"Desgracia", de J.M. COETZEE

Leer “Desgracia” de John Maxwel Coetzee ha supuesto una batalla campal conmigo misma, de hecho he necesitado una segunda lectura, volver a empezar el libro porque en la primera las vísceras no me dejaban reflexionar, experimentaba una devastadora reacción en cadena de filias, fobias, rechazos, prejuicios… Me ha puesto patas arriba muchos de mis esquemas preconcebidos así que creo haber sufrido una catarsis que junto al protagonista me ha liberado de la hibrys, -no os asustéis, no utilizo la palabra por pedantería, ahora os explico por qué la uso-, considero que el autor ha escrito con rigor una tragedia de contenido moderno, pero tragedia griega de punta a “Cabo” –lo de las comillas es un guiño por el lugar en el que se desarrolla, Ciudad del Cabo-, en ellas sus autores siempre se referían a la caída de un personaje importante que había ejercido un desprecio temerario hacia el espacio ajeno,  que no sabía controlar los sentimientos inspirados por las pasiones desmedidas, la furia o el orgullo, eso es la hibrys según los diccionarios y creo que cuadra a la perfección con el planteamiento de la novela. Y digo planteamiento porque también creo que “Desgracia” plantea, pero no tiene intención de cerrar, de resolver, el libro se publica en 1999, y me atrevo a pensar que en ese momento para J.M. Coetzee, Sudáfrica no tenía solución. La mirada es desalentadora, pesimista y necesaria.
Creo que al igual que la ópera que escribe el profesor Lurie sobre Byron y su exilio en Italia tras el escándalo, “Desgracia” es una balada llena de tristeza, un canto muy amargo por su país, al que deduzco que ama profundamente. Coetzee actualmente vive en Australia, desconozco las razones de su doble nacionalidad y el desdoblamiento que tuvo que producirle, no eligió los Estados Unidos donde estudió y ejerció durante mucho tiempo, tampoco Inglaterra donde también vivió. Escogió Australia y me gustaría saber por qué.
De entrada el título admite varias interpretaciones, tengo entendido que en inglés Disgrace también tendría que ver con deshonra, deshonor, con la reputación perdida, de hecho el propio protagonista se lamenta de que el idioma inglés tal vez no sirva para explicar Sudáfrica. “Cada vez está más convencido de que el inglés es un medio inadecuado para plasmar la verdad de Sudáfrica.” Cuando leímos en el club “Historia de mi hijo” de Nadine Gordimer, nos ocurrió lo mismo, el título bien podía referirse a la historia que habla sobre mi hijo, o bien a la historia que ha escrito mi hijo… en fin, si te mueves con las palabras, buscas el respeto de la precisión y no siempre es fácil en nuestra torre de babel en la que hay que agradecer los puentes que los buenos traductores nos extienden. Pero toda la novela es así. A “Desgracia” le caben muchísimos matices, y puedes entrar a ella por varias puertas, todas ellas te llevarán a la misma conclusión final y lo pequeño abrirá plano para que se vea lo grande, los personajes en este caso no son los protagonistas sino el transporte de la alegoría que el autor nos quiere transmitir. En la linde de ese diminuto huerto estará representada Sudáfrica. Y en la perrera que también se ha escogido como parábola el enfrentamiento con la vejez y la extinción de una generación y de un tiempo: David Lurie es un profesor de universidad especializado en los poetas románticos.
He intentado imaginar el abordaje que tuvo que hacer Coetzee como autor para escribir esta novela, ¡vaya decisión dura!, y me he permitido la osadía de especular con la idea de que para transmitir lo que quería expresar se preguntara ¿qué sentiría yo si dañaran a mi hija, a la carne de mi carne de la peor de las maneras? Así debieron sentirse los negros de este país durante siglos y décadas. ¿Cómo puedo aproximarme, cómo puedo bucear en ese germen soterrado? Pues experimentándolo, detentando mi parte de poder, como hombre, como blanco, como figura de autoridad cultural, un profesor, un intelectual con predicamento. Pero no quiero una inmolación racial, deseo decir algo tan fuerte y tan simple como que la humanidad gira en torno a una cuestión: el abuso de poder en todas sus variantes y dicho poder se comporta del mismo modo cuando cambia de manos, que sean blancas o negras, da igual.
