"La voz de los extraños", de BEATRIZ OLIVENZA


¡Al fin! Tenemos entre las manos este tesoro de Beatriz Olivenza, el Premio Provincia de Guadalajara de Narrativa 2010, con una preciosa envoltura, además, que resume por sí misma toda la esencia de la novela: la fotografía en blanco y negro del perfil de una niña cuya mirada de inteligente asombro absorbe el mundo, es la de la propia autora en su afán de entregarse por completo ya desde la portada. Habría dado lo mismo que no fuera un retrato suyo porque la puerta de entrada a este libro es la infancia. Pero lo que no da igual -y eso sí hay que reseñarlo- es que la foto la realizó su padre, Luis Olivenza, y de dos figuras paternas en simbiosis o en traslado de karma trata este singular libro –en mi opinión subjetiva naturalmente, cada lector llegará a sus conclusiones personales con la novela- además de otras muchas esencias vitales que después intentaré desmenuzar sin destruir el misterio ni la magia universal e imperecedera de sus páginas. Así que el homenaje simbólico a su padre está abrazado y protegido entre el paréntesis de ambas fotos, la del comienzo como niña y la de la contraportada como mujer, una Beatriz Olivenza en ciernes y otra en plenitud, y en medio las líneas de estas 182 páginas que habría querido que los ojos de su padre leyeran pues entre ellas se esconde toda una vida de amor para él. Sus libros anteriores también son cofres de bellas tapas, pero intuyo que éste es más objeto de deseo que los demás por su vocación de ofrenda.
Que “La voz de los extraños” fuera descubierto aquí supone un orgullo para nuestra ciudad, de nuevo el premio da prestigio a la premiada y la premiada al premio. Así que tenerlo entre los dedos proporciona sensación de talismán.
Estoy impaciente por escuchar las experiencias de mis compañeras del club de lectura con la novela, pero antes y en solitario compartiré la mía aquí. El libro contiene las constantes de la escritora: la fascinación por la pintura y sus efectos en quienes la contemplan, el deseo de crear un espacio para los viajeros en tránsito, es decir, los “muertos”, los seres queridos que ya ¿no están?, los desvanes como lugares representativos del inconsciente, los juguetes como nexo entre el mundo de la infancia y el adulto y su enorme respeto por los niños y sus delicadas mentes.
En ningún otro libro he visto la ternura masculina tan bien tratada y descrita, el sentimiento paternal como un instinto tan potente como el materno. Intuyo que a la autora le gusta adentrarse en terrenos inexplorados para describirlos en su verdadera realidad arrancando la maleza de los tópicos: Nicolás, el soltero que respeta a su hermana como si fuera su esposa; que derrocha dulzura en el club de carretera y nunca escoge a las pálidas y delicadas bellezas del Este para no herir a las otras y olvidando que paga se deja elegir; el director de una funeraria que no lo parece porque la escritora despoja de morbosidades esos ambientes naturales que en realidad forman parte de la vida y de la muerte.
La novela es tan visual que de inmediato reconocería el cuadro inacabado que hay en la torre, el de las tres Alicias y lo más curioso es que me encanta y conmueve mirarlo porque lo tengo ante mis retinas ya para siempre, he visto todas sus veladuras, transparencias y colores, a la pequeña Ali camuflada entre el pelo de la madre o de la abuela –en esa multiplicación o desdoble- como si de un Dalí se tratase.
Pero lo que con más fuerza he sentido es la semejanza de su Alicia con la de Lewis Carroll y estoy segura de que a la autora ni se le ocurrió pensar en el paralelismo y es natural que lo haya  porque, como anunciaba en renglones anteriores, para mí tanto “La voz de los extraños” como “Alicia en el país de las maravillas” tiene mucho de viaje al inconsciente, de entrada y salida entre ambas realidades. Las dos Alicias atraviesan, una el espejo, y la otra recorre un laberinto interior de esa casa tan orgánica como un ser vivo en la que la torre bien podría representar la psique.
Ese tótum revolútum que se produce en el interior de Nicolás para que busque y encuentre, bajo la represión de su carácter contenido, su verdadera esencia, la pasión por crear, es una imagen extraordinaria tanto como la entrada en el país de las maravillas en el que casi todo va al revés, en el que el regreso a la infancia es lo correcto porque en ella se forjaron las aspiraciones verdaderas y los genuinos deseos, por ello que la niña sea la llave que abre esa compuerta es muy significativo como viaje purificador y terapéutico. Los niños siempre son recordatorios de lo que fuimos, de lo que quisimos ser y detonantes de lo que reprimimos y en esa explosión que nos provocan extraen de nosotros lo mejor que tenemos. Como ya dije en este mismo blog en el artículo que escribí sobre su libro “Los muertos los vivos” Beatriz Olivenza es profesora de lenguaje y literatura, Imagino que para ella es extraordinario tratar con la primera hornada, -la de los chiquillos que llegan desde el colegio al instituto- y estoy convencida de que lo hace con la generosidad y ese otro cariño que da la docencia y que no es ni materno ni paterno ni de abuela o abuelo sino el vínculo ancestral y poderoso que crea la transmisión del conocimiento.
Me alegro querida Beatriz de que esa loca de la casa que es la inspiración ande siempre poniendo patas arriba la torre de tu privilegiada e imaginativa cabeza. Será un honor volver a estar contigo el 4 de diciembre a las 7 de la tarde en la Sala Multiusos del Centro San José.

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P.D. Ayer miércoles comentamos juntas en el club “La voz de los extraños”, mis compañeras me produjeron una enorme sorpresa por la variedad de sus impresiones y no he podido resistirme a compartirlas aquí. Me alegró mucho que una de ellas también remitiera la novela a Alicia, la de Lewis Carrol, sin que lo hubiéramos hablado previamente y que lo hiciera con los mismos planteamientos oníricos y psicológicos y con la misma seriedad que requiere el tratamiento del trasfondo de los cuentos que siempre ponen de manifiesto bajo su fantasía nuestros anhelos y miedos. Otras criticaron a Nicolás, le consideraron un desaprensivo y le responsabilizaron del final de Alicia, hubo opiniones contrarias al respecto que valoraron su dulzura y el peso de su soledad: causa del vacío anímico que propició el encuentro justo en ese punto en el que la niña está comenzando el camino vital -con su mirada llena de preguntas y la acuciante necesidad de respuestas- y él ya se adentra en el tramo de la última etapa. También se señaló la orfandad de ambos.
El descubrimiento del retrato y de quien lo protagonizaba hizo especular sobre la relación entre abuela y yerno, de nuevo “lo que esconde el cuadro”, ese juego de Olivenza que es como un iceberg porque siempre alberga oculto bajo sus palabras algún secreto, como ella misma dice: “los cuadros cuentan historias” y está claro que le gustan mucho los enigmas que encierran. Otra de nosotras nos contó que había llamado por teléfono a un familiar que tiene una funeraria, para preguntarle por si ellos también se encontraban objetos en los féretros, le prestará el libro. Pasamos un rato agradable con las anécdotas de unas y otras a causa de las cosas que sus familiares quisieron llevarse consigo. En cualquier caso, basta con ir a un museo arqueológico para enumerar la cantidad de objetos con los que enterraban a sus muertos nuestros antepasados y comprender así la importancia que le damos al equipaje de partida. También se reflexionó mucho, sobre la manera correcta de comunicar a los niños una pérdida porque durante la infancia somos absolutamente literales y se puso en cuestión el mundo adulto y su injerencia en el mundillo infantil tan vulnerable por su fe incondicional en la palabra de sus mayores. Comentamos sobre la posible entrada del protagonista en la locura, hubo discrepancias al respecto… y así pasamos la tarde desgranando cada página y quedándonos con la intriga y a la espera de lo que la autora nos cuente.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.
Pili Zori

