"Patrimonio", de PHILIP ROTH

No sé si comenzar a conocer la obra de Philip Roth a través de su libro “Patrimonio” es muy ortodoxo puesto que trata de un fragmento biográfico del propio autor: el periodo que transcurre  entre el diagnostico y el desarrollo de la enfermedad terminal de su padre. En ese mismo tiempo, de los años ochenta del s. XX y puede que agravado por dicho proceso, el propio Roth sufrió un infarto.  Lo que sí sé es que a mis compañeros y a mí nos ha quedado un enorme deseo de conocer las otras grandes obras que ha escrito a lo largo de la vida en su registro de ficción, no en vano ganó el premio Príncipe de Asturias y desde hace años se le considera candidato al Nobel. No enumeraré todos los premios que ha cosechado durante su larga carrera tales como el Pulitzer, el Faulkner, el Book Award, el Hemingway, el Nabocov… además de sendas medallas como la nacional de las artes americanas, y la de oro por ficción… porque prolongaríamos innecesariamente este comentario y prefiero compartir la experiencia de la lectura colectiva. Como siempre, os invito a que buceéis en su obra y en su vida a través del generoso internet.

Tenía mis dudas sobre si mis compañeros iban a considerar esta novela una obra menor y si por afinidad les resultaría entristecedora, pero si a menudo hemos dicho que un club de literatura tiene como objetivos alcanzar el desarrollo personal y el literario, en este caso ha rebasado con creces dicha meta. Nos ha conmocionado. La cantidad de testimonios diversos que añadimos como epílogo fue dando forma al gran poliedro que somos.
Casi siempre doy en nuestro club pautas sencillas para que susciten el debate. En esta ocasión lancé una ristra de preguntas e impresiones en batería por si servían como sugerencia:

-¿Creéis que es un balance vital? En caso afirmativo ¿de quién?, ¿del padre?, ¿del hijo?, ¿o de ambos y de la relación que comparten en esa etapa?
-¿Qué opinión tenéis sobre el periodo en el que los hijos no se sienten preparados para cuidar de sus padres porque temen que estos no se dejen ayudar?
-¿Acaso es una transición en la que aún no se ha invertido el orden de la iniciativa sobre quién debe tomar las decisiones?
-¿Consideráis que es difícil delimitar y precisar, en ese tiempo, el espacio de respeto mutuo?
-¿Pensáis que la jubilación supone una pérdida de identidad?, ¿o esa sensación era un rasgo generacional de aquellos hombres nacidos antes de la segunda guerra mundial, en el caso americano, o de la civil en el nuestro?
-¿Os parece un testimonio generoso?, ¿Philip Roth tiene derecho a su memoria y a compartir con todos los lectores del mundo la visión personal sobre sus padres y por tanto subjetiva y parcial? Podría haber encubierto con nombres ficticios, pero ha preferido hacerlo a cara descubierta.
-¿Qué diferencias o similitudes encontráis con “La balada de Iza” de la autora Magda Szabó? (Esta última en clave femenina y europea y “Patrimonio” en masculina y dentro de la comunidad judío-americana).
-¿Qué opináis sobre la escena de brutal sinceridad en la que el médico del padre de Philip enfrenta con la verdad de la situación a su hijo? Esa verdad de hijo que es la de querer evitar a toda costa que el padre sufra o muera pero ¿por quién quiere evitarlo?, ¿por él?, ¿por el padre?, ¿por ambos?

Vemos a través de los recuerdos de Philip que Roth padre tenía rasgos autoritarios, que era intransigente con las mujeres, inflexible y dominante, es decir: que hacía alarde de un carácter no muy bonito en determinadas facetas. Contemplamos -no impasibles, puesto que en el club molestó mucho- cómo humilla a una mujer por su sobrepeso, -su amiga, su pareja actual- y cómo en un flashback entre lágrimas la madre de Philip Roth, la esposa anterior, le confesaba a su hijo que se sentía excluida por su marido en presencia de amigos o familiares ante los que a menudo la trataba con desprecio y cajas destempladas. Sin embargo cuando murió la añoraba constantemente, por mucho que queramos juzgar siempre nos faltará información.
