"LA ESCAFANDRA Y LA MARIPOSA", película de Julián Schnabel

Una excepcional película que deja boquiabiertos tanto a espectadores como a cineastas por la originalidad necesaria, y subrayo la palabra “necesaria” porque Julian Schnabel, el director del film no busca sólo la innovación formal y estética, en este caso el formato no es simple ornamento porque resulta imprescindible para explicar el contenido.
La película está basada en el libro del mismo título que el propio Jean Dominique Bauby escribió (interpretado magistralmente por Mathieu Almaric) y cuenta el último tramo de su existencia. El 8 de Diciembre de 1995 el prestigioso redactor jefe de la revista Elle sufrió un infarto masivo que le paralizó por completo. Cuando despertó a los veinte días sólo podía parpadear con el ojo izquierdo, el cerebro y su capacidad de razonar no sufrieron daños.
Julian Schnabel antes de dedicarse al cine fue un reconocido pintor y escultor, creo que saber este dato es importante porque sin la destreza de dichas disciplinas la película no habría podido llevarse a cabo ya que está planteada desde el interior de Bauby, a través de su mirada subjetiva, por tanto veremos del exterior sólo lo que él puede contemplar a través de su ojo.

El director nos introduce dentro del protagonista y nunca antes un espectador había podido experimentar tan literalmente el “ponte en mi lugar.” Cuando Bauby cierra el párpado dejamos de ver lo de fuera y escuchamos sus pensamientos y nos adentramos en su imaginación, en su creatividad y en sus recuerdos, esas son las cuatro alas de la mariposa emprendiendo su alto vuelo, y la escafandra el síndrome de cautiverio. El cuerpo inmóvil de Jean Dominique es la  prisión, pero la llave para que la mariposa pueda entrar y salir de la cárcel, con el leve aleteo de ese párpado, es el lenguaje.
Gracias a un alfabeto con las letras más usuales y la paciencia de él y la de los interlocutores llegará a comunicarse acoplando ritmos y consiguiendo un nivel de compenetración máximo, pero el hallazgo más insólito es que logrará escribir un libro a golpe de pestañeo que le permitirá decir todo lo que no les había expresado a la madre de sus hijos,  a sus tres pequeños, a su nueva pareja, al padre, a los amigos...
La dificultad interpretativa fue máxima. Cada uno de los actores tuvo que hablar pegado al objetivo de la cámara contando tan sólo con los matices de su rostro en primer plano, sin la ayuda del cuerpo, a plena sinceridad y sin un resquicio que les permitiera utilizar recursos interpretativos. El trabajo de Enmanuelle Seigner, en el papel de Céline Desmoulins, la ex pareja de Jean Dominic Bauby, es digno de admiración, al igual que el de las doctoras Henriette Durand (Maríe Josée Croze), Claude (Anne Consigny) la ayudante y transcriptora del libro, como principales, y el de todo el elenco de secundarios: Patrick Chesnais, interpretando al doctor Lepage, Niels Arestrup, en el papel de Roussin el hombre secuestrado que ocupó su lugar en el avión y que le aconseja que se agarre a lo humano que lleva dentro, Olatz López Garmendía, en el de Maríe López, la sensual logopeda, Marina Hands, la antigua novia que le llevó a Lourdes, con la que Bauby rompe bajo las intermitentes luces de la Virgen bendecida, Isaach de Bankolé el amigo que le lee libros y le compra un gorro
Nunca antes se había explicado de manera tan humanizada el encuadre y el fuera de campo; Bauby no puede ver lo que se sale del pequeño rectángulo de su visión inamovible, así que cuando su interlocutor se levanta, nosotros, colocados tras su pupila al igual que él, vemos un trozo de cintura, o una mano… Tan sólo en escasas ocasiones Schnabel concede a los espectadores el alivio de sacarlos de la escafandra para que miren la escena desde fuera. Ese cambio de la primera persona narrativa por la del narrador omnisciente es un regalo para que podamos ver lo que ocurre desde lejos con el entorno completo. Un detalle de honradez que agradecí fue que Schnabel se pusiera al servicio de la historia desde el comienzo sin intentar enganchar al espectador complaciéndole o allanándole el terreno, digo esto porque el arranque es difícil: al principio no sabemos si en la pantalla hay un desenfoque hasta que a Bauby le sellan el párpado derecho para proteger su córnea, sólo entonces comprendemos que la visión binocular no conjuntaba y que por eso veíamos doble y borroso, el director podría haberlo advertido a través de la explicación de algún personaje, pero no lo hace a propósito, la molestia unida a la claustrofobia a la que nos somete consiguen el efecto buscado: que experimentemos todos los miedos de Jean Dominique Bauby, sus limitaciones y sufrimientos, sólo así tomaremos conciencia de lo importante que es el respeto a la autonomía, a que no decidan por ti sin consultarte. No es casual, aunque lo parezca, que el protagonista escoja finalmente la Y para decir yo. A partir de esa reafirmación, de esa pequeña letra con aspecto de tirachinas de lanzamiento comenzará un canto a la vida, el más hermoso quizá que he escuchado, y la mariposa volará poquito a poquito hasta llegar a la editorial.