Soy sudafricano y tengo derecho a señalar los defectos de mi país con todas las personas que tiene dentro. Eso supuse que pensó. Y seguí imaginando: esa sería la ubicación de la novela, su entorno, sus intenciones, pero a Coetzee no le servía sólo la mirada externa y documental, él iba a hablar de lo colectivo desde lo individual, se metería en la piel, y le prestaría a su novela, a sus personajes, terrenos personales y laborales conocidos, sólo así podría ser juez y parte.
El lector iba a ver el punto de inflexión, contemplaría con el quiebro cómo al protagonista le cambia la vida y sabría lo que siente y piensa durante el proceso, mientras está sucediendo. David Lurie es quien enfoca, quien tiene el punto de vista desde el que se narra, aunque la novela no esté escrita en primera persona y el narrador omnisciente pudiera mostrar, desvelar lo que piensan y sienten los demás personajes, no lo hace.
El lector espera que le expliquen las partes que faltan, pero se queda con las ganas de saber qué ha dicho Melanie, la alumna, en esa especie de denuncia, en ese juicio sumarísimo en el que se le acusa de haber atentado contra las formas y no contra el fondo, aunque se aleguen otras razones de índole moral. El lector quiere conocer qué siente, qué piensa ella, de qué le acusa… qué le llevó a tomar somníferos si es que así fue. Pero Coetzee no quiere dárselo. Al igual que en la vida quien lee tendrá que ejercer de jurado con las pruebas que le muestran.
Veremos reaccionar a su hija pero tampoco escucharemos su interior, tendremos que deducir las razones que la empujan a elegir, si es que tiene elección, las decisiones que toma. Creo que ese es otro de los ingredientes importantes que contiene la novela: Lurie se relaciona con las mujeres sin comunicación, sin reciprocidad, invade la vida privada de Soraya, la prostituta de alto standing, contratando a un detective, David Lurie marca el paso sin preguntar. Y con su alumna abusa de su privilegio para favorecer su examen y encubrir sus faltas de asistencia. No escucha, no capta las señales de desagrado, cosifica, decide por los demás. Hasta que la vida da un giro inhumano y cruel que derrumba sus pilares.
Y ahora doy comienzo a mis discusiones con el libro, y como estas iban evolucionando a la vez que la historia del protagonista también se transformaba.
La novela nos muestra los contrastes: el mundo urbano y de cultura, frente al rural y primitivo, mis preguntas eran ¿por qué han de ser antagónicos?, ¿qué ha pasado para que eso suceda?, ¿dónde está la ruptura?, ¿cuál es la grieta?
Nos pone como ejemplo la naturaleza instintiva de un perro en celo, y lo indigno que resulta que sus dueños a base de palos hagan que vaya en contra de su propia esencia, de manera que al final cuando veía a una perra huía con el rabo entre las patas y me dije: vale, tiene razón, pero aún trasladándolo a los humanos como metáfora y admitiendo que no hay que crear sociedades puritanas, represivas o castradoras, en mi opinión el deseo ha de conllevar una franja de consentimiento mutuo a todos los niveles que no tiene por qué restarle su parte salvaje ni su alegría, pero el respeto a la hora de la transacción aunque sea implícita es lo que nos diferencia, hasta en los animales hay cortejo y elección aunque sea para los machos y hembras alfa, algo es algo, (aunque a veces pienso que la naturaleza es un poco nazi, con sus escogidos y sus selecciones, se supone que nosotros aunque formemos parte de ella trabajamos para evolucionar). Perdonad la tontería, intentaba distender pero no me alejo del libro aunque lo parezca, el protagonista ama la poesía de Wordsworth, y Wordsworth está considerado el poeta de la naturaleza que introdujo en su poesía el lenguaje popular, y a personajes marginales, como locos y mendigos, creando un escándalo para la época, pero logró que la arcaica sociedad británica se interesase por las desigualdades. Wordsworth tiene un libro titulado “Poemas de Lucy”, como veis en esta novela nada está traído por azar, el nombre de la hija de David Lurie es Lucy. Pero sigamos hablando del instinto y la fidelidad hacia la propia naturaleza: El profesor le pide a Melanie que pase la noche con él:
-¿Por qué? -pregunta la joven.