En la página 79 para mostrarnos que era un hombre controlador nos dice: “…su juego predilecto es doblegarle la voluntad a alguien, dejarlo aturdido a base de advertencias, órdenes y quejas, resumiendo: usar las palabras a modo de barrena para abrirle a uno un agujero en la cabeza”.
Si consideramos que esto no sólo lo dice como escritor sino como hijo es fácil suponer que el exorcismo tuvo que costarle esfuerzo. Sin embargo no deseo que parezca una queja a quienes no hayan leído aún el libro porque Roth lo que pretende es reflejar el equilibrio con ecuanimidad y sobre todo siendo honesto, a través de paralelismos, unas escenas irán dando paso a otras que si bien no justifican algunas conductas sin embargo sí las explican y el autor al mismo tiempo nos muestra otras facetas que convierten al libro en un acto de amor mutuo, y es que la vida es larga y como es lógico salpica, mancha… y por ello de vez en cuando hay que lavarla.
La novela tiene un sutil juego de espejos enfrentados, así el lector puede ver la ropa del padre meticulosamente enjabonada y aclarada colgando de perchas sobre la bañera, y páginas más adelante observará cómo ese mismo baño sufre una transformación opuesta y pierde por completo la higiene tras un desolador episodio del anciano que requerirá la ayuda del hijo, mientras en el comedor se celebra una comida familiar en la que los comensales permanecen ajenos a la causa de la ausencia y la demora del patriarca porque Philip guarda el secreto, pero paradójicamente el pasaje queda reflejado sin embargo en el libro para la posteridad.
En este punto pregunté a mis amigos ¿por qué creéis que quienes hemos tenido estos episodios higiénicos –por decirlo de forma eufemística- con los padres -y en algunos casos muchas de nosotras a diario- tenemos la necesidad de pregonárselo al mundo?, ¿tal vez para hacernos los héroes?, ¿para colgarnos la medalla de buenos hijos, cuando sabemos de sobra que si nos ocurriera a nosotros por nada del mundo desearíamos que alguien más lo supiera?
En esta parte se produjo un debate interesante en el que una de las compañeras puntualizó que al fin y al cabo él protagonista se encarga de ayudar a su padre una sola vez, y que se limita a meter el desaguisado en una funda de almohada para llevarlo a la lavandería, añadió que además tenía una enfermera para atenderle, dijo que las mujeres se ocupan de esas tareas a diario y nadie lo resalta y que por qué era más destacable si lo hacía un hombre, que lo sea en ambos casos y que si es normal, obligatorio, o lo esperable cuando lo hace una mujer pues que también sea algo normal, esperable y obligatorio para un hombre. Nos entretuvimos en esa parte llegando hasta la sonrisa porque nos dimos cuenta de que las compañeras que sólo tenían hijos varones consideraban a Philip Roth un hijo diez, otra de nosotras para rematar añadió, por lo menos no ha mandado a su mujer, la nuera, para que limpie al suegro.
El pasaje del taxista vuelve a subrayar que el libro va de padres e hijos –hombres- y el contraste está servido, en el caso de Roth había afecto y proximidad hacia su padre, en el del taxista una desastrosa relación. La misma compañera que había suscitado el tema de la desigualdad en la valoración de la limpieza si la hacía un hombre o una mujer, volvió a matizar diciendo: -cito desde el recuerdo espero ser fiel a la idea que quiso plasmar sin tergiversarla- “Cómo maquillamos y justificamos cuando se trata de los nuestros, pero bien que metemos el dedo en la llaga cuando nos referimos a los demás, las peleas del taxista con su padre sí que el autor las cuenta sin endulzarlas”, de ahí surgieron comentarios muy interesantes y llenos de saludable ironía, porque otra de nosotros añadió: “mucha gente a la que has conocido durante toda la vida cuando se hace mayor y cuenta sus batallitas y la escuchas dices: pero si nada de lo que dice fue así.” La memoria es tramposa, añadí. Y ahí dejamos ese hueco para la reflexión sobre la subjetividad, llegamos a la conclusión de que hay personas que siempre recuerdan lo malo y optan por el resentimiento mientras que otras lo minimizan, y que ambas opciones son un derecho. En cualquier caso no es lo mismo ver los hechos desde fuera sin conocer los motivos que los provocan. Hay matices interiores que el que mira desde el exterior desconoce porque todo es parcial, y fragmentado, las discusiones se oyen, las reconciliaciones son silenciosas. Pero volvamos al taxi porque nos sirve para ilustrar lo que estoy diciendo: el interior del vehículo se convierte en una especie de diván de psicoanalista, mientras que desde el exterior tan sólo es un coche transportando a un pasajero, en ese mismo instante en cada taxi se está produciendo un acontecimiento distinto. En este caso los dos -conductor y viajero- alternan el oficio intercambiando la terapia. Durante la conversación que los dos ciudadanos mantienen mientras se dirigen al hospital en el que está ingresado el padre de Roth, el autor nos ofrece el contraste, en él Philip como hijo sí sale bien parado, pero sin embargo no se va de rositas como esposo en cuanto a la infidelidad, así que hay leña para todos, de hecho tengo entendido que su primera mujer escribió un libro en el que el escritor quedaba de cualquier manera.
