"La elegancia del erizo", de MURIEL BARBERY


Mi experiencia con esta novela es curiosa, la primera vez la dejé a medias, tuve una sensación extraña de trampa. Me pareció que la autora caía en los mismos defectos elitistas y despectivos que criticaba con la única diferencia de que los cambiaba de clase social, queriendo decir algo así como “son ricos pero incultos” y de nuevo ante mí se presentaba el afán de sobresalir de algún modo y el uso de la cultura como arma arrojadiza, otra vez los deseos verticales: si luchas por odio al patrón en vez de por amor a la libertad, si lo haces por envidia y por deseo de ocupar su sitio de privilegio, cuando ganes el combate el poder sólo habrá cambiado de manos y todo seguirá igual como veíamos en Desgracia de Coetzee, y sentencié de un plumazo superficial e injusto que el argumento trataba de una cenicienta madurita rescatada por un moderno príncipe oriental adineradísimo. ¿Por qué no?, me  pregunté. Habría admitido el formato y el argumento de buen grado si no se camuflase en una pretenciosa y aleccionadora actitud moral con ingredientes sociológicos, hondura filosófica, introspección psicológica etc, etc. Pero no me encontraba a gusto con esa reacción de pataleta mía desabrida y maleducada sabiendo además que había dejado al libro con la palabra en la boca.
En esta segunda oportunidad he sido más comprensiva y he conseguido el ritmo y el tono justos para comprenderla mejor. La autora ha querido reflejar a la sociedad francesa actual en la que la diferencia entre clases sociales es notoria, una fractura, según sus propias palabras, el elitismo de pose es fuerte allí y la integración intercultural y física con inmigrantes no se ha logrado. Por ello que Muriel Barbery situara en el mismo inmueble a la alta burguesía (ya sea de derechas o de izquierdas, clase dirigente al fin y al cabo, “la gauche du caviar” como nombran peyorativamente a ciertos grupos de socialistas franceses desde la década de los 80 del s. XX) fue un acierto, con el ascensor de subida y bajada para subrayar la estructura escalonada. Otro logro fue que eligiera tres puntos de vista, uno externo, el de René, (la portera que limpia y recoge las “basuras” de todos los vecinos cuya verdadera esencia permanece camuflada y escondida en el tópico de inculta, fisgona y adocenada que de ella se espera, porque quienes clasifican nunca huelen el frasco, se fían de la etiqueta que ellos mismos pegan en él). Otro interno, el de Paloma, la hija menor de los Josse, criatura superdotada en plena pubertad y por tanto en tierra de nadie, y el tercero, el de Kakuro Ozu una mirada oriental y por ello externa a la que la escritora concede, en mi opinión, un valor excesivamente idealizado porque el sistema japonés también tiene sus escalafones que sin duda antepone al ser humano, al individuo, y espacios en los que abandona y desprotege a sus semejantes con mendicidad incluida… En fin, que la injusticia y los desfavorecidos alcanzan a todo el planeta. Imagino que ahora que Muriel Barbery ha realizado el sueño de irse a vivir a Japón junto a su esposo también verá esas distancias. Pero agradezco el análisis de la autora y su deseo de explorar en otras culturas que coloquen en primer lugar a la persona y sepan mirarla sin el rótulo de alfa, beta o épsilon que ya vaticinaba Aldoux Huxley en su “feliz mundo.” Todos observamos a otros países para ver si en ellos se convive mejor, si hay un reparto más equitativo de los bienes, y si el desarrollo personal y colectivo va a la par y no están reñidos. Pero nos ha tocado la decadencia y de momento que yo sepa no hay atisbos de solución.
La novela finalmente me ha parecido muy hermosa, los personajes protagonistas se ocupan de colocar lo importante en su sitio y lo sustancial sin duda es la elegancia de corazón y no las apariencias, la lástima es que haya que criar púas y escondites para defenderla.
