"LA ESCAFANDRA Y LA MARIPOSA", película de Julián Schnabel

Una excepcional película que deja boquiabiertos tanto a espectadores como a cineastas por la originalidad necesaria, y subrayo la palabra “necesaria” porque Julian Schnabel, el director del film no busca sólo la innovación formal y estética, en este caso el formato no es simple ornamento porque resulta imprescindible para explicar el contenido.
La película está basada en el libro del mismo título que el propio Jean Dominique Bauby escribió (interpretado magistralmente por Mathieu Almaric) y cuenta el último tramo de su existencia. El 8 de Diciembre de 1995 el prestigioso redactor jefe de la revista Elle sufrió un infarto masivo que le paralizó por completo. Cuando despertó a los veinte días sólo podía parpadear con el ojo izquierdo, el cerebro y su capacidad de razonar no sufrieron daños.
Julian Schnabel antes de dedicarse al cine fue un reconocido pintor y escultor, creo que saber este dato es importante porque sin la destreza de dichas disciplinas la película no habría podido llevarse a cabo ya que está planteada desde el interior de Bauby, a través de su mirada subjetiva, por tanto veremos del exterior sólo lo que él puede contemplar a través de su ojo.

El director nos introduce dentro del protagonista y nunca antes un espectador había podido experimentar tan literalmente el “ponte en mi lugar.” Cuando Bauby cierra el párpado dejamos de ver lo de fuera y escuchamos sus pensamientos y nos adentramos en su imaginación, en su creatividad y en sus recuerdos, esas son las cuatro alas de la mariposa emprendiendo su alto vuelo, y la escafandra el síndrome de cautiverio. El cuerpo inmóvil de Jean Dominique es la  prisión, pero la llave para que la mariposa pueda entrar y salir de la cárcel, con el leve aleteo de ese párpado, es el lenguaje.
Gracias a un alfabeto con las letras más usuales y la paciencia de él y la de los interlocutores llegará a comunicarse acoplando ritmos y consiguiendo un nivel de compenetración máximo, pero el hallazgo más insólito es que logrará escribir un libro a golpe de pestañeo que le permitirá decir todo lo que no les había expresado a la madre de sus hijos,  a sus tres pequeños, a su nueva pareja, al padre, a los amigos...
La dificultad interpretativa fue máxima. Cada uno de los actores tuvo que hablar pegado al objetivo de la cámara contando tan sólo con los matices de su rostro en primer plano, sin la ayuda del cuerpo, a plena sinceridad y sin un resquicio que les permitiera utilizar recursos interpretativos. El trabajo de Enmanuelle Seigner, en el papel de Céline Desmoulins, la ex pareja de Jean Dominic Bauby, es digno de admiración, al igual que el de las doctoras Henriette Durand (Maríe Josée Croze), Claude (Anne Consigny) la ayudante y transcriptora del libro, como principales, y el de todo el elenco de secundarios: Patrick Chesnais, interpretando al doctor Lepage, Niels Arestrup, en el papel de Roussin el hombre secuestrado que ocupó su lugar en el avión y que le aconseja que se agarre a lo humano que lleva dentro, Olatz López Garmendía, en el de Maríe López, la sensual logopeda, Marina Hands, la antigua novia que le llevó a Lourdes, con la que Bauby rompe bajo las intermitentes luces de la Virgen bendecida, Isaach de Bankolé el amigo que le lee libros y le compra un gorro
Nunca antes se había explicado de manera tan humanizada el encuadre y el fuera de campo; Bauby no puede ver lo que se sale del pequeño rectángulo de su visión inamovible, así que cuando su interlocutor se levanta, nosotros, colocados tras su pupila al igual que él, vemos un trozo de cintura, o una mano… Tan sólo en escasas ocasiones Schnabel concede a los espectadores el alivio de sacarlos de la escafandra para que miren la escena desde fuera. Ese cambio de la primera persona narrativa por la del narrador omnisciente es un regalo para que podamos ver lo que ocurre desde lejos con el entorno completo. Un detalle de honradez que agradecí fue que Schnabel se pusiera al servicio de la historia desde el comienzo sin intentar enganchar al espectador complaciéndole o allanándole el terreno, digo esto porque el arranque es difícil: al principio no sabemos si en la pantalla hay un desenfoque hasta que a Bauby le sellan el párpado derecho para proteger su córnea, sólo entonces comprendemos que la visión binocular no conjuntaba y que por eso veíamos doble y borroso, el director podría haberlo advertido a través de la explicación de algún personaje, pero no lo hace a propósito, la molestia unida a la claustrofobia a la que nos somete consiguen el efecto buscado: que experimentemos todos los miedos de Jean Dominique Bauby, sus limitaciones y sufrimientos, sólo así tomaremos conciencia de lo importante que es el respeto a la autonomía, a que no decidan por ti sin consultarte. No es casual, aunque lo parezca, que el protagonista escoja finalmente la Y para decir yo. A partir de esa reafirmación, de esa pequeña letra con aspecto de tirachinas de lanzamiento comenzará un canto a la vida, el más hermoso quizá que he escuchado, y la mariposa volará poquito a poquito hasta llegar a la editorial.
Julián Schnabel
Hay escenas inolvidables como la que vemos a través del recuerdo del protagonista en el que afeita a su padre, (ante Max Von Sydow siempre hay que descubrirse) en el espejo de la cómoda: el progenitor tiene incrustadas en el marco fotos del hijo, el rostro de Max queda al lado del de Jean Dominique, y el actor compone de tal manera el gesto, al mirarse para comprobar el rasurado, que el parecido que consigue es consanguíneo, el logro de interpretación es pasmoso y  sin embargo apenas dura unos segundos. Más tarde en esos maravillosos cierres de círculo que estructuran la película lloraremos con él al ver y escuchar cómo le explica a su hijo a través del teléfono el paralelismo de sus cautiverios: él no puede salir de su habitación y la impotencia que le impide ver a Jean Dominique le parte el alma, así que repito: bendita la hora en la que Ingmar Bergman nos presentó a este sueco grande de rostro tan versátil al que le falta pantalla cada vez que sale de tanto como la llena.
Toda la película es táctil, piel con piel: el rehabilitador en la piscina con él protagonista en brazos y la cuidadosa delicadeza de quien sabe que sostiene una vida que depende por completo de su responsabilidad para no ahogarse, la cercanía de las doctoras, la compenetración de su ayudante que termina respondiendo a sus pensamientos sin necesidad de usar el alfabeto, cabeza con cabeza. Las manos tocan constantemente y los rostros entran en el aura del otro rompiendo su burbuja… (a pesar de que al principio y por contraste la falta de empatía hacia él de los médicos parecía marcar distancias insalvables, uno de ellos se permite hablarle de su vacaciones en una estación de sky mientras le suelta a bocajarro que le va a ocluir un ojo, aunque el film resulta tan positivo que Bauby es esponjoso y termina esquiando en su imaginación y diciendo: “ese soy yo”), el largometraje hace hincapié en los besos de sus hijos a los que no puede corresponder… en el movimiento de las bocas, de las sonrisas, de los dedos, de todo lo que él no puede mover, siempre mostrado en detalle… Sería extraordinario que cuando hiciera falta supiéramos aproximarnos hasta ese nivel casi microscópico que nos permitiera volcarnos en el otro.
Cada vez que llora la pantalla se empaña y dejamos de ver.
La música de Paul Cantelón nos orienta al cortarse abruptamente cuando al protagonista le sacan de su ensoñación moviendo la silla de ruedas, o le giran para cambiarle…
Los enlaces son perfectos como en el pasaje en el que le ponen el suero alimenticio y de inmediato imagina un festín para compensar que no degusta, que no mastica, come con gula suculentos bocados junto a Claude, la mujer más próxima a su alma ya que la transcribe.
Es tan impactante la imagen del acantilado de hielo que se derrumba asociada a cuando él al fin se abre y asistimos a toda la dificultad y el esfuerzo ímprobo y triunfal de la mariposa que rompe la crisálida, que ante nuestros ojos se abre una gran esperanza de futuro contra el desamparo.
La película enseña tanto sobre cómo querríamos ser tratados en una situación similar, da tantas pautas sobre las infinitas posibilidades de avanzar en la recuperación -si se ponen los medios al alcance- o al menos en el bienestar… Gracias a ella sabemos que es fundamental conocer la importancia que cobra cualquier pequeño gesto de consideración o consulta si estás viendo por ejemplo el televisor a la espera de un gol y un enfermero te lo apaga… que te lleven a la iglesia o a Lourdes si no quieres ir, si no crees en ello, o al contrario, que no lo hagan si lo deseas… en definitiva el film subraya el valor de la comunicación, su necesidad perentoria.
La película finalmente es un hermoso réquiem, una bellísima despedida de alguien que aún no quería marcharse, pero al que le dio tiempo de legar su corazón diseccionado en páginas con su propio escáner y la batuta de sus pestañas.
No he tenido la suerte de leer el libro, pero agradezco mucho que Schnabel quisiera hacer su homenaje personal junto a su equipo y compartirlo con nosotros, y es de recibo aplaudir al gran guionista Ronald Haewood, (creador de “El pianista”, entre otras), al director de fotografía Janusz Kaminski, colaborador habitual de Spielberg, y a la montadora Juliette Welfling que si siempre es valiosísima la labor de montaje, en este caso cobra importancia capital.
Pocos premios son tan merecidos como los que consiguió esta obra de arte, original, innovadora y útil por su belleza aplicable.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"Tal vez la noche me redima", de JUANA PINÉS MAESO