"LA JOVEN DE LA PERLA", película de Peter Webber


Elegí esta película para proyectarla en el club de cine porque me pareció que suscitaría un interesante debate sobre la esclavitud del talento cuando éste ha de verse sometido a los caprichos arbitrarios de un coleccionista patrón y no de un mecenas -al menos así quiso ver Tracy Chevalier en su novela “La joven de la perla” a Van Ruijven, el hombre que junto a su esposa llegó a poseer veinte cuadros del gran pintor del barroco holandés Johannes Wermer-. Si tenemos en cuenta que Wermer sólo dio vida a 36 cuadros, de inmediato deduciremos que la relación de dependencia o por el contrario de amistad o generoso patrocinio fue larga y grande con Ruijven. Pero estamos hablando en clave de ficción aunque ésta se ambiente con rigor extraordinario en una atmósfera real. El director Peter Webber decidió ser fiel a la novela y junto a la guionista Olivia Hetreed consiguió dar vida a lo soñado por Tracy Chevalier. Aunque el debate sobre la esclavitud del arte sólo fue una de mis razones para escoger este largometraje que en realidad cuenta como ningún otro la pasión por la pintura, la luz, el color, el aire… también me interesaba que hablásemos sobre el talento que no puede desarrollarse si anida en una criada con sensibilidad y capacidad para comprender y compartir dicha pasión. En un tiempo de lucha de clases y colisión de religiones las circunstancias colocan entre dos mundos a Griet. Entre el pintor y Griet se establece una compenetración que trasciende y ahonda más allá del deseo físico aunque se expresa con toda la potencia erótica de un torrente contenido, se tocan la piel del alma y la del pensamiento con la mirada, la respiración… llenan los silencios de elocuencia desbordada y ese lenguaje anímico se expande sin que ellos puedan contenerlo despertando en el olfato los celos de la esposa desbancada más allá del cuerpo –su infalible arma hasta entonces-. La hija alertada por instinto comienza a marcar el territorio y a considerarla una amenaza. Es impresionante el trabajo de Colin Firth y el de Scarlett Johansson: para mí  las escenas de deseo con ese difícil toque de contención a punto de explotar son un termómetro infalible, la prueba irrefutable y definitiva para que un actor sea grande o no, y me suele bastar con una escena, así que si añadimos que en este caso la tensión del enamoramiento oculto  e inconfesado ocupa toda la película, pues me descubro y si además consideramos que Scarlett Johansson apenas tenía diecisiete años y que permanece siempre en pantalla y llevando el peso durante todo el largometraje pues poco queda por añadir. Firth y Johansson hicieron simbiosis, eliminaron la diferencia de años, creo sinceramente que se produjo un milagro contagioso porque el resto del elenco giró bajo la luz que ellos desprendieron. La sensualidad silenciosa ardía latente: Wermer acariciando con el índice el círculo del objetivo de la cámara oscura, el calambre de las pieles de sus manos al rozarse como nubes en tormenta, la desnudez del cabello de cobre al desprenderse de la cofia, el traslado simbólico de la pérdida de la virginidad a ese lóbulo de marfil traspasado por el pendiente y sobre todo el deseo de entregarle el conocimiento, de hacerla aprendiz de su mundo.
Essie Davis, la actriz que encarnó a Catherin Bolnes, la esposa, bordó su papel de celosa posesiva y enardecida. Judi Parfitt estuvo superior en su interpretación de María Tin -la suegra de Wermeer, que valiéndose de que el matrimonio vivía en su casa no cedió ni un ápice de su  preponderancia-. Tom Wilkinson impecable en su papel del rijoso Ruijven, casi no le reconoces en su magnífica y camaleónica capacidad de transformación. La actuación de Alakina Mann, la hija que se enfrenta a Griet fue sorprendente, apabulla la fuerza que tuvo esa criatura frente al objetivo de la cámara, cómo supo transformar su rostro angelical en perverso con esa mirada fija y poderosa sin necesidad de mover una pestaña. Más que digna de mención Joanna Scanlan, la carnal y chismosa criada que pone al tanto de las costumbres de la casa a Griet con ese buen toque picaresco y rustico que quien no la haya visto en otros trabajos le aplica como propio. Cillyan Murphy  a pesar de que su papel es menor –en extensión, no en relevancia- está perfecto con esa mirada azul, siempre limpia sincera y convincente. Gabrielle Reidy y Chris McHallem como padres de Griet… en fin, todo el elenco tiene detrás mucha escuela y muchas tablas, incluso los más jóvenes pisan así de fuerte porque desde críos -que es cuando más esponjoso eres- fueron nutridos por los mejores. Para ilustrarlo basta con retroceder a 1998 y ver en “El hombre que susurraba a los caballos” a aquella cría que se comía la pantalla: Scarlett Johanson dirigida por Robert Redford. No se le puede pedir más al casting, ni a la dirección de actores ni a la artística ni a las ropas ni a la decoración de interiores, la recreación de exteriores… ni a la exhaustiva labor documental.
Peter Webber
Pero la razón de más peso por la que quise que viéramos juntos esta película es por cuatro de las artes principales que conjuga: pintura, literatura, cine y fotografía.
La fotografía nunca pasa inadvertida pero en esta ocasión se podría decir que en manos de Eduardo Serra adquiere el máximo protagonismo porque además Serra se licenció en la Sorbona en historia del arte y ese poso probablemente enriqueció mucho más su mirada. La película es un Wermeer en sí misma y como una matrioska contiene todos los cuadros que el artista pintó, ¡si Wermeer pudiera ver sus lienzos en movimiento! Porque eso es lo que hizo Eduardo Serra: sacarlos de la quietud, ya veis que no digo darles el soplo de la vida porque ya la tenían.
En cuanto a Peeter Webber, el director de esta belleza, decir que “La joven de la perla” fue su debut en el largometraje que nos haría abrir la boca y llenarla de exclamaciones, pero a menudo las operas primas se sustentan en un largo y arduo trabajo. Peter Webber se licenció en la universidad como productor de cine, ya entonces realizó un cortometraje muy destacable titulado “El hombre Zebra”; a este le siguieron documentales y series de gran prestigio en el Reino Unido tales como “Wagner de la A a la Z” para la BBC, “La tentación de Franz Schubert”, “Underground”, “Sólo hombres”, “Las mujeres de Stretford”…  Una primera película a menudo no es más que el resultado de haber alcanzado el poder adquisitivo y la libertad para financiar el tiempo que requiere un rodaje y el equipo que necesita. Por ello insisto en que este film sólo es la punta del volcán, en el magma interior se encuentran capas y capas de sedimentos como ese pentimento de la silla que Griet retira de la escena, expertos de la actualidad han podido comprobar con rayos equis el cambio de idea del pintor, la silla de ese cuadro existió en un principio.
Wermeer retrató mujeres hermosas desempeñando tareas cotidianas, pintó paisajes urbanos probablemente por encargo ya que estaban mejor pagados, se sirvió de la cámara oscura para obtener mejores perspectivas desde lo alto, y elaboró también alguna obra religiosa de gran tamaño. Sabemos poco de su vida, de quienes fueron sus tutores, se especula sobre ellos, tenemos el dato de que era protestante y se casó con una católica, pero no se conoce a ciencia cierta si se convirtió al catolicismo para desposarse en un tiempo conflictivo entre religiones, hemos leído que la familia de su esposa era más adinerada que la suya, que Wermeer engendró 14 hijos, algunos no superaron la infancia, que perteneció al gremio de San Lucas dato que nos desvela su maestría porque para acceder se requerían como mínimo seis años de aprendizaje con un pintor de prestigio, lo que hoy entenderíamos por licenciarse en una carrera, han escrito que después fue decano en dicho gremio, cargo de gran predicamento y deducimos que sin duda compaginó su oficio con otros, como experto en arte o como ayudante del negocio de su madre en el mercado porque, por muy cotizada que estuviera su pintura, 36 cuadros no dan para vivir ni para alimentar tantas bocas, dicen que murió arruinado por causa de la guerra, y que su esposa malvendió sus cuadros y renunció a su herencia que fue absorbida por las arcas de sus acreedores, pero de todo ello os dará sendas explicaciones el propio y generoso internet, de lo que no os hablará es de que vivió en la época barroca, pero no creó como un barroco y su pintura fue intemporal e intimista y supo atrapar el interior de las personas, quien contempla su obra escucha lo que piensa el retratado, nadie te puede explicar lo que cada cual experimenta al adentrarse en el cuadro de La joven de la perla cuando nos observa desde ese fondo oscuro y caravaggiano, el enigma de la mirada de la Mona Lisa holandesa, de la Gioconda del norte seguirá inspirando a poetas, cineastas y artistas de toda época por los siglos de los siglos amén, porque las musas nunca mueren.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

Fotomontaje del cuadro original y de la actriz compuesto por Luis Fernando Delgado.

