CARTA DE AMOR A LA BIBLIOTECA

El miércoles pasado antes de entrar al club, me crucé con Blanca Calvo, la directora de nuestra Biblioteca, -la Biblioteca pública de Guadalajara-, caminaba como siempre con sus veloces zapatos bajos, y su ropa vaporosa campaneando sedosamente en todas las direcciones. En los brazos portaba, también como siempre, un desequilibrado montón de papeles y libros que casi ocultaban la menuda y delgada arquitectura de su cuerpo. Al mismo tiempo, junto a otros miembros del jurado iba escogiendo, de la exposición que rodeaba la galería de la última planta, la primera selección de los magníficos carteles que este año, otro más después de muchos, concursaban para anunciar el Maratón de Cuentos, la más grande cita internacional de narradores orales, me dijo que pasaría al club, obviamente después no pudo pues el tiempo no es de chicle; como yo si sé que no es elástico le pregunté por las propuestas que seguramente nos iba a hacer, ya concretaríamos más adelante los pormenores, entre varias de las proposiciones compartió la más importante, suelo tener buen oído para la inflexión de su voz cuando hace subrayados, y con esa me quedé: Deseaba que le escribiéramos a la Biblioteca una carta individual de amor, cuantas más personas mejor y en los clubes hay muchas, viveros como a ella le gusta decir, dichas cartas compondrían el homenaje de este año en la fiesta del libro. Me pareció una idea preciosa, no desde el principio, claro, es una característica evidente que siempre en los principios me acobardo, el proyecto me atrapó y fue más tarde, en el reposo, cuando intuí en profundidad su dimensión.

El jueves me dispuse a escribirla, soy así: aquí te pillo y aquí te mato, me producen ansiedad las tareas pendientes, y se la envié por e-mail, me contestó de inmediato a vuelta de correo diciendo que le había conmovido. Y quedé muy contenta como siempre que capto la idea y puedo contribuir. Por esa razón me atrevo a invitaros desde aquí, sería hermoso que llegara una avalancha de maravillosas cartas no sólo a nuestra biblioteca sino a todas las del mundo, e internet, otro de mis grandes amores, es como una cadena humana infinita, el mejor vehículo para trasladar antorchas, para ayudar en las carreras de relevos.

¿Que cómo podéis redactarla?, ¿que no sabéis qué decir?..., es muy sencillo, basta con sentir, con imaginar a vuestra biblioteca como a un ser humano, así veían los edificios personas tan grandes como Gaudí o Lluis Domenech i Montaner, igual que a seres orgánicos repletos de vida, y después pensad o buscad en el recuerdo que albergáis en el cajón de lo íntimo lo que le queréis agradecer, lo que os dio y os sigue dando, y decídselo.

Aquí os dejo la mía, que probablemente no es nada del otro jueves, pero sí muy sentida, personal e intransferible.







CARTA DE AMOR A LA BIBLIOTECA.



La primera vez que te vi estabas en el instituto que hoy llaman liceo, te cuidaba un señor con guardapolvo y aunque el cuartito era pequeño ya me pareciste muy alta, derramabas desde arriba la misma luz acariciante que aún viertes. El señor del guardapolvo era muy serio y para hacerme la mayor le pedí un libro de Freud, -echaban en la tele por entonces un ciclo de Hitchcock, y Gregory Peck en “Recuerda” me tenía enamorada-, sé que te hizo gracia mi prematura afición psicoanalítica porque esa luz tuya tan cenital se extendió hacia los lados curvándose en izado paréntesis, pero a tu guardián no. “¿Te dejan tus padres leer esto?” era un tiempo de reproches dirigidos a los progenitores sospechosos de practicar el vicio, y él, dejaba claro que no era un amoroso librero sino un bedel gruñón que hacía eso: guardar el polvo.

Cuando te fuiste a vivir al palacio tardé un poco en ir a visitarte, me dabas impresión, pero al fin me atreví, había jugado en tus ruinas y por la ley del equilibrio merecía verte engalanada, qué alegría que no todo fuera nuevo: los objetos sin estrenar me dan temor al castigo porque suelo estropearlos, pero lo tuviste en cuenta y me gustaron todos los sillones que colocabas a mi paso, su vetusta comodidad mullida -nada que ver con la ergonomía espartana de ahora que deja el sacro como una brazada de astillas- a mí me encantaban las bruñidas e indelebles manchas de tus sillones verdes, me complacía que fueran bajitos frente a las enormes ventanas en las que me acurrucaba en hornacina para quedarme como estatua con libro recibiendo el triangular sol del invierno que el esbelto cristal calentaba.

Y entonces llegó ella, tu nueva cuidadora, la nueva y moderna guardiana. Y abrió tus recovecos, tus pasadizos secretos, tu laberinto de magias, y te llenó de visitas, de textos cosmopolitas y te hizo feliz.

Venía de lejos, desde los bordes del mapa y de allí traía ocurrencias, novedosos vientos y osadías, y buscó gente, “gente guapa” para atender tus cuidados, y como buena interiorista de centros neurálgicos trasladó el corazón de la ciudad a ti, y fue entonces cuando decidí pertenecerte.

Pero no te comprendí del todo hasta el siguiente traslado al que acudí enfurruñada: nadie me había preguntado si quería cambiar de casa. Ahora ya no podía detenerme a hablar con los muchachos del préstamo como lo hacía antes, en un tiempo de tabaco en el que los cigarrillos eran relojes de humo que marcaban las horas de entrada, todo y todos estaban en otros lugares o sitios en donde ya no sabía buscarlos. Era la casa de ellos pero ya no era mi casa. ¿Y mis compañeras de tertulia?, ¿cómo iba a acomodarlas?

Y fue aquel preciso momento de tristeza y exclusión el que elegiste para manifestarte ante mí en toda tu plenitud. Justo ahí, en tu nuevo y central patio de madera lustrada, -ese lugar descarado de interior, con piano y sin paredes protectoras ni ventanas para tímidos- ese fue el sitio en el que volví a ver la conocida sonrisa. Elevé los ojos y los raudales de cálida luz cenital se derramaron por mi cuerpo desde la cabeza a los pies. Sólo entonces y a través de esa luz caliente y triangular que descendía de las claraboyas pude ver tu vestido, parecía un espectacular diseño de Klimt: el vuelo de la falda daba la vuelta a mi alrededor con su colorido tableado de trozos de patchwork sin aguja, sólo entonces supe contemplar el perfecto plisado de paleta de pintor que todos los días y a todas las horas el eficaz equipo de la guardiana se ocupaba de encajar, desde la cintura hasta el zapato: cada tablita un color, y buenas regañinas a quien lo deteriorase, puedo dar fe con mi rubor, ni un graffiti en las páginas, cualquier roto o descosido de inmediato a restauración. Al fin el recorrido de mis torpes ojos entendió el enclave: allí estaba tu salón de baile, y todo el vestido se desplegó para invitarme a danzar. Sí. Eras la misma que me dio el título de narradora por vez primera en el palacio; la misma que volvería a refrendarlo en ese nuevo salón lleno de sillas acogiendo a todos los míos en su redondo abrazo; la misma que deja cada miércoles a nuestro pequeño enjambre libar el néctar de sus axilas para después hacer miel; la misma que tras la puerta borra el apellido de Extraño a quien entra por ella; la misma que apacienta paciente pero ufana a tantos como aguantan hasta el último segundo sin dejarla irse a dormir,



Mi biblioteca, mi sultana, mi reina, mi amor.



Gracias por el vuelo, gracias por los sueños, por la identidad, por la ilusión, por buscarme a los amigos, por acariciar mi corazón.

Tú me has dado el mundo grande, el de las letras, el del conocimiento, yo hoy dejo a tus pies el mío tan pequeño por si a tu falda de primoroso plisado al estilo de Klimt le viniera bien esta pequeña pieza de rudimentario sentimiento y artesana pasión.


Pili Zori

2 comentarios:

  1. Amor se tiene por las personas, (familiares, amigos, pareja...),por las cosas que nos gustan, por momentos que recordamos y también, como no, por lugares,... y la Biblioteca, NUESTRA biblioteca, es un lugar que yo amo.
    Los recuerdos me llevan a cuando era niña y mi padre me llevaba algún sábado al Palacio del Infantado, me sentaba en las mini mesas de colores y leía algún cuento infantil, mientras él leía el periódico en la sala de al lado. Este amor me ha llevado de la mano hasta el momento actual, en el que disfruto cada miércoles de MI Club de lectura y mis compañeras. Los recuerdos también me llevan a los pasillos de la antigua biblioteca, donde el olor a libros era inconfundible e inolvidable y sabía de memoria dónde encontrar mis títulos favoritos en las estanterías, en qué posición estaba cada autor de los que más buscaba, donde las butacas blanditas en las que sentarse a leer al lado de las ventanas me vienen a la memoria; la pequeña sala de videos VHS donde pasaba horas eligiendo películas, y también el claustro donde charlaba con los amigos en los momentos de descanso de los estudios.
    Ahora, años después, el nuevo palacio de Dávalos, nos ofrece otros espacios, otras novedades y otros servicios, pero la misma sensación del lugar acogedor donde se está a gusto, una sensación similar a estar frente a una chimenea acompañada de una manta y un libro.




    Marta Torrequebrada Paniagua

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    1. Gracias queridísima Marta es una carta preciosa, espero que también sea contagiosa. Un abrazo Pili Zori

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