Por fin tenemos recién sacada del horno la magnífica novela “Tal vez la noche me redima” el Premio Provincia de Guadalajara de Narrativa que en el año 2011 otorgó La Diputación.
La preciosa portada resume visualmente, como un verso, el significado del título en una cuidada edición del Taller de Editores del Henares. En tiempos de e-book la crema de su papel huele a delicatessen y hacer nido con las manos para ella, escuchando el trémulo y rumoroso aleteo de sus páginas, comienza a parecer un privilegio.
Juana Pinés Maeso, poeta estudiada en antologías españolas e Iberoamericanas, no tiene inconveniente en acortar el conjunto de galardones recibidos a lo largo de su carrera literaria porque en las solapas de los libros no caben tantos premios de poesía de carácter nacional e internacional como acumula en su haber ya que sobrepasan los doscientos.  Por ello me limitaré a reseñar a renglón seguido sus poemarios publicados:
A golpes de silencio” (1980), “Descubriendo el alba” (1994), “Ese tiempo de pájaros dormidos” (1997), “Huele a mayo recién amanecido” (1998), “…Y en el corazón palomas” (1999), “Interior con luz” (2000), “Este vivir difícil y gozoso” (2001), “Manual de los miedos” (2002), “Regreso” (2003), “Perfil de la inocencia” (2004), “El silencio de Dios” (2004), “El bosque de los ausentes” (2013). Y en prosa: “Cuéntame cosas como si fueran ciertas” (relatos publicados en 2006 por la Diputación de Ciudad Real).

Su poesía reposa con voz propia y estilo personal en los sedimentos de Miguel Hernández, de Blas de Otero, de León Felipe… haciendo que la torre crezca, porque al igual que ellos es una grande por la que siento un enorme orgullo como artista y como persona ya que su vida y su obra tienen la misma coherencia de valentía, compromiso y honradez con su tiempo.
Fue directora durante ocho años del grupo literario Guadiana y de la revista de creación literaria Manxa (que se edita desde 1975).
En este mismo blog comenté la primera impresión que recibí de la novela hablando desde la distancia de un año, detalle que señala el gran poso que me dejó en el corazón y en la memoria; ya han pasado dos y no solamente ratifico cuanto dije entonces, además añado que entrar en la prosa de esta autora es como meter las manos en un cofre lleno de piedras preciosas porque sientes en el tacto la perfección y el lujo del tallado de las facetas,  del bruñido de la composición; en el oído el clasicismo de su música, la elegancia del tono, y en los ojos el buen rematado de los engarces entre el pasado y el presente… Pinés Maeso trae a colación todas las piezas generacionales para coserlas justo en los puntos coincidentes o en los antagónicos, para crear los espejos, los paralelismos, los homenajes… y lo hace sin soltar en ningún momento el hilo de Ariadna.
En “Tal vez la noche me redima” no se puede subrayar porque cada línea es destacable; la autora, acostumbrada a la poesía, busca la precisión y no permite palabras holgazanas y huecas, todas ellas sirven, tienen su función y no son sustituibles por otras.
A veces, al enjuiciar un texto narrativo se tiene más en cuenta la trama que el lenguaje y cuando eso ocurre me llevan los demonios. Es evidente que una novela ha de conjuntar como un jersey de punto –perdón por el ejemplo tan sencillo, busco el lugar común porque creo que se entiende mejor que el significado de la palabra estructura-. Para confeccionar dicho jersey, previamente se ha escogido el color, la hechura, se ha decidido si va a ser larga o corta, ancha o ajustada, de diseño clásico o moderno… en fin, creo que no hace falta detallar más, en ambos conceptos -clásico o moderno- ya englobo la idea común de los diferentes estilos que por fortuna son muchos. Si el escritor es bueno su literatura será inconfundible y aunque al lector le pueda gustar más o menos nunca podrá poner en cuestión la capacidad artística que como es natural se le presupone. Cada punto perforado por la aguja es indispensable para la confección, tanto los que se hacen del derecho como los que se cogen del revés, los que se cruzan, los que se añaden y los que se menguan. El escritor no es industrial, ni crea en serie, por esta razón “Tal vez la noche me redima” es una novela que, aparentando sencillez, sin embargo es muy difícil de tejer, puesto que construye un universo completo partiendo del monólogo interior de una mujer que un mal o buen día –eso queda a criterio del lector- recibe una llamada en la que le comunican que su marido acaba de sufrir un accidente de tráfico que le ha sumido en coma. No iba sólo, y su joven acompañante ha resultado ilesa.
A partir de ese preciso instante, la autora abre en canal la cremallera de la protagonista para que el lector se asome a su intimidad y escuche sus pensamientos y zozobras en cada una de sus vísceras. La esposa que recibe la terrible noticia es dueña de una floristería y madre de un adolescente. La tienda tendrá en sí misma un papel fundamental por el lenguaje de las flores cortadas, pero también por el de las plantas en crecimiento, entregadas como obsequio, o como réquiem... En ese vergel urbano e imantado se producirán los sucesivos encuentros con Ernesto, el lector contemplará el nacimiento del amor tras un mal presagio escrito con primorosos ramos destinados a otras, escuchará el canto a la amistad sin reservas ni resquicios, la muerte dará paso a la vida que Begoña, la joven empleada, gestará -sin clasismos ni prejuicios- lejos de sus intolerantes padres, y el lector comprenderá la declaración de principios y un modo de entender la vida y sus compromisos porque la protagonista sin grandes alharacas “da posada al peregrino y viste al desnudo”.
La acogedora mujer sin nombre propio que regenta ese centro neurálgico, uterino y purificador, bien podría representar a muchas otras mujeres por su rol de madre de familia cuya individualidad llega a hacerse invisible porque padre e hijo dan por hecho que ella siempre va a estar para ellos y que su función es inamovible. Sin embargo nosotros tendremos el privilegio de que nos muestre su caja de los truenos, insonoros para los demás. En ese cofre de hermosa y calmada apariencia ella acumula humillaciones, mentiras y agravios de su marido infiel -él sí tiene nombre e identidad.
Juana Pinés Maeso entra con catéter a ese silencioso, avergonzado y amordazado interior femenino; la autora le confiere protagonismo, voz e individualidad a esta mujer y convierte la novela en un GPS orientador para lectores masculinos, porque la comprensión de las mujeres ya la tiene. Página a página disecciona con honestidad y hondura las consecuencias y secuelas de la infidelidad. Nos habla de sentimientos ambivalentes, de amar y odiar al mismo tiempo, nos remite a la universalidad de “Cinco horas con Mario” de Miguel Delibes, a “La piedra de la paciencia” de Atiq Rahimi, a “Los aires difíciles” de Almudena Grandes, a “La crónica del desamor” de Rosa Montero… y lo digo haciendo un ejercicio de literatura comparada por la conexión que hay entre esas novelas, no por el parecido sino por la coincidencia ya que todas las obras que he mencionado tratan o parten de un mismo fenómeno cultural o situación similar aunque no pertenezcan al mismo tiempo histórico ni estén situadas en el mismo mapa, naturalmente el estilo y el modo de desarrollar y de resolver el conflicto son diferentes.
La novela recalca la importancia de lo cotidiano, es un canto a la maternidad, a la mujer como origen, y lo hace a tres voces y en tres generaciones, madre, hija y nieta no consanguínea.
También hay tres hombres fundamentales en sus páginas y en el mismo orden generacional, el padre de la protagonista, honorable, culto, ejemplar, contrasta con el marido, veleidoso, voluble, desconsiderado y egocéntrico, y el hijo, un delicado proyecto de futuro entre ambos.
El libro habla de los hijos como epicentro y del doloroso despegue del nido aunque permanezcan en él o vuelvan tras el vuelo cada vez más alto y más prolongado: “Los hijos poco a poco se van desprendiendo de la madre, en cambio todavía no conozco a ninguna madre que haya conseguido desprenderse de los hijos”, nos dice la protagonista en la página 69.
Habla del miedo a la vejez, de las nostalgias, de aferrarse a asideros del pasado que ya no han de volver, de cuando las casas se vacían tras la partida de la otra persona, de la abrupta amputación del tándem que formaban en pareja. De la viudedad.
Habla del rencor y de cómo destruye la alegría, la esperanza, las ilusiones; habla de la hipocresía y de cómo tragamos con ella; de Elisa, la egoísta hermana de Ernesto, viva representación de florero decorativo actual con actitudes de mantenida aunque trabaje, arquetipo de niña-mujer que sin embargo muchos hombres prefieren, las razones profundas del por qué de esa elección suscitan un debate interesante.
En definitiva “Tal vez la noche me redima” es un balance vital que transcurre por la evolución de las distintas etapas de las relaciones familiares, pero sobre todo es un exorcismo, un sano ajuste de cuentas y un legado de dignidad aunque sea a título póstumo porque hay muchas formas de plantar cara: la conversación que la protagonista mantiene con el médico no se instala en la lástima ni en la autocompasión y si no es políticamente correcta al menos muestra una verdad que ella mira de frente y que al fin exterioriza, una verdad de la que partir para obtener con ella la auto-redención que le hará recuperar la singularidad e identidad propias y sobre todo su voz.
Ese es el enfoque de esta novela, en otras el infiel explica sus razones. El eterno debate de quién sufre más si el que abandona o el abandonado difícilmente se resolverá porque cada persona es un mundo y a esa pregunta se le suma otra en esta vuelta de tuerca que por la deformación de pertenecer a un club de literatura estoy dando: en caso de ruptura ¿quién prefieres ser?, ¿el que abandona o el abandonado? En cualquier caso lo que queda claro tras la destilación es que explorar en el territorio de la pareja siempre produce una catarsis saludable.