"LA BODA DEL MONZÓN", película de Mira Nair


El martes pasado proyectamos en el club de cine “La boda del monzón” de la cineasta Mira Nair; quería que viésemos esta película porque me parece un lujo impagable que los propios artistas que pertenecen a dos culturas nos sirvan de guía y nos extiendan un puente para entenderlas, ellos mejor que nadie y con más derecho pueden mostrarnos su idiosincrasia haciendo que la comprendamos porque además conocen la nuestra. Expresarlo así tal vez resulte generalizar demasiado, puesto que el mapamundi por fortuna está lleno de matices, pero como dijo una compañera en el coloquio los sentimientos esenciales son los mismos aunque las costumbres sean distintas.
Mira Nair comenzó a estudiar en Nueva Delhi sociología e interpretación al mismo tiempo, -como intérprete fue una actriz comprometida con el teatro de calle al que le dedicó tres años- pero se licenció más tarde como socióloga en la Universidad de Harvard tras haber obtenido una beca y además se graduó en Imagen y sonido y más adelante compaginó su profesión de cineasta con la docencia en la Universidad de Columbia en Nueva York, -como veis ha hecho un buen uso del tiempo que le fue regalado para su vida-. Parte del dinero obtenido con sus primeros premios cinematográficos lo usó para crear en India centros que protegen a los niños de la calle. Actualmente vive en Sudáfrica y allí también ha propiciado una fundación que potencia a nuevos talentos del cine.
Su padre ejercía como funcionario público en Delhi y su madre como trabajadora social, en esta ocasión sí destaco estos detalles porque la película está dedicada a su familia y no es difícil comprender hasta qué punto el proyecto de este largometraje era un legado importante para ella. Cuidó con sumo esmero lo que quería decir con las imágenes y también con los diálogos no sólo sobre su gente sino sobre sí misma entre su gente aunque hoy su mirada y los suyos abarquen entornos más amplios e internacionales, hablo de su lugar de origen, de su crianza, de su infancia que según dicen siempre es la patria del corazón, los cimientos de los que partimos para bien o para mal… y hago hincapié en ello porque algún crítico español tildó a la película de folklórica y colorista sin más. Entiendo que un crítico pueda dar su opinión y manifestar sus primeras impresiones, pero eso ya lo hacemos los espectadores, de ellos, de los profesionales del análisis, se espera que rasquen un poco más. También se dijo en su día que “La boda del monzón” era un producto realizado para que gustase en occidente, una especie de postal turística. No sé, en cualquier caso creo que es bueno mostrar de forma hermosa y presentable tu mundo al visitante, al forastero, al amigo de otro país… sin omitir por ello cualidades o defectos pero haciéndolo con el cariño y la sinceridad propios de quien ama a los suyos, al fin y al cabo estás dando lo que tienes. Tanto quiso entregarnos Mira Nair en el breve espacio de una película que un compañero del club hasta lo consideró trepidante y condensado en exceso. Dicha condensación yo la vi como una mesa repleta de manjares preparados para ver cuál acierta con tus gustos sin perder por ello la armonía de conjunto, y  agradecí el agasajo.
Nosotros nos sentimos invitados a esa boda, tuvimos la sensación de haber viajado hasta Delhi para asistir, con el privilegio añadido de que la directora nos permitiera compartir la intimidad de los protagonistas y de todas las historias que en ella se entrecruzaron, la pena fue que no pudimos probar los bonitos alimentos que se sirvieron y lo digo porque no eran de atrezzo precisamente: Mira Nair prefirió utilizar el presupuesto para pagar a los actores y al equipo -no me entretuve en contarlos pero al parecer rondaron los sesenta- así que el catering y las delicias que aparecen en la película los cocinó la madre de Mira Nair según tengo entendido, y todos los familiares de la cineasta aportaron además, muebles, ajuares, saris… llenando la pantalla de autenticidad y belleza, pocas películas he visto en las que mujeres de toda edad estén tan preciosas.
Para una socióloga que además hace cine, que de algún modo ha encontrado en él la herramienta para canalizar y aplicar su aprendizaje y para darle utilidad, una boda es una excusa perfecta para explicar al espectador todos los estamentos, los distintos status sociales representados por los familiares, el sentimiento de clan a pesar de la diáspora (como en muchos países hoy emergentes los talentos nacidos en India tuvieron que emigrar para poder desarrollarse fuera, pero mantuvieron el corazón en el lugar de origen y de algún modo albergaron la necesidad solidaria de revertir, de devolver a su tierra los conocimientos adquiridos en el “extranjero” -aunque ya se sientan pertenecientes y formen parte del nuevo país de acogida- y una vez creado el puente del que hablaba al principio también es lógico que quieran entregar los obsequios de ambos lados en ese camino de ida y vuelta). Creo que el mundo es mejor si alguien nos lo presenta, nos ayuda a conocernos para poder entablar relaciones, y si lo hace un artista el enriquecimiento es mayor. Así que para mí esta embajada de Mira Nair ha sido tan eficaz que ha conseguido llegar hasta nuestra pequeña sala de cine compartido en el centro social de Ibercaja de mi ciudad.
La película de una manera fluida y sutil nos muestra las jerarquías de trabajo a través de P.K. Dubai, el encargado de eventos, y sus empleados y no omite algún que otro detalle picaresco envuelto en hipocresía. Sólo con las imágenes el espectador comprende que hay una convivencia de religiones –Alice, la empleada del hogar, lleva un crucifijo colgado del cuello- uno de los invitados critica la ostentación de los punjabi, la interlocutora le devuelve como réplica la vanidad de los suyos… Ya en el comienzo vemos en un plató de televisión un debate que subraya el contraste entre oriente y occidente y a su vez observamos cómo se conjugan tradiciones y modernidad (entendiendo quizá peligrosamente por modernidad lo occidental, resultado de la ya inevitable colonización cultural, sin pararnos a pensar que un país se podría modernizar por sí mismo partiendo de sus propias características). Pero Mira Nair nos lo explica mejor con el lenguaje visual: contemplamos a Ria y a Aditi  dormidas; en el lecho de Ria descansa un libro de Tagore, en el de Aditi un ejemplar de la revista Cosmopolitan. La madre, Pimmi Verma, fuma en el baño; Aditi toma café en vez de té… La boda es costosa y el espectador ve como a pesar de que los Verma son acomodados, Lalit, el padre, ha de pedir prestado a sus amigos del golf para financiarla mientras disputan una partida... y así, fotograma a fotograma, Mira Nair nos va mostrando una trama en la que la atmósfera y ambientación adquieren tanta relevancia como los hechos que van aconteciendo, porque toda esa tela de fondo nos entrega información fundamental y a menudo no se distingue lo que en verdad está en primer plano, y el público se pregunta entonces si serán los propios actores la excusa para mostrar y sostener a la verdadera protagonista: la forma de vida de la India y sus contrastes.
A pesar de que es una boda concertada, los novios tendrán que salvar el escollo de sus pasados anteriores: hasta el mismo día del compromiso Aditi estará citándose con su amante, un hombre casado sin intención de divorciarse; el modo que los jóvenes tienen de resolverlo es muy interesante si no nos olvidamos de que la película se ciñe a las bases de una comedia romántica en la que los conflictos siempre se resuelven con final feliz, lo cual no quiere decir que los planteamientos que contiene dicha comedia no alcancen toda la profundidad dramática requerida.
En esta película la directora ha concedido un gran peso a las mujeres, observamos cómo Pimmi Verma, la madre de la novia, concilia, sujeta, lleva la iniciativa en la cama, consuela y conjuga su rol en la familia con sus necesidades individuales. Ria, el personaje de más peso, la que guarda el secreto latente que mantiene la intriga del film, desea desarrollar su vocación de escritora en América. Aditi a pesar de las ventajas que tendría al silenciar a su vez su propio secreto -sus relaciones clandestinas que sólo comparte con Ria-  prefiere sin embargo comenzar de cero con su prometido confesándole abiertamente su pasado sin omitir detalle, en esas escenas se establece la diferencia generacional con respecto a cómo habrían reaccionado sus padres ante una circunstancia parecida, porque él, una vez asimilado el malestar y mostrada la comprensión,  le pide que sea ella quien decida si van a seguir adelante. De nuevo tenemos una adaptación que conjuga actualidad con tradiciones y un traspaso de batuta a la mujer.
Alice, la criada, y P.K. Dubey, el empresario de eventos, son los personajes que aportan la ternura y la distensión; algún crítico cinematográfico dijo que parecían extraídos del cine mudo. Tuve la misma impresión en su sentido más elogioso, a pesar de que el personaje de P.K. Dubey, en mi opinión, quizá se muestre algo histriónico para favorecer la comicidad, pero el resultado fue bueno. Cuando compartes cine, la sala a oscuras se convierte en un termómetro; las sonrisas, risas, exclamaciones, murmullos, movimientos y roces en el sillón son buenos indicadores de cómo está funcionando y la declaración de amor de P.K. Dubey, rodillas en tierra con el corazón de caléndulas entre las manos e iluminado por las velas frente a la cocina, conmovió, al igual que su boda paralela tras la petición, que resultó entrañable aunque rozase una inocencia casi pueril, y la integración final en el baile con toda la familia también fue muy celebrada en el patio de butacas, si esa escena no fuera reflejo de una realidad india al menos sí es un deseo real que la directora sugiere como posible empalideciendo así las reminiscencias y lastres del sentimiento de casta que aún pueda estar arraigado a pesar de que su constitución prohíbe desde hace tiempo esa forma de clasificar a los seres humanos y a sus familias.
Y llegamos a la parte álgida: en medio de los preparativos y a punto de celebrarse el enlace hace explosión el secreto de Ría que involucra a Tej Puri -el cabeza del clan, el máximo protector de la familia- y pone todo el acontecimiento y la estructura jerárquica patas arriba.
De ahí partió nuestro debate en el club de cine: de nuevo optar por lo correcto aún en las circunstancias más adversas, desenmascarar y no encubrir, aún sintiéndote en deuda, aún poniendo en cuestión el prestigio, aún con toda la presión social del momento. La película muestra que se puede hacer lo justo, lo apropiado incluso en la India y en cualquier parte si antepones lo que importa, para que no sólo en el cine ganen los que han de ganar, los inocentes, los abusados, las víctimas. La escena del desprendimiento del turbante y la humillación que conlleva impacta tanto como la imagen equivalente y occidental de un arranque de galones o condecoraciones inmerecidas. La intención de la directora estaba servida. Confieso que por un momento el conflicto de la película, el meollo del argumento, me pareció una elección fácil, manida, muy americana, -en las series se usa en exceso para dramatizar- pero enseguida llegué a la conclusión de que es precisamente en esta película y en su planteamiento donde mejor encaja el detonante, la directora supo tratarlo con la delicadeza y equilibrio suficientes para que fuese el núcleo pero no enturbiase todo lo demás que también quiso decir. El rostro de Ria cuando al fin es liberado de sus sombras y zozobras se convierte en una fuente de luz y de alegría. El trabajo contenido de esta actriz es extraordinario.
Es una película hermosa, llena de majestuosos ropajes, de contagiosa música. Creo que realizarla con aspecto de documental fue un gran acierto, los recorridos por Dheli, las bulliciosas calles con sus puestos y sus tiendas variopintas, la luz natural reflejando el día o la noche, la vista panorámica desde la terraza de la casa de P.K. Dubei… todo el retrato, todas las imágenes son impagables. La cámara al hombro incrementa la sensación de verdad y subraya la atmósfera caótica en apariencia de la India tan superpoblada y a la vez tan tolerante. La sensación purificadora de la lluvia nos empapó a todos.
La boda del monzón” obtuvo el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia, el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa y fue nominada a los Bafta: me parecen avales suficientes para no tildarla de folklore barato.
Sus protagonistas fueron: Naseeruddin Shah, Lillete Dubey, Shefali Shetty, Vijay Raaz, Tilotama Shome, Vasundara Das, Parvin Davas, Kulbhushan Kharbanda, Kamini Khanna, Rajat Kapoor, Nea Dubey, Kemaya Kidwai…; guión de Sabrina Dhawan, música de Michael Danna y Sukhnindewr Singn, fotografía de Declan Quinn.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

