, es, y será, esa ciudad que huele, respira y escucha jazz y blues por todos los costados, hasta en los funerales.   
Estamos acostumbrados a la América del cine, pero Américas hay muchas y variadas y americanos más. Pues bien, esta película es una ventana y por ella vemos la verdad que corresponde a este trocito del sur en el estado de Louisiana.
Creighton, el personaje que interpreta John Goodman, es el profesor de literatura que aglutina el espíritu y el sentimiento de dolor por su querida ciudad, él nos entrega la parte intelectual y crítica, su grito se oye con claridad, todas las noches graba en internet el canto y la queja. Creo que es el papel más bonito que le han dado en su vida de actor y naturalmente lo borda, me maravillo ante esa construcción del personaje, el espectador intuye en tensión que le va a ocurrir algo grave, y que ese algo está latente y proviene de su interior mientras su arrolladora vitalidad lo encubre ante su familia y ante nosotros. La depresión se va apoderando de él pero nos la muestra con una evolución sutil  que se refleja y aflora capítulo a capítulo en unas ojeras paulatinas, en una mirada de tristeza apenas perceptible, o puede que tal vez esa profunda derrota esté soterrada desde los primeros fotogramas y termine por transparentarse ya sin remedio, o ambas cosas, el caso es que una no se explica cómo se consigue transmitir toda esa ambivalencia llena de matices y elegancia, naturalmente hay que ser Actor. Así que le rindo pleitesía desde aquí, Señor Goodman, a usted y quien habla y lega a través de su personaje: el Señor Simon.
Si mal no recuerdo, Creighton intenta escribir una novela sobre la ciudad de Nueva Orleans, pero trasladándose a un tiempo pasado, cae en el dique seco -y no va con segundas- de la página en blanco y todos los espectadores vemos lo que supone esa pérdida para un escritor, es una de las mutilaciones más dolorosas. Lo curioso es que no se está dando cuenta, mientras va penando por todos los rincones, de que en realidad la novela la está escribiendo en su blog,  y lo está haciendo con herramientas nuevas para la literatura que además de la escritura incluyen la grabación de la voz y de la imagen y que eso en sí mismo es un hallazgo de inmediatez y difusión. Para mí este fue el regalo personal que de la extraordinaria película me llevé (película de larga duración, ya dije en la entrada de Mad Men o en la de Los Soprano, que el buen y gran cine se había trasladado a la pantalla casera, que ha dejado de ser pequeña).
A veces los que escribimos y tenemos un blog sentimos que este nos roba energía y nos vacía para la fabulación, pero la psique va a su aire, es innovadora y sabe donde ha de dejar los vertidos. No os diré lo que ocurre con el personaje que interpreta John Goodman, pero sí que le grité ¡No hombre, no, no hagas eso! ¡¿No comprendes que tu blog es la novela?!

Todos los personajes de esta maravillosa serie se dejan la piel en su amor por ella, su ciudad. La esposa de Goodman una eminente abogada que, a diferencia de las que vemos en las series convencionales, viste sin atildamiento y con comodidad cotidiana, muestra un cutis de su edad y sin maquillar y un cabello sin peluquería y busca a los desaparecidos con denuedo, pelea y se implica sin descanso y devuelve el verdadero sentido a esa labor de entrega que debería ser siempre la abogacía.
La película rezuma música, esa amante exigente a la que se le entrega todo en detrimento, a veces, de los queridos. Y es muy bonito ver el contraste entre la verdadera música de Nueva Orleans y las ´turistadas´ que solicitamos los visitantes. Me gustó mucho ver como se echa las manos a la cabeza una amiga de la violinista cuando le oye decir que va a dejar a su pareja, pero no creáis que se las echa porque decida abandonar a su novio como amor sino porque le va a dejar como dúo musical, eso es lo que le parece imperdonable, creo que el detalle explica por sí mismo lo que es esa pasión que define a los flipados de la música. Los músicos que aparecen en esta serie van siempre a dos velas, me refiero a lo económico, tocan en garitos o en la calle pero jamás se plantean dejar de tocar porque eso también sería una mutilación. Nunca olvidaré las escenas de la película Azul, en la que la esposa le escribía en secreto al marido las partituras, cuando este muere y ella está nadando en una piscina cubierta la sinfonía se le sale de la cabeza aunque se empeñe en sumergirla para dejar de escucharla, y cuando tira dicha sinfonía inacabada al contenedor se oye la distorsión de la rotura, la impostura no se puede desvelar y ella ya no podrá compartirla. No tengo el don de la música aunque vivo con un músico que durante muchos años la mantuvo en Guadiana, pero ella siempre, siempre emerge, sólo se disfrutarla de forma pasiva, pero tanto Azul como Treme me hicieron entender o al menos aproximarme a lo que se siente.