La escena en la que René va bellamente vestida y peinada junto a Kakuro para celebrar el cumpleaños de él y los vecinos no la reconocen se explica por sí sola aunque en la página 136 nos lo refuerce con frases de Ana Karenina:cuán rápido sacamos conclusiones por la apariencia y la posición sobre la inteligencia de los seres”; pero antes, en la página 133 durante una conversación con el clochard Gegene, -el mendigo con el que René charla a menudo y responsable del altruista desenlace final-, vemos como tampoco ella se libra de sacar conclusiones equivocadas, aunque sean para bien, porque a veces hasta la buena intención crea prejuicios de los antiprejuicios, si se me permite el juego de palabras. En esa escena René le cuenta a Gegene que uno de los vecinos, el señor Arthens ha muerto y de inmediato queda sorprendida por las alabanzas que el mendigo hace sobre él cuando el encopetado gastrónomo jamás se había dignado a mirarle. “Nunca creí que los pobres tuvieran grandeza de alma por el simple hecho de ser pobres y por las injusticias de la vida, pero al menos sí los creía unidos en el odio por los grandes propietarios, Gegene me saca de mi error y me enseña lo siguiente: Si hay algo que los pobres detestan es a los otros pobres”, ¡ahí queda eso! ya os advertía que en la novela, Barbery no excluye a nadie de su ración de rapapolvo y que escarba para romper estereotipos, y nos enseña a mirar a los demás sin ideas preconcebidas, tampoco por ser pobre eres mejor.
La elegancia del erizo” es un libro valiente creado por una francesa con todo el derecho a señalar dónde tiene las heridas su país, y qué órganos se le enferman. Páginas llenas de intenciones inmejorables, sarcástico–tiernas, pero nada complacientes, no deja títere con cabeza. Los personajes son inolvidables, por ello me gusta que sea una comedia romántica con final triste, se trata de que el lector no salga satisfecho de sus páginas porque a pesar de los bellos momentos que toda vida alberga siguen quedando los problemas que tenemos obligación de intentar resolver, cada uno de nosotros aportando lo que pueda.
Al menos, le pese a quien le pese, la cultura es accesible y como ya he dicho otras veces está al alcance de cualquiera sea portera o sea rey. Esta portera que lee a Tolstoy, escucha a Mozart y al rapero Eminem, que ama el cine japonés de Ozu, que lee filosofía… en cualquier momento de su vida podría haber avalado con títulos los conocimientos que tiene, pero elige seguir siendo conserje. A ver si de una puñetera vez y “gracias a la crisis” entendemos que no eres más por cinco años de carrera, a ver si al fin comprendemos que tener cultura es independiente del oficio. Asunto distinto es la especialización que también puede adquirirse por diferentes caminos de aprendizaje. Intento decir que sin excluir la universidad que no tiene culpa, la pobre, de los atontados que le confieren pedigrí -qué palabra tan ridícula y odiosa- es que sería interesante abrirse a los demás sin menospreciar de antemano su inteligencia, sin que las condiciones sociales nos separasen ni dificultaran nuestra capacidad para entablar relaciones, que supiéramos ver la belleza de quienes nos rodean para que nadie tuviera que criar púas de erizo para defenderse.
En cuanto a Paloma, el pegamento de unión, es extraordinario que de vez en cuando nos recuerden la seriedad y el respeto con el que veíamos el mundo a los trece años, y lo difícil que nos resultaba estar en él. Es precioso que buscando un referente ella de adulta quiera ser portera como René, porque los demás ejemplos en los que tanto se fija no le han servido.
Es un libro de subrayado constante que también a mí me ha eliminado prejuicios, entre ellos el que tenía contra él y su clamoroso éxito.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro en el que hablaremos de cine, “Cinema paradiso” de Giuseppe Tornatore  o de libros “El gran Gatsby” de F. Scott Fitgerald.

"EL DIABLO SE VISTE DE PRADA", película de David Frankel


A menudo consideramos con ligereza a las comedias ligeras. “El diablo se viste de Prada” en mi opinión no lo es. Que lleve el azúcar glass que espolvoreamos sobre una naranja ácida para poder comerla no le quita ni jugo ni peso. Escogí esta dulcísima sátira para que la viéramos en el club de cine por razones estéticas pero también éticas, comenzaré por las últimas sin olvidarme de las artísticas que con sumo gusto detallaré después.
