"LA BUENA ESTRELLA", película de Ricardo Franco

Rafael es un carnicero que lleva una vida solitaria y triste –nos dice la contraportada del dvd- Una madrugada en la que se dirige a su carnicería, detiene su furgoneta para auxiliar a Marina, una muchacha a la que un tipo, Daniel, está apaleando. Rafael lleva a Marina a su casa y ella le habla de su infancia sin padres, de los orfelinatos que ha conocido, de la dura vida en la calle. Marina está embarazada de Daniel, Rafael le propone ocuparse de ella y del hijo que espera.
No es necesario saber -para añadirle más valor del que tiene la película en sí misma- que al año siguiente de realizarla moría este cineasta enorme, pero es inevitable darle ese carácter de herencia, de valioso legado. Ricardo Franco se fue dejando a medias el rodaje de “Lágrimas negras”, comenzó a encontrarse mal en el bar en el que junto a otros amigos además de su ex y de su hijo, estaba viendo un partido de fútbol, el del final de la copa de Europa, todos pensaron que su indisposición se debía a una bajada o subida de azúcar, padecía una diabetes severa que le dañaba la vista y el corazón recién reparado en el quirófano, finalmente no superó el infarto.
Nunca se sabe a ciencia cierta cuáles son los ingredientes biográficos que un artista presta a su obra de forma consciente o inconsciente, pero el espectador los nota, y en esta película el mensaje subliminal es constante y por tanto sus dos lecturas se reciben con igual intensidad. Que el film comience con la brutal visión de un matadero -cuyos operarios amputan miembros a destajo a las reses que giran colgadas y en cadena- es un símil de gran precisión: alguien que sabe que va a morir se siente de camino hacia el matadero, que la escena justifique la presentación del protagonista cuyo negocio es una carnicería no encubre el sentimiento de temor sugerido por debajo. Que le quite la visión de un ojo a la protagonista tampoco es gratuito. La impotencia en el film también refleja un sentimiento doble ya que no se localiza sólo en las ingles, tampoco la presencia del cura Paco (Ramón Barea) ni la súplica eutanásica están señaladas sin motivo, y no importa que la historia que Ricardo Franco nos narró esté inspirada en hechos reales porque en esa parte autobiográfica de la que hablaba antes también incluyo la forma de mirar, una se da cuenta de cuántas personas llevan gafas el día que sale de una óptica tras haberse graduado la visión, o cuenta embarazadas cuando a su vez se queda, o ve bastones y muletas cuando se rompe una pierna, por tanto fijarse en detalles o situaciones que te identifican también es una forma de entregar lo personal.

Cuando te sales de convencionalismos y la vida te coloca frente a una encrucijada es cuando se ve por tus reacciones quién eres; siempre he pensado que la bondad es un poder, creo que en este mismo blog lo he repetido más de una vez, si desgranamos los ingredientes de la palabra veremos que ser bueno, como lo es el protagonista de esta película, implica la empatía por el sufrimiento del otro, la predisposición a ayudar, el compromiso de la generosidad, un buen carácter, la valentía de la sinceridad con uno mismo y con los demás… en definitiva la bondad remite a la justicia y ninguno de estos ingredientes es sólo espontáneo, la amabilidad se cultiva. Para ser generoso hay que desprenderse a menudo del yo, del resentimiento -que tan lícito parece- del deseo de dar buena imagen… En innumerables ocasiones la bondad obliga a desmarcarse de lo bien visto, de lo socialmente aceptable, en resumen la bondad abre puertas a las que nadie llama y gracias a quienes las golpean con el aldabón podemos ver las cualidades de quienes tenían las suyas cerradas a cal y canto por el estigma de los prejuicios de los demás.
Los grandes actores han de ser buenos porque el ego no funciona jamás a favor de la historia ni del equipo y Antonio Resines en su papel samaritano que encuentra el amor cuando estaba resignado a no tenerlo lo demuestra con creces y disfrutaré redundando hoy porque a lo bueno te acostumbras y Resines es de esos actores que hacen que los demás miembros del elenco se sientan cómodos, escenas como el primer encuentro sexual al pie de la escalera, o en la que le vemos de espalda desnudo, sentado sobre la cama mientras Marina (Maribel Verdú) le va besando sin barreras ni recursos, lo demuestran. Él suelta luz sobre los otros, no la vampiriza para brillar más y al igual que el director, es un hombre sin vanidad y tal vez por ello Ricardo Franco lo escogió como alter ego porque Resines tiene la grandeza de los hombres corrientes que sin duda de corrientes tienen poco, (una vez una mujer me dijo: “Hay que ver tú pareces poco y luego eres mucho” sentí el elogio lleno de sinceridad como un dardo envenenado clavándose en mi sangrante orgullo. Con el tiempo sin embargo he aprendido a usarlo como recordatorio cuando se me suben los humos). Los actores españoles saben que su buena estrella es la película no el trabajo individual y suelen ser personas humildes que obedecen y sigue las pautas del director vaciándose de sí mismas, por eso se admiran mutuamente entre sí y el trabajo del otro es su estímulo.
Rafael hará que nos replanteemos de nuevo el debate sobre la hombría y sobre dónde se halla ésta en realidad.

Daniel (Jordi Mollá) está sublime en su papel ambivalente que muestra al espectador la vulnerabilidad que se oculta tras esos ojos transparentes y no es fácil mantenerlo al mismo tiempo que también enseñas la astucia de quien no se fía ni de su sombra. Daniel le nuestra al mundo que es el resultado del abandono, en eso se convierte un crío de hospicio menospreciado y devuelto, en la espada del diablo, hasta que alguien que no pertenece a su submundo apuesta por él. El trabajo de Mollá es una labor de perfiles poliédricos que requiere un facetado sutil de brillos y sombras en el rostro y en los gestos rápidos y fugaces como cuando corre tras Rafa hasta el bar para no quedarse a solas con Marina mostrándole así su lealtad al carnicero o cuando la ve en lo alto de la escalera y se olvida del mundo para exclamar lo guapa que está y que parece una reina dejando en el aire la fuerza del vínculo irremediable, y después cuando lo vemos en la cárcel destruido…
Y de Maribel Verdú qué voy a decir, es la reina del cine español y mira que hay actrices buenas, pero su falta de divismo a menudo ha hecho que pase inadvertida tras la estela menos humilde de otras.
Saber escoger de antemano a los actores idóneos también es un don, creo que para los tres hubo un antes y un después tras interpretar esta película. Quedaron consternados al enterarse de la noticia del fallecimiento de su amigo y estoy convencida de que hasta la despedida de Ricardo sirvió para dejarles como un tatuaje escrito el verdadero significado de entrega que tiene su profesión. Ahí queda para siempre Marina, la valerosa muchacha que con determinación decidió que precisamente porque a ella la abandonaron nunca desampararía a sus hijas, la chica que siempre se regía por su propia ley explicándonos de forma rotunda y convincente por qué sí se puede amar a dos hombres a la vez: “…sí se puede, a mí me pasa” nos dice en la película. La chica que llena de luz la casa de sus sueños, y a Rafael de alegría, que le demuestra al mundo su honradez con su huevo kínder, ese milagro de bondad del que vengo hablando durante todos estos renglones se resume especialmente en ella.
Sólo me queda decir que la magnífica fotografía es de Tote Trenas, una caricia próxima que favoreció con los planos cortos y medios, no sólo la delicada visión del director también la nuestra. Los colores escogidos, cálidos y suaves anaranjados y amarillos, crearon hogar en la casa de un solitario y contenido hombre que había asumido vivir sin amor a causa de un accidente laboral que le dañó los testículos.
La conmovedora música que tan bien recalca la felicidad y la tristeza en todos sus matices estuvo a cargo de Eva Gancedo.
El perfecto guión lo escribieron Ricardo Franco y Ángeles González Sinde.       
“La buena estrella” hay que verla muchas veces porque te recoloca cuando te pierdes por los vericuetos del rencor y del resentimiento.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"AZUL OSCURO CASI NEGRO", película de Daniel Sánchez Arévalo

Es un estado de ánimo además de un traje, nos dice el cineasta Daniel Sánchez Arévalo, autor de insólita sensibilidad para explorar en los pliegues más recónditos del inconformismo, en los verdaderos y legítimos deseos que se topan contra barreras de cristal como la del transparente escaparate que separa al protagonista de ese inalcanzable traje que tantos significados tiene y que habla de distancias invisibles pero reales, y de destinos escritos de antemano que favorecen a unos y perjudican a otros sin la participación de los implicados.
Jorge (Quim Gutierrez) veinteañero, escapaba de sus circunstancias cuando Andrés, su padre (Héctor Colomé) le encuentra a punto de prenderle fuego al contenedor de basura de su comunidad de vecinos en la que trabaja como portero, corre tras él, pero en el instante mismo de la huida hacia la independencia y después de haber explicado al padre sus verdaderos planes en pos de su destino a través de una tapia, el chaval escucha tras la gruesa barrera que acaba de saltar, cómo su progenitor sufre un infarto cerebral que le obligará a cuidarle y además a sustituirle en la portería. Tras la elipsis de siete años vemos que Jorge también ha podido licenciarse en ciencias empresariales sin abandonar  dicho trabajo ni el cuidado de Andrés. La madre fallecida se hará presente en la confusión del padre como si estuviera viva, la enfermedad le desinhibe y cree que Natalia (Eva Pallarés) -la novia de Jorge desde la infancia- es su esposa. Durante la escena en la que la chica le corta el pelo vemos pequeñas actitudes despóticas que nos indican cómo era el trato de Andrés hacia su mujer.
Mientras tanto Antonio el hermano de Jorge (Antonio de la Torre) cumple condena y en el penal, gracias a que se apunta para participar en una obra de teatro, conoce a Paula (Marta Etura) una muchacha maltratada por otras reclusas que quiere quedarse embarazada para que la trasladen al pabellón de maternidad y así poder librarse de las agresiones, más adelante sabremos que hay también una razón más profunda y de gran peso para desear ese hijo.
Antonio le hará una petición insólita a su hermano: que le sustituya en el bis a bis y que la deje embarazada en su lugar porque él no puede. Antonio quiere con toda su alma a Paula, lo aclaro para que el espectador entienda la generosidad tanto por lo que se pide como por lo que se entrega, naturalmente el conflicto está servido.