Julián Schnabel
Hay escenas inolvidables como la que vemos a través del recuerdo del protagonista en el que afeita a su padre, (ante Max Von Sydow siempre hay que descubrirse) en el espejo de la cómoda: el progenitor tiene incrustadas en el marco fotos del hijo, el rostro de Max queda al lado del de Jean Dominique, y el actor compone de tal manera el gesto, al mirarse para comprobar el rasurado, que el parecido que consigue es consanguíneo, el logro de interpretación es pasmoso y  sin embargo apenas dura unos segundos. Más tarde en esos maravillosos cierres de círculo que estructuran la película lloraremos con él al ver y escuchar cómo le explica a su hijo a través del teléfono el paralelismo de sus cautiverios: él no puede salir de su habitación y la impotencia que le impide ver a Jean Dominique le parte el alma, así que repito: bendita la hora en la que Ingmar Bergman nos presentó a este sueco grande de rostro tan versátil al que le falta pantalla cada vez que sale de tanto como la llena.
Toda la película es táctil, piel con piel: el rehabilitador en la piscina con él protagonista en brazos y la cuidadosa delicadeza de quien sabe que sostiene una vida que depende por completo de su responsabilidad para no ahogarse, la cercanía de las doctoras, la compenetración de su ayudante que termina respondiendo a sus pensamientos sin necesidad de usar el alfabeto, cabeza con cabeza. Las manos tocan constantemente y los rostros entran en el aura del otro rompiendo su burbuja… (a pesar de que al principio y por contraste la falta de empatía hacia él de los médicos parecía marcar distancias insalvables, uno de ellos se permite hablarle de su vacaciones en una estación de sky mientras le suelta a bocajarro que le va a ocluir un ojo, aunque el film resulta tan positivo que Bauby es esponjoso y termina esquiando en su imaginación y diciendo: “ese soy yo”), el largometraje hace hincapié en los besos de sus hijos a los que no puede corresponder… en el movimiento de las bocas, de las sonrisas, de los dedos, de todo lo que él no puede mover, siempre mostrado en detalle… Sería extraordinario que cuando hiciera falta supiéramos aproximarnos hasta ese nivel casi microscópico que nos permitiera volcarnos en el otro.
Cada vez que llora la pantalla se empaña y dejamos de ver.
La música de Paul Cantelón nos orienta al cortarse abruptamente cuando al protagonista le sacan de su ensoñación moviendo la silla de ruedas, o le giran para cambiarle…
Los enlaces son perfectos como en el pasaje en el que le ponen el suero alimenticio y de inmediato imagina un festín para compensar que no degusta, que no mastica, come con gula suculentos bocados junto a Claude, la mujer más próxima a su alma ya que la transcribe.
Es tan impactante la imagen del acantilado de hielo que se derrumba asociada a cuando él al fin se abre y asistimos a toda la dificultad y el esfuerzo ímprobo y triunfal de la mariposa que rompe la crisálida, que ante nuestros ojos se abre una gran esperanza de futuro contra el desamparo.
La película enseña tanto sobre cómo querríamos ser tratados en una situación similar, da tantas pautas sobre las infinitas posibilidades de avanzar en la recuperación -si se ponen los medios al alcance- o al menos en el bienestar… Gracias a ella sabemos que es fundamental conocer la importancia que cobra cualquier pequeño gesto de consideración o consulta si estás viendo por ejemplo el televisor a la espera de un gol y un enfermero te lo apaga… que te lleven a la iglesia o a Lourdes si no quieres ir, si no crees en ello, o al contrario, que no lo hagan si lo deseas… en definitiva el film subraya el valor de la comunicación, su necesidad perentoria.
La película finalmente es un hermoso réquiem, una bellísima despedida de alguien que aún no quería marcharse, pero al que le dio tiempo de legar su corazón diseccionado en páginas con su propio escáner y la batuta de sus pestañas.
No he tenido la suerte de leer el libro, pero agradezco mucho que Schnabel quisiera hacer su homenaje personal junto a su equipo y compartirlo con nosotros, y es de recibo aplaudir al gran guionista Ronald Haewood, (creador de “El pianista”, entre otras), al director de fotografía Janusz Kaminski, colaborador habitual de Spielberg, y a la montadora Juliette Welfling que si siempre es valiosísima la labor de montaje, en este caso cobra importancia capital.
Pocos premios son tan merecidos como los que consiguió esta obra de arte, original, innovadora y útil por su belleza aplicable.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"Tal vez la noche me redima", de JUANA PINÉS MAESO