La película refleja las nuevas tiranías laborales, a las jerarquías empresariales a menudo encabezadas por caprichosos y sádicos directivos que no saben controlar la melopea de poder absoluto. Al menos sobre los políticos tenemos un mínimo control con la urna y el voto, pero sobre los voraces nuevos patrones y sus séquitos -que transitan hoy por un desierto sindical cada vez más extenso- no, y la rienda suelta de sus antojos nos pone en peligro de llegar a creer que esa clase de dictadura representa el orden natural de las relaciones de trabajo, y me apetece subrayar ese rasgo que sugiere la película en primer lugar porque el espectador sin darse cuenta podría olvidar el mensaje que contiene al contemplar las texturas y colores de las suntuosas telas y la maravillosa arquitectura que se puede hacer con ellas sobre un cuerpo humano; podría deslumbrarse ante todas las artes aplicadas en peluquería, maquillaje, zapatería, cinturones, bolsos, joyería y complementos y seguramente se quedará boquiabierto al comprobar hasta qué punto todos esos talentos conjugados pueden transformar el aspecto de una persona y mover a la vez una de las industrias más poderosas desde que abandonamos las pieles y el taparrabos.
Al público –que se siente invitado en primera fila a esa pasarela exclusiva, a ese desfile de glamour y lujo- podría pasarle inadvertido -aunque lo diga el título del film- que Miranda Priestly (Meril Streep) es el mismísimo Lucifer tentando con toda su artillería a Andy Sachs (Anne Hathaway) la novata que no la conocía ni tenía interés especial por el mundo de la moda y sus sacerdotisas, la chica que soñaba con ser redactora del New Yorker y consideraba un mal menor resistir un año en Runway como asistente personal de la pedigüeña de lunas imposibles.
-Todo esto será tuyo si ante mí te postras- Susurra el demonio. Y la seducción es muy fuerte y obnubila.
Metáforas aparte, el diablo ya no hace falta, nos las arreglamos muy bien solitos para la compra y venta de almas y para caldear el averno echando leña sin parar.
            Pero el rodaje lejos de ser un infierno logró encontrar el tono perfecto para hacer justicia y mostrar respeto por el mundo de la moda y sus grandes profesionales y artistas sin dejar de señalar que la esclavitud no va incluida en el contrato, ni pasar hambre poniendo en peligro la salud por alcanzar una talla 36 por mucho que presionen. La película nos dice que es necesario conciliar trabajo con vida personal y que siempre te puedes bajar del taxi como hizo Andrea Sachs. Yo añadiría además que el trabajador tiene que volver a ganarse el respeto como persona y no como mercancía o vehículo disponible a cualquier hora, creo que las tareas estarían mejor repartidas, naturalmente doy por hecho que en horario laboral el empleado debería entregarse al cien por cien, pero fuera de ese horario le espera la vida y ese tiempo es privado y sólo le pertenece a él.
El director David Frankel y su guionista Aline Bros McKenna, buscaron en todo momento el equilibrio huyendo de la polémica. La película se inspiró en la novela de Lauren Weisberger, no la he leído, al parecer la autora reflejó en las páginas a Anna Wintour la directora de la revista Vogue en los Estados Unidos, muchos modistos no quisieron salir en el largometraje por si la ofendían, el cineasta no tenía intención de personalizar y sí de centrarse sin embargo en el mundo de las revistas especializadas que gracias al gran material que proporcionó la novela de Lauren Weisberger pudieron recrear.
Patricia Field, la famosa diseñadora de moda considerada en el mundillo como una visionaria de lo que a la gente le gustará llevar se ocupó del vestuario del film, -el que se ve en las perchas y el que visten actores y actrices-; su amistad con grandes de la alta costura como ella, le abrió las puertas al cineasta que gracias a Field pudo filmar un desfile de Valentino en París, el encuentro entre el creador y la gran actriz Meryl Streep resultó un gran hallazgo para ambos que se sale del guión en la escena en la que son presentados: a los dos se les nota en la mirada la devoción.