"Las ciegas hormigas", de RAMIRO PINILLA


En el club de literatura hemos terminado “Las ciegas hormigas” de Ramiro Pinilla. Ha gustado muchísimo con excepción de dos compañeras y yo misma. No tengo por costumbre hacer reseñas negativas ya que siento un gran respeto por el oficio de escribir y por sus autores, lo que me gusta lo reseño y lo que no, pues no lo reflejo, al fin y al cabo no me dedico a la crítica literaria, sólo expreso en este rincón mis impresiones enriquecidas a menudo por las de mi familia y mis amigas del club de literatura, comparto una pasión sin más, pero en este caso haré una excepción amparándome en que mi mala experiencia con el libro jamás podría dañar el prestigio que como maestro de las letras españolas tiene Ramiro Pinilla. Imagino que todo cuanto voy a decir es más sentimiento que argumento y que probablemente haya proyectado en la novela cosas que nada tienen que ver con ella. Así que os haré partícipes de mis pensamientos en voz alta de forma honesta, dando pie a vuestra discrepancia conmigo, o provocando las ganas de leerla para que coincidáis o me llevéis la contraria con razones de peso tan interesantes como las que opusieron a las mías en el club.
De entrada no pude abstraerme de que la voz del narrador omnisciente estuviera metida en primera persona en las demás voces, pensé que o bien debería haber utilizado la tercera en toda la novela o bien la de Ismael que habla ya desde la distancia en el tiempo recordando y en pasado y en ese caso sí tiene sentido que su lenguaje haya evolucionado. Con respecto a los demás personajes, si estamos escuchando sus pensamientos, estos tendrían que pertenecer a sus formas personales de expresarlos y parecer pensamientos o monólogos interiores y no las explicaciones en voz alta -parecidas a las que se le hacían al espectador en un aparte en las esquinas del escenario de un teatro- recurso anacrónico incluso en el tiempo en el que este libro fue escrito. Si piensas para ti el lector sobreentiende, no te explicas a ti mismo lo que ya sabes sólo para que lo oiga el lector y si el autor quería dar voz a cada uno de los personajes pues tendrían que expresarse ellos con sus propias palabras y haciendo que todos hablen de la misma manera no lo consigue, así que no pude abstraerme de esa rara sensación de estar oyendo la maravillosa voz de un cantante metida dentro de otra melodía también extraordinaria, de otra canción distinta, y esa distorsión me ha desafinado por completo la magnífica sinfonía.
Por otra parte una vez leída, me desconcertó que la novela tuviese una dedicatoria con intención de homenaje porque en todo momento yo la estaba interpretando como un retrato familiar y social bastante lejano a la alabanza; es más, creí que el propósito del autor era mostrar las luces y las sombras de los personajes que la habitan, representantes de un tiempo de nuestra historia bastante oscuro por cierto, tanto como la ceguera, el carbón o el caparazón de esas hormigas cuyo destino es el trabajo como fin en sí mismo: soportar y llevar la carga, transportarla, vivir permanentemente en acción, trabajar hasta el agotamiento para no pensar, porque si paras, si tienes tiempo de reflexionar, tendrás consciencia de tu miseria, de tus desgracias. Me pareció que el pesimismo de la mirada del autor hacia el mundo había sido buscado a propósito, que Ramiro Pinilla había despojado de toda esperanza de rebelión a los personajes, aunque estos encontrasen su parcela de libertad en el hecho de hacer el trabajo, lo que se consigue con las propias manos, ese espacio acotado en el que tienes un mínimo de elección en tu modo de desarrollar dicha labor. Te rebelas si crees que puedes cambiar algo, si no lo crees aceptas el destino que te ha tocado pero no que hasta el fruto de esa aceptación quieran arrebatártelo.
Bien, hasta ahí pensé que era la denuncia de una época, el canto de quien puede dar voz a los que no la tuvieron porque emplearon toda su vida en sobrevivir y su única dignidad era el trabajo. El carbón desparramado por la colisión de un barco no es de nadie, por tanto no hay que devolverlo ni la ley tiene derecho a quitártelo si lo has recuperado para ti cuando ya estaba perdido y para hacerlo te has buscado los medios necesarios sin hacer daño a los demás, ese podría ser un atisbo de rebeldía y de respeto hacia las leyes naturales que se contraponen a las opresivas e impuestas por el Estado. En la novela finalmente no hay nada a lo que aferrarse, hasta la fe de Josefa se tambalea y esa pérdida además de la del hijo la sitúa al borde de la clase de locura que surge tras la desesperación, tras las preguntas de ¿entonces?, ¿para qué y por qué? Poner en duda la existencia de Dios o aceptar sus designios interpretándolos como enfado, como castigo, sin comprender su falta de apoyo finalmente la trastorna porque la confesión que suplica ni le devuelve al hijo ni la redime de esa culpa indefinida por permitir, por no haber protegido. No hay ilusiones a las que agarrarse dentro de esas páginas, desde el principio sabes en qué va a acabar la “epopeya” del carbón en esa noche aciaga.
Es cierto que es inherente al ser humano seguir adelante incluso en las peores circunstancias y puede que en ello radique cierta clase de heroicidad aunque le reste fuerza que no hay otra opción. Es cierto que la novela es impresionante en la hondura que alcanzan sus reflexiones, en las descripciones, tan visibles, -no me extraña que la llevaran al cine- en toda su trama que mantiene la intriga hasta el final, puedes ver con perfecta nitidez la noche que parece eterna porque nunca se acaba, te empapas con ellos, hueles la lana mojada. Hay escenas que incluso te hacen girar la cara para no mirar, las más brutales para mí son la del hijo muerto recibiendo en el rostro los golpes de las rocas al ser izado y escondido entre el carbón, sepultado bajo él; otra la de los bueyes anclados en el fango sin poder tirar de la avarienta carga, la de la niña dando el pecho a los gatos, la de Berta y su necesidad obsesiva y primigenia de concebir aunque sea abusando de un muchacho limitado. Pedro y su destrucción alcohólica, esa debilidad que desencadena la desgracia… Ramiro Pinilla en mi opinión no salva a nadie, el carbón se come el deseo enamorado al que se tiene derecho, el carbón engulle la escopeta, el único lujo de la casa convertido en trueque para salvar lo insalvable, la ternura de una niña ignorada que no entiende la muerte ni el hecho de matar y ha de asumir ambos conceptos comparando sus actos con los de los adultos ella dará con su llanto y con sus gritos por la gata por, su hermano y por las crías la dimensión exacta a lo que ha ocurrido…
Y ahora viene mi parte y el debate interior que me ha traído de cabeza. Vale, es la descripción de una familia concreta, pero no todas las familias de ese tiempo y en esas mismas circunstancias eran así, y no se trata de que yo no haya pasado calamidades, tampoco quienes defienden ciertas actitudes de los personajes de la novela las han pasado, pero sí sé que en peores momentos incluso de hambre -y el hambre te puede volver fiera- ha habido gente que ha actuado de otra manera.
A mí, Sabas, me cae como un tiro, y si fuera vasca no querría ser representada por él, no creo que haya que confundir determinación con tozudez, imprudencia con liderazgo, imposición con criterio, que le ponga el ojo a Josefa encima y a partir de ahí decida su destino sin contar con ella me enerva, y no me vale escuchar que eran otros tiempos porque en todo tiempo ha habido gente afectuosa sin dejar de ser por ello rústica y bragada aún teniendo poco que llevarse a la boca. ¿Y ella…?, Josefa, siguiéndole como si fuera una condenada, tampoco la entiendo, la hembra sumisa con el macho alfa, y no estoy hablando de sentimentalismos, que Sabas compre la vaca para ofrecerle un futuro me parece más bello que un ramo de rosas, pero que se lo diga a ver qué le parece y que escuche lo que ella opina sobre esa vida de dos que se multiplicará después para hacer una familia en la que ambos intervienen, y sí tengo derecho a decir y a comparar porque todos hemos tenido abuelos con sus historias de amor que contar y también con sus hambres y sus solidaridades, no es lo mismo compartir tortilla de patatas hoy que entonces.
A menudo se confunde la virilidad con otras cosas como el ordeno y mando, y se tiende a pensar que si no hay personas como Sabas el mundo deja de girar, y no es cierto, la fortaleza no siempre se genera en los testículos; yo abomino de aquel tiempo pero no por cobarde ni por pija acomodada, una cosa es comprender la época y su efecto en las personas y otra muy distinta justificarla. Un hijo muerto es un hijo muerto y se te desgarran las entrañas con su pérdida y no hay carbón que lo anteponga, y si ese mensaje no me lo entregan como embrutecimiento pues me hago un lío. Y entre pasar miseria o ser miserable también hay diferencia, la misma que entre ser ahorrador o ser roñoso.
Me gusta coincidir con mis compañeras, también ese rasgo es inherente al ser humano: la necesidad de pertenencia, sus argumentos fueron contundentes inteligentes y más sosegados que los míos, pero en esta ocasión no hemos concordado, tampoco me gusta que se me salga el temperamento como si fuera una ventosidad y a veces no sé poner distancia entre las lecturas y yo, y la vehemencia me nubla la vista, pero por alguna razón este libro me ha removido, ha resultado un revulsivo y desearía que esa hubiera sido la intención del autor: provocar en mí esa reacción, desearía haberle entendido y haber estado en sintonía con él porque para empezar me encantó que compartiera en el prólogo su mala experiencia editorial, y que lo gritara a los cuatro vientos, una experiencia que no le impidió seguir creyendo en la literatura y seguir luchando por ella, la propia y la de los demás jóvenes escritores que han recibido su impagable apoyo, y sobre todo desearía estar equivocada en lo que expuse anteriormente sobre las voces narrativas y que él me corrigiera diciéndome: quise hacer una renovación formal que no has captado.
En cualquier caso bienvenida sea siempre la controversia que suscita un libro porque de esa clase de conflictos nace la luz.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.
Pili Zori