Por fin tenemos recién sacada del horno la magnífica novela “Tal vez la noche me redima” el Premio Provincia de Guadalajara de Narrativa que en el año 2011 otorgó La Diputación.
La preciosa portada resume visualmente, como un verso, el significado del título en una cuidada edición del Taller de Editores del Henares. En tiempos de e-book la crema de su papel huele a delicatessen y hacer nido con las manos para ella, escuchando el trémulo y rumoroso aleteo de sus páginas, comienza a parecer un privilegio.
Juana Pinés Maeso, poeta estudiada en antologías españolas e Iberoamericanas, no tiene inconveniente en acortar el conjunto de galardones recibidos a lo largo de su carrera literaria porque en las solapas de los libros no caben tantos premios de poesía de carácter nacional e internacional como acumula en su haber ya que sobrepasan los doscientos.  Por ello me limitaré a reseñar a renglón seguido sus poemarios publicados:
A golpes de silencio” (1980), “Descubriendo el alba” (1994), “Ese tiempo de pájaros dormidos” (1997), “Huele a mayo recién amanecido” (1998), “…Y en el corazón palomas” (1999), “Interior con luz” (2000), “Este vivir difícil y gozoso” (2001), “Manual de los miedos” (2002), “Regreso” (2003), “Perfil de la inocencia” (2004), “El silencio de Dios” (2004), “El bosque de los ausentes” (2013). Y en prosa: “Cuéntame cosas como si fueran ciertas” (relatos publicados en 2006 por la Diputación de Ciudad Real).