El vuelo de la ropa sobre la pasarela es irrepetible, no hace falta conocer que a Frankel le gusta ese mundo y que sabe cómo ha de mirarse: con el embeleso de quien contempla una obra de arte etéreo, no en vano dirigió varios capítulos de “Sexo en Nueva Cork” (Sex and the city), serie en la que la vestimenta elegida expresa a quien la lleva.
La amistad entre Sarah Jessica Parker y la diseñadora Patricia Field nació en 1992 durante el rodaje de “Miami Rhapsody” (Rapsodia en Miami) película que la actriz co-protagonizó con Antonio Banderas, largometraje dirigido también por David Frankel. A Sarah le gustó tanto la ropa que realizó la diseñadora que desde entonces comenzó a pedirle vestidos exclusivos para ella, mucho antes de protagonizar la serie ”Sexo en Nueva York”.
En los comentarios que añaden los extras del dvd podemos escuchar a  Patricia Field diciendo que no sólo diseñó para las actrices de “El diablo se viste de Prada” también buscó las marcas que en la película se nombran, muchos colegas prestaron ropa para el film con el vestuario más caro de la historia del cine, las joyas que luce Meryl Streep son autenticas, usaron vintage para que Miranda no fuera en todo momento un cartel de firmas sino alguien que sabe adaptar la moda a su cuerpo con criterio y personalidad.
Los interioristas supieron darle a la redacción de Runway el cosmético aspecto de una “polvera”, -cito sus propias palabras-. Escuchar el sonido de los tacones es una característica de curiosa imagen corporativa; debido al soniquete las empleadas recibieron el apodo de clakers, por los clak, clak, clak de sus apresurados pasitos, el apelativo forma un juego de palabras con la empresa: la compañía editorial de Elías Clark a la que pertenece la revista.
Todo lo que aparece en la película rezuma autenticidad, hay un canto constante a Nueva York, los actores la transitan y el espectador nota que conocen la ciudad de día, que viven allí y van a gusto por el recorrido de sus calles y rincones sin necesidad de comprobar, y que la aman cuando iluminada se muestra como una joya de brillantes en la noche. La gran manzana se ve tras los cristales de las oficinas, de los restaurantes… en sus calles se escucha el bullir de su particular sonido rebotando entre paredes como si jugase en patios interiores; quienes han paseado por Nueva York alguna vez conocen la sensación de hallarse en el interior de un inmueble sin techo, la verticalidad acristalada de sus muros protege, me aventuro a decir que los neoyorkinos tienen la impresión de hacer vida de barrio, y a la vez un sentimiento de orgullo cosmopolita y un espíritu de diversidad que sin embargo unifica, nada que ver con Los Ángeles… Los artistas de todos los tiempos afincados en esa ciudad o que lo estuvieron la adoraron y la adoran, es algo que rezuma en sus obras, escuchamos a Woody Allen, lo leemos en la literatura de Paul Auster, en la de Arthur Miller... Pero tal vez David Frankel sea el cineasta que más puertas nos ha abierto para entrar en sus acotados ambientes, sería una ingenua si obviara a los desfavorecidos, en esta ocasión el director no los retrata, pero veremos películas de otros autores también neoyorkinos que sí lo hacen. Hay una transición casi al final que me gusta mucho y es la que refleja a gente corriente con vestimentas normales cruzando la calle, de algún modo David Frankel nos indica que Nueva York es de todos y a todos pertenece.
La forma de filmar en vertical desde los zapatos hasta la cabeza y viceversa también le confiere identidad al largometraje. Me encantó el modo en el que establece la cronología con los abrigos, chaquetas y bolsos que despectivamente tira Miranda Priestly sobre las mesas de sus dos asistentes Emily y Andrea, para que se los recojan, así podemos ver de forma sutil el paso del tiempo, cómo van transcurriendo los meses, las prendas van cayendo como si de hojas de calendario se tratase. Utilizar a alguien de perchero es un detalle muy significativo de altivez humilladora que he observado personalmente fuera de la película y no me refiero a cuando alguien te pide con amabilidad que le sostengas algo, quienes trabajan en el comercio de ropa saben de lo que hablo. También el recorrido de la directora desde la calle hasta las oficinas es una maravillosa excusa para presentar a los espectadores despachos y tareas en ese paroxismo desenfrenado del ¡Todos a sus puestos, que viene!