"EN EL ESTANQUE DORADO", película de Mark Rydell


Hace algunos años me preguntaron mis hijas, al azar que en qué lugar del mundo me gustaría vivir si pudiera, y sin vacilación les respondí: “En el estanque dorado.” Me compraron el dvd para que viajase hasta allí siempre que quisiera, naturalmente no hablo del lago Squam de New Hampshire, el maravilloso paraje en el que fue rodada, hablo de entrar y salir de la película, algo parecido a lo que hacían los personajes de la “Rosa púrpura del Cairo” de Woody Allen, pero en otra clave.
El cine para mí, entre otras muchas cosas de las que luego hablaré, siempre ha sido cruzar al otro lado del espejo, algo así como manejarte en la cuarta o la quinta dimensión, qué feliz sería Lewis Carroll sabiendo que lo vaticinó y que hoy podemos ver a su Alicia detrás del cristal y en alta definición.
Sólo en esa dimensión, al otro lado del espejo pudieron hacer las paces Henry Fonda y su hija Jane, suplantados por sus personajes Norman Thayer y Chelsea, con la ayuda del mejor intermediario: el cineasta Mark Rydell a quien probablemente dio voz -en este caso y ocupando su lugar- la sublime Ethel, (Kathharine Hepburn) perfecta y ecuánime mediadora con quien a cualquier hombre le gustaría llegar hasta el final de sus días y sus noches.
Esa extraordinaria dualidad en la que el espectador contempla cómo ambas realidades entran y salen constantemente de la pantalla es algo absolutamente inusual que sólo se produjo en aquella ocasión multiplicando la potencia del film. Pocos meses después de su estreno moría Henry Fonda dejando al mundo como testigo de ese abrazo que padre e hija se dieron, el abrazo era de fuera aunque lo viéramos dentro. Quizá se trate de eso, de llegar al final sin dejar asuntos pendientes.
Lo que más admiro de Mark Rydell, este director que comenzó como actor, es la humildad de no situarse en medio, de diluirse como si no estuviese presente, no le notas… entregaría mi reino por ver como daba las pautas, sin manipular, dejando fluir a este poderoso cuarteto, imagino que lo hizo como un eficiente, afectuoso, elegante y discreto psicoterapeuta.
En la escena en la que Chelsea se aferra a Ethel, escondiendo la cabeza en su pecho y cogiéndole la ropa entre los puños para que no se aparte, hay algo tan desgarrador y hondo que aunque el espectador desconozca la raíz intuye que trasciende de la mera interpretación porque lo que está viendo es la desesperada necesidad real de que Katharine Hepburn-Ethel sea su madre y que siga siendo su madre a ambos lados de la pantalla.
Los Fonda tuvieron siempre muchas terapias pendientes, la esposa de Henry, madre de Jane y Peter Fonda se suicidó. Para suavizar la desgracia Henry les dijo a sus hijos que había muerto de un infarto, más adelante al enterarse de la verdad ambos hermanos la encajarían de forma traumática. Peter Fonda, el hermano de Jane –actor a su vez y padre de la actriz Bridget Fonda- también intentó quitarse la vida. Jane arrastró una bulimia perniciosa durante décadas, de ahí que el detalle de que en la película Norman llame gordita a Chelsea como cuando era niña adquiera un valor distinto. Aunque fuera del ambiente familiar -en la película- sea una mujer cuyos valores son reconocidos, alguien que pisa fuerte, sin embargo vive pendiente del pasado y de la aprobación del padre, con la sensación de que haga lo que haga nunca estará a la altura de sus expectativas. A causa de ese sentimiento no ha terminado de hacerse, de desarrollarse, de tener criterio propio para pensar por sí misma. La madre le insta a que camine del lado de la existencia y hacia el futuro y se olvide de responsabilizar al pasado y a su padre de sus inseguridades, le exige que tome sus riendas.
Imagino que ser hijo de actores tan estelares, produce un eclipse contra el que hay que luchar con uñas y dientes si quieres seguir la misma carrera. A Henry Fonda se le apodaba el actor de la toma única, porque a la primera se escuchaba al director exclamar ¡Buena!. Con más de 120 películas en su haber en cierta ocasión durante una entrevista le preguntaron a John Ford que qué era el cine para él, respondió de inmediato con otra pregunta: “¿Usted ha visto caminar a Henry Fonda?” pues eso es el cine. Peter Bogdanovich manifestó: “Cuando Henry Fonda dice algo lo crees”. Y yo añado, es cierto, tanto que los jurados populares todavía hoy tienen la tentación de emularle con la duda razonable tras haber visto su interpretación en “12 hombres sin piedad”.
En Hollywood tuvo gran predicamento. Si su imagen privada fue distinta, es una intimidad que le pertenece a la familia. El escritor John Steinbeck dijo que su rostro era un cuadro de opuestos en conflicto y el propio Henry Fonda afirmó: “Actuar, para mí, es como ponerme una máscara y cuando no interpreto mi mayor tragedia es no tener una máscara tras la que ocultarme”. También esa frase tiene enjundia, y de algún modo refleja un enorme sufrimiento almacenado y contenido.
No es mi intención poner como eje principal a Henry Fonda porque la película la sostiene el trío, el chiquillo de 13 años, (Doug Mackeon) hijo del dentista, -el nuevo amor de Chelsea- a quien dejan con Norman y Ethel durante un tiempo mientras la pareja realiza un viaje por Europa. Chelsea tanto en ausencia como en presencia compone el contrafuerte de sujeción que explica pasado y presente.
Esa relación iniciática de joven con mayor, de Billy con Norman y con Ethel nos da la clave de que hay puntos de encuentro entre todas las generaciones, al fin y al cabo caminamos juntos en el mismo espacio y en el mismo tiempo, y la vejez al igual que la adolescencia son umbrales en los que todo el mundo anda desorientado, se trata de hallar el respeto mutuo en la relación, que tiene que ver con la actitud y no con guardar las formas.
La película fue primero una obra de teatro que el propio autor Ernest Thomson adaptó para el cine; obtuvo un oscar por el trabajo, un honor si tenemos en cuenta que fue unido a otros dos: el de mejor actriz para Katharine Hepbrurn, la única de la historia del cine que consiguió cuatro y el de mejor actor para Henry Fonda, que ya había recibido el honorífico por toda una vida.
Marck Rydell nació en Nueva York en 1934, tiene una larga carrera que os invito investigar; entre su extensa e impecable filmografía se encuentran largometrajes como “La zorra”, “Permiso para amar hasta media noche”, “Harry y Walter van a Nueva York”, “La rosa” (otra de mis favoritas, en ella Bette Midler recrea la vida y muerte de la cantante de rock y blues Janis Joplin; fue nominada a los oscar por su impresionante actuación como actriz y cantante), “Cuando el río crece”, “Ayer hoy y siempre”, “Entre dos mujeres”… Todas sus películas son apuestas fuertes que indagan en los vericuetos y espirales interiores del alma y en todas ellas los actores brillan bajo la luz de su mirada. Rydell sabe iluminar la parte digna de la zona oscura extrayendo las grandezas que también hay en ella, por esa razón recalcaba al principio que este director comenzó como actor y obtuvo un gran reconocimiento en papeles como el del violento mafioso Marty Augustine en el largometraje de Robert Altman, o en “Hollywood Ending” película en la que hacía de agente del hipocondriaco Woody Allen, papel interpretado por el propio Allen… Tal vez por haber estado bajo las órdenes de otros cineastas y delante de la cámara sea un gran director de actores y es a ellos a quienes les da la prioridad.
Mark Rydell
Decía al comienzo que iba a hablar de lo que busco en el cine, creo que hay dos clases de películas: las que te sacan de ti mismo para evadirte, en ellas por empatía puedes realizar aventuras que jamás emprenderías… suelen estar muy bien realizadas, te distraen, te seducen, te atrapan, están bien documentadas, y sin duda podemos estar hablando de arte con mayúsculas en cuanto a imaginación, ingenio y espectacularidad, pero curiosamente no suelen dejar en mí ninguna huella. Y luego están las otras, las que van hacia dentro. No te proponen viajes fáciles, a menudo las pérdidas y la muerte están presentes, los dilemas, las encrucijadas, la toma de posiciones, las decisiones difíciles, los conflictos interpersonales, la soledad, las obsesiones y los miedos, también la superación de los mismos, la esperanza, el amor y la búsqueda de soluciones, de nuevas vías y salidas. Este tipo de cine suele sacudirte, te remueve y vapulea las entrañas, los principios… te pone el espejo en las narices para que te veas los granos de las pieles interiores, te provoca la catarsis y te trasforma. Esos son los largometrajes que me importan, los que me llenan, los que sí dejan huella en mí, los aplicables a la vida. En esas películas encuentro consuelo, no porque cubran una carencia, sino porque me consuela la certeza de saber que estoy conectando con otra intimidad que me explica lo que me ocurre, o lo que me podría pasar, y me regala la experiencia y me permite ensayarla y tenerla aprendida para cuando se presente y a su vez me abre hacia los otros y me enseña a comprenderles y a saber qué necesitan de mí y si soy capaz de dárselo en el momento oportuno y apropiado.
Cuando comencé el club de cine y proyectamos la película de Isabel CoixetMi vida sin mí”, una señora se salió de la sala, alegando que no podía verla porque su hijo había muerto hacía poco, me quedé muy compungida y, quizá por mi expresión, otra se apresuró a decir: “la película tiene más vida que muerte”, y otra expresó que le habría gustado verla antes de que muriera su marido porque habría tenido otra actitud ya que no pudo evitar llorar ante él a veces y añadió que había comprendido el punto de vista de él a través de la protagonista, que le había gustado mucho verla y que le había proporcionado sosiego. Creo que a Isabel Coixet le habría agradado escucharlo. Sobra explicar que no siempre encuentro lo que me remueve en el drama, muy a menudo lo que aprendo proviene de la comedia. No menosprecio el cine que entendemos por “comercial”, por “entretenido”, si es de calidad, si entrega arte: importa el envase, pero también el contenido.
Lo que sí sé es que la ciencia no lo explica todo, la historia tampoco ni la filosofía, ni la sociología… sin embargo el arte sí, porque se ocupa de la estructura emocional e indaga en los misterios y sobre todo bucea y saca afuera lo que atesora el interior y crea la mejor forma de exponerlo. El arte es un rastreador imparable de nuevos caminos y en ese afán termina encontrando las conexiones que le dan unidad al mundo y a los mecanismos que lo mueven.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.
Pili Zori