Pero frivolidades aparte el gran valor del libro en el club se lo dimos a lo bien que supo reflejar ese trozo de la vida al que todos llegamos y que nos viene sin libro de instrucciones, esa etapa de la que hasta ahora la literatura no se ocupaba dejando en territorio invisible tanto al cuidador como al cuidado.
Nos propusimos aprender a envejecer sin terquedad, a adaptarnos sin mangonear a los hijos y sin ser fiscalizados por ellos tampoco. Concluimos que era importante saber recibir su ayuda y disfrutarla sabiéndola pedir, sabiendo especificarla, en definitiva sabiendo comunicarnos sin confundir el miedo a la soledad y al desamparo con la amargura. Dijimos que nos gustaría no caer en la caricatura del cascarrabias con absorbentes ataques de ombligo. Y decidimos que el antídoto sin duda es encontrar la utilidad de nuestra existencia en cualquier momento de la vida y más en éste, ese “algo que hacer” que no sólo sirva para entretener sino para dejar huella, bonitos recuerdos aunque sólo sean fragmentos de sencilla amabilidad. Con el deseo de encontrar el lenguaje de respeto mutuo en la familia, el acoplamiento territorial, la búsqueda del espacio emocional común para que no haya conflicto de intereses entre la vida laboral ajetreada de los vástagos y la “desocupación” de los progenitores fuimos llegando al final de una sesión fructífera.
Tal vez así, con ese espíritu podremos ir trasladando el testigo para que la sociedad entera se impregne y comprenda las verdaderas y humanas necesidades sin pasar susto ni cruzar los dedos por la que se le avecina con nuestra indómita generación de viejos roqueros.

El latido de la novela es la búsqueda del verdadero patrimonio, que va más allá de los bienes materiales. Si aprendemos a entender en qué consiste la verdadera herencia tal vez vayamos acumulándola como hormiguitas para poderla legar.
Una de las compañeras más jóvenes cuya característica más destacada es su capacidad de empatía y su tendencia a la bondad, estaba muy callada, cuando participó fue para decir muy conmovida que leyendo el libro se había acordado mucho de nosotras y de lo que habíamos ido hablando -durante los años que ella lleva en el club- sobre el cuidado de nuestros familiares al hilo de los temas que suscitaban los libros leídos. Se sentía compungida porque hasta ahora toda esa peripecia parecía que les ocurría a los demás y no a sus padres, y gracias a este libro había podido comprender, concretar, visualizar… Lamenté en mi interior que le hubiéramos instalado esa congoja pero al mismo tiempo me sentí tranquila por saber que en nuestro mapa genético están escritas por instinto las soluciones y la capacidad de reacción y que por ello nuestra obligación primordial es la de aprender a vivir cada día con renovada pasión mientras estemos aquí, y que hasta el último minuto se le puede enmendar la plana a tu historia porque otorgar o pedir el perdón es una maravillosa forma de borrar los errores cometidos. Y esa goma Milán con olor a nata siempre va en el bolsillo.
Para finalizar lo haré con el broche que puso un compañero que se ha unido al grupo este año y que tímidamente dijo que “Patrimonio” era un libro de obligada lectura para jóvenes, y que le había gustado mucho, tanto a nivel literario como testimonial porque preparaba para estar preparado.