Tal vez la noche me redima” es una novela hermosa que exige de quien lee una respuesta y un bautizo. Antes de salir de las páginas el lector se dirige a la protagonista para decirle: Sí, te redimiste en el momento exacto en el que por teléfono le dijiste a la última amante de Ernesto que tú también lo sentías y en esa ausencia de especificación estaba incluido todo, lo sentías por ella, por ti, por Adrián, por el amor malgastado… y por esa reconciliación contigo yo te llamaría Gloria, porque te la mereces toda, o quizá Fénix si para mujer sirviese ese nombre, y nunca Esperanza que es como seguramente te llamabas antes, ese apelativo dañino lo dejaría aparcado en el ambiguo “tal vez…” para siempre. Y con este epílogo añadido el lector cerrará el libro entre sus manos como si acabase una plegaria para decir ego te absolvo.

Entrevista a la autora JUANA PINÉS MAESO

Pregunta: ¿Qué recibes de la literatura? y ¿qué le entregas tú a ella?
Respuesta: La literatura me proporciona el íntimo convencimiento de SER y de ESTAR, que es  mucho más que el simple hecho de transcurrir por la vida. Me deja la dulce esperanza de que, con mi pequeño grano de arena, estoy contribuyendo a embellecer un poco la existencia de los que me rodean. No pretendo arreglar el mundo a base de palabras, eso sería absurdo. Y utópico. Pero si pongo unas briznas  de belleza en los ojos o en el corazón de alguien, me doy por satisfecha.
¿Que qué le entrego yo a la literatura? Le entrego muchas de las horas que deberían ser de sueño y de sosiego, le entrego mis ratos de ocio, y toda la pasión y la emoción que soy capaz de sentir.

P. ¿Escoges los temas sobre los que escribes o ellos te eligen a ti?
R. Cuando escribo prosa (cuentos, relatos, novelas) elijo yo el tema. Imagino una historia y desde ese momento voy creando personajes, perfiles psicológicos, situaciones, diálogos, como piezas de un puzle que deben encajar cada una en su sitio hasta formar un todo armónico. Pero es que ahí escribo “desde fuera”, escribo de cosas y de personas que me son ajenas, no estoy implicada emocionalmente porque es pura ficción.
Cuando escribo poesía, sin embargo, es ella quien me elige a mí. Porque es algo mucho más íntimo que me nace de dentro y que me empuja de un modo inevitable. Siempre sé cómo empiezo, pero casi nunca sé cómo ni cuándo voy a acabar. Es como si la propia poesía me llevara de la mano y fuera ella quien me dirige y marca las pautas.   

P. ¿Te resulta difícil cambiar de registro, pasar de poesía a prosa?
R. No, no me resulta difícil en absoluto. Ten en cuenta que cuando hago un poemario pongo tanta carga vivencial en él y una visceralidad tan extenuante que al acabar me quedo desfondada. Entonces me dedico a escribir cuentecillos o cosas más ligeras, porque la prosa me sirve de relajación para recargar las baterías. Indudablemente una novela es un proyecto mucho más ambicioso que esos relatos que utilizo para despejarme. Pero puedo pasar de un género a otro sin dificultad.

P. He tenido la suerte de leer otras de tus novelas en clave más cómica y he podido disfrutar de tu ingenio, aunque en todos tus registros siempre hay una constante: la preocupación por los desfavorecidos.
¿Qué elementos confluyen para inclinarte por el tono dramático o el humorístico?  
R. Depende del momento. Casi siempre escribo de temas serios y muy reflexivos, pero hay que tener en cuenta que también soy una persona alegre y con un gran sentido del humor. Lo cortés no quita lo valiente. Y de vez en cuando me apetece escribir de una forma lúdica y casi como un divertimento temas humorísticos. Y lo cierto es que cuando lo hago disfruto muchísimo. 

P. A menudo a las escritoras se les atribuye como biográfico lo que aparece en sus libros, y  de algún modo intuyes que la observación es peyorativa como si no se les concediese la capacidad de crear, a continuación la autora ha de perder el tiempo en dar explicaciones sobre la diferencia que hay entre los préstamos personales que les haces a los personajes y la biografía, aclarar que la ficción puede nutrirse de las experiencias vividas o referidas, que estas pueden servirle de inspiración pero que su escritura no deja por ello de ser ficción… Sin embargo cuando se trata de escritores ni siquiera se plantea, a nadie se le ocurre pensar que José Luis Sampedro tal vez fuera “un amante lesbiano” o que el hecho de que Philip Roth nos cuente el último tramo de la vida de su padre en su novela “Patrimonio” se deba a la carencia de imaginación.
¿Cómo sobrellevas que confundan tu persona con el personaje, si es que ocurre?
R. Ocurre, sí. Ocurre a menudo. Y ya ni me molesto en sacarlos de su error. Pero entiendo que llevo muchísimos años escribiendo poesía, en tanto que la novela me pilla casi de nuevas. Entonces las personas que me leen o que me siguen están acostumbradas a “verme y a saberme” entre las líneas. Porque pese a la opinión de Pessoa, que manifiesta que todo poeta es un gran fingidor, yo escribo siempre mi poesía “del natural”. No finjo emociones, desgarros o soledades inexistentes, ni creo situaciones de cartón piedra. En mi poesía me despojo de todo y muestro impúdicamente en cueros el corazón. Por eso las personas que me leen a menudo creen seguirme viendo en los personajes de mis novelas, y ven en esos personajes rasgos con los que, inconscientemente, me identifican. No llegan a entender que en la poesía yo soy yo, pero en la novela mis personajes me son ajenos. Pese a que puntualmente les haga algún pequeño préstamo, a veces inevitable.  
Pili Zori y Juana Pinés

P.  “Tal vez la noche me redima” además de tratar grandes temas de balance vital gira en torno a la infidelidad  ¿qué núcleo crees que destruye dicha traición aparte del de la confianza?
R. Todos. La estabilidad emocional, la autoestima, la dignidad, el amor propio. Creo que no hay nada más humillante que saberse víctima de una infidelidad. Todo tu equipaje vital se tambalea y tu existencia se convierte en arena movediza.

P. ¿Es difícil liberarse del rencor que la infidelidad produce? Más de una y dos veces hemos escuchado la expresión sexista de que el rencor es cosa de mujeres ¿qué opinas sobre la paradoja habiendo tanta violencia de género?
R. “Olvida y perdona” se dice siempre. ¡Qué conveniente y qué cómodo, pero qué difícil de llevar a la práctica! Porque puedes intentar reconstruirte el corazón, pero las cicatrices y los costurones no te los quita nadie. Arroja al suelo una hermosa pieza de porcelana. Coge luego los fragmentos y trata de pegarlos. Y ahora dime qué resulta, y si se notan las roturas. Tal vez alguien con una grandeza de alma infinita o con un amor a prueba de cualquier cosa sea capaz de perdonar. Pero ¿podrá volver a vivir sin recelos, sin miedo, sin sospechas que enturbien su vida?
Me parece absurdo pensar que el rencor es un sentimiento privativo del género femenino. Cuando estamos viendo venganzas, crímenes, guerras y cientos de mujeres atormentadas o muertas a causa del rencor y del odio…

P. ¿En qué nuevo proyecto estás trabajando?
R. Acabo de terminar una nueva novela que empecé en junio. Me ha tenido ilusionada y enganchada todos estos meses, y he puesto en ella mis cinco sentidos. Ojalá que el esfuerzo haya valido la pena. Ahora aprovecharé las fiestas navideñas para vaguear un poco, y luego retomaré un libro de poemas que tengo empezado y que dejé a medias para dedicarme de lleno a esa novela. Le he dado vacaciones a las Musas, a ver si luego regresan con ganas de trabajar.

P ¿Cómo ves el panorama editorial?
R. Creo que no lo veo. De tan oscuro como está. Antes de las acometidas de la crisis ya era algo impensable para los escritores que no tenemos un nombre consolidado. Ahora es prácticamente imposible. Todo se ha vuelto “coediciones” o hágaselo usted mismo. O págueselo, sería mejor decir. Las editoriales gigantescas sólo apuestan por escritores consagrados y firmas de prestigio. Y las pequeñas te hacen ofrecimientos llamativos de edición, siempre y cuando tú corras con los gastos, o al menos con buena parte de ellos. De todos modos es un mundo que tengo inexplorado. Hasta el momento sólo he curioseado un poco sin llamar a ninguna puerta. Me voy valiendo de los premios literarios para ver mi obra editada. Una vez que recibo los pocos libros que el premio estipula ya pierdo la pista y desconozco las vías de distribución que se generan para esas obras, y dónde van a parar, y quien las lee. A veces veo en Internet puntos de venta donde se anuncian libros míos, y de momento me voy conformando con eso. Que ya se sabe que el que no se consuela es porque no quiere.    