"CONFIDENCIAS", película de Luchino Visconti


Tenía ganas de compartir con mis compañeros del club de  cine “Confidencias” de Luchino Visconti, una de mis películas más queridas. Desde que la vi por vez primera me ha acompañado –han pasado casi cuatro décadas, y ha llovido, ya lo creo que ha llovido, doy fe de que me han caído unos cuantos chaparrones-. Siempre que vuelvo a contemplarla me sorprende tanto como aquella primera vez y me refrenda en las bases de muchas de mis creencias sociales, y ratifica mi amor enorme por Visconti con quien no me relacioné en persona -como es natural- pero sí tuve el lujo de conocerle por su obra imperecedera.
No sabía cómo iba a funcionar el film, porque el paso del tiempo podría haberle afectado alejándolo del espectador, pero la respuesta fue brillantísima, sentí un orgullo enorme por cada una de las frases con las que me sorprendieron mis nuevos compañeros y la delicadeza y cuidado con que supieron acoger la película, sazonándola incluso y enriqueciéndola con aportaciones técnicas, nuevos enfoques y miradas que añadieron más luz a la luz.
Confidencias” es una película especial que vino envuelta en la turbulencia del tiempo en el que fue filmada y se salió de la pantalla para trascenderse por todo lo que acontecía en Italia en ese momento, y por lo que le estaba ocurriendo a su vez al propio Visconti.
El largometraje se estrenó en 1974, Italia vivía sobresaltada por los terribles atentados terroristas infligidos en su mapa. El terrorismo no tiene signo, es terrorismo puro y duro sin más, pero para que se entienda mejor os diré que en teoría los crímenes provinieron de ambos extremos: por un lado de Ordine Nuovo, una organización neofascista, -también se habló en aquel tiempo de la implicación de la liga anticomunista-,  y por otro de las Brigadas Rojas. En 1970 ya hubo un intento de golpe de estado, Junio Valerio Borghese, oficial de marina condecorado, fundó la organización de extrema derecha Fronte Nazionale y tras la fallida tentativa se refugió en España.
Ante la desoladora tristeza de asistir a los entierros de jueces y de víctimas abatidas en trenes, manifestaciones y plazas, los dos hombres más representativos de Italia, Aldo Moro -perteneciente a la democracia cristiana y dos veces primer ministro- y Enrico Berlingüer -líder de la segunda fuerza mayoritaria: el partido comunista italiano- intentaron por todos los medios crear un gobierno de concentración llamado Solidaridad Nacional. Enrico Berlingüer presentaba su proyecto eurocomunista, dando así prioridad a la singular idiosincrasia de los italianos y al entendimiento entre personas, pero intereses subterráneos atribuidos entonces por un lado a la CIA (obsesionada por frenar la llegada al poder de los partidos marxistas en cualquier parte del mundo y empeñada en que no emergiera otro Salvador Allende) y por otro a la mafia y a su capacidad para comprar abogados y jueces, dieron como resultado el secuestro y posterior asesinato de Aldo Moro a manos de militantes o comandos de Las Brigadas Rojas. No sirvieron los ruegos de Pablo VI, durante el secuestro, ni el resto del clamor mundial, su cuerpo exánime apareció en un maletero, justo a mitad de camino entre ambas sedes, la de Democracia Cristiana y la del PCI, las sospechas soterradas sobre quienes estaban implicados en la trama llegaron a señalar incluso al futuro primer ministro Andreotti. Las largas sombras, todavía hoy, siguen ocultando los pormenores de aquella desgracia llena de extraños misterios.
Si Italia ha involucionado o evolucionado desde entonces será cuestión de enfoques, lo que tengo más claro cada día es que a las pobres gentes de a pie, entre las que me encuentro, no nos cabe en la comprensión la capacidad manipuladora de quienes mueven los hilos por los inframundos de Hades, es decir los infiernos de los que se venden al diablo y a sus malditos becerros de oro con armas. Nos resistimos a creer que nuestra capacidad de decisión esté de adorno, y es bueno resistirse, es nuestro deber y además no nos queda otro remedio, aunque no puedo evitar pensar, dadas las circunstancias, que las pobres gentes de a pie pintamos poco.
Decía en renglones anteriores que además de estar envuelta en esa atmósfera, “Confidencias” contiene muchos préstamos personales del propio Visconti: cuando la realizó se encontraba muy enfermo, acababa de sufrir una trombosis que le dejó paralizado el lado izquierdo de su cuerpo; una de sus guionistas, Suso Cecchi D’Amico y él, esperaban en una cafetería la llegada de dos productores cuando Luchino Visconti se derrumbó estrepitosamente en la silla. Tuvieron que enviarle a Suiza porque a diferencia del protagonista de la película al que tanto le gusta estar solo, en el hospital de Roma no cesaban las visitas, allí se sometió a un arduo y espartano tratamiento de ejercicios de rehabilitación que le devolvió bastante movilidad apoyado en sus muletas. No podía vivir sin trabajar y pidió a gritos a los médicos que se lo permitieran alegando que no tenía la más mínima intención de morirse en la cama de un hospital.
Acondicionó las caballerizas de uno de sus palacios (Luchino Visconti di Modrone era aristócrata como estaréis intuyendo ya quienes no lo supierais, Conde de Lonate Pozzolo, además de criador de caballos pura sangre, decorador, escenógrafo, director de teatro, de ópera, de cine…) y terminó en ellas el montaje de “Ludwig”. Le prepararon una obra de teatro de Harold Pinter que requería pocos actores y sencillez de escenario y la experiencia le sirvió para que en su interior se germinara “Confidencias”.
Lo conmovedor de la película es que aunque el espectador no conozca los pormenores de trastienda que estoy contando si capta sin embargo que en ella depositó su legado, ese testamento repleto de vida, que rezuma impaciencia por querer decir todo lo que no había dicho todavía, por querer darnos tanto como aún le faltaba por entregar; en ella condensa pensamientos, sentimientos, aclaraciones, desahogos, planes… tanto deseo de completar la obra, de pedir prórroga… Porque Visconti sabía que iba a morir pronto aunque no quisiera irse. Aún tuvo tiempo de dirigir, después de “Confidencias”, “El inocente” ya postrado en silla de ruedas. Pero en 1976 nos dejaba irremediablemente, y con él, -tal y como dijo su fiel director de fotografía Pascualino de Santis-  “desaparecía para siempre una forma de hacer cine que sólo él sabía realizar”.
Yo desconocía todo lo que le ocurrió la primera vez que en la sala Imperio vi esta película, pero sí recuerdo con perfecta nitidez lo que sentí: noté como su mano se salía de la pantalla y tomaba la mía para ayudarme a entrar y una vez dentro me susurró al oído para no molestar al impresionante elenco de protagonistas: Observa Pili, todo esto que ves es mío, pero quiero compartirlo contigo, y para que puedas tenerlo sólo se me ocurre mostrártelo, donártelo con mi cámara. Esa cámara que acariciaba con parsimonia, muebles, cuadros, lámparas, joyas, rostros, cuerpos, miradas, bocas.