Su poesía reposa con voz propia y estilo personal en los sedimentos de Miguel Hernández, de Blas de Otero, de León Felipe… haciendo que la torre crezca, porque al igual que ellos es una grande por la que siento un enorme orgullo como artista y como persona ya que su vida y su obra tienen la misma coherencia de valentía, compromiso y honradez con su tiempo.
Fue directora durante ocho años del grupo literario Guadiana y de la revista de creación literaria Manxa (que se edita desde 1975).
En este mismo blog comenté la primera impresión que recibí de la novela hablando desde la distancia de un año, detalle que señala el gran poso que me dejó en el corazón y en la memoria; ya han pasado dos y no solamente ratifico cuanto dije entonces, además añado que entrar en la prosa de esta autora es como meter las manos en un cofre lleno de piedras preciosas porque sientes en el tacto la perfección y el lujo del tallado de las facetas,  del bruñido de la composición; en el oído el clasicismo de su música, la elegancia del tono, y en los ojos el buen rematado de los engarces entre el pasado y el presente… Pinés Maeso trae a colación todas las piezas generacionales para coserlas justo en los puntos coincidentes o en los antagónicos, para crear los espejos, los paralelismos, los homenajes… y lo hace sin soltar en ningún momento el hilo de Ariadna.
En “Tal vez la noche me redima” no se puede subrayar porque cada línea es destacable; la autora, acostumbrada a la poesía, busca la precisión y no permite palabras holgazanas y huecas, todas ellas sirven, tienen su función y no son sustituibles por otras.
A veces, al enjuiciar un texto narrativo se tiene más en cuenta la trama que el lenguaje y cuando eso ocurre me llevan los demonios. Es evidente que una novela ha de conjuntar como un jersey de punto –perdón por el ejemplo tan sencillo, busco el lugar común porque creo que se entiende mejor que el significado de la palabra estructura-. Para confeccionar dicho jersey, previamente se ha escogido el color, la hechura, se ha decidido si va a ser larga o corta, ancha o ajustada, de diseño clásico o moderno… en fin, creo que no hace falta detallar más, en ambos conceptos -clásico o moderno- ya englobo la idea común de los diferentes estilos que por fortuna son muchos. Si el escritor es bueno su literatura será inconfundible y aunque al lector le pueda gustar más o menos nunca podrá poner en cuestión la capacidad artística que como es natural se le presupone. Cada punto perforado por la aguja es indispensable para la confección, tanto los que se hacen del derecho como los que se cogen del revés, los que se cruzan, los que se añaden y los que se menguan. El escritor no es industrial, ni crea en serie, por esta razón “Tal vez la noche me redima” es una novela que, aparentando sencillez, sin embargo es muy difícil de tejer, puesto que construye un universo completo partiendo del monólogo interior de una mujer que un mal o buen día –eso queda a criterio del lector- recibe una llamada en la que le comunican que su marido acaba de sufrir un accidente de tráfico que le ha sumido en coma. No iba sólo, y su joven acompañante ha resultado ilesa.
A partir de ese preciso instante, la autora abre en canal la cremallera de la protagonista para que el lector se asome a su intimidad y escuche sus pensamientos y zozobras en cada una de sus vísceras. La esposa que recibe la terrible noticia es dueña de una floristería y madre de un adolescente. La tienda tendrá en sí misma un papel fundamental por el lenguaje de las flores cortadas, pero también por el de las plantas en crecimiento, entregadas como obsequio, o como réquiem... En ese vergel urbano e imantado se producirán los sucesivos encuentros con Ernesto, el lector contemplará el nacimiento del amor tras un mal presagio escrito con primorosos ramos destinados a otras, escuchará el canto a la amistad sin reservas ni resquicios, la muerte dará paso a la vida que Begoña, la joven empleada, gestará -sin clasismos ni prejuicios- lejos de sus intolerantes padres, y el lector comprenderá la declaración de principios y un modo de entender la vida y sus compromisos porque la protagonista sin grandes alharacas “da posada al peregrino y viste al desnudo”.
La acogedora mujer sin nombre propio que regenta ese centro neurálgico, uterino y purificador, bien podría representar a muchas otras mujeres por su rol de madre de familia cuya individualidad llega a hacerse invisible porque padre e hijo dan por hecho que ella siempre va a estar para ellos y que su función es inamovible. Sin embargo nosotros tendremos el privilegio de que nos muestre su caja de los truenos, insonoros para los demás. En ese cofre de hermosa y calmada apariencia ella acumula humillaciones, mentiras y agravios de su marido infiel -él sí tiene nombre e identidad.
Juana Pinés Maeso entra con catéter a ese silencioso, avergonzado y amordazado interior femenino; la autora le confiere protagonismo, voz e individualidad a esta mujer y convierte la novela en un GPS orientador para lectores masculinos, porque la comprensión de las mujeres ya la tiene. Página a página disecciona con honestidad y hondura las consecuencias y secuelas de la infidelidad. Nos habla de sentimientos ambivalentes, de amar y odiar al mismo tiempo, nos remite a la universalidad de “Cinco horas con Mario” de Miguel Delibes, a “La piedra de la paciencia” de Atiq Rahimi, a “Los aires difíciles” de Almudena Grandes, a “La crónica del desamor” de Rosa Montero… y lo digo haciendo un ejercicio de literatura comparada por la conexión que hay entre esas novelas, no por el parecido sino por la coincidencia ya que todas las obras que he mencionado tratan o parten de un mismo fenómeno cultural o situación similar aunque no pertenezcan al mismo tiempo histórico ni estén situadas en el mismo mapa, naturalmente el estilo y el modo de desarrollar y de resolver el conflicto son diferentes.
La novela recalca la importancia de lo cotidiano, es un canto a la maternidad, a la mujer como origen, y lo hace a tres voces y en tres generaciones, madre, hija y nieta no consanguínea.
También hay tres hombres fundamentales en sus páginas y en el mismo orden generacional, el padre de la protagonista, honorable, culto, ejemplar, contrasta con el marido, veleidoso, voluble, desconsiderado y egocéntrico, y el hijo, un delicado proyecto de futuro entre ambos.
El libro habla de los hijos como epicentro y del doloroso despegue del nido aunque permanezcan en él o vuelvan tras el vuelo cada vez más alto y más prolongado: “Los hijos poco a poco se van desprendiendo de la madre, en cambio todavía no conozco a ninguna madre que haya conseguido desprenderse de los hijos”, nos dice la protagonista en la página 69.
Habla del miedo a la vejez, de las nostalgias, de aferrarse a asideros del pasado que ya no han de volver, de cuando las casas se vacían tras la partida de la otra persona, de la abrupta amputación del tándem que formaban en pareja. De la viudedad.
Habla del rencor y de cómo destruye la alegría, la esperanza, las ilusiones; habla de la hipocresía y de cómo tragamos con ella; de Elisa, la egoísta hermana de Ernesto, viva representación de florero decorativo actual con actitudes de mantenida aunque trabaje, arquetipo de niña-mujer que sin embargo muchos hombres prefieren, las razones profundas del por qué de esa elección suscitan un debate interesante.
En definitiva “Tal vez la noche me redima” es un balance vital que transcurre por la evolución de las distintas etapas de las relaciones familiares, pero sobre todo es un exorcismo, un sano ajuste de cuentas y un legado de dignidad aunque sea a título póstumo porque hay muchas formas de plantar cara: la conversación que la protagonista mantiene con el médico no se instala en la lástima ni en la autocompasión y si no es políticamente correcta al menos muestra una verdad que ella mira de frente y que al fin exterioriza, una verdad de la que partir para obtener con ella la auto-redención que le hará recuperar la singularidad e identidad propias y sobre todo su voz.
Ese es el enfoque de esta novela, en otras el infiel explica sus razones. El eterno debate de quién sufre más si el que abandona o el abandonado difícilmente se resolverá porque cada persona es un mundo y a esa pregunta se le suma otra en esta vuelta de tuerca que por la deformación de pertenecer a un club de literatura estoy dando: en caso de ruptura ¿quién prefieres ser?, ¿el que abandona o el abandonado? En cualquier caso lo que queda claro tras la destilación es que explorar en el territorio de la pareja siempre produce una catarsis saludable.