En el mismo bloque de viviendas en el que Jorge es portero vive Israel (Raúl Arévalo) su mejor amigo desde la niñez. Israel en la azotea se entretiene con unos prismáticos viendo lo que ocurre en las viviendas de la comunidad de vecinos de enfrente, así termina interesándose por los clientes de un masajista que no se limita a la terapia muscular. Un mal o buen día –según se mire- comprueba que entre dichos clientes está Fernando (Manuel Morón) de ese modo tendrá que asumir la posible homosexualidad o bisexualidad de su padre y también la suya.
La película plantea debates para los que aún no se habían encontrado palabras y en todos ellos coloca la dignidad junto a cada uno de los personajes, dignifica los dos triángulos amorosos que surgen –Paula, Jorge, Natalia, o Antonio, Paula y Jorge- enaltece la amistad subiéndola a la azotea, denuncia que un gran currículum no sirve por sí mismo ya que sigue habiendo un sentimiento gregario, subterráneo y mafioso que antepone el origen y la cuna.
El largometraje habla de prejuicios de ida y vuelta en cuanto a la posición social que los personajes ocupan, tanto por sentimiento obrerista como de burguesía. Natalia en este caso es injustamente tratada por Jorge dado que la sitúa sin reflexionar entre la clase dominante, ella le sacará de su error ya que también tiene un trabajo precario de bajo sueldo en el que es explotada…
Natalia no siente que pertenezca a una clase distinta a la de Jorge, ni que haya participado nunca en humillarle desde una posición preponderante, pero a Jorge le vistieron cuando era niño con la ropa que desechaban los vecinos, y en una ocasión llevó puesta una camiseta de ella. Para Natalia el detalle es tierno, divertido y meramente anecdótico, no así para Jorge que lo recuerda como un estigma. A menudo tendremos en pantalla la imagen de una columna u otros elementos de separación indicando al espectador que ambos personajes están colocados en espacios distintos, aparentemente enfrentados o antagónicos. Comprobaremos cómo mientras ella viaja y le envía postales él mira el mundo exterior sin salir de casa a través del ventanuco de un sótano y desde ese rectángulo de pared que enmarca su cama adosada en el que pega esos parajes que ella le manda y todos los recuerdos que configuran su relación, la diferencia queda así establecida, finalmente él se deshará de todas las fotos que volcará a los pies de Natalia desde ese contenedor comunitario que siempre aparece en sus decisiones cruciales utilizado como arma arrojadiza, el pasaje nos muestra de ese modo el punto de inflexión que marca los cambios y decisiones que el protagonista está experimentando, no obstante al público de la sala le queda claro en su butaca que el escollo podría salvarse si él estuviera realmente enamorado de Natalia, y la verdad por dura que sea de explicar se abre paso.
El amor y paradójicamente la libertad surgirán en el bis a bis de la cárcel junto a Paula. la “novia” de su hermano. De nuevo el director coloca lo importante en el interior de las personas que es donde se producen las transformaciones y no en los exteriores.
Ana (Ana Wagener) la madre de Israel está al tanto de las andanzas de Fernando, su marido, también en este caso se nos abre un debate suculento, ¿la homosexualidad puede esconderse en el matrimonio?, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿para tener hijos y familia sin dificultades ni enfrentamientos o presiones sociales?, ¿puede surgir la tendencia una vez dentro de dicho matrimonio?, ¿es más honesto ir a cara descubierta y forzar que la sociedad admita?, ¿es una cuestión de valentía o cobardía salir del “armario” o quedarse dentro cuando tienes formado un hogar?, ¿hay diferencias en el planteamiento si la misma situación se produce en un ámbito heterosexual?, ¿o se trata de lo mismo? Todas estas preguntas y más se las hace el espectador.
En la intimidad de cada piso se dirimen los ganadores, los perdedores, los héroes, los antihéroes, los secretos, los infiernos y los paraísos domésticos, cada uno de ellos con sus poderosas razones de enfrentamiento o adaptación, de ruptura o aceptación, hay muchas formas de ser, de estar o de amar y ni el director ni yo vamos a juzgarlas. Sánchez Arévalo se limita a mostrar el mosaico de retratos físicos y anímicos, y su mirada es cariñosa con los seres atrapados en circunstancias adversas.

La película es bellísima a la hora de expresar los sentimientos encontrados que no tienen por qué ser contradictorios: Jorge ama a su padre, pero la enfermedad le atrapa, todos los que nos hemos visto en esa tesitura sabemos de lo que hablamos, la escena de la manguera para el aseo que contemplamos en el patio de la pantalla es equivalente a la palangana grande casi plana en la que colocas de pie a tu madre o a tu padre porque ya casi no tiene movilidad y no puede entrar en la ducha o en la bañera y así, bien agarradito o agarradita a algún saliente de la cama o de algún mueble le vas lavando con una regadera llena de agua agradable y caliente porque tú sí puedes moverte y te conviertes en bicéfala con su cabecilla y la tuya juntas como siamesas, te vuelves sus pies, sus manos, su mente… y al igual que hace Jorge le dejas sujeto o sujeta viendo algo en la tele para que no se caiga mientras has de ausentarte irremediablemente porque en ese momento del día nadie más te puede sustituir o socorrer, y la escena para el profano puede resultar cruel pero no para quien la entiende -una silla de plástico es lavable- y tiene el derecho de lanzar un manguerazo de realidad al rostro de quien la mira.
La imaginación se agudiza e inventas montones de recursos eficaces de los que podrían aprender geriatras, ministros, y responsables de sanidad si preguntasen a los invisibles cuidadores atrapados en su propia casa, gerifaltes que tienen dinero para mirar hacia otro lado mientras extraños les limpian el culo a sus padres.
El film rezuma honradez por los cuatro costados y es una lección de amor y de integridad integradora, no me extraña que cosechara tantos premios (cincuenta en festivales internacionales y tres goyas aquí) porque identifica, porque te abre a la comprensión, porque analiza sin dogmas, porque respeta, y todo ello lo hace buscando la verdad interior que es la que más asusta.
Me agrada especialmente que aclare el hecho de que a pesar de que la vida se mueva en círculos y parezca que vuelves al mismo sitio en realidad no es así, porque cuando recorres la espiral completa aunque regreses al punto de partida ya no eres el mismo o la misma, en el camino se ha producido el cambio y nada tiene que ver con el lugar, por ello que el protagonista finalmente opte por trabajar en una portería distinta pero con traje me parece una seña de identidad muy precisa porque como ya hemos dicho otras veces la dignidad se la da la persona al trabajo, no el trabajo a la persona y en esa segunda oportunidad sí elige continuar. Igualmente me parece bien que Sánchez Arévalo no presente el amor como un proyecto de futuro duradero ni como la redención de todo mal, sin que por ello le reste credibilidad; Paula y Jorge se aman, dentro de la cárcel, fuera no sabemos, la pregunta queda sin contestar.
El elenco de actores es inmejorable, auténticas estrellas españolas por las que siento un gran orgullo, el tono elegido es suave, que siempre es la forma más potente de dar gritos y de que estos penetren en nuestra dureza de oído. La extraordinaria música es del compositor Pascal Gaigne. La limpia, nítida, luminosa y acariciante fotografía es del artista Juan Carlos Gómez y el maravilloso guión -no sólo por la parte visual, también por la literaria- del que no hay que perderse ni un solo diálogo naturalmente es de Daniel Sánchez Arévalo. El detalle de alejarse con la cámara cuando Natalia por un lado y Antonio por otro se están rompiendo, nos dice hasta qué punto este extraordinario director valora y respeta la intimidad, son dos escenas de una fuerza y delicadeza extremas, los enlaces del pespunte de todo el film son perfectos, Natalia y Jorge miran a la cárcel, y en la cárcel se está produciendo la mismna revelación que abrocha, que une, que vincula... el posterior abrazo entre Antonio y Natalia también es bellísimo.
Azul oscuro casi negro es una película preciosa realizada por un elegante de corazón a quien le estoy profundamente agradecida.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.

Pili Zori 

"DULCE HOGAR A VECES", película de Ron Howard

El verano ha pasado en un suspiro y de nuevo estamos en octubre, comenzamos la etapa cinematográfica 2014-2015 con “Dulce hogar a veces” película del director Ron Howard. La veremos con esa pátina envejecida que da el VHS, por suerte en el centro de mayores de Ibercaja aún conservan la posibilidad de proyectar cintas en ese formato. La compré cuando salió a la venta, creo recordar que un año después de su estreno en la gran pantalla (1989) y quedó guardada junto a otras sin que pudiera volver a verla porque en casa se nos estropeó el reproductor que fue sustituido por otro para DVD, pero la cinta ha estado presente durante dos décadas y un lustro, no sólo en el cofre donde dormía, también en mi interior, creo que ello explica por sí sólo el poso que me dejó. Deseo que esa neblina que le ha posado el paso de los años sea tan nostálgica como el refritillo que se escucha al poner un viejo disco de vinilo, y no un inconveniente para mis compañeros cinéfilos.
No voy a enumerar los prestigiosos premios que este director ha obtenido a lo largo de su carrera, el generoso internet se ocupa de pormenorizarlos, pero sí diré que algunos los ha recibido fuera del entorno cinematográfico, desde instituciones que han sabido valorar la contribución que sus tramas y temas han aportado en favor de la integración, porque todos somos sociedad y podemos resultar más que útiles si se adapta el engranaje a las excepciones, o mejor dicho: a los seres excepcionales. Nadie como él nos hizo comprender la esquizofrenia con su film “Una mente maravillosa”, obligándonos a romper la barrera de distanciamiento que produce lo desconocido y a sacar del gueto a personas que desgraciadamente podríamos desaprovechar por no saber escucharlas.
Aprecio la capacidad de llegada y estimo especialmente las obras de arte que tienen las dos lecturas, la más avezada y la popular que alcanza a todos los públicos, creo que dicha capacidad es un don que a veces el elitismo confunde con simpleza, no siempre lo minoritario es sinónimo de originalidad, ideología o intelecto, a menudo lo que ocurre es que el autor no ha sabido transmitir de forma plural lo que quería decir o no ha sido capaz de sacarlo fuera de su entorno y por tanto esa carencia es un límite. Tampoco lo popular tiene por qué ser superficial y falto de hondura, hay que saber distinguir, que un libro sea fácil de leer no significa que también resulte fácil de escribir, hay que dar muchas vueltas para alcanzar la sencillez.