Podría entrecomillar esas palabras que con certeza sentí como verdaderas y no estaría haciendo trampa, porque sé que me las dijo, igual que te las dice a ti.
Visconti filmaba en sus palacios, y si en una de sus películas aparecía un corsé era sin duda el que vistieron su abuela o su madre, si exigía un jarrón de cristal de murano y en su lugar le colocaban otro, desde lejos exclamaba, ¡os dije murano! Todo en su cine rezuma verdad.
No le dejaban en paz en aquel tiempo que tanta definición sectaria necesitaba. No encajaba entre los “suyos”: ¡un aristócrata con inquietudes sociales!, y entre los que quería estar tampoco, le miraban con lupa el color de los autores que escogía para adaptar. Le acusaron de decadente, contradictorio y sospechoso, ¡un humanista marxista!, ¡dónde se ha visto! Sin comprender que estaba devolviendo al pueblo todo su “caduco y decadente” mundo, del único modo en el que sabía hacerlo: con su cine, el arte más popular, el que llegaba hasta el último estrato social. Estaba dando acceso, abriendo sus puertas de par en par, pero al igual que la familia de “Confidencias” unos y otros entraron al asalto en sus intenciones, en sus interiores sin sensibilidad para apreciar siglos de historia, sin respeto.
La alta burguesía emparentada con poderosos capitalistas industriales, recibió a través de esta película sus justos bofetones, retrato fidedigno de nuevos ricos maleducados, sin principios pero con voracidad de horda para enredarse y asociarse con los sucios contubernios del mal que sólo responde a la avara acumulación de riqueza y borrachera del poder por el poder. Displicentes que crean leyes represivas para que las cumplan otros. Adocenadores de doble moral cuyas normas diseñadas por ellos mismos e impuestas con embudo no se aplican para sí abusando de bula y exención.
La película está llena de matices que dejan claro quién es quién y cómo piensa, siente y actúa y qué posición ocupa y a qué parcela social está representando. Hay que destapar los frascos para oler los contenidos, no vale con mirar las etiquetas si queremos tener criterio propio, como ya he dicho otras veces en este mismo blog, porque aunque los contenidos del frasco se llamen lo mismo y parezcan a simple vista del mismo color no siempre son lo mismo, ni huelen a lo mismo, ni saben a lo mismo.
El análisis que propone “Confidencias” parte de lo privado para llegar a lo público y consigue retratar a Italia y al mundo en sus esencias y de forma intemporal entre cuatro paredes. Cada uno de los protagonistas representa un estatus –reitero- y en los reproches mutuos vemos como los compartimentos estanco son inamovibles, nadie se mezcla, esa es la crítica de la que el propio Visconti no se excluye. Burt Lancaster, alter ego en este caso de Visconti, ocupa el espacio del intelectual, de hecho durante todo el metraje es nombrado como profesor, desconocemos su nombre.
El planteamiento de escoger entre los hombres o sus obras está latente en cada escena y en mi opinión, el profesor se flagela en exceso por la parte que le toca. Queda claro en la película que no se trata de encerrarse a mirar cuadros mientras la vida te exige implicación, y ese recordatorio y bronca los traslado a mí misma. Pero me duele que él, Visconti, se reflejara en el profesor pidiéndose cuentas sobre la responsabilidad del intelectual, y que hasta la muerte se estuviera haciendo reproches, porque no se dedicó a lo que hace el protagonista, no se quedó mirando naturalezas muertas desde una atalaya  ni se escondió en sótano alguno para coleccionar y limpiar lienzos (la figura del intelectual es necesaria y hoy más que nunca, aunque sólo sea para acallar a los charlistas de la tele que se creen la voz de su amo, aunque sólo sea para redefinir los códigos deontológicos y en esta película esa figura también recibe lo suyo, hay leña para todos).
Se pueden entregar muchas cosas en la vida a los demás, pero una de las más valiosas es el conocimiento y todavía es mayor regalo el arte, y él, Luchino Visconti, nos llenó el plato, aunque tuviéramos que desbrozarlo de las pavesas de envidia con las que salpicaron todas las mesas a las que nos invitó a cenar.
Debió sufrir mucho por la incomprensión de sus coetáneos, también por sus errores sentimentales, dicen que Helmut Berger se apresuró a vender todas sus cartas en cuanto murió. Si esa impudicia es cierta, ¡cómo me indigna!, porque entonces el paso por su vida, el caminar a su lado no le sirvió de nada.
Si miramos con detenimiento el personaje que interpreta Helmut Berger en “Confidencias” y vemos cómo el director lo salva, con qué ecuanimidad lo juzga incluso siendo un gigoló de doble vida que podría además estar metido en líos de drogas y juego, o ser un activista comprometido con ideales o un delator o un terrorista…; si observamos cómo en cualquiera de las circunstancias lo considera víctima de ambos mundos o submundos que presumen de estar juntos pero jamás revueltos, cómo entiende y justifica la fascinación que Conrad siente por la vida de los ricos -que pueden acceder a la cultura aunque sea para luego despreciarla sin haberla usado; si escuchamos que a ese mundo se le permite entrar por la puerta del dormitorio pero sólo si se comporta como un perrito faldero y no de pelea, que accede a esos espacios pero no puede aspirar a ellos porque le están vedados por falta de cuna y pedigrí; si Visconti nos lo presenta con su mejor imagen, diciéndonos que dicho ambiente lo prostituye y ni se le ocurre considerar que Conrad también haya elegido prostituirse, y en todo momento lo defiende como víctima o producto del capricho y del poder; si comprendemos que el director deja abierta a la dignidad cualquiera de las posibilidades y escucha su voz y admite sus denuncias y demandas y erige a Conrad en juez de los demás…; si además sabemos que la película guarda paralelismos entre el actor y su personaje y después de todo el delicadísimo trato nos enteramos de la venta de esa intimidad, ¡sus cartas!, algo privado entre los dos, pues el enfurecimiento que nos entra es enorme.
Pero las personas de corazón elegante a veces confunden juventud y descaro con belleza creyendo que son lo mismo.
Está muy bien que alguien nos diga, al igual que el profesor en la película, que moral y política deben de ir juntas, y que ser rico no equivale a ser distinguido.
No se debe sentir tanta culpa cuando tu único mal ha sido trabajar hasta la muerte para entregar siglos de historia de la que encima eres testigo directo. Pero me duele que al final el profesor se mire esas manos vacías, porque las de Visconti no lo estuvieron jamás.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro
Pili Zori