Si podéis ver esta serie espero que os guste por su singularidad y por lo que de testimonial tiene. Os dejo un trailer aunque sea en inglés.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori


Encuentro con el escritor ALVARO OTERO

Parecía que la relación epistolar, que tantos tesoros literarios nos ha regalado, se había perdido y mira por donde el maravilloso e-mail vuelve a ser el vehículo que viaja con las preguntas y nos entrega las respuestas a vuelta de correo como antaño, y es que a la palabra escrita le gusta el viaje y siempre que puede busca vehículo para emprenderlo.
Así es como se ha producido esta pequeña entrevista con el escritor Álvaro Otero, desde mi escritorio al suyo, entre Guadalajara y Vigo, en una carta sin vestir enviada por un correo más lujoso y rápido que el de los zares, que el del avión (en el que ella habría viajado ufana embutida en su flamante y distinguido sobre de ribete azul y granate) y más veloz que el del AVE en el que ella, la carta, habría sentido la nostalgia del traqueteo. La única pena es la ausencia del sello, pero ya inventarán algo que confiera apostura a los sobres de e-mails para que puedan ser coleccionables.
Antes de entrar en el juego de las preguntas y las respuestas lo correcto es hacer las presentaciones:

Álvaro Otero nació en Bueu (Pontevedra) en 1967 mientras por la puerta de mi casa entraba un televisor Taunus que imantó mis ojos a la pantalla con sus poderes hipnóticos y me pegó el trasero a la silla con sinteticón para alegría de mi madre porque la niña ya nunca más volvería a dar la tabarra mendigando por las casas de los vecinos las películas de la “Sesión de tarde” de los sábados, silla de la que no me levantaría hasta que terminaran los episodios de series como “La saga de los Forsythe”, “Valle de pasiones” o “Historias de la frivolidad” de Chicho Ibáñez.
Mientras Álvaro ensayaba sus primeros pasitos, Luis Eduardo Aute cantaba Aleluya y los Beatles grababan Sargento Pepper´s; Gabriel García Márquez publicaba Cien años de soledad; en San Francisco se llenaban la cabeza de flores los primeros hippies y Ernesto Ché Guevara moría asesinado en Bolivia. Entre Israelitas y palestinos estallaba la guerra de los seis días. Y Jesús Fernández Santos presentaba  en la pequeña pantalla -la de las 625 líneas, culona y tripudilla- La víspera de nuestro tiempo.
El pequeño Otero aún no sabía que 22 años más tarde, ya en presente y no en víspera, recorrería los mundos de ahora en los que sucedieron aquellos acontecimientos de antes para darnos, en primera persona, cuenta de los actuales en sus novelas y reportajes.
Otero estudió periodismo en la universidad Complutense de Madrid, y actualmente publica en distintos medios como El Faro de Vigo y El País Semanal. En 1995 sale a la luz gallega “Waelrad” (editorial Nigra, colección Relatos dunha hora), dos años después, en colaboración con el fotógrafo Lalo R. Villar “Mambrúes a la guerra” (Edicións Xerais, doble publicación en gallego y en castellano). En el 2000 gana el premio Nostromo con la novela “Días de agua” (Editorial juventud), en el 2006 edita con Ellago “De mar y de muerte” y en el 2008 gana el Premio nacional de narrativa de Guadalajara con “El Esplendor” que publica y distribuye Ediciones Irreverentes.