A Miranda Priestley la salva de las sombras ese discurso que dirige a Andrea cuando ésta se ríe tontamente por el dilema de la elección entre dos cinturones en apariencia iguales, el rapapolvo también lo recibe el espectador que desde su butaca comprende en qué consiste la diferencia. Andrea termina por captar la importancia y se pone en manos de Nigel (Stanley Tucci), el resultado de la transformación habla por sí solo. Tucci es uno de los actores que más admiro porque se convierte en cada uno de los personajes que interpreta y jamás se transparenta bajo ellos, tal vez por eso no obtiene, en mi opinión, el reconocimiento que se merece porque no se le “reconoce”, se diluye humildemente en el papel, os invito a que rastreéis su filmografía, con que le veáis en “Shall we dance” (¿Bailamos?) película del director Peter Chelsom, comprenderéis a qué clase de versatilidad me refiero.
David Frankel
En cuanto a las actitudes y comportamientos hay un mensaje de madurez y buen encaje muy positivo: a pesar de los menosprecios que Andrea sufre no se viene abajo y rentabiliza las críticas a su favor convirtiéndolas en un reto que consigue vencer.
Creo que tener un temperamento feo y atemorizante debería avergonzar, no es síntoma de poder, reitero, sino de tiranía y arbitrariedad, pero sobre todo es una muestra de flaqueza de carácter: la debilidad de quienes se dejan llevar por la ira -desatada o contenida, da igual, hablamos de mala leche al fin y al cabo-. Las rabietas, el resentimiento y el empeño por salirte con la tuya nada tienen que ver con las cualidades de un buen jefe. La verdadera potestad, el respeto y el liderazgo te los otorgan los demás. Cuando tienes autoridad no necesitas imponerla. Las relaciones sadomasoquistas no son sanas y por lo tanto no deberían institucionalizarse. Las personas de trato desagradable no son más fuertes y tampoco honorables, creo que la costumbre de acatar está enturbiando los conceptos.
Pero Meryl Streep es tan grande y está tan llena de matices que hasta haciendo de déspota la adoras, le basta con un levantamiento de ceja para definir todo lo que a su personaje se le está pasando por la cabeza y el director no podía condenarla, todo el mundo tiene yin y yan, y las pinceladas certeras y redentoras que le regala son las justas y con ellas logra humanizarla, lo que viene a demostrarnos que la comedia como decía al principio de ligera no tiene nada. Cuando comenzaron a ofrecerle papeles de registro cómico comprendimos el gran peso de esta actriz y hasta donde podía llegar en su ya larga carrera con su talento. Desde “La decisión de Sophie (Sophie’s choice, del director Alan J Pakula) no deja de sorprenderme y ya ha llovido.
Os dejo la ficha técnica:
El diablo se viste de Prada, año 2006. Dr.: David Frankel, Guión: Aline Bros McKenna, basado en la novela homónima de Lauren Weisberger, música: Theodore Shapiro, fotografía: Florian Ballhaus. Reparto: anne Hathaway, Meryl Streep, Stanley Tucci, Simón Baker, Emily Blunt, Alexie Gilmore, Adrian Grenier, Rebecca Mader, Tracie Thoms, Heidi Klum, Rich Sommer, Daniel Sunjata, Gisele Bündchen, Jimena Hoyos.
No sé por qué derroteros para el debate nos llevará la película en nuestro club de cine. ¿Moda como expresión?, ¿como signo de ostentación?, ¿necesidad real o impuesta?, ¿esclavitud?, ¿libertad?... Tengo muchas ganas de escuchar a mis compañeros.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro en el que hablaremos de cine o de libros.
Pili Zori.