Así que hoy más que nunca dedico este comienzo de blog y de etapa a todas las compañeras que no pueden acudir físicamente a la reunión semanal porque se están ocupando de algún familiar que las requiere, vaya desde aquí todo nuestro cariño para ellas y el deseo de que desde este rinconcillo salga un hermoso puente por el que puedan cruzar para que sigamos estando juntos.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro en el que habremos leído “El baile de Irène Némirovsky.

"Libertad", de JONATHAN FRANZEN

De vuelta al cole. Estaba este pobre blog mío muy abandonado: el verano lo aprovecho para otros menesteres más personales pero también literarios. Es decir: lo empleo para escribir.
Cuando nos despedimos en Junio me quedó pendiente la tarea de comentar el último libro que compartimos en el club de literatura, “Libertad” de Jonathan Franzen. Si no recuerdo mal abríamos la temporada anterior con “Las correcciones” novela del mismo autor, -de nuevo la vida se expresa en círculos-. Como ya le dedicamos a Franzen y a “Las correcciones” toda nuestra atención en este espacio, no redundaré en su biografía, sólo aportaré que el autor norteamericano vuelve a situarnos ante una galería de retratos nítidos y sin retoques, valientes y autocríticos, porque no se excluye ni se limita a mirar desde la barrera, es parte absolutamente implicada.
El autor tiene buena parabólica y agudísimo oído de sociólogo. De algún modo “Libertad” nos pareció continuación, eso sí, el escritor en esta ocasión abre plano para a través de otra familia y su entorno abarcar más: las líneas de pensamiento americano actuales, -tiempos de Obama- pero no las de la apariencia sino las que subyacen dentro de los senos familiares, y con esa excusa da un repaso a su sociedad sin dejar títere con cabeza ya que pone en cuestión hasta el icono rebelde y generacional de la música que finalmente el sistema supo absorber, de hecho (perdón por citar desde el recuerdo y sin exactitud, puesto que han pasado meses desde que lo leímos, aunque la selección natural de mi memoria se ha ocupado de destilar la esencia, y su poso me acompaña metabolizado por las células) el escritor se atreve a afirmar que los usuarios de dicha música llegaron a consumir las canciones de Bob Dylan por ejemplo como si fuesen chicles de menta mascándolos hasta que la goma perdía su sabor y en ese punto la escupían. Tampoco se quedó corto con los movimientos ecologistas, ni con el poder manipulador que subyace en algunas familias de judíos americanos actuales e hizo un paralelismo paradójico de inversión de términos entre víctimas y verdugos, pero esta vez nos mostró el caldo de cultivo. Nuestro tiempo es tácito, está lleno de sutilezas y hay que hacer un esfuerzo ímprobo para escarbar y ahondar más que en las décadas de los sesenta, setenta o incluso ochenta del s. XX en las que todos los cambios que teníamos que realizar eran simples y saltaban a la vista, ahora la clase dirigente es más astuta y nos obliga a cribar con cuidado para entender las trampas. Franzen con su dedo didáctico nos señala “aquí está el quid, y allí, y más allá…” Aunque en el  aspecto judío americano sí matizó para establecer las diferencias: Patty también era de origen hebreo y sin embargo no compartía el mismo modo de pensar conservador y sectario de la poderosa familia que tanto deslumbró a su hijo en el periodo de universidad,  la de ella, tan “progre” pero tan preocupada por su imagen exterior también queda en entredicho.
Lo más interesante para el lector son las vivencias de los protagonistas –es decir, la acción y lo que de ella se deduce- aunque aprecie que el telón de fondo se funda con ellas, y protagonice en sí mismo. De nuevo el autor con maestría disecciona sentimientos en evolución y sabe conducirlos durante toda una vida. Es dolorosa y demoledora la crítica que hace al conducir hasta el naufragio a toda mi generación preguntándonos a voces y sin excluirse: ¿Qué hemos hecho con nuestra libertad?, ¿En qué nos hemos convertido? ¿En aquello que abominábamos? Sin embargo en mi opinión a la libertad individual sí la salva a través del amor, y su alegato es muy serio y remueve muchas vísceras y pliegues de nuestra alma (o psiquismo como prefiráis).