 -Porque la belleza de una mujer no le pertenece sólo a ella. Es parte de la riqueza que trae consigo al mundo y su deber es compartirla”.
            -¿Y si ya la compartiera?
            -Entonces deberías compartirla más aún”.
Ese sentimiento masculino, que el profesor Lurie tiene antes de caer en desgracia, sobre  adueñarse de la belleza física a través del sexo me hizo preguntarme ¿para qué?, es una falacia, la belleza física no se vampiriza que yo sepa y tampoco es de transmisión sexual, lo que hace la belleza física es atraer y cada uno se siente atraído de forma distinta si es que sabe mirar y no se deja dirigir la vista con cánones impuestos. Es una pena no saber ver la belleza fuera de la juventud, me dije, aunque suene resentido por mi edad, pero doy fe con las compañeras de mi club, con mis hijas y con amigas muy  jóvenes, que las mujeres miramos distinto. Este tipo de situaciones como la anteriormente descrita se da mucho entre profesores de letras, será porque siempre están con gente joven, así es fácil ser una figura de autoridad, no trabajas bajo las órdenes de nadie, siempre las das, puede que el entorno produzca algo de inmadurez, hay mucho docente rijoso, salvando a quien se salve naturalmente que por suerte son más.
Como os decía, estos eran los sentimientos que yo albergaba hacia el protagonista, que al principio me atacaba los nervios, un tío pijo que arruga la nariz ante la hospitalidad de quien le ofrece su casa porque el sofá huele a gato, que menosprecia a las mujeres que descuidan su atractivo, según él, que va por ahí con la báscula y el metro como si alguien le hubiera otorgado el privilegiado papel de puntuar y aprobar o suspender fuera de clase como si la vida fuera su aula o su facultad… y ahí estaba yo soltándole improperios: ¡habrá que verte a ti, quién te habrás creído que eres! Pero en esos arrebatos de furia míos comprendí que el personaje estaba construido a la perfección porque ese era el efecto buscado, sin concesiones, tenía que partir de la prepotencia para alcanzar la humildad. Más adelante le querría profundamente por su desorientación, por su crisis de identidad, por la búsqueda de sí mismo, por el trato injusto que recibe, por su autoinmolación.
En la página 118 le escucharemos pensar “Ha de haber un hueco en el sistema, un hueco para las mujeres y lo que les sucede”. Y en la 128 leeremos “Por vez primera prueba a que sabe el hecho de ser un viejo, estar cansado hasta los huesos, no tener esperanzas, carecer de deseos, ser indiferente al futuro”. Igualmente tuve que bajar mis humos para aprender junto a David Lurie que también es una falacia que demos por hecho cómo reaccionaríamos ante lo que les ocurre a él y a su hija. Ese esquema nos lo rompe poniéndonos delante de la nariz la indefensión. Él como yo, como cualquiera, habría querido protegerla más que a nadie en este mundo, habría querido pronunciar las palabras apropiadas después, y evitar la insoportable vergüenza infligida para ambos. ¿Cómo abordar esa terrible conversación para un padre, para una hija?, ¿cómo soportar que no has podido defenderla, que mientras estabas tan campante en la urbe ella corría peligro?
Tal vez Coetzee decidió encerrar al padre en el baño porque ni siquiera por escrito se podría soportar la ignominia de esa visión.
¿Por qué se somete Lucy después?, esa es una de las preguntas, ¿por qué se sometían los negros siendo mayoría sin rechistar durante el apartheid?
Hay muchas formas de violar, os emplazo a que leáis las leyes que hasta 1992 prohibían a los negros tener casa en zonas destinadas a los blancos obligándoles a emigrar, leyes que permitían autobuses segregados, playas y hasta bancos de la calle, escuelas y hospitales para negros con inferioridad de recursos… os aseguro que no podréis terminar la lectura sin llorar de rabia. Pero es necesario que nos pongan el ejemplo tan gráfico de una mujer forzada por varios para que nuestra cerrazón desarrolle la capacidad de empatía, de indignación.