Howard universaliza y traspasa fronteras con su comunicativo y artístico discurso porque subraya lo esencial, porque lo sabe explicar, naturalmente entre su obra tengo mis películas favoritas, un director tan prolífico y con tanto abanico de registros para manejar géneros distintos te complace en unas ocasiones más que otras, pero “Dulce hogar a veces” es una pieza especial que me ha acompañado en el recuerdo, como ya he dicho, durante estos 25 años, tal vez porque en ella están reflejadas todas las etapas de la vida desde la infancia hasta la madurez, las cuatro estaciones de la existencia en definitiva, y eso convierte a la película en un referente ya que la vas evocando cada vez que te encuentras en situaciones parecidas a las de los protagonistas, ellos quedaron ahí en el celuloide eternamente, cada uno con su edad congelada, pero una va cumpliendo años y entonces alcanza otros enfoques, distintas perspectivas y cuando llegas o te aproximas a la edad de Frank entiendes que en la infancia admiras, en la juventud juzgas, pero en la madurez comprendes y perdonas.
En aquel entonces, 1989, yo andaba como Gil Buckman (Steve Martin) obsesionada por educar bien, preocupada porque mis hijas no fueran baúles de recuerdos en los que mis enormes equivocaciones me dejaran estigmatizada ante sus ojos para siempre, estaba empeñada en mejorar los “errores” que se hubieran cometido conmigo para no repetirlos, pero al igual que a Gil aún me quedaba por comprender que el resultado final del balance sería más que favorable hacia mis padres sumadas todas las circunstancias, tengo tanto que agradecer... que el reconocimiento hacia ellos diluye los egoístas, injustos y superficiales reproches que como una niñata pudiera haberles hecho entonces, pero eso lo sé ahora que ya puedo identificarme con Frank, el padre de Gil, a él también le inculcaron el deseo de alcanzar el dichoso sueño americano, destacar, ser el mejor… y quiso traspasárselo a los hijos, por eso Larry le devuelve el boomerang con su afán de pelotazo, con su obsesión por ganar rápido mostrándole la otra cara de la moneda y haciendo que el espectador se pregunte ¿qué es el triunfo en realidad?, ¿y en qué consiste el fracaso?
Hace pocos días una compañera coordinadora de otro club de literatura dijo: “El azar me suele proteger” y me quedé colgada de su bellísima y significativa frase, es cierto, el azar nos protege a todos pero no siempre sabemos verlo. Karen la esposa de Gil (Mary Steemburgen) pensaba lo mismo que la compañera que acabo de mencionar, estaba segura de que el destino sabía muy bien lo que hacía con los suyos y de que el azar les protegía. Karen al igual que mi pareja tendía menos a la preocupación y confiaba en que el futuro se las arreglaría bien con nosotros.
Todas las generaciones quedaron representadas en dulce hogar a veces, y ¡por fin! en un largometraje aparentemente convencional y de gran público se rompían y desencorsetaban los tópicos, roles y esquemas impuestos por quienes nos trazaban las líneas maestras sobre cómo debía comportarse una familia, sobre la manera adecuada de comunicarse, sobre la forma reglamentaria de enseñar… esa invisible y abstracta clase dirigente escribía las normas al estilo moña de los Brady, pautas y comportamientos imposibles de cumplir y por lo tanto frustrantes, ¿por qué? pues todavía no lo sé, supongo que adocenar es más fácil. Después cambió la obsesión de ser famosos y adinerados por la de ser felices a toda costa y los psicoanalistas sin escrúpulos se forraron. (Se sobreentiende que guardo todos mis respetos para los profesionales honrados de la psicología: psicoanalistas, conductistas, gestaltistas… que sí saben meter la mano para extraernos los sapos que nos hemos tragado a lo largo de la vida y que tantísimo bien hacen, por nada del mundo querría ofender).
Lo que quiero decir tras este inciso es que la lección de humildad que recibimos ahora y en cualquier tiempo, es la de que la vida se ocupa de desbaratar nuestros neuróticos planes y cuando lo hacemos mal tarde o temprano vuelve a recolocarnos por su cuenta de un modo más cómodo y sensato, dejando claro cómo han de ser los acontecimientos, y entonces la verdad, la lógica y el sentido común se abren paso. Un científico –como ya he dicho en otras ocasiones en este mismo blog- cuando se equivoca tras muchos años de trabajo, no se sienta en el suelo a patalear ni a flagelarse exclamando ¡soy un inútil!, ¡un fracasado…! simplemente dice “ah, pues por aquí no era”, cierra ese camino y abre otro de inmediato. “Dulce hogar a veces” es un aire fresco en ese sentido y cuando se estrenó agradecimos mucho la sinceridad, porque nos dice “por ahí no, por aquí sí”. Pasajes como el del apagón y lo que Gil confunde con una vela en casa de su hermana nos resarce de cualquier sentimiento de planchazo o de ridículo que pudiera caernos encima, por suerte la tierra no se traga a nadie ni siquiera en un episodio así y la vida sigue riéndose de todas nuestras cuitas con su aplastante e ingenioso sentido del humor, sólo Dianne Wiest puede sostener una escena de ese calibre aguantando el sonrojo en medio del salón frente a la mesa de comedor con toda su familia sentada alrededor, incluidos sus padres y sus propios hijos, sin perder ni un ápice de ternura.
Tengo un truco infalible para saber si una comedia es buena, la vuelvo del revés y la imagino como drama y si funciona es que es magnífica, lo mismo ocurre a la inversa, en realidad lo que varía es el envase. En cocina se caramelizan muchos alimentos agrios y se salan y sazonan otros dulces sin que la materia prima cambie.
No me voy a extender en datos técnicos porque “Dulce hogar a veces” es una comedia clásica de contenido moderno perfecta en el estilo, en el ritmo, en el goteo de las sorpresas, en el sube y baja de las emociones, en la elección de los colores, de la música… en la hermosa fotografía de interiores -la cámara acaricia los rostros, las posturas, las ropas, los muebles…- y en la ambientación y decoración de las casas, cada una define a quienes la habitan. El arte y el oficio están tan garantizados que el espectador no piensa en ellos, no los advierte, al igual que no vemos transparentados los buenos cimientos de una casa sino sus acabados y su fachada, pero los cimientos están, ya lo creo, y bien firmes.
Ron Howard fue actor, y ese comienzo le hace colocar prioritariamente a los intérpretes que son quienes dan la cara y defienden en primera fila el proyecto, para ello nos presentó a todo el clan en una reunión familiar celebrada en casa de la hermana de Gil, Helen (la gran Dianne Wiest como ya adelantaba en renglones anteriores), después Howard fue separando cada una de las tres ramas del árbol -las familias que salieron del núcleo para hacer sus propios nidos- y las ubicó en sus hogares, en sus entornos íntimos y privados, y en cada uno de esos compartimentos estanco les otorgó protagonismo absoluto. En este film todos los artistas que están frente a la cámara son actores principales, desde el menor hasta el mayor.
Contemplar la escena en la que Frank (Jason Robards) -el patriarca- al fin se decepciona de su preferido y quimérico hijo Larry (Tom Hulce) es impagable porque muestra el desengaño tan sólo con la transformación del rostro, y la elocuente mirada, el espectador ve como los rasgos se tornan pétreos, los ojos se opacan y el brillo desaparece en un pantallazo irrepetible.
Observar cómo en aquel tiempo Howard ya incorporaba el alzheimer en el personaje de la abuela sacándole partido a la desinhibición inteligente que las enfermedades seniles conceden nos da idea del nivel de humanidad y de oído que este cineasta tiene, no se puede ser artista si no se sabe escuchar más adentro.
Ron Howard
Sólo por la escena que acabo de contar la película ya merecería la pena pero aún falta otra vuelta de tuerca puesto que uno de los regalos más suculentos que nos entrega es el de ver a los hijos, un plantel de actores de lujo en distintas edades que van desde la infancia pasando por la pubertad y la adolescencia y que curiosamente después han desarrollado carreras brillantísimas. Garry, por ejemplo, el hijo menor de Helen, un Joaquín Phoenix irreconocible tan rubio, frágil y dulce, Juli la hija mayor interpretada por Martha Plimpton, que ya hizo en ese tiempo de adolescente rebelde en “Cartas a Iris” junto a Jane Fonda y Robert de Niro, quien a buen árbol se arrima… no sé qué tiene que inspira a los directores, el caso es que se pasan la vida sacándola embarazada o con niño en brazos, la última vez que la vi como rutilante abogada en la serie “The Good Wife” también andaba por los pasillos de los juzgados con carrito de bebé. Bromas aparte recordaré que seguimos recibiendo de ella extraordinarias actuaciones en series de prestigio tanto dramáticas como cómicas. Y qué me decís del novio, Tod, un Keanu Reeves que prometía todo lo que nos ha entregado después, un kamikaze con capacidad para el cine de acción, el drama, la comedia y cualquier otra disciplina cinematográfica a la que aún no se le haya puesto título, sin duda el elenco adulto dejó una huella indeleble en ellos.
En cuanto a dichos adultos qué voy a decir de Steve Martin, es una de mis debilidades, me gusta muchísimo, y nunca me parece excesivo, el humor es muy personal y sincero y a cada uno nos cae en gracia lo que nos cae, y siempre me parece que está bien medido –en mi opinión se desborda cuando se tiene que desbocar y se contiene cuando la escena lo requiere- es espontáneo, seductor, tierno… y sabe rozar el patetismo sin perder la elegancia. Y con Mary Steenburgen me ocurre igual, es verla y me clavo a la butaca, me parece fascinante en todas sus facetas, su bella cara es un foco de luz que ha aumentado los vatios con el paso de los años. A Tom Hulce ya le habíamos visto en el 84 interpretando a Mozart en la magistral “Amadeus”, sobran las palabras. Es evidente, repito, que en esta película no hay papel pequeño como lo demuestra Susan (Harley Jane Kozak) la hermana menor de Gil, y su marido Nathan (Rick Moranis) al pobre sí que le toca el papel más desagradecido: el de petulante y odioso padre empecinado en hacer de su hija una superdotada incluso a costa de robarle la infancia.
No seguiré enumerando el magnífico trabajo de los demás niños –los críos no interpretan son el personaje- ni a la abuela tan divertida y liberal, ni a la madre de Gil, porque cuando la veáis comprenderéis por qué insisto en que en esta película no hay papeles menores ni secundarios, son piezas perfectas del puzzle, la madre que aparece muy poco en pantalla sin embargo es contundente, su escasa presencia basta para que veamos con cuatro pinceladas el modo tan machista en el que es tratada por Frank, su esposo, costumbre cotidiana y generacional que no por generalizada era menos despectiva, con apenas unas frases y dos o tres pequeñas entradas la actriz en su personaje de madre en sombra pero con enorme peso no reconocido dibuja a una familia típica de clase media estadounidense.
El film sin duda reúne mejor que otros el análisis contemporáneo de las preocupaciones que nos acosan y analiza partiendo del vértice familiar a toda la sociedad occidental. Los personajes pisan fuerte en el mundo exterior, tienen actividades laborales valoradas, Gil es ejecutivo, Helen directora de un banco, Susan profesora de universidad… pero ese barniz no les exime del dolor, en casa emergen las zozobras que en realidad mueven el mundo por debajo de lo público. No en vano en la película apenas salen los exteriores para que en todo momento se subraye que estamos viendo el interior, la intimidad, la introspección. Tal vez a estas alturas hayamos consumido mucho cine desmitificador del perfeccionismo familiar, incluso reiterativo hasta la saciedad y prolongado en las series escritas en clave de comedia de situación en las que se sobrevalora hasta la caricatura la naturalidad de las equivocaciones, pero no debemos olvidar que quizá la pauta la marcase “Dulce hogar a veces”.
Sería injusto que en una obra tan bien escrita no mencionase a los otros dos guionistas Lowel Ganz y Babaloo Mandel, porque según tengo entendido tuvieron la generosidad de prestarle muchas de sus experiencias personales al guión. La música es de Randy Newman el compositor de bandas sonoras y de controvertidas canciones, y la fotografía del oscarizado Donald McAlpine.
Deseo que nuestra sesión de cine-forum suscite un interesante coloquio sobre los hijos reflejándose en los padres como en un espejo, que hablemos del resultado de la predilección y el favoritismo, de la confianza o de la inseguridad, de las pequeñas o grandes decepciones, del despertar sexual, de las expectativas no cumplidas que nos impiden ver las que sí conseguimos, del amor y del abandono, de asumir la verdad aunque todavía seas un niño, de los nuevos comienzos, de las prioridades, de la conciliación de la vida laboral con la familiar… y sobre todo deseo que de ese matraz que mezclaremos entre todos con nuestras propias esencias destilen reflexiones interesantes para nuestras vidas.
Un abrazo, y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.

