"MARTIN (HACHE)", película de Adolfo Aristarain


Hace mucho tiempo que creo que tanto en cine como en literatura se ofrecen demasiados placebos, drogas para la evasión, no me molesta si se presentan con sinceridad, -a menudo disfruto con series y comedias de situación que son lo que pretenden: un entretenimiento, una pequeña diversión sin más- pero sí me enoja cuando en formato de drama se entregan “películas” con trampas y estereotipos, sucedáneos que intentan equipararse a las honestas. Es precisamente la honradez lo que convierte en obra de arte una novela o una película. Tampoco estoy de acuerdo con que trabajos extraordinarios como “Martin (Hache)” se consideren crudos y despiadados, porque en mi opinión no hay nada más amado que lo que se mira con valentía. Quienes se asoman a los abismos anímicos buscan comprender y conectar con el otro en el núcleo de su verdad, y si te muestras, te muestras y si te entregas, te entregas, y en dicha entrega lo lógico es que aparezca la luz y la sombra, la grandeza y la miseria, lo patético y lo sublime, que de todo tenemos, pero como vivimos en espacios de apariencia y simulación pues esta clase de generosidad y conmiseración verdadera a menudo no se entiende. Creo que no hay que confundir lo sentimental con el sentimentalismo ni tampoco con la indulgencia, ser sentimental es tener sentimientos, buenos y malos, Aristarain no despoja de defectos a ninguno de los cuatro protagonistas, tampoco los redime, simplemente los explica, y además los quiere, eso nada tiene que ver con que cada uno apenque con las consecuencias de lo que hace.
La película no es una apología de las drogas, de hecho comienza con un susto que conduce al hospital a Hache, y sin ser la causa también es el arma en el suicidio del personaje más vulnerable, (dejaremos la identidad sin revelar para quienes aún no hayan visto el largometraje). Cierto que Dante (Eusebio Poncela) cree controlarlas, pero eso para el espectador es opinable, Dante bien puede estar sumergido en una etapa que después decida abandonar, de hecho me atrevería a decir que el nombre del personaje fue buscado a propósito por lo que tiene de divina comedia y de bajada a los infiernos. A mí personalmente las drogas siempre me dan miedo, no sólo las ilegales, duras, blandas… también me asustan los fármacos que a veces recetan los médicos psiquiatras –y perdón por quien se salve- como si fueran camellos, sin personalizarlos en cada paciente, he visto caer a muchas personas en un drama peor que el que tenían por no estar bien diagnosticados y sí sobre-dosificados tirando de receta sin que se les haya escuchado siquiera. El sistema neurológico y la fortaleza emocional son vulnerables, sobra aclarar que a otros doctores sin embargo sus pacientes les deben hasta la vida, curiosamente suelen ser muy humanos e implicados.
Cuando era cría vi un programa documental en el que se contemplaban los efectos provocados por el L.S.D. y me impactó tanto que se convirtió en un revulsivo. Y además no considero arte lo que se crea bajo las alteraciones de las drogas, incluido el alcohol. Pero, como otras veces he dicho en este mismo blog, recalco que mis impresiones son subjetivas. En los ambientes artísticos y también en los de la farándula hubo, hay y habrá mucho coqueteo con sustancias. La mayoría de los actores que habiéndolas consumido sale adelante es porque en un momento dado ha sabido apearse de ese tren, otros tristemente quedan atrapados.
Aclarado este punto pasamos a lo importante. Y lo importante en esta película es la relación entre un padre (Federico Luppi) y un hijo (Juan diego Botto) y la familia no consanguínea que gira a su alrededor. El amor busca los recovecos para manifestarse en todas sus expresiones, incluso en un padre que no ejerce como tal en apariencia, hermético, duro, con incapacidad -rayana en la mutilación- para expresar sentimientos, desagradable hasta rozar la misoginia, egoísta, de palabra ofensiva, que huye del compromiso, pero se beneficia de la compañía de Alicia (Cecilia Roth) creándole equívocos, o dejando que ella se confunda… y en ese caldo Adolfo Aristarain nos hace un retrato fidedigno de las emociones, los miedos e inseguridades… en definitiva de toda la complejidad y condicionamiento humanos.
Uno de los debates que suscita este film intemporal y universal con el que se identifica cualquier generación tanto en su etapa de adolescencia y juventud como en la de madurez es el de: “¿Qué quieren o esperan de mí los demás?, ¿qué busco y espero de los demás y de mí?”. La película habla sobre cómo plantear el propio futuro. Sobre los objetivos.
También revisa el error femenino de vivir en el deseo del otro, de ser o dejar de ser en función de si se es o no correspondida en el amor. Expresa lo que acarrea el hecho de poner el sentido de la vida y el bienestar propios en manos ajenas por muy queridas que sean.
Habla de amistad y de lo que se puede llegar a arriesgar o a perder con gusto por darle prioridad a ese íntimo y sagrado vínculo. La película define principios, describe la tristeza –iba a decir nostalgia pero no sería bastante- de quien se exilia obligado, de quien ha de irse de su lugar a la fuerza. Lugar, tu lugar… una constante en este director que escribió y dirigió “Un lugar en el mundo” y “Lugares comunes”, Argentina y España son sus lugares comunes, por eso el espectador no puede contener las lágrimas cuando Martín Echenique y Hache, su hijo, hablan de los tejados de argentina, y de que en España la gente no silba por la calle. El cierre es precioso, la mejor forma de comunicarse con su padre es en su idioma: a través de una cámara, sosteniendo un primer plano cuyo impudor, cuya timidez, encubre y protege la lente.