P. Y por último ¿qué pregunta que nunca te hacen desearías contestar?
R. ¡Oh, vaya pregunta que me haces! Me temo que si respondo de forma espontánea lo primero que me viene a la cabeza voy a parecer un poco tonta. De todos modos, y aún a riesgo de parecerlo, lo voy a hacer…
Me hubiera encantado que alguien me preguntara: “¿Te ha gustado mi carta de amor?” Y me hubiera encantado responder que sí, que era muy hermosa. Porque eso significaría que alguna vez alguien me había escrito una…

"TRIAGE", película de Danis Tanovic

Triage: palabra francesa que significa atención de urgencia según gravedad. Comenzó a utilizarse para clasificar a los pacientes heridos de guerra o por situaciones de catástrofe cuando los recursos médicos disponibles se volvían insuficientes debido a la avalancha.
Mark (Collin Farrell) y David (Jamie Sitves) son reporteros de guerra irlandeses que están fotografiando el conflicto bélico de Kurdistan (1988). La esposa de David, Diane (Kelly Reilly) espera un bebé y él quiere regresar junto a ella para estar presente cuando llegue su hijo. Mark intenta convencerle de que se quede durante dos días más a la espera de la inminente ofensiva para así conseguir la foto del año.

Aviso para quienes no hayáis visto la película: voy a revelar sus claves y en este caso sí importa. Es preferible que regreséis a este rinconcillo tras haber llegado al final del film.

Cuando un largometraje envía al espectador reflexiones tan importantes e invita a un arduo y difícil debate, no seré yo quien busque en él posibles fallos técnicos. En alguna ocasión y en este mismo blog he dicho que la crítica española a menudo en vez de crítica es criticona y nada orientativa, no sé si se deberá a algo tan simple como el propio vocablo y sus distintas acepciones o a un rasgo muy nuestro que considera más sagaz e inteligente la actitud de colocar lupa y buscar defectos, creo que se necesitan las mismas herramientas e invertir el mismo trabajo para encontrar las cualidades, pero por alguna razón que no termino de comprender ser peyorativo está más valorado.
Triage”, a mi juicio, es perfecta tanto en las intenciones como en la forma de plantearlas. A caballo entre el aspecto documental y el drama personal, Danis Tanovic crea la atmósfera requerida, el aire que hemos de respirar quienes jamás hemos estado en una guerra y desde este otro lado juzgamos cómodamente con baremos que allí no son aplicables. Lo que se rompe por dentro en esas situaciones tan traumáticas convierte a la persona en una dualidad difícil de volver a unificar, hay una parte anímica que se amputa, que ya no regresa y que se pierde para siempre.
El núcleo, el corazón de la película, en mi opinión, se sitúa en la llegada del abuelo de Elena (Paz Vega) y en lo que éste (Christopher Lee) con valentía desmonta y rebela. Él no habla de eliminar culpas sino de enfrentarte a ellas, de confesarlas, de asumirlas, y de convivir con lo imperdonable.
Cuando quienes nunca hemos estado en conflictos bélicos, o en campos de concentración, hablamos de clemencia, de reconciliaciones nacionales o con el pasado, en realidad, si somos sinceros, hemos de reconocer que no nos estamos refiriendo a ese perdón con mayúsculas que incluye a verdugos. Y no hace falta irse a Auschwitz, muchos olvidan que en nuestro país también había campos de concentración en los que Franco hacinó a multitud de jóvenes durante cuatro o más años, jóvenes que dada su edad no habían participado en la guerra, y lo hizo por pura pataleta, porque no pudo alcanzar a los altos cargos republicanos que consiguieron el exilio. Campos como el de Larache, por ejemplo, en el que a muchos de aquellos chicos la disentería les disecaba los intestinos mientras en días claros vislumbraban el peñón y los afilados bordes del sur del mapa de su país.
Que conste que no hablo de exonerar responsabilidades. Cuando salen a relucir estos temas hay que distinguir muy bien entre deseo de justicia o de venganza, uno puede perdonar o no, está en su derecho, pero la venganza solicitada por delegación es la más cobarde.
Imagino que al igual que el doctor Morales (Christopher Lee) muchos psiquiatras de entonces tuvieron que recomponer por igual a víctimas y a criminales, a torturadores institucionalizados y amparados en el régimen, y ése es precisamente un enfoque que yo jamás había visto tratado y que tampoco me había querido plantear nunca. No he leído la novela de Scott Anderson en la que la película está basada, pero prometo hacerlo en cuanto pueda.
Creo que desde niña he tenido claro que la patria en realidad son las personas a las que volvemos; Mark regresa a su mujer y es el amor de su esposa el que le cura, porque ese amor rompe barreras y baja defensas para buscar al único sanador que puede hacerlo. Elena ha de comerse el orgullo y reconsiderar la decisión que tomó en su día de mantener la enemistad declarada de por vida a su abuelo y escuchar por primera vez frases y razones para las que nunca ponemos oído.
Los contrastes están muy bien servidos: el médico que dispara a moribundos por piedad, y Mark que ha de soltar a David, su amigo, su hermano, para no morir, que ha de elegir, decidir su triage personal y después volver para enfrentarse con el rostro de la mujer que dará a luz a un hijo al que la pareja había decidido bautizar con su nombre, Mark.
Hasta ese momento la cámara fotográfica le había servido de parapeto, le mantenía a distancia, desgraciadamente sólo cuando tocan a los “nuestros” tomamos conciencia del verdadero dolor, del enorme sufrimiento. Tal vez Tanovic intentó pedirnos a gritos la empatía y que de una vez por todas tomásemos conciencia de que no existen compartimentos y que uno de los nuestros es cualquier semejante. Hay un momento en el que Mark dice algo así como “estamos con ellos” y David, su compañero y amigo –el fotógrafo cuyos retratos sí se pueden poner en una pared porque rescatan y reflejan la esperanza- le increpa “¿pero qué estás diciendo?”. Y yo pregunto, ¿dónde y con quién está un reportero de guerra?, ¿quién le cuida?, ¿quién le protege?

El estilo narrativo está al servicio de la historia y los protagonistas en tierra de nadie, y no estoy haciendo un guiño ni un enlace al film anterior de este director, el más premiado en toda la historia del cine, (“En tierra de nadie” (2001) recibió 42 galardones incluido el oscar a la mejor película de habla no inglesa). Era inevitable que “Triage” me condujera directamente a las novelas “El pintor de batallas” y “Territorio comanche” de Arturo Pérez Reverte, -de esta última también hizo película Gerardo Herrero- ambas, como ya comenté aquí en su día, me marcaron, las dos hablan de las fotos de prensa o de las imágenes televisivas ante las que retiramos la vista mientras tomamos el postre, las fotos de un freelance que en el frívolo mercado se igualan y comparan a las del paparazzi cazador de “ninis” participantes de reality. Tampoco quiero olvidarme de “Guerreros” largometraje de Daniel Calparsoro que avisa, al igual que Joseph Conrad, de la inestabilidad moral del ser humano y de cómo incluso en una misión humanitaria puedes introducirte en el mismísimo corazón de las tinieblas.
Danis Tanovic es bosnio, nació en 1969, estudió piano en la universidad de Sarajevo, después se matriculó en la academia de artes escénicas, pero debido al asedio que sufrió su ciudad en 1992 se vio obligado a abandonar los estudios y se unió a un equipo de filmación que siguió al ejército de Bosnia-Herzegovina; su material ha sido utilizado en numerosos telediarios, reportajes y películas a los que ha servido como fondo histórico. A finales de 1994 dejó el equipo y reanudó sus estudios en Bruselas, posee doble ciudadanía bosnia y belga.
Dedicó el oscar por “En tierra de nadie” a su país, y su grado de compromiso le llevó a crear un partido. El hombre que dice que la única manera de luchar contra la injusticia es visualizándola ha removido las conciencias en la Berlinale de este año con su último trabajo “Un episodio en la vida de un chatarrero”. Ha trabajado con los protagonistas de la noticia en la vida real: se negaron a atenderles en un hospital porque eran gitanos. Tanovic hoy prefiere proyectos de poco dinero pero con capacidad de llegada a los grandes de antaño en los que se invirtieron millones de dólares sin que apenas obtuvieran espectadores.
Siento un gran respeto por este director que se atrevió con “El infierno” de Kieslowski, la trilogía que Krzysztof estaba preparando cuando murió, y es que ya se sabe: “Dios los cría y ellos se juntan”; cada vez creo más en las energías y en los imanes, los torrentes de talento  encuentran los canales a medida para llegar hasta el mar sin desbordarse. No me parece pretencioso ni me importa en absoluto que los artistas de mi tiempo con las cartas boca arriba ejerzan de intelectuales, al contrario, los busco y los prefiero porque me canso de leer o de ver lo que me reafirma, lo que me identifica y me complace y estoy harta de placebos y adormideras. Tengo ganas de que muchas cosas cambien, o mejoren, pero no siempre encuentro el camino o las respuestas, ni sé cómo hacerlo, así que si como en este caso me hago eco del eco pues me doy por contenta, es mi forma de barrer mi pequeño trozo de acera.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"LA FLAQUEZA DEL BOLCHEVIQUE", película de Manuel Martín Cuenca