Pili Zori

HOMELAND, serie de TV

Inquietante serie de televisión sobre el poder de los servicios de inteligencia, especialmente los de la CIA.
Confieso que al comenzar a ver este magnífico thriller psicológico basado en una idea original israelí saltaron un poco mis alarmas. De inmediato me pregunté ¿a ver a quienes les atribuyen el papel de malvados, con la que está cayendo?
Cuando pienso en el conflicto israelí y palestino lamento profundamente la injusticia e inevitablemente me inclino a favor de quienes fueron expulsados de su tierra con la actitud de “quítate tú para que me ponga yo y si no lo haces la emprendo contra ti con todas las armas que poseo, y que no se te ocurra llevarte nada porque todo cuanto hay aquí ahora me pertenece”. Me parece increíble que gentes que sufrieron el holocausto nazi tengan ese comportamiento tan egoísta, cruel y abyecto, pero todavía comprendo menos por qué se consiente desde el “Imperio” en complicidad con todos nosotros -los estados miembros de la ONU.
No soy beligerante, ni estoy a favor de la violencia, tampoco de la palestina, ni creo que el mundo oriental sea un dechado de virtudes, evidentemente tampoco el occidental lo es. Sólo intento explicar el origen del conflicto aunque sea de un modo tan simple. Hace poco alguien muy querido refiriéndose a dicho combate desigual decía: “…es como si aquí ante un atentado de ETA el gobierno para responder bombardeara a todo el país vasco”.
Creo que actualmente hay tecnología de alta precisión y los conocimientos científicos necesarios como para ir directo a los objetivos singulares sin que tengan que caer indiscriminadamente tantos y tantos inocentes, personas con rostros, con proyectos de futuro, con familias, con sueños, con deseos de prosperidad…
Pero la prosperidad de un pueblo requiere paz, la industria armamentística no, o qué otra cosa puedo pensar ante una contienda que se podría haber evitado de un plumazo hace un montón de años, que se podría haber solucionado incluso de forma cartográfica, salomónica me atrevería a decir: mitad del territorio para unos y mitad para los otros (se sobreentiende que me refiero a un reparto equitativo de espacios, de las pormenorizaciones que se ocupen los demógrafos y demás expertos que para eso están). Ambas partes dejarían el pasado atrás y comenzarían a construir convivencia partiendo de cero. Pero nadie arbitra, no interesa, así que seguiremos viendo como caen a nuestros pies muertos y más muertos sin que nos sintamos responsables.
No obstante tras esta reflexión tan rudimentaria examiné mis prejuicios y me dije “Son los artistas de un país quienes mejor bucean y exploran analizando con voces críticas los problemas que les aquejan y a menudo introducen el dedo en la llaga, ¿por qué habría de ser tendenciosa y propagandista la serie israelita?

No tendré la ocasión ni la suerte de ver Hatufin –así es como se titulaba esta obra allí- cuyo autor fue Guideón Raff. Hatufin fue la idea original en la que se inspiró Homeland porque como ya he dicho otras veces en este mismo blog las empresas cinematográficas y televisivas americanas tienen la costumbre de apropiarse de lo que les gusta pensando que pueden mejorarlo al hacerlo suyo, en vez de potenciarlo divulgándolo como hacemos por estos lares, la autoría es la autoría y merece un respeto. En la serie americana el conflicto se sitúa en Irak y en relación con Al-Qaeda.
En cualquier caso descubrí como en tantas otras ocasiones que también los Estados Unidos pueden presumir de sus grandísimos artistas porque Howard Gordon y Alex Gansa me han dejado sin aliento. Creo que esta serie es necesaria en todo el oriente y también en todo el occidente, que el nivel de compromiso y la valentía que el equipo al completo ha tenido es para descubrirse y que todos han puesto a prueba sus límites en este extraordinario e insólito trabajo de firma muy personal que no se parece a ningún otro.
Sé que los más sesudos le han encontrado fallos geográficos a la tercera temporada y algunos detalles inverosímiles, errores quizá debidos a la muerte de uno de los guionistas, Bromell, hijo de un agente de la CIA destinado en Oriente próximo, pero sinceramente pienso que no afectan al discurso sino a la ambientación, son equivocaciones documentales para eruditos que en este caso en concreto perdono con gusto permitiendo la licencia creativa, aunque está bien que se reflejen, ya que no es la primera vez que cuando el cine americano sitúa algún film en nuestro país, coloca los sanfermines en Sevilla y se queda tan ancho, lo mismo le debe ocurrir en otros con otros puntos del mapamundi, pero bueno, tampoco alardearemos porque también a nosotros nos cuesta aprender la situación geográfica de sus estados, y los matices culturales diferenciadores. Como ya he dicho otras veces viajar debería estar subvencionado.
Disculpad el inciso. Prosigo con la labor de los intérpretes: No encuentro palabras para describir el extraordinario trabajo de los actores en el que no hay papel pequeño, pero el de los protagonistas Claire Danes y Damian Lewis es inigualable y mira que he visto cine e interpretaciones sobresalientes a lo largo de mi vida, pero nunca había asistido a un aguante del primer plano de ese calibre. Ellos lo sostienen a milímetros de distancia y durante tanto tiempo que apabulla, es como si la cámara se quedase boquiabierta olvidándose de moverse sin dejarles resquicio para que se agarren a los recursos o a las muletas del oficio, y ese alarde confiere a los dos actores el respeto de la profesión y el de los espectadores de por vida. La ambivalencia de Brody reflejada precisamente en los gestos impertérritos con los que ha de encubrirse conlleva un trabajo de contención explosiva y ambivalente difícil de igualar, y la bipolaridad de Carrie con el ritmo y la evolución del in crescendo tan sutil queda para los anales de la historia cinematográfica, ver a la actriz llevar esa rienda con el ritmo justo que requiere y con el delicado equilibrio de un funambulista sobre el alambre me hizo pensar que era muy difícil que los espectadores estuviéramos a la altura de la sensibilidad que se necesita para saber apreciar su trabajo, pero aún hay otra vuelta de tuerca más: contemplarlos a ambos juntos perfectamente compenetrados y expresando su amor imposible incendia la pantalla.
A menudo las escenas de amor en otras obras se incluyen como señuelo, y casi siempre se consideran la parte rosa o sexual. A veces cuando alguien te dice que eres romántica al escribir de inmediato captas el tufo peyorativo. Pues bien, en el caso de esta magnífica serie aplaudo hasta con las orejas por darle al amor el respeto y la dignidad que merece puesto que es el motor que mueve el mundo al igual que el desamor, preguntad si no a cualquier persona de éxito ¿a quién dedicas tus logros?, si es sincera confesará que siempre tiene a alguien en la cabeza y en caso de desamor la exclamación será: “¡Para que te enteres de lo que te has perdido!” y en el caso de amor: “¡para que estés orgulloso u orgullosa de mí!”.
Hay escenas de intimidad complejísimas para un actor como la que protagonizan Brody y su esposa (Morena Baccarin). Nicholas Brody ha estado ocho años metido en un zulo desahogándose en solitario con su imagen y una vez frente a ella sólo puede hacer lo mismo; la masturbación me remitió a otra secuencia dura de la película “El expreso de media noche”. En el pasaje en el que Saúl (Mandy Patinkin) y sus hombres escuchan el prolongado orgasmo de Carry y Brody no puede haber un silencio más elocuente, todos quedan abrumados ante la fuerza y la potencia de lo que están oyendo, el rostro de Peter Quinn (Rupert Friend) explica toda la grandeza de ese amor sin futuro al que él aspiraba.