"EL PRECIO DE LA VERDAD", película de Billy Ray


Elegí esta película para el Club de Cine porque el debate que suscita si siempre ha sido interesante, en el momento actual todavía lo es mucho más por necesario. Trata de la defensa de la verdad en el periodismo, en este caso el largometraje se centra en la prensa escrita, aunque el discurso se puede extender a los demás medios de información. Billy Ray logra recuperar el código deontológico de este oficio. Y lo hace con las herramientas del cineasta pero poniéndose totalmente al servicio de la historia que narra, y como si fuera un periodista cuenta los hechos con la asepsia, la objetividad y la distancia necesarias. No nos muestra al personaje ni como víctima ni como culpable porque el planteamiento ético no se va a centrar en Stephen Glass como individuo sino en el medio informativo que es el verdadero protagonista -en este caso la redacción del semanal New Republic, actualmente su publicación es quincenal- y para hacerlo se basa en un hecho real acaecido en la década de los 90 del siglo XX, el reto aún es más delicado puesto que el autor de aquel enorme fraude está vivo, y el escándalo fue tan notorio en los Estados Unidos que para cuando Billy Ray estrenó “El precio de la verdad” el público que acudió a ver la proyección seguramente ya habría conjeturado y sacado múltiples conclusiones sobre “por qué” Stepehen Glass se inventó prácticamente todos los artículos o crónicas que escribió y una vez descubierto se empecinó en encubrir y mantener como verdad su impostura. Pero ese “por qué” es lo único que Billy Ray no nos entrega: hacerlo supondría entrar precisamente en lo especulativo y habría caído en la paradoja de la subjetividad;  como es lógico eligió la distancia exacta para la búsqueda de la objetividad y para crear con ella la atmósfera adecuada a lo que quería contar y cómo deseaba transmitirlo.
El director va a mostrarnos la lucha de egos, la rivalidad, la premura por la entrega, las comprobaciones o la falta de ellas… Nos hará ver la diferencia entre información y opinión, pero sobre todo entre literatura y periodismo. No me canso de repetir en muchas de las entradas de este blog que son artes distintas, y que meter una en otra es advenedizo porque ambas merecen su espacio adecuado, corresponden a registros distintos, y aprovecharse de una para camuflarla en la otra no está bien, la cualidad de un novelista es la invención, la de un periodista la veracidad, y ambos pueden ejercer los dos oficios si tienen talento para ellos, pero cuando lo hagan han de saber que están utilizando mecanismos distintos, una novela no es un artículo extenso, ni un reportaje… por la misma razón una novela tampoco es un estudio periodístico aunque los personajes que la habiten ejerzan dicho oficio (para hacer una colada usamos la lavadora y para planchar, la plancha, son tareas diferentes aunque en ambos casos estemos hablando de ropa, pues con la escritura ocurre igual, aunque nos valgamos de las mismas palabras sus funciones son distintas, perdonad el ejemplo tan peregrino).