Pablo, un desencantado ejecutivo financiero de una empresa de inversiones, un lunes gris como  tantos otros, se desplaza en su coche por el habitual atasco de hora punta que se forma al comienzo de su jornada laboral –su automóvil es el único cubículo en el que se siente libre o, al menos, desinhibido para dar rienda suelta a sus frustraciones- en un momento de impaciencia se distrae intentando poner en su equipo de música “Yo, minoría absoluta” el octavo álbum del grupo Extremoduro: los temas que se escuchan reflejan su estado de ánimo. El descuido provoca que colisione con el flamante coche de delante, el daño es prácticamente invisible puesto que circulaban a cuarenta. Del ostentoso auto de color azul cobalto se apea Sonsoles, una pija con lengua viperina que le insulta y más adelante le denuncia (me resultó inevitable enlazar esta película con “Crash” largometraje del que también hablé en este blog, y que comparte la misma crispación y aislamiento urbanos envueltos en aceros, cristales y brillos metalizados de este deshumanizado tiempo nuestro). A partir de ese momento Pablo encuentra el canal de toda la ira contenida que acumula, y se dedica a averiguar la dirección del domicilio donde vive la mujer y el número de teléfono para acosarla de día y de noche y urdir así una venganza cobarde y encubierta. Pero al perseguirla aparecerá María, la hermana adolescente de Sonsoles, y el fogonazo de luz iluminará el vacío eclipsando por completo la furia.
Esta bellísima película, está basada en la novela homónima de Lorenzo Silva (premio Nadal 1997). Silva colaboró a su vez en el guión- tan difícil de escribir y de dirigir, por su delicadeza-. Sólo la mano maestra de un cineasta con pulso y sentido del equilibrio como Manuel Martín Cuenca fue capaz de conducirla, ya que el film se mueve en esos angostos y fronterizos recovecos emocionales que el ojo superficial podría confundir con morbosidad o pederastia, y nada más lejos. En cuanto vemos a una adolescente en relación con un adulto solemos denominar a la niña como “Lolita” y la pena para el gran Nabokov es que manoseamos el concepto vulgarizándolo y simplificándolo para rellenarlo con los maliciosos prejuicios que nos da la gana sin tener en cuenta la individualidad de aquella Lolita que por mucho que nos empeñemos no se puede universalizar, pero hay que ser valiente para conseguir que no quepa la menor duda de que esta historia en ningún momento va a contener el más mínimo desliz rijoso. El trazo de acuarela es limpio y certero porque toda la composición exige transparencia: dos soledades que se atraen y se encuentran en el agreste terreno de la inadaptación. Ella, María, con quince años de edad aún no ha traspasado el umbral hacia el mundo adulto,  pero ha visto unas cuantas muestras bastante sucias en la franja oscura e hipócrita en la que muchos de quienes lo habitan se mueven, naturalmente tiene sueños, y como cualquier joven espera ser distinta y encontrar el modo de triunfar con honradez. Pablo, en cambio, viene de vuelta, perdió las ilusiones y sanos objetivos por el camino y se dejó engullir. María representa el punto de partida del que él salió, el espejismo de la recuperación del tiempo perdido, el encuentro a deshora con el amor esencial y puro al que una vez aspiró.
No creo que se vuelva a dar en cine un hallazgo como el que protagonizaron María Valverde y Luis Tosar, (salvo el excepcional dueto de Scarlett Johansson y Colin Firth en “La joven de la perla” del que también dejé reseña en este mismo blog, eso sí, imbuido en otro contexto y con distinto  tratamiento del deseo y de la compenetración, que en aquel caso trataba de sensibilidades artísticas y de transmisión de conocimientos en una relación iniciática también de joven con mayor que incluía además un abismo insalvable por diferencia de clase). De Tosar era esperable. Afirmo sin caer en la exageración que pocos actores del cine mundial se le pueden equiparar, a ver si no quién sería capaz de extraer los matices que le regaló a Icíar Bollaín en “Te doy mis ojos” sin quedarse estigmatizado de por vida.
María Valverde obtuvo por “La flaqueza del bolchevique” el premio Goya a la actriz revelación, la entrega fue absoluta y su belleza conmueve por el instinto que transmite, por la fuerza de la inercia que a esa edad incontaminada te lleva hacia lo esencial, hasta lo verdadero, después el radar pierde precisión.
Al espectador, cuando asiste a interpretaciones tan magistrales ejecutadas con tan pocos años le da miedo que luego esos actores o actrices no puedan remontarlas; por fortuna después de ver a Juan Diego Botto en “Ovejas negras” parecía imposible que aquellos ojos abismales y apabullantemente oscuros que devoraban la pantalla pudieran volver a entregar tanta verdad, pero siguen haciéndolo. No he vuelto a ver trabajos de María Valverde aunque tengo entendido que su carrera también continúa imparable.
El elenco es extraordinario de principio a fin, se intuye que cada actor fue escogido con lupa para su papel, incluyendo la corta pero magistral intervención de los que han de llevar a cabo el triste desenlace de esta relación ¿imposible?
La mirada que Manuel Martín Cuenca hace de Madrid es bellamente forastera porque contiene el asombro de los que vamos a ver la ciudad llegando de otra, es una forma de mirar distinta a la de quienes viven en ella porque conserva el asombro, la sensación de descubrimiento y estreno, y aporta una comprensión más global.

Alfonso Parra, el director de fotografía, reflejó el alfombrado otoño madrileño del 2002 con una galería de paisajes que parecen una caricia de dorados, ocres y granates en la hojarasca mullida y crujiente a la vez que se depositó a los pies. Qué preciosidad, cada encuadre es único e irrepetible por la captura del instante, de la hora: las cinco de la tarde en el banco del parque, con esa luz brumosa y suave. Retrató los interiores lujosamente opresivos dejando que el espectador entrase en el vacío de las personas que dirigen las finanzas, en la crueldad de los fríos despidos, en las ataduras del dinero… Entre los tres, Manuel Martín Cuenca, Lorenzo Silva, y Alfonso Parra, metieron el dedo en la llaga social como vaticinio depredador de la devastación voraz que ahora, una década después, padecemos.
Y Roque Baños completó el cuarteto envolviendo con su música todas las piezas de visual narrativa poética, su composición –al servicio de la historia- subraya y enaltece la elegancia de los sentimientos. Para hablar de este gran compositor y de su talento reconocido en todo el mundo tendría que utilizar muchas páginas, os sugiero mejor que escuchéis cualquiera de sus bandas sonoras para cine, se os olvidará respirar.
Cada día me descubro ante un país que sin industria cinematográfica consigue estos milagros, y siento orgullo prestado por estas gentes tan altruistas, que con frecuencia engullimos entre palomitas, sin saber hacer la digestión.
La película comienza con el sonido estridente de la vorágine urbana; el rostro de Tosar muestra en todo momento la crispación contenida como un iceberg de enorme profundidad, la tristeza honda suele convertirse en ira que va in crescendo, por fortuna la de él alcanza su vértice cuando ve por primera vez a María y comienza el descenso hasta llegar a la escena de la piscina en la que al fin, y en las tumbonas, encuentra el sosiego anhelado junto a María, la dueña del detonante que le rescata y le extrae la ternura, la pena es que por el otro lado del triángulo asciende la cólera de la ya casi olvidada Sonsoles. Qué lástima que en este caso no se pueda cambiar el dicho de “lo que mal empieza mal acaba”.
Cuando vemos en esa mesa “santuario”, libros sobre la revolución de octubre, matrioskas con la imagen de personajes rusos y a Pablo pasar las satinadas hojas con parsimonia hasta detenerse en las fotografías de las hijas del último zar ruso Nicolás II y cómo sus ojos se prenden especialmente al retrato de la bellísima princesa Olga, de inmediato intuimos que el título de la película y esas imágenes encierran un secreto que tiene que ver con el momento de flaqueza que debió sentir el bolchevique que recibió la orden de asesinarla. Hay un anticipo velado de inmolación, de derramamiento de sangre inocente en esas páginas que el espectador aún desconoce porque no puede seguir hojeando. Esta presentación corresponde al principio del largometraje pero la he dejado para el final porque la película cierra en círculo.
Me despido con pena porque es un film que no me canso de contemplar y me apetece mucho compartirlo con el club de cine, para escuchar el inteligente epílogo que le añadirán mis compañeros prolongándola un poco más. Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"MADRES E HIJAS", película de Rodrigo García

El martes día 5 de Noviembre arrancamos en el club de cine del centro de mayores de Ibercaja  de Guadalajara con “Madres e hijas” una conmocionante película del gran cineasta Rodrigo García.
No hace falta licenciarse en Harvard –aunque tengo entendido que él sí lo hizo- para saber que a Rodrigo García no le gusta ser conocido como “hijo de” y no por una cuestión de eclipse sino porque los lenguajes que dominan ambos artistas, Gabriel García Márquez y Rodrigo García, son diferentes: la literatura construye imágenes con las palabras y el cine crea palabras con las imágenes, -perdón por la forma de simplificar-, en ese sentido padre e hijo están a la par en disciplinas diferentes, y tienen voces, sensibilidades y radares distintos. En cualquier caso y en su casa un hijo ve a su padre en un plano íntimo y privado distinto al de su proyección pública, le contempla durmiendo, tomando sopa, contento, triste, enfadado, presente en los momentos clave de sus vástagos, o ausente, o indiferente… amado por delegación a través de su esposa o a la inversa, comprendido o incomprendido en determinados periodos y viceversa, comprensivo o inflexible en otros, con sus luces, con sus sombras… como le pasará al propio Rodrigo García con su mujer y con sus hijas, y a ello vamos: a los mundos íntimos y privados que este gran cineasta explora.