Me pareció un acierto transgresor extraordinario que una agente de la CIA fuera bipolar y que su capacidad, talento y entrega la convirtiera en alguien prácticamente imprescindible porque todos somos sociedad, y a todos se nos debe respeto y el derecho a encontrar nuestro lugar en el mundo y a desarrollarnos en él, los trastornos mentales ni son peligrosos si están bien tratados ni excluyentes, despreciar y desaprovechar las capacidades de las personas valiosas es de necios.
Otro de los logros para mí es la explicación redentora que Carrie le da a Nicholas sobre cómo Abu Nazir (Navid Negahban) le destruyó primero para después reconstruirlo entregándole incluso a un hijo para que lo amara. El análisis es absolutamente necesario porque si se comprende cómo se origina un cáncer no sólo podremos extirparlo, también conseguiremos erradicarlo. Creo que entender cómo se recluta a alguien para que se convierta en un terrorista es tan importante como condenar el terrorismo.
Hasta ahora sólo había conocido a un escritor que buceó con valentía en ese pozo, en ese difícil terreno inexplorado intentando adentrarse en los vericuetos del terrorismo nuestro, aunque todos están cortados por el mismo patrón, ese autor vasco es el dignísimo Bernardo Atxaga con sus novelas El hombre sóloyEsos cielos ahora también me alegro de poder añadir a los autores de Homeland, Howard Gordon y Alex Gansa además de a todo el equipo de guionistas, creo que su incursión en ese campo tan difícil ha sido honrada, bien intencionada, crítica y muy valerosa.
Mientras seguía la serie con avidez capítulo a capítulo iba sintiendo un miedo atroz. Vislumbrar hasta qué punto estamos controlados aterra. Comprender la magnitud del poder tan absoluto para hacer y deshacer, encubrir o destapar que tienen los servicios de inteligencia y como podrían llegar a ser nuestros dueños asusta mucho. No olvidemos que el terrorismo también puede ser de Estado y la serie no elude tocar el tema también bajo ese prisma.
Como es lógico no estoy defendiendo a Brody porque siempre hay opciones aunque sea eligiendo perder la vida antes que quitársela a otros protagonizando un atentado, la serie tampoco lo redime. Pero me descubro frente al mensaje, Nicholas Brody es el gran perdedor, la marioneta a la que hacen pasar por cada uno de los círculos del mal, a veces es imposible mirar hacia la pantalla porque no cabe tanto sufrimiento en una sola persona y es bueno que veamos el proceso de captación porque aunque espero y deseo que no, quién sabe si todos seríamos reclutables tras la manipulación inteligente y cruel. Incluso el final es enormemente digno ya que no han dibujado un cadalso de glamurosa tragedia cinematográfica, el realismo es brutal y por tanto más impactante para entender cómo termina quien se sube a ese tren, porque a Brody lo suben, pero tiene unas cuantas paradas en las que elige no bajarse, el lavado de cerebro es considerable, pero no justifica.
Sé que va a haber una cuarta temporada, espero que no se equivoquen, para mí no es una película de espías con agentes dobles sino un análisis profundo de las malas decisiones políticas y de sus consecuencias mundiales, así que yo la acabaría ahí.
Nunca dejará de admirarme cómo los actores son capaces de salirse del papel cuando termina el rodaje, para ambos –Claire Danes y Damian Lewis- dar vida a sus personajes tuvo que ser como asomarse al abismo de la depresión, es muchísimo lo que se les pidió y más del triple lo que nos entregaron, no sé si nos merecemos un trabajo tan difícil y delicado.
Mirar las cosas desde fuera es fácil, condenas y sigues con el postre frente al telediario, cuando las ves desde dentro poseyendo todos los datos ya no juzgas tan a la ligera como lo hacen en las tertulias televisivas de turno.
Homeland da para hablar durante páginas y más páginas, pero resumiré agradeciendo que su arte no sólo me entretenga sino que también me transforme.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"AUSENCIA DE MALICIA", película de Sydney Pollack

Si alguien piensa que esta película no ha sobrevivido al paso del tiempo mal asunto, porque significaría que la falta de escrúpulos ha barrido todos los códigos deontológicos de una profesión –la de periodista- valiente cuyo fin no es interpretar la verdad según la tendencia de quien escribe sino esclarecerla para entregársela al ciudadano habiendo escuchado a todas las partes. Si parece ingenua, peor todavía, porque indicará que hemos perdido confianza en los portavoces y que ha desaparecido la figura intocable del guardián.
Este film debería proyectarse en las facultades de periodismo y en las salas de reuniones de algunas cadenas televisivas, radiofónicas y de prensa escrita – en este último caso tanto de papel como digital- al menos si consigue que alguien se sienta identificado, reprendido, señalado… y al igual que Megan, (Sally Field) incline la cabeza con vergüenza, habrá esperanza. La película recalca que para ser periodista no basta con escuchar aquí y allá y publicarlo, la verdad es algo mucho más profundo que implica el conocimiento del otro, sus razones y móviles para hacer lo que hace y decir lo que dice.
Puedes ser Michael Gallagher (Paul Newman) el hijo de un capo y resultar honrado, dicho gángster a su vez ha podido educar a ese hijo en la honestidad precisamente para que no siga sus pasos, o simplemente ese progenitor pudo ser considerado un contrabandista durante la ley seca para dejar de serlo después y entrar y salir de la legalidad, de forma aleatoria. Puedes ser católica como Teresa (Melinda Dillon) y tener un desafortunado percance que te haga ir en contra de tus principios y de los de tu familia aunque no estés fuera de la ley, y precisamente porque en ese momento duro y de encrucijada para ti un amigo te acompañó sin preguntar ni pedir explicaciones ofreciéndote incondicionalmente su lealtad sientes que debes anteponer la tuya y confesar ese secreto, ese trance amargo que supone la coartada que le salvará, y entregas la confidencia apelando a la humanidad de una “periodista” que tiene otros criterios al respecto y que le resta importancia al hecho con su vara de medir y no con la de quien está hablando, y no repara en las trágicas consecuencias que a esa fuente le acarreará el no haber respetado el off the record.

El fiscal Elliott Rosen (Bob Balaban) inventa una historia que involucra a Gallagher para que se vea obligado a delatar a los asesinos de un dirigente sindical. La irresponsabilidad de una periodista superficial y ambiciosa que muerde el anzuelo produce la pérdida del negocio de un hombre cabal, la destrucción de su prestigio y provoca el suicidio de una buena persona. El detonante despierta el deseo de venganza en Gallagher que jugando con las mismas cartas de los acusadores que querían utilizarlo para sus fines consigue dejarlos en evidencia sacando a la luz el sucio entramado. Sydney Pollack además añade con inteligencia magistral el enamoramiento antagónico para que todavía quede más claro que lo justo es justo y que en ningún caso el fin justifica los medios, tampoco lo que sientes por la otra persona debe variar tu sentido del deber.
S. Pollack, cineasta comprometido -junto a otros creadores y artistas de su generación- con la limpieza de los medios de comunicación –no en vano trabajó durante muchos años en el mundo televisivo- analizó en este film términos como “ausencia de malicia” y la buena o mala forma de utilizarlo, puntualizó sobre el “off the record”, ese derecho que las fuentes tienen a que sea respetado su anonimato y no lo inverso: que el periodista se sirva de dichas fuentes para salvaguardarse él –ahí sí que interviene la ética del profesional de la información y la de quien le paga puesto que los rumores no sirven como noticia. El director nos habló de lo que se reseña en primera plana: el titular ha de reflejar fielmente el contenido y no dar a entender sin confirmar, dejando caer la sospecha. Megan Carter se fía de una filtración y no contrasta, dice que ha llamado por teléfono a Gallagher pero que no estaba y se queda tan fresca… El cineasta nos habló de las rectificaciones posteriores que han de decir que la persona era inocente, éstas no sólo no salen en la primera plana como sí aparecieron sin embargo las acusaciones infundadas, en realidad las correcciones, las reparaciones, ni siquiera se reseñan una vez hecho el daño… El artista también estableció la diferencia que hay entre obedecer las órdenes de un fiscal de distrito o cumplir la ley, y sobre todo el largometraje nos recuerda que los políticos nunca deben hacer tratos. La película establece los límites en donde tiene que marcarlos. Me temo que en nuestro país ya hemos perdido el norte. Nunca se debe pasar por encima de las personas para obtener resultados, no sé en qué momento empezamos a olvidarlo.