Esa pregunta sobre el sometimiento ni la historia ni la política saben responderla; al menos la literatura trata de ahondar y escarbar en los motivos y los sentimientos soterrados. Las leyes se pueden cambiar pero el corazón de las personas ha de estar preparado para dicho cambio, sin ser un albergue ocupado por los rencores. El corazón y la memoria de las personas deben estar dispuestos a perdonar una vez admitido el daño. Dicha amnistía es el esfuerzo y el regalo más heroico que se le puede hacer al futuro, pero la clemencia de la que estamos hablando incluye indultar salvajadas como la que les ocurre a Lucy y a su padre, y no es fácil. Lucy no puede evitar sentirse chivo expiatorio, justa por pecador, cabeza de turco, y lo asume. Tampoco es fácil resarcir ni diferenciar la justicia de la venganza, como ya he dicho en otras ocasiones en este mismo blog. Juntos, blancos y negros, habrían llegado lejos y no sólo Sudáfrica sería otra cosa, todo el continente sería distinto, un ejemplo de prosperidad, pero el legítimo resentimiento es pegajoso y se barre mal. Ahora han cambiado las tornas y esa frase suena horrible, pero para muchos por debajo late.
En este trozo de campo manda Petrus y ¿qué desea?: ser propietario, hectárea a hectárea, del continente y del contenido, ahora Lucy también le pertenece. En la ciudad te defiendes con tus armas, pero en el campo no te sirven por muy naturalista que sea Wordsworth. Si no sabes trabajar la tierra, si no has hecho simbiosis y en su lugar has creado dos bandos, mal asunto. “Si el campo puede emitir su veredicto sobre la ciudad también la ciudad puede enjuiciar al campo”, nos dice en la página 149.
En el viaje a Ciudad del Cabo, cuando va a postrarse de rodillas ante la madre de Melodie para ofrecerle su arrepentimiento sincero que nada tiene que ver con la humillación pública que el tribunal académico le exigía, vemos: “El campo va llegando a las puertas de la ciudad, pronto habrá ganado paciendo otra vez por el parque de Rondebosch, pronto la historia habrá trazado otra vez un círculo completo.”
Y antes refiriéndose al robo con violación leemos: “No es un robo normal y corriente, más bien fruto de un grupo organizado que entra limpia la casa y se retira cargado de bolsas, cajas, maletas. Botín de guerra, reparaciones. Un incidente más en la gran campaña de redistribución. ¿Quién llevará puestos en estos momentos sus zapatos?”.
Estos dos potentísimos pasajes son para mí el latido de la novela, y contienen todo el dolor y el quejido poético de lo que el gran premio nobel quiso decir.
He intentado caminar con sus zapatos por todas las páginas y me he hecho daño con los escollos y las piedras pero creo haber conseguido con ellos que Sudáfrica no me quede tan lejos y que todo el continente africano no me resulte tan difícil de entender, voy poco a poco y doy las gracias al Sr. Coetzee por el desgarrón y por toda la piel de las entrañas que se ha dejado para que mi duro oído se entere.
Un abrazo queridísimos amigos y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

"Juntos, nada más", de ANNA GAVALDA

Quinientas cuarenta y tres páginas de dos atacadas nocturnas. No pude parar de leer, creo que es el máximo elogio que se le puede hacer a un escritor. Me da lo mismo en qué categoría para la venta se coloque a esta autora, al parecer en su país, Francia, la sitúan en novela romántica –género a menudo menospreciado-. El desprecio como es muy altivo y se basta a sí mismo nunca se ha dignado a explicarme por qué el apartado romántico, de entrada, conlleva un significado mediocre ¿acaso lo es “El amor en los tiempos del cólera” de Gabriel García Márquez? Que yo sepa Don Gabriel nada más recibir su nobel dijo: “…ahora me voy a encerrar para escribir una novela de amor”, curiosamente la más querida por él. En nuestro país “Juntos nada más” la publicó Seix Barral, sobra destacar su prestigio como editorial y la ausencia de etiquetaje. Intentaré interpretar la explicación del señor desprecio aunque no se haya molestado nunca en dármela, creo que proviene del prejuicio y quiere decir cuando desdeña con la mano, levanta la ceja y cierra los ojos, displicente: “Ah, una novela para mujeres”.