Sobre “Madres e hijas” se han dicho muchas cosas distintas en esa especie de epílogo que todos añadimos a las obras, es natural porque cada espectador la hace suya y la película abre varios debates inagotables, así que me limitaré a añadir mi aportación que sin duda enriquecerán en el club mis compañeros.
El propio director planteó el film partiendo de la idea de una separación involuntaria entre dos personas y las consecuencias que conlleva y pensó que la forma más primigenia de comenzar a indagar en ese dolor y a explicarlo sería buscando la matriz, el origen, el vínculo más poderoso y decidió arrancarle un hijo a una madre adolescente, a partir de ahí irá tallando para obtener las facetas de las distintas caras y aristas de una misma gema: la maternidad. En todo momento dentro de la pantalla veremos a madres con hijas, incluso a las tres generaciones juntas: abuela, madre y nieta, todas ellas con sus peripecias vitales y sus conflictos personales intentando afrontarlos conjugarlos y resolverlos.
La película comienza con la escena de dos adolescentes haciendo el amor, porque eso es lo que tienen: no un despertar al sexo sino una historia de amor y el director así nos hace comprenderlo con cuatro pinceladas certeras. Una elipsis de 37 años nos llevará hasta una mujer madura, Karen (interpretada por Annette Bening en uno de los mejores papeles de su carrera). Karen es aquella adolescente de catorce años que presionada por su madre entregó en adopción a su hija, Elizabeth (la hipnótica Naomi Wats), ambas se echan de menos sin haberse conocido nunca. Karen ha vivido acorazada desde entonces, cuidando de su madre ya anciana en su casa (tengo la impresión de que ese detalle refleja un modo de vida familiar más español y latino que norteamericano y que es importado por parte del director, aunque puedo estar equivocada ya que nunca he vivido en los Estados Unidos y por tanto desconozco el modelo y las costumbres y sin querer puedo estar cayendo en algún cliché ficticio, además los estados de la unión son muchos: unos más adinerados, otros más deprimidos, urbanos, rurales… como en todas partes).
La hija de Karen, Elizabeth, es una brillante abogada de 37 años que vaga sola y nómada por el mundo laboral en un radio siempre cercano al lugar donde nació. La adopción no salió bien y para no comprometerse en ninguna relación a Elizabeth le gusta llevar el control y las riendas en las relaciones porque no quiere deberle nada a nadie, sin embargo presenta a los nuevos vecinos a Paul -su jefe y amante- como su padre (a Paul le da vida el actor Samuel L. Jackson en un papel tan diferente a los que nos tiene acostumbrados que casi es una bella trasgresión ya que los personajes masculinos de esta película tienen caracteres preciosos y la ternura le ha venido muy bien a su habitual roll de hombre duro), bajo el aparente cinismo de Elizabeth se transparenta la vulnerabilidad y el mensaje sutil sobre sus carencias. La vecina está embarazada y más adelante veremos cómo la rutilante abogada, por envidia, intenta tambalear el idílico estado de la joven pareja llevándose a la cama al marido. La película muestra los sentimientos contradictorios, ambivalentes de estas mujeres complejas. El trabajo de las actrices es para descubrirse: en mínimos gestos apenas perceptibles asoma todo el iceberg que va debajo, estad atentos a las escenas de hospital en las que Karen siente celos de la hija de Sofía, la empleada doméstica (Elpidia Carrillo, el director cuenta con esta excelente y bella actriz en muchos de sus trabajos, de algún modo su sola presencia representa un puente entre las dos Américas, el enlace entre las dos culturas) porque la anciana madre (a cargo de la actriz Eileen Rayan, que borda el papel) está volcando en la niña toda la dulzura que a ella le negó y todavía le niega. En pasajes posteriores contemplaremos en un primer plano y un prolongado silencio una de las muestras de evolución más grande que se puede producir en una persona, sin una sola palabra el rostro de Annette Bening-Karem se va transformando mientras mira a la pequeña que duerme sobre su sofá, y toda una existencia de resentimiento se diluye. Salvo la honrosísima excepción de Liv Ullman trabajando a las órdenes de Bergman yo no he visto en cine tamaña elocuencia. Muchos de los estados anímicos son trasladados a los objetos: mientras Karem peina a su madre, el cepillado cambia de ritmos según va afectando la conversación, la anciana a su vez manifiesta el arrepentimiento arrastrado durante toda su vida con significativas miradas, ese arrepentimiento amargo que no se pronuncia porque no admite la redención de quien ya no puede cambiar los hechos y se lleva encima como una penitencia.
Otra pareja de afroamericanos aparecerá en pantalla, en este caso Lucy (Kerry Washington, desplegando todo el esplendor de su talento) desea adoptar. Ambas historias están perfectamente equilibradas en su juego de espejos, y las decisiones de Rodrigo García para los pespuntes y la composición no pueden ser más acertadas. La película exhala el aliento poético de su creador -si entendemos como poesía el desgarro lírico- que alcanza la emoción y la belleza con sentido, todo el sentido de la elegancia de corazón expresado de forma comedida y sin alharacas.
Las partes están muy equilibradas y antes de que se crucen las historias mantienes el mismo interés por cada pieza hasta llegar a la desembocadura. En esta parte el espectador, gracias al buen trabajo de los actores, intuye que Joseph, el marido, (encarnado por el magnífico actor David Ramsey, como veis el elenco fue escogido a conciencia) complace pero no termina de tener clara la decisión, hay un detalle significativo que se produce en el coche -cuando ya han salido de la entrevista y Lucy desata su nerviosismo- en el que acaricia a su marido para afirmarle la virilidad, al menos así lo interpreté, más adelante sabremos que es Lucy quien no puede concebir. Ella regenta una pastelería, hay gestos que pueden pasar inadvertidos a la consciencia del espectador pero que sí entran sin embargo en su inconsciente como el del adorno que madre e hija están colocando en una tarta, Lucy vuelve a cambiar la posición subrayando que las decisiones son suyas y de nuevo asistimos a otro traslado de los estados de ánimo hacia los objetos.
En nuestro país tenemos el escándalo de los niños robados con monjas implicadas. En esta película en la que no existe papel pequeño aparece una monja (personaje a cargo de la actriz Cherry Jones quien está considerada una de las mejores actrices de teatro americanas y bajo sus pies tiemblan todas las tablas de Broadway) haciendo los trámites como es debido y sirviendo de mediadora entre las partes de forma honrada.
La entrada de Paco (Jimmy Smits) en la vida de Karen le devuelve la luz, resulta conmovedora la ruptura de coraza con barrena. Tengo una predilección especial por este actor tan comprometido con su obra y con su vida desde la mítica serie “La ley de Los Ángeles” que tanto debate proponía y suscitaba, Víctor Cifuentes se llamaba el personaje, en “Madres e hijas” resulta especialmente atractivo, tan grande y acogedor, le sientan muy bien los años y los kilos repartidos por su gran estatura y lo digo en las dos acepciones: altura física y moral. También los actores hombres se merecen que otros hombres y en clave masculina les regalen personajes inolvidables que parten de la sencillez de la vida cotidiana, hay hombres buenos y atrayentes con grandes aspiraciones “pequeñas” como la de remontar al lado de una mujer  madura; creo sinceramente que tanto en el cine como en la literatura hemos abusado de personajes descerebrados que huyen de las responsabilidades con eternas crisis y complejos de Peter Pan, maltratadores, drogadictos y colgados sin remedio, por desgracia haberlos haylos y habrá que seguir combatiendo sus abusos con todo el peso de la ley, pero en cierto modo y frente a su misoginia puede que haya surgido una misandria un poco injusta para varones de extraordinario comportamiento que se han quedado en la sombra, por eso creo que la propuesta de Rodrigo García, al menos para mí, es una reivindicación muy merecida, todos los hombres que aparecen en la película enamoran y lo hacen desde un planteamiento respetuoso, sincero y realista: tienen personalidad, escuchan, no imponen, no se dejan avasallar y tampoco se amoldan, simplemente se comparten con las mujeres que quieren. La única excepción es Joseph, pero incluso en ese caso el planteamiento puede doler porque no coloca como prioridad en su vida a su esposa, pero él desea un hijo de su sangre, lo plantea con sinceridad y se sale del proyecto sin discordias. Es duro que te repudien por no poder concebir, pero la situación queda clara y ella sigue adelante sola con la adopción, nadie te puede obligar a ser madre o a dejar de serlo, como tampoco a ser padre o a dejar de serlo y mucho menos a renunciar a tus deseos.