"MEJOR... IMPOSIBLE", película de James L. Brooks


El martes pasado vimos en el club de cine, “Mejor...imposible” de James L Brooks. A veces los temas se encadenan cosidos por ese hilo invisible que el guión de la vida sabrá por qué pespuntea en esa especie de predestinación suya cuyas claves nunca nos desvela. Lo cierto es que no escogí al mismo tiempo “El curioso incidente del perro a media noche” y “Mejor...imposible” para que fuera a continuación, ya me gustaría ser tan previsora, pero las dos obras se juntaron sin mi intervención como si se hablaran entre sí. El libro de Mark Haddon cayó en mis manos justo cuando llegaba el momento de escoger la primera lectura de esta nueva etapa en nuestro club de literatura. De algún modo involuntario y casi al dictado se me introdujo el interés por debatir sobre la relación con personas “diferentes” y especialmente sobre su integración social, creo que la elección de ambos artistas para explicarlo no podía ser más adecuada: Haddon, en clave de empatía extrema, consiguió introducirse en la mente y el corazón de una persona con síndrome de asperger, y James L. Brooks creando junto a Mark Andrus en clave de comedia a Melvin Udall, un escritor de éxito con un trastorno obsesivo compulsivo también.
En ambos casos los protagonistas consiguen salir de sí mismos por la fuerza del cariño, y no es un juego de palabras sino otro de esos pespuntes invisibles y mágicos que enlazan unas obras de arte con otras, porque “La fuerza del cariño” es una más de las inolvidables películas de James L Brooks, el creador de los Simpson.
Como ya he dicho otras veces el humor es el ascenso de un peldaño más, justo el que te proporciona la perspectiva adecuada para poder relativizar las vicisitudes y amarguras inevitables que contiene la vida, y quien es capaz de subirlo gana en sabiduría, comprensión y bondad, y ninguna de esas tres palabras es objetivo fácil de alcanzar si las medimos en su exacta magnitud. Intuyo que esos son precisamente los objetivos que James L Brooks se propuso en la vida, y a tenor de los resultados que obtiene es evidente que consiguió culminar esas tres cimas y brinda en sus cumbres con champán.
El cine de Brooks bucea y explora como un catéter en los miedos humanos, los pequeños y los grandes, y todos ellos surgen de las relaciones personales y afectivas. Este director sabe adentrarse en el meollo de la “resolución de conflictos” y espera a que reacciones, y es en ese preciso instante -cuando ya ha conseguido atenazarte la garganta y ponerte al borde de las lágrimas- en el que de pronto te arranca la carcajada, y esos cambios drásticos en tu ánimo sorprendido sólo los saben provocar los grandes como ya he dicho otras veces en este mismo blog.
Además no le vale cualquier cosa, no, Brooks ya que se pone se reta al máximo. La película al principio debería titularse “Peor imposible” porque paradójicamente a Melvin Udall, no hay por donde cogerlo: insociable, machista, homófobo, egocéntrico, xenófobo, obsesivo, maniático, boca chancla, cobardica… y sin embargo Brooks fuerza la maquinaria a propósito para escoger ese punto de partida: Nos va presentando al protagonista y sólo cuando llega al momento exacto en el que el espectador decide que el señor Udall es insalvable comienza a dar el giro, a evolucionarlo hasta llegar al “mejor imposible” y por tanto a la redención.
La generosidad de Brooks es enorme porque tiene la sutileza y la artimaña de mostrarnos, envuelta en celofán, la parte más dura y dramática del problema que de otro modo no nos molestaríamos en mirar, y así habiendo vencido nuestras defensas a base de hacernos reír nos demuestra que el miedo y el sufrimiento prolongados crean corazas opresivas que hacen daño y aprisionan. Los trastornos obsesivos compulsivos se están extendiendo como una plaga, y nadie está libre de padecerlos, además todos los que vamos de “normales” y equilibrados por la vida si fuésemos diagnosticados a saber lo que saldría.
Para enviar ese mansaje Brooks se documentó hasta en los detalles mínimos sobre las obsesiones, no eludió ni dulcificó, construyó a un personaje con muchos toques de asperger y su montón de manías y se empeñó en sacarlo de ahí, o al menos adaptarlo y lo que para otros sería imposible y utópico él lo volvió realidad y posible.
Con su película nos enseña a observar más detenidamente, a ahondar, y así, tras escuchar a Udall soltando improperios de amargado cascarrabias a diestro y siniestro caemos en la cuenta de que al pasear la vista por su casa estamos descubriendo unas cuantas contradicciones: en ella se ven cuadros de negros cuando en la escena anterior acaba de dejar perplejo con sus alusiones racistas a Frank Sachs (Cuba Gooding Jr) el marchante negro y pareja sentimental de su vecino el pintor Simon Bishop (Greg Kinnear); nada sale por azar en esta preciosa película que dulcemente va forzando a la tolerancia hasta al espectador más reacio. Prosiguiendo con el recorrido visual por ese salón en el que se prolonga su historia personal contemplamos el retrato de un escritor judío cuando momentos antes en el único bar al que acude, para espantar a una pareja que ocupaba la mesa que considera suya, ha proferido insultos y exabruptos antisemitas tan inesperados que han hecho que se levanten para huir despavoridos de la escandalosa boca y de su loca mirada. Así, poco a poco, vamos comprendiendo que su forma de zaherir es un recurso para buscar los puntos vulnerables de los demás, que tan sólo es un truco para salirse con la suya o quitarse a la gente de encima, pero que no siente lo que dice.
En fin, no voy a contar la película, sólo diré que es el film que más veces he visto en mi vida, jamás me canso de mirarlo fotograma a fotograma, también es el canto de un neoyorquino a su ciudad que de noche te hace elevar la vista para que te pierdas embelesado por su encendido collar de brillantes que pende de las antenas y cúpulas de sus rascacielos de espejo, y de día te sitúa la mirada a la altura de los ojos de tus semejantes y se convierte en barriada para que vivas en ella sin sentirte extranjero. Pero dentro de la balada “Mejor...imposible” también denuncia a gritos lo inhumano de la falta de seguridad social en un país de diferencias tan acusadas: si tienes dinero te salvas, si no podrías morir por un simple ataque de asma, o arruinarte porque te han asaltado y dado una paliza tan grande que te ha llevado al hospital y de la paliza sales, pero de la factura no te recuperarás jamás. Contrasta con mano maestra los barrios altos con los humildes sin caer en lo marginal, detallando hasta las necesidades de intimidad apenas salvadas por unas cortinas.
Tres protagonistas principales conducen esta maravilla: Melvin Udall interpretado por Jack Nicholson, es el personaje más entrañable, amado, rico y enriquecedor de toda su carrera; Carol Connelly representada por Helen Hunt, que entrega la réplica más brillante e ingeniosa que jamás le han dado a Nicholson en ese duelo de titanes en el que ambos sujetan el primer plano con tanta vehemencia que saltan chispas de ternura y de verdad, los diálogos, tanto los verbales como los callados, saturan la pantalla de ingenio,  Simon Bishop encarnado por Greg Kinnear que compuso su personaje tan bien medido, con tanta elegancia y tan lejos del arquetipo en el terreno de la comedia que casi sin pretenderlo constituye en sí mismo un homenaje para los gay digno de agradecer, naturalmente no es ese el rasgo principal de su papel, es en su pérdida y en ese viaje en el que rompe con su pasado y se reencuentra como artista y como persona donde alcanza la máxima dignidad.
Las características comunes del trío son la ingenuidad -esa inocencia que cada uno de ellos escuda y defiende como puede- la soledad en compañía, propia de las urbes que hierven como hormigueros llenos de extraños que no conversan, que se esquivan para no rozarse aunque vayan en el metro, y el desvalimiento que se encubre con estoicidad.
Y cinco “secundarios” tan poderosos como los contrafuertes de una catedral apoyan al trío. Sin ellos la estructura no se sostendría: Cuba Gooding Junior, Skeet Ulrich, Shirley Knight, Yeardley Smith y Lupe Ontiveros.
No se me había olvidado Verdell, le he dejado para el final a propósito porque es la estrella, y su misión la más importante, él marca el antes y el después, el punto de inflexión en Melvin. Gracias a su contacto bajará las defensas y emergerá a la superficie toda la parte afectiva que una vez abierta propiciará la implicación con los otros y por tanto el compromiso. Pero sería injusto omitir que al igual que a los protagonistas humanos, a Verdell, (Jill fuera de la pantalla), le ayudaron a brillar otros secundarios, cinco perritos de la misma raza –grifón de Bruxelas- llamados Timer, Sprout, Debbie, Billy, y Parfait, ellos también tuvieron dirección a cargo de la famosa adiestradora Matilda de Cagny, justo es decirlo.
Hay tantos detalles inolvidables, tantas escenas, tantos pasajes… que estaría hablando de la película días enteros, pero me conformaré con decir que tres soledades aparentemente inconjugables unidas terminan por derribar sus murallas y comerse el mundo.
Creo que “Mejor...imposible” es una obra maestra del cine que cerró con broche de oro la última década del siglo XX
La formación de James L Brooks, nacido el 9 de mayo de 1940 en Nueva Jersey, comenzó desde abajo y se forjó en televisión: como aprendiz en el telediario de la CBS siendo ayudante de documentales hasta llegar en 1969 a realizar la serie “Habitación 222”. Entre 1970 y 1977 junto al escritor Allen Burns produjo “El Sow de Mary Tyler Moore”. Ejecutó comedias como “Cheers” y “Taxi”, también fue guionista y productor de “Tres no hacen pareja”. En 1983, como os adelantaba en renglones anteriores, emprendió el largometraje “La fuerza del cariño” por el que obtuvo cinco oscar. En su larga carrera ha escrito y dirigido muchas más como “Aprendiendo a vivir”, “Los chicos de mi vida”, “Spanglish”, “¿Cómo sabes si…?” Pero como siempre os dejo a vosotros el placer de recopilar su biografía y su obra, hoy se trataba de compartir la experiencia de “Mejor...imposible” subrayando que lo más difícil de resolver en la vida si te lo expresan en clave de comedia lo comprendes y afrontas mejor. Si aún queda algún espectador que no la haya visto, que lo dudo, pues ¡venga!, ¿a qué esperas?
Un abrazo y hasta el próximo encuentro en el que habremos visto “Confidencias” de Luchino Visconti y leído “Las ciegas hormigas” de Ramiro Pinilla.

Pili Zori