Gracias por prestarte generosamente a llenar el pequeño espacio de este blog con tu experiencia y sobre todo por compartirla. Deseo de corazón que esta singular forma de entrevistar haya sido de tu agrado -en esta época nuestra de velocidades contra reloj- ya que concede posibilidad de reflexión en las respuestas. Tal vez la oralidad, la inmediatez de la palabra hablada se sobrevalore en exceso, y es curioso que así ocurra porque paradójicamente para lograr que la prosa de un autor como tú se deslice con la precisión milimétrica de una bola de billar sobre el tapete, se necesita un largo y arduo trabajo de pulido. La agilidad y la fluidez del escritor llevan detrás muchas horas de vuelo así que vamos a darle hoy el valor que se merece a la palabra escrita. Empezaremos por la pregunta de rigor:

P. ¿Qué significado tiene para ti ser escritor? y ¿cuándo te atreviste a decir en voz alta que lo eras?
R. Para mí, escribir es connatural al mismo hecho de existir. Escribir forma parte de mi vida desde que tengo conciencia, así que, desde ese punto de vista, preguntarme qué significado tiene ser escritor es como preguntarme qué significado tiene para mí ser un humano que habita la Tierra. Y, respondiendo a la segunda pregunta, que está formulada como si ser escritor fuese un trágico secreto, te diré que ahí las cosas funcionan con pareja naturalidad. En realidad, que me consideren o no escritor me importa un bledo. A mí me importa escribir, y a todo lo que rodea a ese hecho –la publicación, la promoción, la aceptación, la repercusión mediática o económica- le doy una importancia relativa

P. ¿Qué recibes de la literatura? y ¿qué le entregas de ti a ella?
R. Te diré, primero, lo que le entrego: le entrego largos años de trabajo firme, tenaz. Le entrego tardes y mañanas y noches y madrugadas de invierno, otoño, de verano, de primavera, en las que podía estar jugando con mi hijo, tan real, en lugar de estar dando vida a personajes que no existen. Le entrego mi vida y todos mis sueños, y me entrego a ella tal como soy. El papel en blanco es como una taiga inmensa que recorro una y otra vez como un lobo solitario. ¿Y qué recibo? Pues creo que, como en la vida misma, en la mayor parte de las ocasiones en literatura recibes en proporción a lo que entregas. Y no hablo de fama, ni de dinero. Quien piense en eso partirá de un punto equivocado o se entregará a un tipo de literatura que no me interesa.

P. Tus novelas me parecen de altísimo contenido ético con código deontológico implícito, (sin que ello menoscabe, claro está, el interés que despiertan por su trama, inquietante y magnética). ¿Te consideras un escritor de intenciones?
R. No, en absoluto. No parto de ninguna intención moralizante concreta. Otra cosa es que el desarrollo de los acontecimientos que ahí se relatan lleven a cada uno a ciertas conclusiones, pero ahí, como decía Cortázar, la novela ya no te pertenece, es como una flecha que has disparado y dará o no en su diana.

P. ¿Escoges los temas sobre los que escribes o ellos te eligen a ti?, ¿cómo se produce el flechazo?
R. Para mí, qué da origen a una novela sigue siendo un misterio insondable. Es más: me llama la atención que exista tan poca literatura al respecto, y me refiero a ensayos o estudios que traten al menos de tantear ese territorio. Ahora acabo de terminar una larga novela tras cinco años de intenso trabajo y, si me preguntas cuál es su origen tendré que contestarte: no tengo ni idea. Así que, lo dicho: un misterio insondable.

P. Dicen que la literatura es el arte de lo ambiguo y el periodismo el de lo concreto. ¿Te resulta difícil cambiar de registro?
R. No, nada. Es más: al menos en mi caso, se produce una retroalimentación muy enriquecedora entre ambas disciplinas.  El periodismo me ha enseñado tanto como la literatura sobre el arte de narrar.