***

Y ahora con vuestro permiso me voy a permitir un desahogo:
Ciertos críticos cinematográficos, pocos por suerte, en mi opinión -subjetiva naturalmente- no han captado el proyecto ni las intenciones de García, cuyo análisis es bastante más intelectual y mucho menos emocional de lo que algunos y algunas han querido ver, y subrayo el “algunas” porque me duele que hayan rebajado la hondura del contenido por el hecho de que los pilares sociales de nuestro tiempo se miren ¡por una vez! desde el prisma femenino. ¿En qué quedamos?, ¿las mujeres somos estereotipos con un rol impuesto?, ¿o parte decisiva en la resolución de los conflictos privados y públicos? Hay quien se ha atrevido a tildar de folletín la película y, peor aún, de melodrama en velado término peyorativo; me parece mentira la falta de precisión en el lenguaje de quien se supone que domina el significado de los términos. Según el diccionario melodrama es: “Obra teatral dramática en la que se resaltan los pasajes sentimentales mediante la incorporación de la música instrumental”. Que yo sepa los sentimientos mueven el mundo, o decidme si no a qué se debe que las consultas de psicólogos y psiquiatras rebosen de pacientes, y el melodrama es un formato o género que será bueno o malo dependiendo de con qué lo rellenes, digo yo. En cualquier caso, creo honestamente que Rodrigo García es una voz nueva e inclasificable, pero bueno, a quien le guste poner pegatinas que las siga poniendo. Que realices algo tan digno y que vengan los cuatro superficiales de turno que se supone que son entendidos –la crítica cinematográfica es una carrera universitaria según creo- a rellenar el silencio con su corta entrega, que mira tú por dónde eso sí que sirve como definición de folletín, diminutivo de feuillet (hoja): “Género dramático de ficción caracterizado por su intenso ritmo de producción, de argumento poco verosímil y simplicidad psicológica”. Pues eso son algunas entrevistas y otras reseñas que he visto y leído: folletines malos, poco verosímiles e insultantemente simples. Tiene narices. Así que a veces entiende una la cara de aburrimiento y de paciencia que en las promociones ponen los artistas. Menos mal que el espectador del cine de autor sí suele estar a la altura de la obra, y la agradece, pero los creadores no tienen la suerte de ponerse en contacto con sus espectadores.
Reconozco a Rodrigo García sin necesidad de ver su nombre en cualquier capítulo que escriba o dirija en series como “A dos metros bajo tierra”, “Los Soprano”… él siempre marca una frontera de humildad para acotar el trabajo y entregarle a cada miembro del equipo su mérito y es loable, para eso se especifica guión y dirección cuando ambas actividades las realizan personas distintas, pero su sello se nota porque tiene que ver con su forma de mirar. Algún día me tomaré mi tiempo para hablar de “En terapia”, serie que me removió los cimientos y que me llevó hasta el final con la dolorosa pregunta de ¿entonces cuáles son las certezas? Quienes sigan este blog ya sabrán que una de mis preocupaciones constantes es la subjetividad entre otras derivadas de la anterior tales como la percepción de la realidad y la pérdida de la confianza. Es difícil llegar a conclusiones sabiendo que nunca posees toda la información y esa convicción me produce una inseguridad enorme, así que cuando el propio psicoanalista de la serie pone en cuestión toda su labor porque entre otras cosas ha perdido la confianza en sus pacientes porque no sabe si le mienten y por tanto le manipulan, me quedé descompuesta y desolada mirando a la pantalla a la espera de algún capítulo más, porque también yo en esa serie buscaba con avidez las repuestas.  Al cabo de un rato buceé en lo que sentía: un profundo amor por el personaje y un deseo enorme de abrazarle y cobijarle, y aunque parezca una verdad de Perogrullo creo que no hay otra certeza más demostrable que la de sentir amor por alguien –se sobreentiende que no hablo sólo del de pareja- el amor es el único vínculo real de compenetración, el único nexo en el que dejamos de ser soledades. Y ese sentimiento lo tuve tanto por el actor Gabriel Byrne como por el personaje Paul Weston, a esas alturas formaban una simbiosis. Creo que Rodrigo García sin pedirlo consigue de los actores un grado mayor de compromiso que no pueden dejar en el perchero cuando terminan la actuación, porque lo que diferencia a la obra de arte del mero entretenimiento o la evasión es que ésta te transforma y por fortuna lo hace también con el espectador que experimenta un enorme crecimiento, (me encantaría preguntar a los actores de ese calibre cómo resuelven el desprendimiento, pero esa es otra historia que me gustaría poder desarrollar algún día en una novela: la trastienda). Pocos directores y también actores se atreverían con ese formato de tremenda desnudez anímica que obliga a dos personas en una consulta terapéutica a sujetar el primer plano sin que haya un mínimo resquicio para engañar al objetivo de la cámara con algún recurso, no había nada más que sus rostros y sus cuerpos y sin embargo a través de sus gestos y palabras podías ver con nitidez todo lo que quedaba fuera de esa consulta. Nadie se arrima hasta el punto de volcarse en el interior del otro como lo hizo él, Rodrigo García. La elocuencia como ya he dicho en renglones anteriores no es sólo patrimonio de las palabras, el lenguaje no verbal es mucho más poderoso, pero capturarlo en los diminutos gestos requiere una pericia que lleva detrás una capacidad de escucha a través de los sentidos mucho más grande que la de los demás mortales y construir con dichas imágenes el poema y entregarlo en cine es tan generoso… la única forma en la que el espectador puede recibir el milagro de ver el pantallazo de un solo ojo, o de la comisura izquierda en unos labios despectivos, o el temblor de un solo dedo… es como si nos abrieran un boquete agrandado con cristal de aumento para dejarnos entrar en los pliegues más recónditos del alma humana, y las llaves de las puertas para adentrarse sólo las tienen artistas como García Barcha, y en este caso sí da lo mismo que la idea de la consulta y de un paciente por semana se le ocurriera a un director israelí, Agair Levi, -a Rodrigo García nunca se le olvida mencionar a su creador- en otras ocasiones me ha dolido que en su afán de superioridad los norteamericanos cojan una película extranjera que les gusta y en lugar de darla a conocer en su país, como hacemos los demás, la rehagan como suya enviando el mensaje de que son capaces de mejorarla, pero no me quiero repetir, en este caso excepcional, como decía, se toma prestado el continente, es decir el recipiente, y es factible variar el contenido según cada cultura requiera, aunque al final las líneas maestras sean universales y comunes a toda la humanidad.
En alguna entrevista le he oído decir que él escribe y realiza historias para adultos que actualmente están recogiendo cadenas como la HBO, y si te paras a pensar en la dimensión de la palabra te das cuenta de que alcanzar una edad adulta, a menudo, no tiene que ver con la cronología; ser adulto requiere un bagaje y legado de experiencia y desgraciadamente a muchos adultos les están entregando un cine de pubertad que les impide el desarrollo personal cuyo proceso ha de durar toda la vida hasta que te despides.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.

Pili Zori

"Patrimonio", de PHILIP ROTH

No sé si comenzar a conocer la obra de Philip Roth a través de su libro “Patrimonio” es muy ortodoxo puesto que trata de un fragmento biográfico del propio autor: el periodo que transcurre  entre el diagnostico y el desarrollo de la enfermedad terminal de su padre. En ese mismo tiempo, de los años ochenta del s. XX y puede que agravado por dicho proceso, el propio Roth sufrió un infarto.  Lo que sí sé es que a mis compañeros y a mí nos ha quedado un enorme deseo de conocer las otras grandes obras que ha escrito a lo largo de la vida en su registro de ficción, no en vano ganó el premio Príncipe de Asturias y desde hace años se le considera candidato al Nobel. No enumeraré todos los premios que ha cosechado durante su larga carrera tales como el Pulitzer, el Faulkner, el Book Award, el Hemingway, el Nabocov… además de sendas medallas como la nacional de las artes americanas, y la de oro por ficción… porque prolongaríamos innecesariamente este comentario y prefiero compartir la experiencia de la lectura colectiva. Como siempre, os invito a que buceéis en su obra y en su vida a través del generoso internet.

Tenía mis dudas sobre si mis compañeros iban a considerar esta novela una obra menor y si por afinidad les resultaría entristecedora, pero si a menudo hemos dicho que un club de literatura tiene como objetivos alcanzar el desarrollo personal y el literario, en este caso ha rebasado con creces dicha meta. Nos ha conmocionado. La cantidad de testimonios diversos que añadimos como epílogo fue dando forma al gran poliedro que somos.
Casi siempre doy en nuestro club pautas sencillas para que susciten el debate. En esta ocasión lancé una ristra de preguntas e impresiones en batería por si servían como sugerencia:

-¿Creéis que es un balance vital? En caso afirmativo ¿de quién?, ¿del padre?, ¿del hijo?, ¿o de ambos y de la relación que comparten en esa etapa?
-¿Qué opinión tenéis sobre el periodo en el que los hijos no se sienten preparados para cuidar de sus padres porque temen que estos no se dejen ayudar?
-¿Acaso es una transición en la que aún no se ha invertido el orden de la iniciativa sobre quién debe tomar las decisiones?
-¿Consideráis que es difícil delimitar y precisar, en ese tiempo, el espacio de respeto mutuo?
-¿Pensáis que la jubilación supone una pérdida de identidad?, ¿o esa sensación era un rasgo generacional de aquellos hombres nacidos antes de la segunda guerra mundial, en el caso americano, o de la civil en el nuestro?
-¿Os parece un testimonio generoso?, ¿Philip Roth tiene derecho a su memoria y a compartir con todos los lectores del mundo la visión personal sobre sus padres y por tanto subjetiva y parcial? Podría haber encubierto con nombres ficticios, pero ha preferido hacerlo a cara descubierta.
-¿Qué diferencias o similitudes encontráis con “La balada de Iza” de la autora Magda Szabó? (Esta última en clave femenina y europea y “Patrimonio” en masculina y dentro de la comunidad judío-americana).
-¿Qué opináis sobre la escena de brutal sinceridad en la que el médico del padre de Philip enfrenta con la verdad de la situación a su hijo? Esa verdad de hijo que es la de querer evitar a toda costa que el padre sufra o muera pero ¿por quién quiere evitarlo?, ¿por él?, ¿por el padre?, ¿por ambos?