Ya he comentado en este mismo blog otras veces que se trata de que la literatura sea de calidad, luego si en ella te cuentan la lista de la compra pero te la narran bien, y por forma y contenido te alcanzan los pliegues del alma, los más recónditos y resguardados, por algo será. Creo que la literatura funciona si se escribe sin trampas, si se tiene voz propia y estilo personal. Sí, porque una lista de la compra dice mucho: no es lo mismo echar en el carro garbanzos que angulas, aunque tengo entendido que combinan bien, y si la recomendación la hace un chef de renombre “por supuesto que combinan” dirá enfáticamente el “Señor Desprecio” y se comerá las angulas con garbanzos (no, no me equivoco de orden, lo he escrito así a propósito: angulas con garbanzos, no garbanzos con angulas, porque tampoco es lo mismo decir arroz con bogavante que bogavante con arroz, la semántica es lo que tiene, disculpad la ironía), pero a lo que iba, el “señor desprecio” se los zampará emitiendo grandes superlativos orgásmicos porque lo ha dicho el renombrado chef. Pues así es la vida. Si “El amor en los tiempos del cólera” hubiera sido publicada en la editorial Arlequín ¿qué?

Juntos nada más” es una novela preciosa con la que te ríes de pena y lloras de alegría, con cuyos personajes discutes porque son de verdad.
Cuando surgen fenómenos de estas características que saltan fronteras lo que hay que preguntarse es por qué, cuál es el resorte que han tocado. La ayuda entre “perdedores” que necesitan una salida, o al menos un cabo de cuerda o un flotador para intentar salvarse del naufragio justo cuando están a punto de rendirse y dejar de nadar está de actualidad, sí, de rabiosa actualidad. Y lo de que la unión hace la fuerza no es una frase manida, es real, y a veces esa fuerza se desencadena con una simple frase, “Quería invitarlo un día de estos a cenar al calor de la chimenea.” Sí. Una invitación a Philibert Marquet, el joven y anacrónico aristócrata venido a menos, despreciado por su linajuda familia, que vende postales en un museo conociendo la historia de todas ellas de primera mano, que tartamudea y por ello no se presenta al examen oral que le proporcionaría la licenciatura, que duda y se disculpa a cada instante, que no recuerda el código para entrar al portal de su casa y que sale en pijama para llevarle croquetas a un gato que oye pero que nunca ha visto. La autora le nombra caballero y le encomienda la misión de salvar de una muerte segura a la dama de la torre congelada que trasladada a nuestro tiempo es la buhardilla. Pero eso sucederá después de que Camille le invite a cenar frente a su nueva y flamante chimenea. Camille, la muchacha que lleva un jersey de cachemir bajo un andrajoso pijama, para anunciar y recordarse que tuvo un pasado en el que no fue feliz, la chica de 26 años que se explica a sí misma y expresa lo que ve y cómo lo ve a través del dibujo, su parapeto. La joven que sobrevive en quince metros cuadrados, que apenas come y que limpia oficinas de noche compra por flechazo una chimenea artificial que le cuesta el sueldo entero y desea inaugurarla y celebrarlo, pero cuando echa cuentas de a quién quiere invitar nadie es adecuado para entenderlo salvo ese descolocado vecino.
Philibert es el casero de Franck Lestafier, que trabaja como cocinero en un buen restaurante, tiene horarios durísimos y un solo día libre, el domingo. Ambos comparten desde hace tiempo un piso enorme y antiguo en el centro de París, decorado en el estilo art nouveau, del que pueden ser desalojados. Siendo antagónicos, en apariencia, han aprendido a convivir y a estimarse. Franck, mujeriego y supuestamente simple, irritable y algo hortera, e introvertido como un bote hermético, deslumbrado y acomplejado por la cultura y el espíritu libre de sus compañeros de piso, se bebe a las chicas de un sorbo como si fueran copas antes de irse a dormir y vive literalmente al galope, subido en su moto, para visitar a su abuela Paulette, lo único que le queda en el mundo. No ha tenido más remedio que llevarla a una residencia geriátrica y sufre en secreto infinitamente por ello.