Podríamos quedarnos fuera de la película como meros espectadores pasivos, pero no es eso lo que nos pidió este gran creador, y su intención no tendría efecto si no comprendiéramos que la bronca también nos alcanza cuando hablamos a la ligera de otras personas o damos crédito a las habladurías o simplemente rellenamos con la imaginación y los prejuicios la información que nos falta cotorreando a destiempo, cuando prejuzgamos in media res sin conocer el comienzo ni el final de los asuntos y sobre todo sin reparar en el daño que estamos haciendo porque amparados y diluidos en el bulto eludimos la responsabilidad, si luego alguien se enferma o se mata no vamos a pagar las consecuencias, al igual que no las paga quien provoca un incendio al arrojar una colilla encendida desde el coche sin darse siquiera cuenta de que lo ha hecho, después verá en el telediario la noticia mientras cena y dirá: ¡Ahí va!, si esta tarde he pasado por allí y no lo he visto. Al menos en mi afán de hacer mía la película ese es el efecto de compromiso que me hizo cuando la vi por vez primera y que aún conservo.
En la larga carrera de este creador de origen ucraniano que nos dejó en 2008 hay obras tan impresionantes como “Danzad, danzad malditos”, “Las aventuras de Jeremías Johnson”, “Tal como éramos”, “El jinete eléctrico”, “Tootsie”, “Memorias de África”, “Habana”, “La tapadera”, “Sabrina y sus amores”, “Caprichos del destino”… y es posible que a simple vista “Ausencia de malicia” pueda parecer una obra menor, sin embargo dentro del extraordinario legado que nos dejó considero que es la más personal y que dibuja con mayor precisión que otras el mapa de su preciosa forma de ser, de pensar y de sentir. Personas como él han sido fascinantes brújulas para mí. Querido, queridísimo Sydney, tu ilustrado y sensible estómago de maravilloso gourmet finalmente se cerró dañado por las injusticias que a lo largo de la vida no supo digerir.
En los descansos del rodaje de esta maravillosa película tengo entendido que Paul Newman y él compitieron como chefs obligando a Sally Field a ejercer de jurado.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"COMER, BEBER, AMAR", película de Ang Lee

Cada domingo Chu comienza desde la mañana a preparar una extraordinaria cena para celebrarla con sus tres hijas que aunque a diario conviven en la misma casa la reunión es el encuentro en el que los cuatro pueden dedicar más tiempo a estar juntos y a compartir experiencias, durante la semana los frenéticos horarios laborales no lo permiten. Al ver los preparativos elaborados con tanta destreza el espectador enseguida intuye que no está frente a un sencillo padre de familia que se esmera en cocinar la cena dominical, sino ante el gran chef Chu (Si Hung Lu) el más afamado cocinero de Taiwan. Pronto veremos cómo ha de abandonar la mesa para arreglar un desaguisado en el restaurante en el que se está sirviendo el banquete de la boda de la hija del gobernador.
Los protagonistas de la película tratan de conjugar tradición con modernidad, tan difícil de ensamblar en apariencia, finalmente conseguirán la simbiosis, engranar ambos mundos no es una cuestión sólo estética o formal que se pueda armonizar de manera ecléctica porque tiene mucho que ver con conceptos vitales colectivos a menudo en pugna con los individuales, con las líneas de pensamiento impuestas, y también con los innecesarios menosprecios al pasado, y toda esa lucha afecta a la estructura emocional y por tanto a los sentimientos. En este bello film del cineasta Ang Lee veremos cómo el campanazo del tótum revolútum finalmente lo protagonizará el padre, el espectador se ríe al comprender que había dado por inamovible su rol, el largometraje está lleno de sorpresas y de nuevo el guiño es una dulce regañina que nos obliga a no dar nada por supuesto: si alguien de edad va al médico puede que no lo haga porque se sienta enfermo sino porque desee cuidar y prolongar su salud, con frecuencia olvidamos que alguien de edad también puede tener planes.

A menudo la libertad individual está trastocada y la persona se siente incómoda consigo misma pero no sabe por qué, y hablar de ello en un contexto tan grupal como el chino o el taiwanés cobra mayor importancia, sobre todo si lo hace un artista nacido y criado allí donde la singularidad está tan diluida en lo comunitario. No me cansaré de repetir el agradecimiento a estos creadores que al convivir con dos culturas nos sirven de puente para comprenderlas, son nuestros intérpretes, traductores con corazones bilingües, con el alma repartida...
No siempre la rebeldía ha de entenderse como agresiva sino como una explosión de vida en busca de la autenticidad, y en esta historia los cuatro protagonistas son valientes para ir cambiando y para dejar que su verdadera naturaleza aflore y se exprese.
Se puede ser rabiosamente actual y sin embargo amar y realizar la antiquísima cocina de tu país que tanta historia cuenta. En cuanto al nido, el largometraje nos subraya que no sólo los vástagos pueden vaciarlo, ni sólo los jóvenes tienen la potestad de buscar futuro.
La película comienza con una gran flecha de pasajeros en moto que se dirige desde un dédalo de calles hasta sus respectivos trabajos, la imagen de velocidad y prisa ya nos habla de dicha modernidad urbana. La casa de Chu y sus tres hijas se sitúa sin embargo en un barrio más antiguo y tranquilo, el espectador recorre junto a ellos Taipei y ve las nuevas urbanizaciones de altos edificios y el supuesto progreso, también acompañará al padre cada mañana cuando practica footing, ambos paseos son un impagable regalo que nos traslada hasta allí y nos hace formar parte.
La hija menor Ning (Yu Wenwang) está empleada en un restaurante de comida rápida, el contraste con la bella cena que prepara el progenitor queda expresado sin que en ello haya ninguna comparación sino coexistencia. Ning está enamorada del novio de su mejor amiga y compañera, al escuchar que ésta le menosprecia y demuestra poco interés por su ávido pretendiente decide sincerarse con él, más tarde se debatirá entre el dilema de la traición puesto que la otra muchacha sólo se estaba haciendo la interesante, o la difícil, o de rogar como decíamos antes, finalmente confesará lo ocurrido con lealtad. El primer bombazo está servido: en una de las cenas dominicales dará la noticia: contra todo pronóstico cronológico va a ser la primera en irse de la casa.
La mediana Chien (Chien-Lien Wu) alta ejecutiva de una compañía aérea va a transmitirnos la diferencia entre el verdadero significado del triunfo y lo que los demás consideran un empleo de éxito, el verdadero logro tiene que ver más con la vocación que interiormente albergas y poder realizarla como un trabajo sin duda te haría más feliz, la forma de valorar es exterior –alguien puede resultar muy eficiente como ingeniero pero estaría más contento ejerciendo como peluquero, la escala de valores es relativa si le eliminas el elitismo- Chien tendrá por tanto que hacer un largo viaje interior para encontrarse a sí misma, curiosamente dicho periplo la conducirá hasta la casa del padre cuando pensaba que la solución consistía en salir huyendo de ella, la estafa del piso que compra, símbolo de independencia, nos hace sonreír con amargura al comprobar que la especulación y burbuja de las constructoras se comporta del mismo modo en cualquier territorio sea oriental u occidental y en toda época, una pena.
De la mayor Jen (Kuei Mei Yang) profesora de matemáticas en la universidad, la cámara ya nos muestra a través de la pequeña cruz de su cuello que es cristiana, otra rotura de esquemas para los de aquí que damos por supuesto que todos los de ojos rasgados sólo pueden ser budistas, o taoístas, pues no, nos recalca Lee sin palabras, los hay hasta mormones, además de protestantes, y de ateos como en todas partes. También contemplamos una escena en la que a través de la ventana se escucha el maullido de una gata en celo -me hizo gracia que eligiera ese símil ya que hay tanta leyenda negra con respecto a que los chinos (y por ende los taiwaneses) se comen a los gatos-, el pasaje en realidad está colocado como reflejo del deseo y sirve para trasladar los sentimientos reprimidos que Jen alberga hacia su compañero el profesor de gimnasia siempre acaballado sobre esa moto en la que se traslada lejos sin invitarla a subir, o si lo hace es para después frustrarla alegando que la dirección no le pilla de camino. Jen oculta un misterio en cuanto a un desengaño amoroso del pasado que sólo casi al final del film nos será revelado, después de abrirse ante su hermana y de saldar algunas diferencias y resentimientos y liberada del peso de su mentira se acicalará como una matahari para tomar la iniciativa y podrá partir de la casa paterna subida en esa moto y aferrada a la cintura del gimnasta en pos de su destino.
Pero los personajes detonantes son la vecina y su pequeña hija que esperan la llegada de la madre que vive en los Estados Unidos, otra extraordinaria trasgresión porque la joven abuela proveniente del “país de los progresos” es más conservadora que un samurai. Hay un detalle que pasa inadvertido a nuestro consciente pero que está perfectamente colocado en el guión: ocurre cuando a Yin Ron -la joven madre y vecina- una de las hijas de Chu le dice que el pelo corto le hace más joven y ella replica ligeramente contrariada que se lo había arreglado así para conseguir un aspecto más maduro. Ahí lo dejo.
Como vengo repitiendo todos guardan secretos. Chu sufre en silencio la gran tragedia para un artista culinario: está perdiendo el sentido del gusto. Cada domingo permanece alerta y atento a los gestos de Chien que tendrán un hermoso broche final invertido en esa misma casa y en esa misma cocina.
La mesa que a veces parece una resta, pronto se convertirá en una suma con parejas y embarazos incluidos. Como os anunciaba el desenlace es precioso: la hija mediana sirve la cena a su padre y éste emocionado le dice: “Me has devuelto el paladar”. La frase y el hecho de que ante una sopa elaborada por su hija él recupere los sabores encierran mucho iceberg de compenetración puesto que a ambos les costaba comunicarse precisamente por la admiración mutua que se tienen sin saber que poseen el mismo lenguaje común: un gran talento para la gastronomía.
En la película aparecen más de cien recetas, aunque algunas apenas se vean durante unos segundos, para todas ellas Ang Lee buscó a los mejores chefs taiwaneses, y los actores recibieron adiestramiento. El director quería que el homenaje y la exportación del sentimiento fueran enormemente dignos. Espero que la degustéis.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"EL FESTIN DE BABETTE", película de Gabriel Axel

Inspirado en el relato de Isak Dinesen (pseudónimo de la escritora Karen Blixen catapultada por su novela “Memorias de África”, también llevada al cine por Sidney Pollack) el cineasta  Gabriel Axel, recientemente fallecido el pasado 9 de febrero de 2014, nos hizo este precioso regalo con tono de leyenda: las agitadas olas del mar arrojan sobre la arena de la playa de una pequeña aldea de la península de Jutlandia -regida por un pastor puritano- a tres personajes provenientes de los mundanales ruidos parisinos en diferentes fechas. En primer lugar aparece un joven militar de vida disipada que allí encuentra el necesario reposo para su alma debido a que a los vientos del Mar del Norte les gusta echar carreras con los del Báltico y barren de ese modo todas las zozobras, pero el bienestar durará poco porque de inmediato quedará prendado de una de las herederas del pastor que sin duda también le corresponderá. Al solicitarle la mano de su hija, el estricto religioso alega que sería como cortarle uno de sus brazos, así que el joven regresará desolado al mar y al lugar de donde provino, París. Meses después un afamado cantante de ópera también hallará en la pequeña aldea el necesario paréntesis de descanso para su agitada vida. Un buen día escucha por casualidad los cánticos del culto, y una de las voces femeninas penetra en su alma deslumbrada destacándose del coro. Enseguida descubre que esa privilegiada garganta pertenece a la otra hija del clérigo y solicita entusiasmado al progenitor que le permita impartirle clases para educarle las prodigiosas cuerdas vocales. Los sentimientos que afloran durante los duetos y que se transparentan a través de las portentosas notas desagradan al absorbente padre y el cantante también habrá de partir para su país de origen renunciando a la mujer que será por siempre, en el recuerdo, su gran amor malogrado y marchará además con la tristeza añadida de saber que el mundo no podrá gozar jamás de la más grande prima donna.

Décadas más tarde, conformes con la cotidianidad de sus sencillas vidas, ambas hermanas, Filippa y Martina, ya huérfanas, recibirán a una joven entregada en la playa como una ofrenda en otra tarde de viento y  tormenta. La mujer, a modo de presentación, les muestra una carta de referencias manuscrita por el gran divo, el texto cuenta que la recién llegada ha perdido a su hijo y a su esposo en la contienda franco prusiana (el dato histórico nos sitúa en 1870).
Durante los años transcurridos desde que el militar y el cantante se marcharon, las hermanas han continuado la obra de su padre, han celebrado culto con los pocos habitantes de la aldea y se han repartido las tareas caritativas que encomendaba el pastor. Babette, ese es el nombre de la recién llegada, solicita algo que a las sobrias y austeras damas otoñales les resulta insólito: que le permitan trabajar para ellas a cambio de techo y comida. Ante la negativa -ya que no conciben el lujo de ser servidas- la bella francesa alega que si no aceptan su ofrecimiento se quitará la vida ya que ésta carece de aliciente para ella sin sus seres más queridos. A partir de ese instante incrementará las escuetas ganancias de las dos mujeres y añadirá más sabor a sus frugales y humildes comidas gracias a su buena organización doméstica. En tan buena armonía transcurrirán catorce años durante los cuales el único vínculo que Babette mantendrá con París será un billete de lotería que habitualmente va renovando a través de un sobrino. Una jubilosa mañana recibe la noticia de que su número ha resultado premiado con diez mil francos, entusiasmada habla con las hermanas y les recuerda que en todo el tiempo que han pasado juntas no les ha pedido nada, por ello les ruega que para celebrar el centenario del pastor le concedan el deseo de agasajarlas junto a los vecinos con una cena especial cocinada por ella misma. A partir de ese preciso instante llegamos al punto de inflexión que Gabriel Axel utiliza para suscitar el debate y las reflexiones.
Comienzan a venir por barco manjares nunca vistos por los habitantes de esa pequeña aldea de la península de Jutlandia, tortugas vivas, codornices en sus jaulas, especias cultivadas en lugares remotos, los mejores vinos franceses, delicada cristalería, vajilla y cubertería… y de súbito el pánico se apodera de los invitados, de pronto temen que la cena sea la puerta por la que se introduzcan el diablo y los pecados y por no desairar a Babette deciden comer y beber sin usar para ello los sentidos.

No he leído el relato de Isak Dinesen por tanto me referiré únicamente a las decisiones que tomó Axel, el director cinematográfico, los comensales son doce –litúrgico número, al igual que lo que parece una última cena- y era necesario que entre los convidados alguien fuera entendido en gastronomía y tuviera un paladar sensible y con memoria para que el espectador supiera, tras cada magnífico plato, lo que en esa irrepetible noche se estaba degustando. Aquel primer enamorado de una de las hermanas ya es general y está invitado a la mesa, son sus superlativos de refinado paladar los que nos van describiendo sabores –el magnífico menú fue elaborado por un chef español, Iñaki Izaguirre, y el resultado es una auténtica belleza perfectamente ambientada- la mesa se convierte en una alegoría de las bodas de Caná y los comensales, que debido a su austera vida con el paso del tiempo han ido agriando el carácter, comienzan a sonreír y para canalizar su alegría sin traicionar la decisión que han tomado de no aludir a los sabores elevan citas de la biblia y aleluyas con cada bocado y cada sorbo, y es precioso para el espectador poder escuchar cómo se relacionan dichas citas con lo que verdaderamente están sintiendo. Los invitados empiezan a perdonarse pequeñas rencillas hasta ese momento enquistadas, escuchamos hermosas frases tales como “El paladar que sabe apreciar la buena comida está también preparado para recibir el amor”, “la justicia y la dicha se besarán”, “los dones han de recibirse con gozo y agradecimiento”, “el talento ha de ser suficiente para distraer a los ricos de sus riquezas y hacer que los pobres se olviden de sus tristezas” y así en medio de tantas alabanzas encubiertas llegamos hasta el broche de honor: terminada la cena los invitados fuera de la casa y como despedida se toman de las manos formando un círculo y bailan lenta y tímidamente bajo la luna. La frase más significativa y rotunda la pronuncia Babette cuando la fiesta finaliza: “Un artista nunca es pobre”. No os desvelo la sorpresa de quién es en realidad esta maravillosa mujer, ni cuál era su oficio en París ni de quién descendía.
Pero lo interesante del film es la interacción. Durante el proceso de toda la cena el espectador va respondiendo a las preguntas que se le plantean: ¿Están reñidos el alma y el cuerpo?, y el reconocimiento del talento, ¿ha de ir necesariamente unido al éxito o al dinero?, ¿es inevitable mostrar el arte aunque quien lo reciba no esté preparado para saber apreciarlo? El general se pregunta en un pasaje crucial del film, “¿crees que el resultado de muchos años de victorias y de éxitos puede ser una derrota?” intuyo que la pregunta está incompleta en ella faltaría esta parte: "...si no está contigo la persona a quien quieres ofrecerselos?". 
La película me parece un hermoso fresco románico, en el sentido de que está explicada para gentes sencillas con ese aire ingenuo tan parecido al posterior arte naif, pero que sin embargo y al igual que aquellas pinturas explica la vida y el espíritu adentrándose en los enigmas más profundos de la existencia, y sí, claro que con este bellísimo largometraje la justicia y la dicha se besaron y el primer oscar de un danés fue celebrado con todos los honores en Dinamarca. Os recomiendo encarecidamente este maravilloso retablo lleno de oleajes y vientos purificadores porque no os vais a arrepentir y aunque podéis ver fácilmente las fichas técnicas y artísticas en el generoso internet, las reseñaré también aquí por el puro placer de que veáis cuánta explosión de creatividad junta se produjo, después si queréis indagáis en cada una de las carreras artísticas.
Director: Gabriel Axel. Guión: Gabriel Axel –basado en un relato de Isak Dinesen cuyo verdadero nombre era Karen Blixen-. Música: a cargo del innovador Per Norgard. Fotografía: Henning Kristiansen.
Reparto: Stéphane Audrán, Jean Philipe Lafont, Gudmar Wevesson, Jarl Kulle, Bibi Andersson, Bodil Kjer, Brigitte Federspiel, Lisbeth Movin.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"LA EDAD DE LA INOCENCIA", película de Martin Scorsese

Vamos con otro cineasta neoyorquino. A lo largo de su obra Martin Scorsese ha retratado a su amada Nueva York desde diversos ángulos y enfoques situados en distintos periodos históricos.
No sé por qué sorprendió esta película dentro de su trayectoria, como si de un punto de inflexión o cambio de registro se tratase, puesto que siempre le han interesado las normas tácitas, las que subyacen, por ello no deben confundirnos ni el ropaje ni los distintos ambientes, porque la esencia es la misma: los mundos y submundos cerrados, los grupos y grupúsculos sociales, los bajos instintos, la violencia y la represión, en sus distintas expresiones, que palpitan bajo la capa social americana.
Intuyo, creo que con acierto, que en su generación aún se mantuvo latente esa agudeza que todo inmigrante tiene que desarrollar para entender las normas del país de “acogida”, tanto las que están a la vista como las que no se ven, y esas, las que no se ven, en realidad son las que verdaderamente rigen los “por qué” de los comportamientos.