Vemos a través de los recuerdos de Philip que Roth padre tenía rasgos autoritarios, que era intransigente con las mujeres, inflexible y dominante, es decir: que hacía alarde de un carácter no muy bonito en determinadas facetas. Contemplamos -no impasibles, puesto que en el club molestó mucho- cómo humilla a una mujer por su sobrepeso, -su amiga, su pareja actual- y cómo en un flashback entre lágrimas la madre de Philip Roth, la esposa anterior, le confesaba a su hijo que se sentía excluida por su marido en presencia de amigos o familiares ante los que a menudo la trataba con desprecio y cajas destempladas. Sin embargo cuando murió la añoraba constantemente, por mucho que queramos juzgar siempre nos faltará información.
En la página 79 para mostrarnos que era un hombre controlador nos dice: “…su juego predilecto es doblegarle la voluntad a alguien, dejarlo aturdido a base de advertencias, órdenes y quejas, resumiendo: usar las palabras a modo de barrena para abrirle a uno un agujero en la cabeza”.
Si consideramos que esto no sólo lo dice como escritor sino como hijo es fácil suponer que el exorcismo tuvo que costarle esfuerzo. Sin embargo no deseo que parezca una queja a quienes no hayan leído aún el libro porque Roth lo que pretende es reflejar el equilibrio con ecuanimidad y sobre todo siendo honesto, a través de paralelismos, unas escenas irán dando paso a otras que si bien no justifican algunas conductas sin embargo sí las explican y el autor al mismo tiempo nos muestra otras facetas que convierten al libro en un acto de amor mutuo, y es que la vida es larga y como es lógico salpica, mancha… y por ello de vez en cuando hay que lavarla.
La novela tiene un sutil juego de espejos enfrentados, así el lector puede ver la ropa del padre meticulosamente enjabonada y aclarada colgando de perchas sobre la bañera, y páginas más adelante observará cómo ese mismo baño sufre una transformación opuesta y pierde por completo la higiene tras un desolador episodio del anciano que requerirá la ayuda del hijo, mientras en el comedor se celebra una comida familiar en la que los comensales permanecen ajenos a la causa de la ausencia y la demora del patriarca porque Philip guarda el secreto, pero paradójicamente el pasaje queda reflejado sin embargo en el libro para la posteridad.
En este punto pregunté a mis amigos ¿por qué creéis que quienes hemos tenido estos episodios higiénicos –por decirlo de forma eufemística- con los padres -y en algunos casos muchas de nosotras a diario- tenemos la necesidad de pregonárselo al mundo?, ¿tal vez para hacernos los héroes?, ¿para colgarnos la medalla de buenos hijos, cuando sabemos de sobra que si nos ocurriera a nosotros por nada del mundo desearíamos que alguien más lo supiera?
En esta parte se produjo un debate interesante en el que una de las compañeras puntualizó que al fin y al cabo él protagonista se encarga de ayudar a su padre una sola vez, y que se limita a meter el desaguisado en una funda de almohada para llevarlo a la lavandería, añadió que además tenía una enfermera para atenderle, dijo que las mujeres se ocupan de esas tareas a diario y nadie lo resalta y que por qué era más destacable si lo hacía un hombre, que lo sea en ambos casos y que si es normal, obligatorio, o lo esperable cuando lo hace una mujer pues que también sea algo normal, esperable y obligatorio para un hombre. Nos entretuvimos en esa parte llegando hasta la sonrisa porque nos dimos cuenta de que las compañeras que sólo tenían hijos varones consideraban a Philip Roth un hijo diez, otra de nosotras para rematar añadió, por lo menos no ha mandado a su mujer, la nuera, para que limpie al suegro.
El pasaje del taxista vuelve a subrayar que el libro va de padres e hijos –hombres- y el contraste está servido, en el caso de Roth había afecto y proximidad hacia su padre, en el del taxista una desastrosa relación. La misma compañera que había suscitado el tema de la desigualdad en la valoración de la limpieza si la hacía un hombre o una mujer, volvió a matizar diciendo: -cito desde el recuerdo espero ser fiel a la idea que quiso plasmar sin tergiversarla- “Cómo maquillamos y justificamos cuando se trata de los nuestros, pero bien que metemos el dedo en la llaga cuando nos referimos a los demás, las peleas del taxista con su padre sí que el autor las cuenta sin endulzarlas”, de ahí surgieron comentarios muy interesantes y llenos de saludable ironía, porque otra de nosotros añadió: “mucha gente a la que has conocido durante toda la vida cuando se hace mayor y cuenta sus batallitas y la escuchas dices: pero si nada de lo que dice fue así.” La memoria es tramposa, añadí. Y ahí dejamos ese hueco para la reflexión sobre la subjetividad, llegamos a la conclusión de que hay personas que siempre recuerdan lo malo y optan por el resentimiento mientras que otras lo minimizan, y que ambas opciones son un derecho. En cualquier caso no es lo mismo ver los hechos desde fuera sin conocer los motivos que los provocan. Hay matices interiores que el que mira desde el exterior desconoce porque todo es parcial, y fragmentado, las discusiones se oyen, las reconciliaciones son silenciosas. Pero volvamos al taxi porque nos sirve para ilustrar lo que estoy diciendo: el interior del vehículo se convierte en una especie de diván de psicoanalista, mientras que desde el exterior tan sólo es un coche transportando a un pasajero, en ese mismo instante en cada taxi se está produciendo un acontecimiento distinto. En este caso los dos -conductor y viajero- alternan el oficio intercambiando la terapia. Durante la conversación que los dos ciudadanos mantienen mientras se dirigen al hospital en el que está ingresado el padre de Roth, el autor nos ofrece el contraste, en él Philip como hijo sí sale bien parado, pero sin embargo no se va de rositas como esposo en cuanto a la infidelidad, así que hay leña para todos, de hecho tengo entendido que su primera mujer escribió un libro en el que el escritor quedaba de cualquier manera.
Pero frivolidades aparte el gran valor del libro en el club se lo dimos a lo bien que supo reflejar ese trozo de la vida al que todos llegamos y que nos viene sin libro de instrucciones, esa etapa de la que hasta ahora la literatura no se ocupaba dejando en territorio invisible tanto al cuidador como al cuidado.
Nos propusimos aprender a envejecer sin terquedad, a adaptarnos sin mangonear a los hijos y sin ser fiscalizados por ellos tampoco. Concluimos que era importante saber recibir su ayuda y disfrutarla sabiéndola pedir, sabiendo especificarla, en definitiva sabiendo comunicarnos sin confundir el miedo a la soledad y al desamparo con la amargura. Dijimos que nos gustaría no caer en la caricatura del cascarrabias con absorbentes ataques de ombligo. Y decidimos que el antídoto sin duda es encontrar la utilidad de nuestra existencia en cualquier momento de la vida y más en éste, ese “algo que hacer” que no sólo sirva para entretener sino para dejar huella, bonitos recuerdos aunque sólo sean fragmentos de sencilla amabilidad. Con el deseo de encontrar el lenguaje de respeto mutuo en la familia, el acoplamiento territorial, la búsqueda del espacio emocional común para que no haya conflicto de intereses entre la vida laboral ajetreada de los vástagos y la “desocupación” de los progenitores fuimos llegando al final de una sesión fructífera.
Tal vez así, con ese espíritu podremos ir trasladando el testigo para que la sociedad entera se impregne y comprenda las verdaderas y humanas necesidades sin pasar susto ni cruzar los dedos por la que se le avecina con nuestra indómita generación de viejos roqueros.

El latido de la novela es la búsqueda del verdadero patrimonio, que va más allá de los bienes materiales. Si aprendemos a entender en qué consiste la verdadera herencia tal vez vayamos acumulándola como hormiguitas para poderla legar.
Una de las compañeras más jóvenes cuya característica más destacada es su capacidad de empatía y su tendencia a la bondad, estaba muy callada, cuando participó fue para decir muy conmovida que leyendo el libro se había acordado mucho de nosotras y de lo que habíamos ido hablando -durante los años que ella lleva en el club- sobre el cuidado de nuestros familiares al hilo de los temas que suscitaban los libros leídos. Se sentía compungida porque hasta ahora toda esa peripecia parecía que les ocurría a los demás y no a sus padres, y gracias a este libro había podido comprender, concretar, visualizar… Lamenté en mi interior que le hubiéramos instalado esa congoja pero al mismo tiempo me sentí tranquila por saber que en nuestro mapa genético están escritas por instinto las soluciones y la capacidad de reacción y que por ello nuestra obligación primordial es la de aprender a vivir cada día con renovada pasión mientras estemos aquí, y que hasta el último minuto se le puede enmendar la plana a tu historia porque otorgar o pedir el perdón es una maravillosa forma de borrar los errores cometidos. Y esa goma Milán con olor a nata siempre va en el bolsillo.
Para finalizar lo haré con el broche que puso un compañero que se ha unido al grupo este año y que tímidamente dijo que “Patrimonio” era un libro de obligada lectura para jóvenes, y que le había gustado mucho, tanto a nivel literario como testimonial porque preparaba para estar preparado.
Así que hoy más que nunca dedico este comienzo de blog y de etapa a todas las compañeras que no pueden acudir físicamente a la reunión semanal porque se están ocupando de algún familiar que las requiere, vaya desde aquí todo nuestro cariño para ellas y el deseo de que desde este rinconcillo salga un hermoso puente por el que puedan cruzar para que sigamos estando juntos.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro en el que habremos leído “El baile de Irène Némirovsky.