Paulette que ocultaba los moratones de sus frecuentes caídas, que salía a su jardín cada día para arreglar su huerta y sus flores, para cuidar de su gato y esperar la visita de su nieto y la de la vecina, ahora vive sin salir de su cuarto y rumiando un remordimiento antiguo.
Es cierto que de inmediato sabemos que Camille y Franck van a enamorarse, pero no porque la autora lo haga previsible sino deseable que es muy distinto, su llegada a la casa va a marcar un nuevo punto de partida para todos ellos, incluida Paulette y ella misma. El lector lo que quiere ver es como caen las corazas de esos dos personajes y como sueltan el doloroso lastre que tan bien camuflado llevan desde la infancia, y como recuperan la confianza tan pisoteada y aprenden a convivir habiendo utilizado tantos recursos para aislarse.
No tenemos por qué ser espejos, compartirse no es identificarse, no es buscar necesariamente el parecido, a veces intentar hallar la similitud no es más que querer encontrar la prolongación de uno mismo, la semejanza está en otra parte más honda. Las mismas tendencias, los mismos gustos no tienen por qué hacerte afín. Hay una escena preciosa en la que Camille dibuja a Franck y con su talento logra como siempre plasmarlo no sólo por fuera. Franck le corresponde marcando un punto dentro de una espiral para retratarla, ella se ofende ante la elemental imagen del caracol, pero la exactitud es aplastante, más adelante a ese mismo garabato el cocinero le añadirá dos tímidos cuernecillos que intentan asomarse. Ambos se han tocado el corazón, quién ha dicho que no duela.
En mi opinión una persona se enamora cuando contempla y comprende el mundo del otro, cómo se proyecta hacia el exterior y cómo el exterior se introduce en ella, ahí es donde se ubica la ternura que es lo más serio que tenemos y nada tiene que ver con la gazmoñería, cuando eso ocurre se sabe, lo demás, lo que queda por hacer es ir venciendo miedos. Las horas de espera de Franck mirando el cuaderno de dibujos de Camille y la jornada entera que ella pasa en la cocina del restaurante para echar una mano son dos situaciones conmovedoras en las que la autora cuenta con la complicidad del lector para que ponga todo lo que se sugiere entre las líneas. Un buen escritor debe buscar las palabras que no dice con la misma precisión con que escoge las que sí pronuncia, con todas ellas creará las imágenes necesarias para que el lector vea y viva lo que ocurre ahí dentro.

Y ahora sí, me voy a poner a discutir con los personajes como dije al principio, con la escritora no me atrevo porque no sé cuantos préstamos personales les ha hecho.
La anorexia es un trastorno muy serio que no siempre se puede tratar con elegancia o desde el eufemismo, hay muchos lectores que la padecen y hay que decirles, alto y claro, que si no se apean de ese tren pidiendo ayuda pueden morirse. Es cierto que está presente en toda la novela y bien descrita desde el principio: Camille visita al médico y éste le pregunta “¿cuándo fue la última vez que tuvo la regla?”, pero lo está de forma latente, frases como “el placer de no comer”, “…de tanto escupirle al váter” -perdonad que no cite textualmente- “otra vez estás bebiendo”, o el olor agrio en el cuello cuando Philibert sube a rescatarla casi de la muerte, (así lo da a entender otro médico distinto al que el aparentemente estrambótico vecino llama en su auxilio), su frío constante, sus disimulos en la mesa, -los mariscos le encantan porque entre pelar, partir cortar o preparar para otros, pasa inadvertida…- sus picoteos en la habitación, galletas, caprichos…
Puedes explicar la anorexia como la protagonista lo hace situando el comienzo casi en la infancia y diciéndole al lector por qué pierde el apetito, pero también es obligado decir que muchas personas padecen los mismos problemas y no caen en esa actitud que se convierte en obsesión adictiva. No vale escudarse. Es evidente que hay anoréxicos manipuladores con ataques de ombligo y llenos de maldad, pero en contraposición también los hay profundamente buenos y generosos como Camille, tantos y tan variados como personas caminan por la vida con compulsiones o sin ellas. Es justo decir que la autora da las claves para la recuperación, Camille le pide ayuda a Franck aunque no nombre ni apellide lo que le ocurre ya que en todo momento se habla de delgadez.