Martin era hijo de padres sicilianos y es natural que por supervivencia los inmigrantes fueran formando pequeñas italias, irlandas, nuevas inglaterras, puerto ricos, israeles… y que Nueva York, como muchas otras ciudades americanas, siga hoy reflejando en sus calles y avenidas dicha colocación que sin pretender guetthos excluyentes tampoco se mezcla del todo, y dentro de esa forma de compartimentar encontramos además otra subdivisión: los barrios altos y los bajos. Dicho origen y el modo de asentarse sacan a la luz el quid que hace que comprendamos los mecanismos soterrados de una ciudad, y los problemas que tienen arreglo en ella y los que no lo tienen porque ya son inamovibles y están arraigados en la costumbre, por ello el análisis sociológico de películas de este cineasta enorme como “Malas calles”, “Uno de los nuestros”, “Taxi driver” o “Gangs of New York” no deja de ser el mismo que el de “La edad de la inocencia”: normas de convivencia impuestas por la clase dirigente que expulsan de la comunidad a quienes no las cumplen, dentro o fuera del lumpen.
En 1870 las leyes de los Estados Unidos permitían el divorcio, pero entre la alta y rancia sociedad victoriana allí trasladada no estaba bien visto, a menudo ocurre que la legislación se adelanta a la evolución de sus ciudadanos de pro cuyo conservadurismo preserva con uñas y dientes los privilegios de clase y los antepone a la libertad.
El largometraje está basado en la novela homónima de Edith Wharton, en el club de literatura leímos otra de sus magníficas obras “Los niños”, como sólo tenéis que pinchar en dicha entrada procuraré no abundar en lo ya escrito, sólo a modo de recordatorio diré que la propia autora, al igual que la condesa Olenska de su libro (Michelle Pfeiffer) perteneció a la aristocracia y sufrió las terribles consecuencias del endogámico e hipócrita modo de vivir de ese mundo encorsetado, padeció la indiferencia de unos padres superficiales y adinerados que la casaron por conveniencia con un hombre que no la quería 13 años mayor que ella, y aguantó durante 25 años la humillación pública de sus continuas y notorias infidelidades. La paradoja es que el mal lo infligiera él y sin embargo la estigmatizada fuera ella. Pero el talento se abrió paso: fue la primera mujer escritora que obtuvo el premio Pulitzer en 1921, además de destacada paisajista y eficaz decoradora de interiores.
Ellen Mingot -La condesa Olensnska- representa el primer atisbo de la mujer moderna y el alto precio que tuvo que pagar dentro del fariseísmo opresor y opresivo de aquel rancio conciliábulo que como dije en su día por fortuna se consumió en su propio caldo.
Scorsese hace la obra suya sin variarle ni una coma, podría parecer que la decisión es menos meritoria, pero precisamente en esa fidelidad radica el logro, porque llevar a lenguaje cinematográfico la introspección y, al igual que Wharton, saber transgredir por debajo de las palabras es más que elocuente, y si con las mismas e hipócritas armas de disimulo de aquel clan privilegiado consigues la claridad a través de la sugerencia que es la forma más difícil de escribir habrás llegado al máximo de tu creatividad. Hacer que ellos solitos se pongan en evidencia, para que el espectador escuche y vea en los gestos, ademanes, miradas y reacciones lo contrario a lo que se dice, a lo que se siente, es demostrar. Y que el público capte el sagaz vapuleo a toda una comunidad llena de sutilezas afiladas como cuchillos consiguiendo así que lo oculto protagonice, es dar más que una vuelta de tuerca a la herramienta artística que él director maneja con virtuosismo. No hay más que ver la escena del baile, la cámara danza junto a todos ellos como la mejor de las coreógrafas.
También dije en su momento que hasta esta película no había encontrado herederos de Visconti, uno de mis cineastas predilectos, y me refiero a esa sensibilidad buceadora, honda y parsimoniosa que va acariciando exteriores e interiores en los que forma y fondo se funden, y no a que sus obras se parezcan, los estilos de ambos artistas son poderosos y muy personales y sus preocupaciones distintas, el factor común reside en la forma de mirar.
En cuanto al lenguaje no verbal y a los símbolos que utiliza no podrían ser más convincentes. Los cuadros que aparecen en la película prolongan hacia el exterior el significado de lo que ocurre en el interior de los protagonistas, cada uno de ellos contiene una historia que coincide, la mujer sin rostro, sin identidad, sin definición… este traslado también lo hace la música que extrae y delata lo que anímicamente se reprime en ese mundo de apariencias, exhibicionista y poseído de sí mismo en el que se acude a la ópera para cotillear y fiscalizar a los otros y para dejarse ver en la lujosa corrala de pavoneos en la que se marca el territorio conyugal con normas como la de llevar puesto en el palco el vestido de novia pasados varios meses tras el casamiento. Los troncos de leña partidos por el fuego nos dicen lo que arde y se quiebra por dentro, la asfixia de Newland Archer (Daniel Day Lewis) dentro de su propia casa, en la prisión de su convencional matrimonio está marcada por un sencillo libro que él estudia con avidez: el interés por los lugares remotos como India o Japón nos manifiesta la búsqueda de posibles paraísos para la huída… La destreza de May (Winona Ryder) con el arco, no está subrayada por casualidad, la aparentemente dulce y convencional prometida sabe leer por debajo y es bastante certera en sus juicios y con ellos al igual que con sus flechas da en la diana, la cámara delata antes de que las palabras lo expliquen el embarazo de May prendiéndose durante un instante a esa parte del vestido…
A menudo se ha calificado al personaje femenino de la esposa como manipulador, pero aunque esa impresión sea acertada, de algún modo May se salva porque en el momento crucial es valiente para proponer a su prometido que se enfrente a la verdad y que rompa el compromiso de boda si tiene dudas, sucede durante la escena en la que él va a apremiarla para que adelanten la ceremonia, ella le deja bien claro que no quiere ser un refugio para él y saca a la diáfana luz del día que cree que hay otra, él siente alivio porque esta vez su novia ha apuntado mal con su flecha refiriéndose a una antigua relación que quedó en el pasado y no a Ellen, sentimiento atesorado que puede seguir ocultando mientras borra con sinceridad dicha sospecha. También Archer decepciona a Ellen Olenska con la proposición de clandestinidad que le sugiere. Él detesta las normas de la clase a la que pertenece, pero no tiene valor para infringirlas o cambiarlas.
En cualquier caso entre el blanco y el negro hay una extensa gama de grises, el amor es un sentimiento complejo, y lo extraordinario de este film es lo bien expuestas que están las razones de cada miembro del triángulo, a veces renunciar es menos egoísta que elegir, los tres tienen aristas de egoísmo y generosidad al mismo tiempo y los tres pierden. May una vez casada lucha por conservar a Newland a su lado y por preservar su espacio social con todas las armas que posee, es muy humano creer que los sentimientos cambian con el tiempo, Ellen a su vez siente que se ha metido en medio, y así es, pero se han enamorado y en esa situación no sirve alegar que yo le vi  primero o que el sentimiento se haya producido a tiempo o a destiempo, otras son las leyes que rigen ese estado y el compromiso se habría podido romper.
El hijo de Archer, (Robert Sean Leonard) que pertenece a la siguiente generación, no entiende que la presión social en otra época causase tanto estrago, es lógico que Scorsese, que en su juventud quiso ordenarse como sacerdote, sí comprenda sin embargo el poso de culpa que la religión católica dejaba ante el concepto indisoluble del matrimonio, había que responder a la paternidad no sólo como padre también como esposo y era tildado de cobarde quien abandonaba a una mujer habiéndola dejado embarazada. De hecho maliciosamente se decía que muchas atrapaban a los hombres de ese modo. Cuando el hijo le revela a su padre que está al tanto de su amor sacrificado y que esa confidencia se la hizo May, su propia madre, antes de morir, explicándole que su esposo dejó a quien más amaba porque ella se lo pidió una vez, Newlan Archer corrige y expresa ensimismado: “Nunca me lo pidió.” A continuación y siendo ya viudo, frente a la ventana de Ellen renuncia a subir, “y ¿qué excusa le pongo?”  -pregunta su hijo- “Dile que soy un anticuado” -responde el canoso Newlan tras casi seis décadas de estancia en la vida. Ese es el final, y los postigos de la ventana se cierran.
Es posible que para cada espectador ambas revelaciones tengan significados distintos, será bonito buscar las variadas respuestas que cada uno de nosotros demos este martes en el cine forum.
Scorsese le dedicó esta película a su padre. Dato que nos indica la carga afectiva que su realización constituyó para él. Él se ha casado y divorciado cinco veces.
El largometraje es una joya a todos los niveles, su belleza deja sin respiración desde los títulos de crédito escritos con victoriana caligrafía sobre flores vivas que se abren entregándose a la cámara en plenitud, al igual que las impresionantes interpretaciones de los tres actores principales que azuzan la libido y estrujan el corazón de quien les mira sin piedad. Él besando el dobladillo del vestido de Ellen, respirando el aroma del paraguas que cree de ella, ocupando la pantalla con los párpados cerrados a centímetros de nosotros. Vemos lo que imagina y sentimos la fuerza de su inercia. Él se postra ante Ellen, May ante él. Los tres son hermosos ejemplares humanos pero en este film alcanzaron la máxima expresión de su belleza, tanta que llega a cegarnos.
El cine de Scorsese siempre necesita reposo y ha de ser visto varias veces porque está repleto de recónditos pliegues. “La edad de la inocencia” y “La última tentación de Cristo” son mis preferidas.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.

Pili Zori