Tal vez la noche me redima” es una novela hermosa que exige de quien lee una respuesta y un bautizo. Antes de salir de las páginas el lector se dirige a la protagonista para decirle: Sí, te redimiste en el momento exacto en el que por teléfono le dijiste a la última amante de Ernesto que tú también lo sentías y en esa ausencia de especificación estaba incluido todo, lo sentías por ella, por ti, por Adrián, por el amor malgastado… y por esa reconciliación contigo yo te llamaría Gloria, porque te la mereces toda, o quizá Fénix si para mujer sirviese ese nombre, y nunca Esperanza que es como seguramente te llamabas antes, ese apelativo dañino lo dejaría aparcado en el ambiguo “tal vez…” para siempre. Y con este epílogo añadido el lector cerrará el libro entre sus manos como si acabase una plegaria para decir ego te absolvo.

Entrevista a la autora JUANA PINÉS MAESO

Pregunta: ¿Qué recibes de la literatura? y ¿qué le entregas tú a ella?
Respuesta: La literatura me proporciona el íntimo convencimiento de SER y de ESTAR, que es  mucho más que el simple hecho de transcurrir por la vida. Me deja la dulce esperanza de que, con mi pequeño grano de arena, estoy contribuyendo a embellecer un poco la existencia de los que me rodean. No pretendo arreglar el mundo a base de palabras, eso sería absurdo. Y utópico. Pero si pongo unas briznas  de belleza en los ojos o en el corazón de alguien, me doy por satisfecha.
¿Que qué le entrego yo a la literatura? Le entrego muchas de las horas que deberían ser de sueño y de sosiego, le entrego mis ratos de ocio, y toda la pasión y la emoción que soy capaz de sentir.

P. ¿Escoges los temas sobre los que escribes o ellos te eligen a ti?
R. Cuando escribo prosa (cuentos, relatos, novelas) elijo yo el tema. Imagino una historia y desde ese momento voy creando personajes, perfiles psicológicos, situaciones, diálogos, como piezas de un puzle que deben encajar cada una en su sitio hasta formar un todo armónico. Pero es que ahí escribo “desde fuera”, escribo de cosas y de personas que me son ajenas, no estoy implicada emocionalmente porque es pura ficción.
Cuando escribo poesía, sin embargo, es ella quien me elige a mí. Porque es algo mucho más íntimo que me nace de dentro y que me empuja de un modo inevitable. Siempre sé cómo empiezo, pero casi nunca sé cómo ni cuándo voy a acabar. Es como si la propia poesía me llevara de la mano y fuera ella quien me dirige y marca las pautas.   

P. ¿Te resulta difícil cambiar de registro, pasar de poesía a prosa?
R. No, no me resulta difícil en absoluto. Ten en cuenta que cuando hago un poemario pongo tanta carga vivencial en él y una visceralidad tan extenuante que al acabar me quedo desfondada. Entonces me dedico a escribir cuentecillos o cosas más ligeras, porque la prosa me sirve de relajación para recargar las baterías. Indudablemente una novela es un proyecto mucho más ambicioso que esos relatos que utilizo para despejarme. Pero puedo pasar de un género a otro sin dificultad.

P. He tenido la suerte de leer otras de tus novelas en clave más cómica y he podido disfrutar de tu ingenio, aunque en todos tus registros siempre hay una constante: la preocupación por los desfavorecidos.
¿Qué elementos confluyen para inclinarte por el tono dramático o el humorístico?  
R. Depende del momento. Casi siempre escribo de temas serios y muy reflexivos, pero hay que tener en cuenta que también soy una persona alegre y con un gran sentido del humor. Lo cortés no quita lo valiente. Y de vez en cuando me apetece escribir de una forma lúdica y casi como un divertimento temas humorísticos. Y lo cierto es que cuando lo hago disfruto muchísimo. 