La novela afirma en todas sus páginas que el cariño y el interés por los demás te saca de ese encierro, pero es necesario decir que ese trastorno distorsiona, ensimisma, enmascara y hace que se perciba mal la realidad, por ello, en esa maravillosa escena en la que la protagonista está lavando en la bañera a Paulette y la anciana se avergüenza de su cuerpo arrugado y la joven se desnuda frente a ella para igualarse y se produce no sólo el desnudo físico sino el anímico, he de poner una objeción: La abuela de Franck le dice “No estás delgada, eres fina.” Vamos a detenernos ahí, no quiero pasar por alto esa frase, la delgadez constitucional no tiene nada que ver con la delgadez anoréxica. Camille no es fina, tiene un problema y aunque se merezca el cumplido, la verdad es más beneficiosa.
Sé que el lector no es tonto y se da cuenta, y comprendo de sobra que a la protagonista lo que le conviene son los cuidados y no echarle el sermón, pero por si acaso alguien se despista lo subrayo aún a riesgo de etiquetar y de confundir porque la novela no va de eso aunque lo incluya. Estoy convencida de que Anna Gavalda, con mucha inteligencia huyó de estigmatizar, y queda bien reflejado en el siguiente inquilino que Camille recoge para que se recupere en la buhardilla de la que ella fue rescatada, si es toxicómano o tiene sida da igual, no es relevante pasa por un mal momento y alguien le extiende una mano. De eso es de lo que va.
Las pinceladas de los secundarios son tan eficaces como las que da Camille en sus cuadernos atrapando su visión de la existencia; con apenas unos trazos personajes como Ivonne -la vecina de Paulette-, la portera, el anciano del restaurante, las compañeras de trabajo… compone una exposición tan llena de luz que es digna del mismísimo Sorolla.
La segunda objeción tiene que ver con la confesión que Paulette le hace a la joven. Que se comprenda por qué no asistió a su marido en el infarto, y que éste se lo mereciera no significa que la negación de ayuda quede redimida. Pero bueno, echar de casa a una hija disparándole con una escopeta, al menos en literatura tiene sus consecuencias.
En cuanto a las madres, en este libro como en tantos otros, parece que son el contenedor de todos los males, y el trato casi siempre es desigual, la figura materna nunca es perdonada por los mismos abandonos, exactamente los mismos que hace la paterna, por alguna razón inconsciente o vete a saber si por complejos de Electra los hombres suelen ser redimidos. El padre de la protagonista parece tener bula a sus ojos y eso que se suicida, de la madre cuenta irónicamente, “mi mamá come pastillas” refiriéndose a varios intentos fallidos y reprochándole que le diga que si se ha quedado es por ella. Es verdad que tanto la madre de Camille como la de Franck son un desastre pero a lo mejor les habría hecho falta un poco de la misma ayuda que ellos reciben, y que conste que no me excluyo, en una de mis novelas aparece una huérfana que adora a su padre suicidado y echa pestes de la madre evadida. En cualquier caso los personajes tienen derecho a su memoria y a no negar lo que sienten, y el desvalido por supuesto siempre es el niño.
Perdonad el rizamiento de rizo, es deformación por la costumbre de buscar pautas para el debate en el club de lectura, al fin y al cabo los puntos de vista escogidos son los de los protagonistas principales, ya exploraremos en otros trabajos los de los otros personajes, a lo mejor a Anna Gavalda y a mí nos apetece.
El final es feliz, muy feliz de los de comieron perdices, y no cae del cielo, todos han luchado hasta la extenuación para obtenerlo, para reorientarse y trazar un camino nuevo y en él ocupar su lugar en el mundo. Me ha alegrado mucho conocer parte de la literatura de esta escritora que crea personajes tan entrañables que no olvidaré y que se afana por volver a colocar en su sitio la dignidad y por señalar con rotulador quiénes son y cómo son los desfavorecidos de este tiempo. Pero lo que más me ha estremecido es su forma de querer.
Un abrazo, hasta el próximo encuentro.
Pili Zori