El matrimonio Berglund comienza su andadura integrado y feliz en la comunidad en la que vive y contribuye a transformar. El primer punto de inflexión lo marcará el abandono del hijo que con apenas quince años prefiere convivir con su novia Connie y con sus “suegros” -los vecinos, republicanos y poco respetuosos con el medio ambiente que tanto sacan de quicio a sus padres,  en el pequeño y estrecho  mundo bipartidista que impregna a toda la enorme sociedad norteamericana que parece no saber que es diversa y plural. Pronto sabremos que, bajo el semblante amable, Patty vive estigmatizada por un abuso que sufrió en la adolescencia del que sus padres “tan progres” no quisieron defenderla porque su prestigio era prioritario y corría más peligro que la estabilidad emocional de su hija. Con un simulacro de juicio sumarísimo, su padre -abogado de pro- le hizo ver que el testimonio de la infamia sería puesto en cuestión de inmediato y que la perjudicada sería ella y no el niño bien, puesto que ella había bebido y dado pie. Tampoco Patty era valorada por sus dotes como deportista en el ambiente familiar de corte “intelectual”. Así que desde la adolescencia tuvo que lidiar consigo misma sin apoyos y con la doble moral de cualquier ámbito social que la rodease y se forjó su independencia a base de tropiezos.
En ese tiempo de instituto y universidad, además, se añade el sentimiento de trío sentimental: atraída y rechazada por Richard Katz, el incipiente músico de rock, y amada hasta el infinito por Walter Berglund, el abnegado buen hijo de padre alcohólico, se casa con éste último y la duda latente planeará sobre las tres cabezas durante largos años. En todo ese tiempo una corriente de equivocados y sexistas pactos de honor hacia la amistad enturbia la línea de definición y la capacidad de elegir. Los tres sufren y ninguno sabe en realidad quien gana y quien pierde en la renuncia o la adquisición. Serán necesarias varias y dolorosas rupturas para que el inconsciente trío se desgaje y recupere su individual esencia.
Pocas escenas se han visto en literatura tan conmovedoras: la prueba de amor de Patty sentada en el porche de Walter tras varios años de separación, dispuesta a morir congelada si él no le abre la puerta adquiere una potencia incandescente, al igual que el símil en sí mismo, no puede ser más explícito: romper el hielo transmitiendo el calor, resucitarla y resucitarse tras un periodo de hibernación. Un Walter amargado por la tristeza y el resentimiento se ve obligado a salir de la armadura para redimirse y reencontrarse con ella, tras acariciarla palmo a palmo, piel con piel devolviéndole el calor que sólo el amor convierte en vida. La única combustión por la que merece la pena existir.
Después se cierra el círculo, y el bello carácter de Walter vuelve a emerger y Patty es el elemento integrador de la nueva comunidad y la novela acaba como comienza. Pero antes de llegar a esa meta los hijos han tenido que volar y en el doloroso despegue han dejado infectados arazazos que tardan en curar. El amor de pareja ha pasado por las peores pruebas hasta volver a encontrar la identidad tras haberlo sacudido como una alfombra. Y después de que el elefante haya pasado por la cacharrería Franzen hace limpieza y sólo salva lo que cree que es salvable, en este caso comparto con él la hermosísima esencia.
Es una extraordinaria novela, la voz del 2000, tiempo americano a partir de las consecuencias del 11-S.
Para nosotros los lectores europeos, “los del sur” –especifico: los pig de la siesta y el “buen vivir”, analfabetos, derrochadores, palmeros de castañuela y panderetón… no hace falta que aclare que es ironía- es bueno que además de Faulkner, Steinbeck, Capote, Miller… nos hablen nuevos escritores que le estén tomando el pulso a su país a niveles individual y colectivo. Los del sur procuramos no ser xenófobos, ni prejuiciosos e intentamos no caer en los tópicos y por eso miramos con respeto hacia todas partes y leemos lo que otros escriben en todas partes. También nosotros tenemos voces nuevas que gritan en el s. XXI.
En cualquier caso en mi club tuve la sensación de que a mis compañeras les gustó más “Las correcciones”.
Que tengáis alegría que como decía Benedetti a la alegría hay que defenderla.
Un abrazo.
          Pili Zori