P. A menudo a las escritoras se les atribuye como biográfico lo que aparece en sus libros, y  de algún modo intuyes que la observación es peyorativa como si no se les concediese la capacidad de crear, a continuación la autora ha de perder el tiempo en dar explicaciones sobre la diferencia que hay entre los préstamos personales que les haces a los personajes y la biografía, aclarar que la ficción puede nutrirse de las experiencias vividas o referidas, que estas pueden servirle de inspiración pero que su escritura no deja por ello de ser ficción… Sin embargo cuando se trata de escritores ni siquiera se plantea, a nadie se le ocurre pensar que José Luis Sampedro tal vez fuera “un amante lesbiano” o que el hecho de que Philip Roth nos cuente el último tramo de la vida de su padre en su novela “Patrimonio” se deba a la carencia de imaginación.
¿Cómo sobrellevas que confundan tu persona con el personaje, si es que ocurre?
R. Ocurre, sí. Ocurre a menudo. Y ya ni me molesto en sacarlos de su error. Pero entiendo que llevo muchísimos años escribiendo poesía, en tanto que la novela me pilla casi de nuevas. Entonces las personas que me leen o que me siguen están acostumbradas a “verme y a saberme” entre las líneas. Porque pese a la opinión de Pessoa, que manifiesta que todo poeta es un gran fingidor, yo escribo siempre mi poesía “del natural”. No finjo emociones, desgarros o soledades inexistentes, ni creo situaciones de cartón piedra. En mi poesía me despojo de todo y muestro impúdicamente en cueros el corazón. Por eso las personas que me leen a menudo creen seguirme viendo en los personajes de mis novelas, y ven en esos personajes rasgos con los que, inconscientemente, me identifican. No llegan a entender que en la poesía yo soy yo, pero en la novela mis personajes me son ajenos. Pese a que puntualmente les haga algún pequeño préstamo, a veces inevitable.  
Pili Zori y Juana Pinés

P.  “Tal vez la noche me redima” además de tratar grandes temas de balance vital gira en torno a la infidelidad  ¿qué núcleo crees que destruye dicha traición aparte del de la confianza?
R. Todos. La estabilidad emocional, la autoestima, la dignidad, el amor propio. Creo que no hay nada más humillante que saberse víctima de una infidelidad. Todo tu equipaje vital se tambalea y tu existencia se convierte en arena movediza.

P. ¿Es difícil liberarse del rencor que la infidelidad produce? Más de una y dos veces hemos escuchado la expresión sexista de que el rencor es cosa de mujeres ¿qué opinas sobre la paradoja habiendo tanta violencia de género?
R. “Olvida y perdona” se dice siempre. ¡Qué conveniente y qué cómodo, pero qué difícil de llevar a la práctica! Porque puedes intentar reconstruirte el corazón, pero las cicatrices y los costurones no te los quita nadie. Arroja al suelo una hermosa pieza de porcelana. Coge luego los fragmentos y trata de pegarlos. Y ahora dime qué resulta, y si se notan las roturas. Tal vez alguien con una grandeza de alma infinita o con un amor a prueba de cualquier cosa sea capaz de perdonar. Pero ¿podrá volver a vivir sin recelos, sin miedo, sin sospechas que enturbien su vida?
Me parece absurdo pensar que el rencor es un sentimiento privativo del género femenino. Cuando estamos viendo venganzas, crímenes, guerras y cientos de mujeres atormentadas o muertas a causa del rencor y del odio…

P. ¿En qué nuevo proyecto estás trabajando?
R. Acabo de terminar una nueva novela que empecé en junio. Me ha tenido ilusionada y enganchada todos estos meses, y he puesto en ella mis cinco sentidos. Ojalá que el esfuerzo haya valido la pena. Ahora aprovecharé las fiestas navideñas para vaguear un poco, y luego retomaré un libro de poemas que tengo empezado y que dejé a medias para dedicarme de lleno a esa novela. Le he dado vacaciones a las Musas, a ver si luego regresan con ganas de trabajar.

P ¿Cómo ves el panorama editorial?
R. Creo que no lo veo. De tan oscuro como está. Antes de las acometidas de la crisis ya era algo impensable para los escritores que no tenemos un nombre consolidado. Ahora es prácticamente imposible. Todo se ha vuelto “coediciones” o hágaselo usted mismo. O págueselo, sería mejor decir. Las editoriales gigantescas sólo apuestan por escritores consagrados y firmas de prestigio. Y las pequeñas te hacen ofrecimientos llamativos de edición, siempre y cuando tú corras con los gastos, o al menos con buena parte de ellos. De todos modos es un mundo que tengo inexplorado. Hasta el momento sólo he curioseado un poco sin llamar a ninguna puerta. Me voy valiendo de los premios literarios para ver mi obra editada. Una vez que recibo los pocos libros que el premio estipula ya pierdo la pista y desconozco las vías de distribución que se generan para esas obras, y dónde van a parar, y quien las lee. A veces veo en Internet puntos de venta donde se anuncian libros míos, y de momento me voy conformando con eso. Que ya se sabe que el que no se consuela es porque no quiere.    