P. En tu novela “De mar y de muerte” el protagonista nos dice que, llevado por una vieja querencia, hace algún tiempo se vio tentado de escribir un libro sobre formas de suicidio, “El esplendor” comienza por uno ¿Por qué elegiste ese punto de partida?
R. El suicidio me parece la muerte romántica por naturaleza. Una muerte, contra lo que trata de inculcarnos la moral católica, valiente. Creo, además, que las formas de la muerte elegidas por las personas dicen mucho de ellas, encierran profundas lecciones antropológicas. Hace sólo una semanas, un gran diseñador gráfico con el que trabajé en un libro hace años, de mi misma edad, salió de casa como todos los días, cogió un autobús de largo recorrido, se paró en algún lugar del norte, tomó un taxi, pidió que lo llevasen a su acantilado favorito y, cuando el taxi se fue, se arrojó al vacío. Eligió su acantilado favorito para su vuelo final sobre el mundo. Era un artista, y su forma de morir fue su última, acaso su gran obra.

P. En “De mar y de muerte” consigues esa atmósfera de balanceo acunado, ese ritmo marcado por el vaivén del mar que trae y lleva recuerdos y devuelve a la tierra a los vivos y se traga a los muertos. Se me viene a la mente la imagen de la ola enarbolada, gigantesca e implacable de “El esplendor” que le arrebata la primera novia a Julián Andrade, una ola aterradora y a la vez majestuosa, en esa y en otras escenas como aquella haces que el lector sienta el mar como una deidad con leyes propias y misteriosas, justiciera a veces, vengativa otras... ¿Cuál es tu relación con el mar?, ¿O con los caudales de agua?, el día de la boda de Andrade el río que de nuevo vuelve a marcar la tragedia se llama Verdugo, creo recordar.
R. A grandes rasgos, y con algunas desviaciones, mi proyecto literario responde a una cuádruple vertiente que tiene que ver con los elementos esenciales: el agua, la tierra, el fuego y el aire. Para cada uno de estos elementos tengo tres obras, con lo cual este corpus, digámoslo así a riesgo de quedar un poco pretenciosos, se compondrá de doce novelas. La primera parte, el agua, ya está publicada: Waelrad, Días de agua y De mar y de muerte. El esplendor forma parte del ciclo de la tierra, pero efectivamente contiene ese elemento aunque de manera más tangencial. ¿Por qué? El agua es vida, hasta los 18 años dormí arrullado por las olas del mar y, por si fuera poco, soy Acuario. Supongo, pues, que es inevitable.

P. Tu prosa se desliza como una embarcación, no quisiera caer en el tópico, pero la pregunta es obligada aunque la respuesta sea afirmativa o negativa ¿consideras que haber nacido frente al mar marca el rumor y el ritmo de tu escritura?, ¿crees que hay una narrativa gallega?
R. El ritmo de mi escritura, que para mí es fundamental, no parte del mar sino de la música. La música es lo más importante de mi formación literaria, más incluso que la literatura  en sí misma, es decir, la lectura. La cultura musical, desde mi punto de vista, es clave a la hora de escribir. Yo concibo la página en blanco como papel pautado, como una partitura.
Por otra parte, en la actualidad la concepción de una narrativa gallega viene marcada por la utilización, o no, del gallego. Lo escritores gallegos, en su casi totalidad, no consideran literatura gallega a la escrita en castellano. Yo no estoy muy de acuerdo con esa definición, pero es un asunto que me aburre profundamente, y en el que no invierto ni un minuto de pensamiento.

P. ¿Cómo resuelves los préstamos personales que le das a tu literatura y que tienen que ver con los que te rodean?, ¿a los tuyos les gusta verse dentro de las páginas aunque el lector no los reconozca?, ¿cómo decides lo que callas y lo que cuentas sin que se te vaya el pulso?
R. Me gustan los pequeños homenajes entre líneas, pero nada más. La ficción, ficción es. Lo importante no es tanto que te preocupe lo que digas sobre los demás, si es que lo dices –que no es mi caso- como tener la osadía de desnudarte tú. Saber desnudarse: hete aquí lo que importa.