Hay algo enorme que el espectador desde su butaca intuye aunque no sepa descifrarlo y es la costura que une a los cinco, Adolfo Aristarain, Federico Luppi, Cecilia Roth, Juan Diego Botto y Eusebio Poncela, (los anteriores vinieron, pero éste último, Eusebio, fue allá durante un tiempo, para ser acogido, cuidado, curado, querido). Cecilia llegó a nuestro país con los suyos huyendo de la dictadura, tenía 18 años. Luppi se vio abocado a asumir un nuevo comienzo con sesenta abriles. Juan Diego es hijo del actor Diego Fernando Botto -desaparecido y asesinado durante la campaña de terror que infligió la dictadura de Videla en 1977-, y de su madre la famosa actriz y profesora de actores Cristina Rota que se vino para España con sus dos hijos, a los que después se añadiría Nur la hermana pequeña nacida de una nueva pareja (los tres son actores María Botto y Nur Levi). Me atrevería a decir sin riesgo a equivocarme que para todos ellos la interpretación además es un homenaje. Ninguno llegó aquí y besó el santo, sin embargo sus carreras son acomplejantes, hasta dos y tres trabajos en un mismo año y en los curriculums de todos ellos aparecen más de treinta largometrajes, añadiremos que se suben a las tablas del teatro, no sólo para interpretarlo también para escribirlo como en el caso de Juan Diego. A su madre le debemos el resultado de la preparación integral de muchos de nuestros mejores actores y actrices actuales.
Me quedé sin aliento cuando hace muchos años pude ver en el cineclub de la 2 “Tiempo de revancha” en un extraordinario ciclo de cine argentino. Adolfo Aristarain tiene la nacionalidad española por decreto real, el honor le fue concedido por reciprocidad, por su contribución a la cultura, y por hacer de puente entre Argentina y España. Ser cineasta sin industria es una labor de titanes y un “por amor al arte” nunca mejor aplicado.  Pocas vocaciones entregan tanto, las películas son carísimas, no sólo en dinero también en costes personales y por eso se merecen al menos la pequeña veneración que yo les rindo intentando ser una pizca consciente de su valor heroico a la hora de realizar cine.
Adolfo Aristarain escribe sus guiones dando fe de su magnífica pluma. Como buen escritor en lo único que no es permisivo es en que le cambien una sola coma de los diálogos. ¿A alguien se le ocurriría desprender una piedra preciosa de una joya para colocarla en otro sitio?, ¿cortar la mano del David para darle otro movimiento? ¿A que no? bueno pues con la escritura se le ocurre a todo el mundo, así que chapeau por su intransigencia y reivindicación señor Aristarain.
Este gran cineasta que trabajó como ayudante de dirección en más de 30 películas para muchos de los grandes directores españoles y argentinos antes de decidirse a regalarnos su propia obra, se define como artesano y alega que habría sido feliz trabajando para un estudio y que al acabar un rodaje de inmediato estuviera otro guión esperándolo. Le tiene cierto reparo al cine catalogado como de autor, sin embargo para una espectadora como yo, ese calificativo no contiene ningún ingrediente snob o peyorativo, más bien el de sello propio y voz personal, y él posee ambos, su cine no solo es reconocible, además es inolvidable.
Autor de corte clásico y contenido moderno con la humildad de los grandes directores de actores prefiere que nos fijemos en la decoración dentro de las escenas, mientras los protagonistas están en acción, porque no le gustan las postales ni que se note que hay alguien detrás que nos conduce la mirada.
“Martín (Hache)” se la dedicó a su hijo y sin saberlo y por extensión también se la dedicó a los nuestros.
He leído alguna objeción en internet al izquierdismo burgués de este director en cuyas películas sus personajes alardean de buena vida, buena comida y mejor bebida, buena lectura, buena música… y me gustaría contraponer a esa idea que no todo el mundo tiene que hacer la revolución en alpargatas, que ese concepto rezuma clasismo en sí, valga la paradoja, por ello desde aquí quiero recordar nuevamente el verso de la canción de Victor Manuel “Esto no es una canción”: …o aquí cabemos todos o no cabe ni Dios. No es burgués el que con su sueldo se compra una esmeralda, y mucho menos lo es el que lo arriesga todo, e incluso se arruina por entregarnos su arte, me parece superficial y una osadía negarle a alguien la capacidad de ser sensible por su adscripción política. Burgués, se dijo, es el que posee los medios de producción y por tanto el poder, los derivados vinieron después.
Para terminar diré que creo que hay muchas maneras no convencionales de “ser como es debido” y que está bien que nos las recuerden. Todos los miembros de este elenco incluido el director, se sacaron el corazón de la caja torácica y nos lo pusieron encima de la mesa. Aristarain, sabe mirar por dentro a los demás y a sí mismo, y sobre todo sabe escuchar el elocuente silencio que anida entre las pausas de una conversación, en las miradas, en los gestos, pero sobre todo es un maestro a la hora de diseccionar la zozobra interior.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

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