P. Y por último ¿qué pregunta que nunca te hacen desearías contestar?
R. ¡Oh, vaya pregunta que me haces! Me temo que si respondo de forma espontánea lo primero que me viene a la cabeza voy a parecer un poco tonta. De todos modos, y aún a riesgo de parecerlo, lo voy a hacer…
Me hubiera encantado que alguien me preguntara: “¿Te ha gustado mi carta de amor?” Y me hubiera encantado responder que sí, que era muy hermosa. Porque eso significaría que alguna vez alguien me había escrito una…

"TRIAGE", película de Danis Tanovic

Triage: palabra francesa que significa atención de urgencia según gravedad. Comenzó a utilizarse para clasificar a los pacientes heridos de guerra o por situaciones de catástrofe cuando los recursos médicos disponibles se volvían insuficientes debido a la avalancha.
Mark (Collin Farrell) y David (Jamie Sitves) son reporteros de guerra irlandeses que están fotografiando el conflicto bélico de Kurdistan (1988). La esposa de David, Diane (Kelly Reilly) espera un bebé y él quiere regresar junto a ella para estar presente cuando llegue su hijo. Mark intenta convencerle de que se quede durante dos días más a la espera de la inminente ofensiva para así conseguir la foto del año.

Aviso para quienes no hayáis visto la película: voy a revelar sus claves y en este caso sí importa. Es preferible que regreséis a este rinconcillo tras haber llegado al final del film.

Cuando un largometraje envía al espectador reflexiones tan importantes e invita a un arduo y difícil debate, no seré yo quien busque en él posibles fallos técnicos. En alguna ocasión y en este mismo blog he dicho que la crítica española a menudo en vez de crítica es criticona y nada orientativa, no sé si se deberá a algo tan simple como el propio vocablo y sus distintas acepciones o a un rasgo muy nuestro que considera más sagaz e inteligente la actitud de colocar lupa y buscar defectos, creo que se necesitan las mismas herramientas e invertir el mismo trabajo para encontrar las cualidades, pero por alguna razón que no termino de comprender ser peyorativo está más valorado.
Triage”, a mi juicio, es perfecta tanto en las intenciones como en la forma de plantearlas. A caballo entre el aspecto documental y el drama personal, Danis Tanovic crea la atmósfera requerida, el aire que hemos de respirar quienes jamás hemos estado en una guerra y desde este otro lado juzgamos cómodamente con baremos que allí no son aplicables. Lo que se rompe por dentro en esas situaciones tan traumáticas convierte a la persona en una dualidad difícil de volver a unificar, hay una parte anímica que se amputa, que ya no regresa y que se pierde para siempre.
El núcleo, el corazón de la película, en mi opinión, se sitúa en la llegada del abuelo de Elena (Paz Vega) y en lo que éste (Christopher Lee) con valentía desmonta y rebela. Él no habla de eliminar culpas sino de enfrentarte a ellas, de confesarlas, de asumirlas, y de convivir con lo imperdonable.
Cuando quienes nunca hemos estado en conflictos bélicos, o en campos de concentración, hablamos de clemencia, de reconciliaciones nacionales o con el pasado, en realidad, si somos sinceros, hemos de reconocer que no nos estamos refiriendo a ese perdón con mayúsculas que incluye a verdugos. Y no hace falta irse a Auschwitz, muchos olvidan que en nuestro país también había campos de concentración en los que Franco hacinó a multitud de jóvenes durante cuatro o más años, jóvenes que dada su edad no habían participado en la guerra, y lo hizo por pura pataleta, porque no pudo alcanzar a los altos cargos republicanos que consiguieron el exilio. Campos como el de Larache, por ejemplo, en el que a muchos de aquellos chicos la disentería les disecaba los intestinos mientras en días claros vislumbraban el peñón y los afilados bordes del sur del mapa de su país.
Que conste que no hablo de exonerar responsabilidades. Cuando salen a relucir estos temas hay que distinguir muy bien entre deseo de justicia o de venganza, uno puede perdonar o no, está en su derecho, pero la venganza solicitada por delegación es la más cobarde.
Imagino que al igual que el doctor Morales (Christopher Lee) muchos psiquiatras de entonces tuvieron que recomponer por igual a víctimas y a criminales, a torturadores institucionalizados y amparados en el régimen, y ése es precisamente un enfoque que yo jamás había visto tratado y que tampoco me había querido plantear nunca. No he leído la novela de Scott Anderson en la que la película está basada, pero prometo hacerlo en cuanto pueda.
Creo que desde niña he tenido claro que la patria en realidad son las personas a las que volvemos; Mark regresa a su mujer y es el amor de su esposa el que le cura, porque ese amor rompe barreras y baja defensas para buscar al único sanador que puede hacerlo. Elena ha de comerse el orgullo y reconsiderar la decisión que tomó en su día de mantener la enemistad declarada de por vida a su abuelo y escuchar por primera vez frases y razones para las que nunca ponemos oído.
Los contrastes están muy bien servidos: el médico que dispara a moribundos por piedad, y Mark que ha de soltar a David, su amigo, su hermano, para no morir, que ha de elegir, decidir su triage personal y después volver para enfrentarse con el rostro de la mujer que dará a luz a un hijo al que la pareja había decidido bautizar con su nombre, Mark.
Hasta ese momento la cámara fotográfica le había servido de parapeto, le mantenía a distancia, desgraciadamente sólo cuando tocan a los “nuestros” tomamos conciencia del verdadero dolor, del enorme sufrimiento. Tal vez Tanovic intentó pedirnos a gritos la empatía y que de una vez por todas tomásemos conciencia de que no existen compartimentos y que uno de los nuestros es cualquier semejante. Hay un momento en el que Mark dice algo así como “estamos con ellos” y David, su compañero y amigo –el fotógrafo cuyos retratos sí se pueden poner en una pared porque rescatan y reflejan la esperanza- le increpa “¿pero qué estás diciendo?”. Y yo pregunto, ¿dónde y con quién está un reportero de guerra?, ¿quién le cuida?, ¿quién le protege?