Para volver a colocar en su sitio los principios del periodismo, Ray nos habla de la falta de escrúpulos, de quien los tiene y quien no, de la irresponsabilidad y de sus consecuencias… y lo hace valiéndose de un elenco de actores magnífico y joven, como era la plantilla de New Republic en aquel tiempo cuya media de edad no alcanzaba los 30 años. Hayden Christensen interpreta a Stephen Glass, el actor arriesgó mucho porque el personaje cuando es descubierto no es querible y por tanto resulta poco carismático y sin embargo un buen intérprete corre el riesgo de quedar estigmatizado por él en el inconsciente del espectador porque el personaje tiene mucha fuerza: el agradable aspecto de un Urdangarín cualquiera de apariencia fiable, angelical, aplicado, pulcro, informal y a la vez protocolario, detallista, caballero, adulador en la medida justa, vestimenta conservadora, pijo-clásica, anfitrión ameno, divertido, con sentido de equipo, bien integrado…
Tuvo que ser muy difícil para este joven actor decidirse por el papel y prestarse como envase siendo tan antagónico, por lo visto Christensen no soporta la mentira y al final del rodaje tenía muchas ganas de desprenderse de Glass porque esa lucha interior le dejaba exhausto. Como espectadores tendemos a valorar mejor las actuaciones de rasgos heroicos aunque provengan de “perdedores”, nos gusta redimir, perdonar, buscar las justificaciones, o por el contrario condenar al villano si es que no tiene aristas ni fisuras, pero buscamos que sea un malo que fascine, un antagónico a la altura, es decir alguien con dignidad aunque sea equivocada y se manifieste fuera de la ley, pero que tenga sus particulares códigos de honor intactos, por ello no nos duelen prendas al sentir afecto por Toni Soprano, o incluso por Aníbal Lecter a pesar de su depravación, sin embargo volvemos la cara ante los comportamientos patéticos y sentimos vergüenza ajena por quien los exhibe, un desagrado enorme frente a la decepción de quienes creíamos admirables, porque en nuestro interior nos culpamos de haber dejado que nos estafen, y puede que al mismo tiempo estemos más cerca que nunca de ser conscientes de que podríamos caer en lo que cayó Glass y no soportamos la idea del aparatoso ridículo, de que en el fondo nos dolería el deterioro de imagen, el haber sido pillados en falta y no la falta en sí, por ello debemos pararnos un instante a apreciar la dificultad añadida que tiene para un actor esa entrega, la generosidad enorme de ir a favor de todo el conjunto, de la historia que se cuenta aunque el personaje no favorezca porque produce rechazo en el público, sólo entonces comprenderemos el lucimiento del intérprete. El director lo ha usado como espejo para que nos miremos en él y ese es el dedo que Billy Ray nos introduce en la llaga, sólo si comprendemos nuestras debilidades sabremos acotarlas y estaremos libres de caer en tentaciones y crearemos códigos deontológicos para todos los oficios, pautas de comportamiento e incluso leyes que nos sepan defender hasta de nosotros mismos y una vez aplicado lo que acabo de decir tanto a periodistas como a usuarios llegaremos a la conclusión de que lo que nos recuerda esta película es que:
“Hay que respetar la VERDAD y la libertad de prensa, condenar la falsificación de documentos, hay que usar métodos justos para conseguir noticias...”
“El periodista está obligado a rectificar y desmentir la información que resulte falsa y actuar en consecuencia, también debe recordar que existe el derecho al honor y a la intimidad. El redactor y su periódico o su empresa de información han de recoger y difundir la noticia con veracidad y exactitud evitando la difusión de falsos rumores. Los informadores investigarán desde el interés público movidos por el bien común de la sociedad, defenderán los derechos personales y colectivos y asimismo cumplirán con sus deberes y mirarán con independencia a los poderes del estado, del mercado y de la sociedad civil”.
De nuevo os pido disculpas por no citar textualmente, he parafraseado los artículos emitidos por la Federación Internacional de Periodistas, espero, al menos, haberme ceñido al espíritu de la letra, creo sinceramente que aunque no estoy obligada a conocerlos porque el periodismo no es mi oficio, los periodistas sí que deberían tener sin embargo como libros de cabecera “El informe Hutchins” por ejemplo, o todo lo que la OIP recogió en 1971 sobre “Deberes y derechos del periodista”, “El código mundial de 1983 sobre principios internacionales de ética profesional del periodismo”… y leerse varios renglones cada día antes de salir de casa porque está visto que lo del cuarto poder embriaga y se olvidan del lugar que ocupan para convertirse en estrellas que se anteponen a la noticia o al entrevistado convirtiéndole en excusa para brillar o en un recortable.
Rosario Dawson, una de las actrices de esta película, en una entrevista dijo algo como que a los políticos los escogemos con el voto pero que a los periodistas no. No sé si mis comentarios están sonando a animadversión contra los trabajadores de este oficio, porque si es así nada más lejos de mi intención, realizan una labor que venero y actualmente a pesar de los sensacionalismos, las pedradas de cadena a cadena, los dardos envenenados y toda la invasión amarillista, hay profesionales como la copa de un pino y ante ellos me descubro, pero a cada cual lo suyo -como diría Leonardo Sciascia-, y Stephen Glass hizo lo que hizo y su grave falta o se consintió o pasó inadvertida, y por omisión también se peca.
Peter Sarsgaard, al igual que Hayden Christensen, está magistral en el papel de Chuk Lane el nuevo director del semanal, el duelo es perfecto, y ambos actores en su dueto han sido capaces de mostrar ambivalencia y una gama de registros amplia e impecable; en mi opinión los dos merecían el Globo de Oro que sólo recibió Sarsgaard, es posible que por las razones que comentaba anteriormente: los miembros de un jurado no dejan de ser espectadores a la vez y puede que no lograran abstraerse de la empatía por “el bueno” aunque sólo es una sensación que se vuelve acusación infundada por mi parte y al fin y al cabo ellos son los entendidos y doy por supuesto que echarían en la balanza todos los ingredientes hasta alcanzar la valoración más justa.
El precio de la verdad” en mi opinión es como esos muebles de líneas limpias conseguidas de un solo trazo, de corte recto y de una sola pieza, elaborados con materiales nobles, brillantes, transparentes y diáfanos que invaden con una impresión de sencillez al cliente que es profano, pero al avezado le hablan de la precisión, de la dificultad de su perfecto acabado, y le producen el mismo orgullo que al artista que por primera vez curvó la madera. Intento decir, aunque sea con torpeza, que este largometraje no tiene trampas ni adornos superpuestos, no va por trozos ni piezas ensambladas o cosidas que mejoran con el montaje, es tan simple como la línea del horizonte en el mar mientras el sol comienza a ocultarse, tan simple y a la vez tan inmenso: una raya y un punto, pero la raya y el punto de un único atardecer irrepetible. Ray es fiel a la historia que cuenta, el tono elegido no es grandilocuente ni pretencioso y todo el conjunto guarda el mismo estilo conciso y por esa perfecta armonía en la que no sobra ni falta un fotograma “El precio de la verdad” es una obra de arte contemporáneo.
Como ya he dicho otras veces cuando un director es guionista se nota, y Billy Ray ha escrito y trabajado para muchos cineastas, saber captar las líneas maestras de cada uno de ellos con sus diferentes enfoques y estilos dice mucho sobre la capacidad de adaptación y la solvencia para manejar lenguajes diversos sin perder la voz propia ni el sello personal, prueba de ello son guiones como “La sombra del poder”, “Los juegos del hambre”, “Plan de vuelo: desaparecida”, “Sospechoso”, “La guerra de Hart”, “Desafío final” y “El color de la noche”. Como director además de “El precio de la verdad” ha realizado “El espía”. A juzgar por la poca información que hay sobre él también se deduce que se dedica a trabajar y que la parafernalia de alrededor le seduce poco.
Me encantó que huyera de los estereotipos, no se ven redactores corriendo de acá para allá como posesos, el ritmo es el de una redacción real como la de cualquiera de nuestras ciudades, con sus momentos monótonos y sus vacíos, y el dilema se dirime en la intimidad de los despachos. Me gusta que la película sea tajante y didáctica en cuanto a mostrar de forma contundente y sin ambages lo que es correcto y lo que no lo es. Viéndola he aprendido mucho sobre la humildad de la vocación, si es verdadera va por delante de ti.
Podríamos desgranar más, pero prefiero que la veáis porque “El precio de la verdad” da para muchas reflexiones e invita a interesantes coloquios.
Me gustaría terminar con unas palabras de Riszard Kapuscinski, periodista, historiador, escritor, ensayista y poeta que entre otros de sus muchos y prestigiosos galardones cuenta con el Príncipe de Asturias en comunicación y humanidades otorgado en el año 2003:
“Los periodistas deben ser personas abiertas a otros semejantes, a otras razones, a otras culturas, tolerantes y humanitarios. No debería haber sitio en los medios para seres que los utilizan para sembrar el odio y la hostilidad y para hacer propaganda. El problema de nuestra profesión es ético”.
Un abrazo y hasta que volvamos a encontrarnos para hablar de cine o de libros.
Pili Zori