El estilo narrativo está al servicio de la historia y los protagonistas en tierra de nadie, y no estoy haciendo un guiño ni un enlace al film anterior de este director, el más premiado en toda la historia del cine, (“En tierra de nadie” (2001) recibió 42 galardones incluido el oscar a la mejor película de habla no inglesa). Era inevitable que “Triage” me condujera directamente a las novelas “El pintor de batallas” y “Territorio comanche” de Arturo Pérez Reverte, -de esta última también hizo película Gerardo Herrero- ambas, como ya comenté aquí en su día, me marcaron, las dos hablan de las fotos de prensa o de las imágenes televisivas ante las que retiramos la vista mientras tomamos el postre, las fotos de un freelance que en el frívolo mercado se igualan y comparan a las del paparazzi cazador de “ninis” participantes de reality. Tampoco quiero olvidarme de “Guerreros” largometraje de Daniel Calparsoro que avisa, al igual que Joseph Conrad, de la inestabilidad moral del ser humano y de cómo incluso en una misión humanitaria puedes introducirte en el mismísimo corazón de las tinieblas.
Danis Tanovic es bosnio, nació en 1969, estudió piano en la universidad de Sarajevo, después se matriculó en la academia de artes escénicas, pero debido al asedio que sufrió su ciudad en 1992 se vio obligado a abandonar los estudios y se unió a un equipo de filmación que siguió al ejército de Bosnia-Herzegovina; su material ha sido utilizado en numerosos telediarios, reportajes y películas a los que ha servido como fondo histórico. A finales de 1994 dejó el equipo y reanudó sus estudios en Bruselas, posee doble ciudadanía bosnia y belga.
Dedicó el oscar por “En tierra de nadie” a su país, y su grado de compromiso le llevó a crear un partido. El hombre que dice que la única manera de luchar contra la injusticia es visualizándola ha removido las conciencias en la Berlinale de este año con su último trabajo “Un episodio en la vida de un chatarrero”. Ha trabajado con los protagonistas de la noticia en la vida real: se negaron a atenderles en un hospital porque eran gitanos. Tanovic hoy prefiere proyectos de poco dinero pero con capacidad de llegada a los grandes de antaño en los que se invirtieron millones de dólares sin que apenas obtuvieran espectadores.
Siento un gran respeto por este director que se atrevió con “El infierno” de Kieslowski, la trilogía que Krzysztof estaba preparando cuando murió, y es que ya se sabe: “Dios los cría y ellos se juntan”; cada vez creo más en las energías y en los imanes, los torrentes de talento  encuentran los canales a medida para llegar hasta el mar sin desbordarse. No me parece pretencioso ni me importa en absoluto que los artistas de mi tiempo con las cartas boca arriba ejerzan de intelectuales, al contrario, los busco y los prefiero porque me canso de leer o de ver lo que me reafirma, lo que me identifica y me complace y estoy harta de placebos y adormideras. Tengo ganas de que muchas cosas cambien, o mejoren, pero no siempre encuentro el camino o las respuestas, ni sé cómo hacerlo, así que si como en este caso me hago eco del eco pues me doy por contenta, es mi forma de barrer mi pequeño trozo de acera.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori