"ENTRE LOBOS", película de Gerardo Olivares

"Entre lobos" de Gerardo Olivares. Año 2010
Guión y dirección: Gerardo Olivares
Fotografía: Oscar Durán
Música: Klaus Badelt
Unidad de naturaleza: Joaquín Gutierrez Hacha

Actores:                               Personajes:
Manuel Camacho:_______Marcos con 7 años.
Juanjo Ballesta:_________Marcos con 19 años.
Sancho Gracia:_________Atanasio, el cabrero.
Juan Bardem:__________Ceferino, el capataz de D. Honesto.
Luisa Martín:___________Madrastra de Marcos.
Vicente Romero:________Padre de Marcos.
Alex Brendemühl:_______El Balilla.
José Manuel Soto:_______D. Honesto.
José Chaves:__________Padre de Pizquilla.
Dafne Fernandez:_______Pizquilla.
Eduardo Gómez:________Cara Gorda.

No tengo en mis manos la película, y siento no poder dar el nombre del niño que interpretó el papel de hermano de Marquitos –nadie pondría en duda que realmente eran hermanos, como he dicho en otras ocasiones los niños no actúan, se convierten directamente en el personaje- tampoco sé el de la niña que actuó como Pizquilla durante unos instantes en los que le dijo con gestos a Marcos que tenía hambre y él desató un saco de trigo que dejó caer desde el caballo con disimulo para que Ceferino, el capataz, no lo advirtiera. Acciones valientes, los críos siempre lo son, valerosos y comprometidos, años más tarde la joven devolverá el favor y es que la vida se mueve en círculos.
Siendo un niño de siete años a Marcos lo vendió su padre instigado por su segunda mujer para pagar una deuda con D. Honesto, el latifundista a quien servía –curiosa la paradoja del nombre- arrancándole de los brazos de su hermano tres años mayor que él.
El largometraje es un canto a la infancia y el hermoso y justo resarcimiento para un hombre que tan sólo disfrutó de doce años plenamente felices en su existencia: el intenso paréntesis anacoreta en el que vivió junto a una familia de lobos y se integró como uno más entre todos los animales del valle del silencio, alejado de los hombres. El latido de Sierra Morena marcó para siempre el biorritmo de su alma superviviente.
Todo ser humano necesita que su verdad sea respetada. Gracias a Gabriel Janer, el antropólogo que escribió la historia de Marcos, y a Gerardo Olivares, Marcos Rodríguez Pantoja  siente hoy reparada su credibilidad porque ahora todos saben que su historia es real. A este eterno chaval sexagenario metido en su irrompible envase de adulto, el precioso regalo reparador se lo ha otorgado el director de cine al que conmueven las infancias diferentes. La empatía es lógica porque este autor no es más que otro chaval grandote de seductor acento cordobés que no tiene inconveniente en tirarse por el suelo para tranquilizar al pequeño Manolete Camacho antes de que lobito tenga que lamerle las manos; la diferencia entre ambos, el salvaje y el ilustrado, sirve de puente, porque la sensibilidad de Olivares que fue bien criado en sociedad no marca distancia, la cultura sirve para aproximar y nunca reviste sino que desnuda, lo otro, lo que se usa como arma arrojadiza no es más que erudición, capas de pátina para camuflar el desprecio y la vanidad.

Según he leído sintió un pellizco en el corazón al comprender que uno de los pocos niños salvajes y supervivientes de la historia del mundo se había criado entre lobos en la amada Córdoba a la que su padre el arquitecto Gerardo Olivares James tanto embelleció. Aún no ha perdido la capacidad de asombro ni el impulso tenaz que le llevó a contratar a un detective para encontrar a Marcos. A este chico aventurero que ha hecho de su pasión su profesión la inmensidad del mundo le ha proporcionado una coraza irrompible contra la amargura.
Cuando a los 20 años la guardia civil dejó a Marcos en medio del asfalto sin que familiar alguno se hiciese cargo de él no entendía los abrumadores ruidos urbanos ni el vértigo de los coches ni que comer en un bar sin dinero le supusiera tantas vejaciones. Tras muchos tumbos, un cura le enseñó a usar los cubiertos y después las monjas del Hospital de Convalecientes de la Fundación Vallejo lo cuidaron; andaba encorvado y le pusieron un aparato para que pudiera enderezar la columna, curaron sus encallecidos pies y le ayudaron a integrarse, aunque él cuando adquirió más lenguaje –apenas conservaba el de niño que en aquella docena de años no volvió a necesitar- no cesaba de repetir “yo con mucho gusto y si a ustedes no les importa volvería allí”, -disculpad si no cito literalmente, pero sí reflejo el deseo y la educada actitud con que lo solicitaba-. Cumplió con el servicio militar, sin adaptarse a las normas tan extrañas e incomprensibles para él, ya que sólo respetaba las leyes naturales. Después ayudó a cabreros y pastores por un tiempo, y hasta fue lavaplatos en un hotel de Palma de Mallorca… pero en todas partes resultó engañado hasta que Manuel, un policía retirado que había perdido a su esposa recientemente, le invitó a vivir en su casa de Rante, una pequeña aldea de la provincia de Orense, para que se ocupase del huerto y de los animales en su finca. Más de una vez se arrepintió de haberle hecho esa oferta: Marcos desaparecía sin dar explicaciones para adentrarse durante días y noches en el monte. Ahora es feliz allí, se siente útil y a gusto con los habitantes.
El obsequio que Gerardo le hizo dejándole para la posteridad dentro de su película puesto que aparece al final -y no en un epílogo aparte ilustrando los títulos de crédito sino como broche de oro en el desenlace- da fe de su historia y es mucho más que un homenaje. La escena del lobo lamiéndole la cara habla por sí sola, tengo entendido que toda la plantilla de rodaje quedó sobrecogida.
Entre lobos” es una hermosa balada a la naturaleza. Cuando la escuchas con respeto ella se expresa y te responde para entregarte con creces su protección y sus bienes.
Marcos Rodríguez Pantoja, habiendo sido tan injustamente maltratado por su propia familia durante sus primeros ocho años de vida, y por la sociedad en los que transcurrieron después de que fuera capturado cuando cumplía los 20, sin embargo mantuvo intacta la bondad de su inquebrantable corazón: los animales y los niños salvajes que con ellos se crían no entienden ni conocen el rencor.
Con elegantísima delicadeza el cineasta muestra de forma sugerida el maltrato que ambos niños recibían, basta con una escena para que el espectador comprenda la dimensión del daño: Ambos niños se disponen a bañarse en el río y cuando el mayor se quita la camisilla para sumergirse contemplamos la espalda llena de oscuros verdugones. Con la misma dignidad el director cubrirá una muerte aparentemente indigna rodeándola de buitres, en ambos casos lo hará sin necesidad de recrear morbosamente lo obvio. En mi opinión son las dos escenas más duras en las que otro director se habría enfangado, sin embargo él las resuelve con la finura propia de la caballerosidad.
Tras el espectacular y anticipado vuelo del búho real se despide de la vida Atanasio cuya enfermedad comienza cuando escucha el disparo que quizá haya alcanzado al Balilla, su razón de vivir. El presente que nos entregó Sancho Gracia no pudo ser más generoso, nos dejaba dos años más tarde fuera de la pantalla, pero lo hacía con las botas de celuloide puestas tras haber dado vida a este cabrero en el papel más hondo, tierno y bello de su larga carrera. Al rodaje de “Entre lobos” acudía mientras recibía el tratamiento de quimioterapia. Sierra Morena le subió a la cumbre como Curro Jiménez en sus años jóvenes y también lo entregó a la gloria como Atanasio en el ocaso de sus días, cenit profesional y vital fundidos en el punto más alto de ese valle donde mejor se escucha el aullido del lobo.
Gerardo Olivares
Todos los actores del elenco estuvieron impecables y fundidos con aquella atmósfera que parte de 1953, unidos por el mismo hilván. Con consciencia o sin ella Gerardo Olivares eligió a Juan José Ballesta sabiendo que el poso de “El Bola” establecía un factor común no sólo con Marcos también con Achero Mañas tan sensibilizado como el autor que nos ocupa con la infancia heroica que sabe superar y remontar la maldad y el abuso infligidos sobre la inocencia.
Es impresionante ver las dificultades del rodaje, esos equipos enormes y pesados, tan costosos, trasladados por mulas en angostos y empinados caminos. El caprichoso clima cambiante del parque natural de Cardeña-Montoro que impedía continuar las escenas, él es quien manda y como a veces lo olvidamos, nos lo subraya con relámpagos y nos lo grita con truenos: tras el radiante sol la lluvia, y un equipo de titanes pasionales a la espera, porque hacer películas tan grandes en un país con industria tan pequeña es para descubrirse. Asistir al cuidadoso camuflaje de las cámaras para seguir a Minero, el cariñoso hurón, contemplar a todos los entrenadores en suspenso hasta exclamar ¡Ahora! Y sentir de pronto la fuerza del viento que el búho real nos arroja desde la pantalla con el abanico de sus poderosas alas, ver en sus ojos de dorado ámbar, reflejada la llama de la antorcha en movimiento que sostiene Marcos… es un lujo impagable. Dirigir en una película a niños y a animales sabiendo mostrar lo que piensan y haciendo fluir la esencia de la comunicación no verbal nos habla de la calidad humana de este cineasta y documentalista que convirtió pasión en profesión, su primer viaje lo hizo en la vespa de su hermano, en 1987. Rebañando entre los familiares logró reunir 300.000 pesetas y se presentó en Laponia donde realizó su primer reportaje sobre los nómadas que habitan más allá del círculo polar; a partir de ese momento la adicción se hizo incurable y para satisfacer sus inapelables demandas le valdría cualquier medio de locomoción: En Seat Panda, todo terreno o camión circunvalaría África, se presentaría en la tierra del fuego tras buscar todas las ciudades del mundo con el nombre de Córdoba, recorrería la columna vertebral del continente americano y emprendería la ruta de Samarkanda. Por fortuna no necesita ir a vender sus reportajes, a aquel muchacho que comenzó a dar la vuelta al mundo mientras estudiaba ciencias de la información en la Complutense, la televisión va a buscarle para que entregue sus trabajos, el contagioso entusiasmo los convierte de inmediato en programas líderes de audiencia.
Gerardo Olivares muestra la parte más hermosa de esta historia: el escaso tiempo feliz que el niño comparte con Atanasio, después, como ya he dicho, preferirá la compañía de los lobos a la de los hombres.
Viendo el esplendor de este film en el que un niño creativo e inteligente sobrevivió porque supo gozar de la esencia de la vida comprendiendo que el núcleo de la verdadera alegría se encuentra allí, entre el valle y el cielo, espero que las conmovidas lágrimas de esta urbanita que atufa a asfalto sean consideradas como el máximo elogio a la generosidad de Gerardo Olivares, un artista enorme que nos enseña a encontrar la verdadera belleza -que nada tiene que ver con hacer postales- y nos lleva hasta donde ésta reside.
Ojalá el hombre sí fuera un lobo para el hombre. (Al menos Marcos sí consiguió llevarle la contraria a Plauto y a Hobbes)
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"Impaciencia del corazón", de STEFAN ZWEIG

Una de las novelas que más me impactó en la pubertad. Estaba en casa y la puso en mis manos mi padre. Ese gesto de transmisión del conocimiento me emocionaba (cuando se trataba de novelas naturalmente, por desgracia de los artículos del periódico que me leía en voz alta huía como un gato escaldado, cuánto me arrepiento ahora) y por alguna extraña razón cada vez que se producía una de esas entregas de inmediato asociaba la imagen al fresco de “La creación de Adán” en la capilla Sixtina: esos dos dedos a punto de rozarse para que el primer hombre recibiese la vida. En nuestro caso la imagen fue la misma pero con un libro en medio.
La edición del Círculo de Lectores, por cortesía del editor Luis Caralt, es la de 1957  –la novela fue escrita en 1939-. En aquella ocasión tradujo Alfredo Calm. La actual, que ya lleva el artículo delante: “La impaciencia del corazón” (me gustaba más sin dicho artículo), la tradujo Joan Fontcuberta.
El libro de mi padre tiene unas pastas enteladas preciosas, y en la portada la estética de entonces: un gorro militar, pero pintado de verde hierba que en lateral luce un corazón rojo tirando a rosado. Las letras rotuladas y la cenefa floral también tienen el estilo de aquellos años. Nací en 1956 y esa puesta de largo literaria me la otorgó él -harto de ver como devoraba fotonovelas- cuando tuve doce o trece años. Comenzó a entregarme ediciones como la citada o “La Busca” de Pío Baroja, o “Gran hotel” de Vicki Baum, “Perros perdidos sin collar” de Gilbert Cesbron… Sobra decir lo importante y mayor que me sentí al no tener que hojear a escondidas las novedades que iban llegando. He prestado el libro a menudo pero no había vuelto a leerlo desde entonces y al abrir sus amarillentas páginas, tras tantos años, me he encontrado con subrayados a lápiz que no hice. Imagino que son obra de alguna de mis hijas o de un amigo muy lector y me he quedado con la intriga, por ello desde aquí solicito que los subrayados íntimos se firmen con fecha, porque es extraordinario compartirlos con quien hizo el graffiti y especular sobre la evolución literaria y personal que ha experimentado cuando pasados los años volvemos a retomar los libros que de algún modo nos impactaron.
Una de mis novelas, “Hija de…”, abre la puerta de la segunda parte con este pasaje de "Impaciencia del corazón" que enseguida reflejaré; la primera se la dejé a Plutarco y a sus “Vidas paralelas”, siempre busco minuciosamente citas que anuncien y sinteticen lo que a continuación va a ocurrir, son hermosos talismanes que me acompañan y me dan apoyo durante todo el trayecto, y para esa novela, “Hija de…”, tan difícil en todos los sentidos, necesite bastantes: Fernando Borlán, Mario Benedetti… Ellos iban introduciendo las llaves en las puertas principales y también en las de cada habitación señalándolas por dentro y por fuera para que no me perdiese en el oscuro laberinto. Fue entonces, al llegar al eje, al centro, al lugar por el que la novela palpitaba, cuando recordé la cita de Zweig. Uno de mis protagonistas necesitaba una compasión más que comprometida ya que andaba sumergido en toda clase de adicciones tóxicas, tanto físicas como anímicas y Gabriel, un ex alcohólico, fue el encargado de custodiarle y así, de la mano de Stefan fue presentado este personaje crucial con alma de arcángel:
 “Existen dos clases de compasión. Una cobarde y sentimental que, en verdad, no es más que la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la emoción molesta que causa la desgracia ajena, aquella compasión que no es compasión verdadera, sino una forma instintiva de ahuyentar la pena extraña del alma propia. La otra, la única que importa, es la compasión no sentimental pero productiva, la que sabe lo que quiere y está dispuesta a compartir un sufrimiento hasta el límite de sus fuerzas y aún más allá de ese límite”.
Es más que posible que aquella novela que me entregó mi padre, cuya portada hoy parece un regalo vintage, me convirtiera en escritora.

***

Sinopsis.
El joven teniente Anton Hoffmiller se compromete por compasión con una acaudalada muchacha cuya enfermedad la ha postrado en una silla. Promesa que el oficial finalmente no cumplirá.
Todo el conflicto comienza con el intento de subsanar lo que él considera una irremediable y grave falta de tacto: Habiendo sido convidado a una fiesta en el gran castillo de la familia Kekesfalva, de pronto cae en la cuenta de que aún no ha hecho el honor de bailar con la anfitriona, a quien apenas ha visto el rostro durante unos segundos porque estaba rodeada de gente, y hallándola sentada y sin conocer los detalles de su inmovilidad la invita a danzar. A partir de ese momento Anton se desvivirá porque su falta sea perdonada y sobre todo porque su imagen en la pequeña ciudad y en el cuartel no quede maltrecha.

Stefan Zweig, nos hace bucear en ese sentimiento conflictivo para que exploremos en las zonas engañosas de manipulación emocional y de prejuicio que contiene, para que sopesemos las consecuencias, para que nos planteemos si el sentimiento de piedad debería ser erradicado y sustituido por el  deseo de integración al que por suerte poco a poco vamos llegando.
La novela nos habla de la verdad, tan necesaria para todos, de la crueldad del lenguaje, fiel reflejo de la aceptación o del rechazo, del sentimiento de superioridad o inferioridad frente a otro ser humano –todos tenemos limitaciones, la diferencia reside en que unas están a la vista y otras no- nos hace profundizar en la hipocresía de algunos eufemismos tras los que parapetamos precisamente dicha impaciencia. La novela expresa la necesidad de saber recibir ayuda, pero también la de aprender a darla ya que todo ser humano desea ser útil a los demás tanto si está en una silla de ruedas como si va caminando. El autor nos impele a manejar adecuadamente la verdad, hace que reflexionemos sobre como dosificarla y nos pide que la consideremos un derecho. Consigue que meditemos sobre la comunicación sincera entre médico y paciente, entre padres e hijos, entre amigos… para que la persona limitada no abuse en sus demandas considerando que el resto del mundo está en deuda con ella y ha de compensar lo que le falta, también pide que quienes pueden y deben ayudar no se desentiendan. Zweig nos enseña a tomar decisiones con seriedad y a que antes de actuar nos preguntemos qué sabemos entregar, y hasta dónde estamos dispuestos a hacerlo para no marcharnos de repente dejando empantanado a quien le dimos a entender que podía contar con nosotros. Es imprescindible definir y conocer los límites que uno tiene.
La novela se desarrolla en el interior de los protagonistas, en el núcleo de los sentimientos encontrados –es humano ser contradictorio, las emociones no nacen ni anidan ya diseccionadas ni están perfectamente ordenadas en los cajones adecuados- tal vez habría que preguntar al otro qué necesita, qué busca, qué siente, qué piensa… y no presuponerlo, y esperar que quien responda diga exactamente como quiere ser tratado para que poco a poco nos vayamos orientando porque como bien dice una amiga, “sociedad somos todos y todos votamos”, otra añade que “somos maestros y alumnos a la par”, por tanto igual de válidos o inválidos si deciden discriminarnos. Pero hablamos de una evolución en las relaciones sobre la que hemos tomado conciencia desde hace muy pocos años. Es bonito ver como en nuestro club de literatura chirría y hace daño la palabra “tullida”.
Resulta comprensible que el joven teniente Hoffmiller de origen humilde y a la edad de 25 años quedara deslumbrado por la riqueza y los oropeles de la familia Kekesfalva, el contraste con su sobrio mundo castrense de enorme presión social y tan proclive a la maledicencia le deja dividido y confuso, poco a poco en su interior van germinando sentimientos cuyos límites no sabe diferenciar. Lajos von Kekesfalva, el abnegado padre que a partir de que su hija contrajera la enfermedad se ha dedicado a gastar su fortuna en médicos que pudieran brindarle una esperanza de curación y a mimarla concediéndole todos los caprichos, se aferra al aturdimiento del muchacho. Podría parecer que en todo momento intenta comprarle, pero sólo le apremia cuando deduce que Edith se ha enamorado de él y no tiene inconveniente en humillarse hasta caer de rodillas para conseguir que su hija sea feliz, a cambio coloca toda su fortuna a los pies del oficial.

El lector discutirá con los personajes durante toda la lectura comprendiendo y al mismo tiempo criticando muchas de sus conductas, pero no podrá dejar de amarlos ni de ponerse en su piel en innumerables momentos. Son reacciones lógicas frente a un narrador que manejaba con maestría la exploración psicoanalítica, los ingredientes de las pasiones cuando las personas se hallan en crisis o encrucijada, controlaba como nadie el goteo de sorpresas en cada una de las páginas creando un suspense insólito que mantiene al lector atrapado tan sólo con las tensiones que suceden en el interior del personaje, esa es toda la acción: el proceso mental y la maraña sentimental que como una enredadera les va atenazando, y sin embargo trepida. Eliminaba toda descripción innecesaria en favor del ritmo y la intriga, tenía un radar de alta precisión para descifrar los entresijos de cualquier alma. El desenlace produce una enorme impresión y lo curioso del caso es que estaba anunciado, el buen escritor deja huellas y rastros pero sin que sean previsibles, sin que los veas venir, pero no se saca de la chistera de repente algo que no haya dejado entrever durante el camino.
Zweig en el prólogo nos hará creer que la historia es referida para marcar así la distancia necesaria entre el autor y sus personajes de ficción –se trata de un recurso parecido al del manuscrito encontrado que permite al escritor quedarse fuera y salvaguardarse en el caso de estar haciendo préstamos personales sin que se note porque quien habla es otro –el propio Hofmiller pasados los años- y lo hace antes del comienzo de la novela. Partiendo de ese espejismo creará la atmósfera adecuada de quien recibe una confesión en el reservado de un tranquilo café vienés. Sabe que al lector le gusta el toque biográfico y sentir que se asoma a una historia real –si por realidad entendemos algo que se produce fuera de la ficción-. En dicho prólogo se condensa toda la esencia de la novela, pero fundamentalmente lo que trasluce es la declaración de principios de este autor, el hombre que consagró su vida al pacifismo y por ello él y su obra sufrieron persecución y exilio. En estas primeras páginas ya hay una desmitificación de la heroicidad, un acto heroico no es tal si no hay un testigo que lo refrende, por la misma razón en tiempo de guerra muchos actos abyectos pasan inadvertidos. Anton Hofmiller vuelve de la contienda a la que fue a esconderse intentando librar sin éxito su propia batalla interior. Buscaba sin miedo una bala perdida, sin embargo regresa condecorado pero con la misma negrura en el alma y sin permitirse la redención. Esa es su verdad, la que le cuenta a Stefan Zweig en el café para que como penitencia el mundo conozca "su culpa" reflejada en esas páginas en las que se pondrá en cuestión de forma sutil si son o no necesarios los ejércitos. El escritor despoja de aureola y relevancia el uniforme tras el que se parapetan toda clase de hombres de distintos estratos sociales y que sin esa indumentaria dejan de tener importancia, gentes que encuentran identidad en el reglamento para llenar otras carencias, pero no se le olvida valorarlos como personas. El individuo diluido en la colectividad provista de órdenes y normas que te eximen de decidir o de pensar. El sentido de pertenencia a cambio de arriesgar la vida en periodos bélicos. ¿Qué es o debería ser el honor? ¿Qué y a quienes debería defender?
En la novela también se analizan las grandes fortunas adquiridas con usura y oportunismo pero no con delincuencia. Zweig se limita a despegar la pátina de las apariencias, lo más hermoso de la novela es la verdadera compasión que el escritor muestra hacia la parte humana de todos sus personajes sin eliminarles el patetismo y sin eximirles del pago de las consecuencias de sus actos. Los protagonistas de “Impaciencia del corazón” pueden tener conductas equivocadas, pero de ningún modo malvadas. Incluso Cóndor, el médico, aún siendo el personaje conciencia y quien puntualiza y coloca en su sitio a los demás, tiene debilidades, se permite disfrutar con deleite las suculentas comidas y los cigarros puros que Kekesfalva le ofrece, pero no por ello abusa ni miente en su propio beneficio ni deja de dar prioridad a las personas más desfavorecidas, su interés es curar y buscar las herramientas para hacerlo y mantener la esperanza en los avances científicos. Edith está malcriada y se deja llevar por las pataletas, podría parecer que con ellas intenta forzar a los demás para conseguir lo que quiere, pero lo que hace en realidad con sus fuertes reacciones es sondear para verificar la verdad de los sentimientos de Antón. Ella no puede evitar quererle y desde un principio avisa con claridad que no soporta que permanezcan con ella por compasión, llegados a este punto nos plantearíamos la buena gestión de las frustraciones, pero ella tiene 17 años y ni el que ama debe sentirse menospreciado por la falta de correspondencia ni el amado defenderse como si hubiese sido agredido por una declaración de amor que no le comprometía a nada ya que en mi opinión Edith es valiente para afrontar la negativa, pero le están enviando señales equívocas, aunque decirlo es fácil, lo complicado es hallar las palabras que cada situación requiere y es evidente que existen y que sólo hay que buscarlas, pero vuelvo a reiterar que los protagonistas de esta historia tienen 17 y 25 años. A mi juicio –subjetivo, naturalmente- todos los personajes de algún modo salvaguardan la dignidad siendo como son, o mejor dicho se salvan por esa parte tan noble que tiene que ver con la honradez.

Stefan Zweig se quitó la vida en 1942 junto a su segunda esposa en Petrópolis, ciudad situada en el estado de Rio de Janeiro, su última residencia y posiblemente la más amada ya que su nostalgia la dedicaba a una Europa que había dejado de existir. Convencido de que el nazismo se extendería por toda la tierra dejó escrita esta nota:
“Cada día he aprendido a amar más este país y quisiera no haber tenido que reconstruir mi vida en otro lugar después de que el mundo de mi propia lengua se hundió y se perdió para mí, y mi patria espiritual, Europa, se destruyó a sí misma.
“Pero para empezar todo de nuevo un hombre de 60 años necesita poderes especiales y mi propio poder se ha desgastado después de años de vagar sin asiento. Por eso prefiero terminar mi vida en el momento adecuado, justo, como un hombre para quien su trabajo cultural fue siempre la más pura de sus alegrías y también su libertad personal —la más preciosa de las posesiones en este mundo.
“Dejo saludos para todos mis amigos: quizá ellos vivan para ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, más impaciente, me voy antes que ellos”.

Stefan Zweig era de origen judío aunque no practicaba la religión. El suicidio suele dejar un sabor a fracaso en los demás. Al igual que en el caso de André Gorz y su esposa, me pregunto por qué hasta en ese viaje final ellos les hacen eclipse a ellas. Desearía saber qué pensó Lotte, 25 años más joven que él, en esos momentos.
En Brasil se le despidió con honores de Jefe de Estado.
Calan muy hondo en mi interior los escritores de entreguerras, creo que lo he dicho en este mismo blog cuando hablé de Scott Fitzgerald, Sándor Márai… porque me entregan un legado de prioridades que me despejan todas las incógnitas vitales, se atrevieron a anunciar la decadencia, a acertar o equivocarse y lo hicieron expuestos frente al mundo, a amar, a sufrir, a vivir, a arriesgar… y tuvieron la grandeza de compartirlo.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"BUENAS NOCHES Y BUENA SUERTE", película de George Clooney

Dirigida por George Clooney no solo es una declaración de principios sobre la honesta función informativa que deben tener el periodismo y los medios de comunicación, -recordatorio necesario y vigente en todo tiempo-, además es un merecidísimo homenaje de resarcimiento a todos los intelectuales, artistas… -ciudadanos, en definitiva- que sufrieron la paranoica persecución de aquel “cruzado”, el senador Joseph McCarthy en su particular caza de brujas inquisitorial, de cuya efemérides hablé en este mismo blog al hacer la reseña del extraordinario film del cineasta Todd HaynesLejos del cielo.” A menudo el cine se queja por dicha herida y no será la última vez que veamos aquellos persecutorios años cincuenta como telón de fondo ya que dejaron un doloroso estigma. Pues bien, hoy sacamos la aguja del pespunte del largometraje de Haynes porque, como en otras ocasiones he dicho, los libros y también las películas hablan entre sí puesto que están vinculados y por ello nunca desenhebro, así que constataremos de nuevo que aquel senador alcohólico y trastornado aprovechando el latente temor a la guerra fría, los rescoldos de la de Corea y la rivalidad con la Unión Soviética, la otra potencia, se erigió en adalid para mostrar el camino del “enemigo” aduciendo que el comunismo y el espionaje se extenderían como la pólvora si no se tomaban medidas exhaustivas. En honor a la verdad hay que decir que la implantación del terror de estado y del abuso de poder no la realizó solo. Durante un lustro envió a la cárcel sin juicio a centenares de ciudadanos, arruinó carreras brillantes, provocó el auto-destierro de intelectuales y artistas y consiguió extraer lo más abyecto y también lo más glorioso de los seres humanos. En su megalomanía creyó poder servirse de los grandes estudios de Hollywood y de la televisión –todos los poderosos ansían su control-. No voy a citar aquí la larga lista de delatores que se sometieron a sus abusos y señalaron con el dedo a compañeros, actores, guionistas, escritores, vecinos, amigos de otros amigos que habían visto en compañía de… argumentando su adscripción o proximidad al partido comunista porque en el pecado ya llevaron la penitencia. En ese sentido el guión de George Clooney y Grant Heslow no puede ser más preciso: el equipo de redacción dirigido por Edward R. Murrow (David Strathairn) no defendía la no pertenencia al partido comunista sino los derechos civiles, la libertad de pensamiento y de expresión y la armoniosa convivencia entre personas, valoraba la pluralidad de criterios incluido el marxista. La película tampoco apoya la neutralidad a ultranza, porque ante la injusticia no se puede contemporizar y lo correcto es tomar posiciones.

“Buenas noches y buena suerte” comienza con la fiesta de la Asociación de directores de radio y noticias de televisión de 1958, el paseo de la cámara por cada grupo de invitados, cada rostro, por la ropa, los complementos... es de una elegancia viscontiniana, no hay sensación de extras obviando la cámara, simplemente no la están viendo y la velada no puede resultar más real.  El senador McCarthy ya había muerto en 1957 alcoholizado y desprestigiado. El declive empezó a partir del programa en el que se encaró a Murrow. Frente a las cámaras quedó patente su actitud torticera, soberbia y demagógica. Si algún valor tiene el poderoso medio televisivo es el de que a la lente del objetivo no se le puede engañar, como tampoco en radio se puede mentir al micrófono porque hay una información añadida de gestos, expresiones y tonos en el lenguaje no verbal incluso en las pausas que no permite escapar.
El recurso de la ceremonia es perfecto para que el director (Clooney) reúna a toda la plana periodística y así los espectadores podamos conocer al equipo de redacción al completo. En la presentación vemos a uno de los productores Sig Mickelson (interpretado por Jeff Daniels). Mickelson va enumerando los diversos episodios de la trayectoria de Murrow, ese currículo de hombre valeroso que luchó en el frente, que se implicó en contra del apartheid, que defendió los derechos de los inmigrantes… ya resume en sí mismo la categoría humana de quien a continuación va a aparecer ante nosotros y lo más esperanzador es que ese hombre y muchos otros como él existieron fuera de la pantalla.
Quién le iba a decir a Jeff Daniels que años más tarde sería el protagonista (Will McAvoy) de la magnífica serie The Newsroom escrita y dirigida por Aaron Sorkin. Esta película de larga duración -eso son para mí las nuevas series de cadenas tan prestigiosas como la HBO- de algún modo mantiene la misma estructura y el mismo espíritu de aquellos hombres, de aquel equipo liderado por Murrow. Jamás olvidaré el elocuente silencio en la escena en la que se va la luz en el estudio y luego vuelve. La conmovida mirada de Will hacia McKenzie (Emily Mortimer), a quien se le acaba de frustrar la renovada ilusión de recuperar el periodismo de calle sin más herramienta que una cámara y un micrófono, da para llenar páginas. Ella es el espejo en el que él ya no se refleja, y la mirada que él le dirige es una de las declaraciones de amor silenciosas más bonitas que he visto en una pantalla aunque la depositaria no se entere, y una manifestación de principios todavía mejor que la que el propio Will McAvoy pronuncia en el arranque de la serie y que me hizo llorar copiosamente. Y es que aquel equipo de periodistas de la CBS en la década de los cincuenta del s. XX siempre será una referencia de dignidad y elegancia de corazón o código deontológico -como prefiráis- y una fuente de inspiración para las generaciones de hoy y las venideras, aunque éstas no indiquen la autoría porque ya la llevan incrustada en los genes coaxiales.
Buenas noches y buena suerte” de algún modo también nos remite a “El precio de la verdad” de Billy Ray film del que hablé en este rinconcillo… En fin… no voy a seguir con “Ausencia de malicia” de Sidney Pollack, o con “Todos los hombres del presidente” de Allan J. Pakula para no dar la impresión de que me disperso, pero en este caso sí me apetecía relacionar porque siendo obras de arte únicas e incomparables sin embargo tienen el factor común de la búsqueda de la verdad.
 “Buenas noches…” se desarrolla en el interior del edificio de la cadena CBS, imagino que el efecto de encierro fue buscado a propósito para reforzar las palabras del discurso de Murrow en el que nos habla de que la televisión jamás se debe convertir en escapismo, mero entretenimiento y evasión porque entonces solo será una caja vacía llena de cables; él sostenía que también debe educar e informar, todo lo contrario a adocenar. Como tantas otras veces he dicho deberían vender los guiones para que pudiéramos deleitarnos con la palabra escrita, en cualquier caso os invito a utilizar el mando a distancia cuantas veces sea necesario para parar y capturar cada una de las frases, porque la exposición de aquel prestigioso periodista es un lujo al que no le sobra una coma.
Resulta un privilegio impagable poder contemplar cómo eran los estudios, los despachos en los que se reunían los redactores, la música en directo para los cortes interpretada por Diane Reeves en el papel de Jazz Singers… los grandes y redondos relojes de pared marcando distintas horas, el modo de trabajar que hoy nos parece rudimentario pero que tenía muy clara la prioridad humana...
El espectador está constantemente dentro de la escena viendo a los protagonistas desde detrás de la cámara. Es una película compuesta por detalles, como esas obras de arte a las que no puedes echar un solo vistazo porque te quedarías sin verlas del todo, sin comprenderlas si no te acercas a las pequeñas figurillas talladas que le dan contenido y forma a la vez. Que el humo del cigarrillo de Murrow se exhale tembloroso por los labios antes de que él salga a escena nos dice que a pesar de tantos años en los medios sigue sintiendo responsabilidad y respeto por la gente, en este caso por un público de colegas que puede juzgar su trabajo con más elementos que los de los espectadores, pero sobre todo nos habla de la interiorización de un actor magnífico, la inquietud y la tensión expresadas tan sólo con el silencioso repiqueteo de la punta de su zapato, un pequeño parpadeo, un leve ensimismamiento, el desplazamiento de la comisura de los labios ocupando la pantalla… La forma asustadiza de responder cuando a cualquiera de los miembros del grupo le convocan a un despacho dice más sobre la instalación del miedo y el peso de lo que arriesgan que todas las frases del mundo. La heroicidad de estos hombres queda lejos de los estereotipados y lucidísimos alegatos a los que el cine americano nos acostumbra. Se arriesgaba el puesto de trabajo, el tuyo y el de tu equipo, se podía hundir la carrera de cualquiera de ellos, y caer en la cárcel, no lo olvidemos, por tanto hay momentos de preocupación y duda en los que se tragan sapos. Prueba de ese terror de estado es el suicidio de Don Hollenbeck, el director de informativos cuyo programa se emitía a continuación del de Murrow. La actuación de Ray Wise es insuperable, en cuatro pinceladas marca la evolución de su pánico silencioso, la desesperación… Claro que fueron héroes con familia dispuestos a pagar la publicidad que retiraban los patrocinadores, para conservar el espacio aun en detrimento de los bienes familiares, pero la verdadera heroicidad no es espectáculo.
Antes de que el público vea desde el patio de butacas que Josehp Wersba (Robert Downey Jr.) y Shirley (Patricia Clarkson) son marido y mujer ya nota que en su relación subyace una confianza y costumbre de largo recorrido, pero eso hay que conseguirlo en una interpretación a dos muy bien medida y el nivel de compenetración ha de ser grande. En la CBS estaba prohibido que se produjeran matrimonios entre los compañeros aunque finalmente nos enteramos de que el de los Wersba era un secreto a voces, pero esos matices de ocultación y evidencia al mismo tiempo tuvieron que encontrarlos los actores y lo hicieron maravillosamente a dúo. No es coincidencia encontrar a la gran actriz P. Clarkson dentro de los mejores proyectos, de hecho estará para siempre en “Lejos del cielo”, en la magnífica serie “A dos metros bajo tierra”, en “La seguridad de los objetos” dirigida por Rose Troche…  Nunca sabremos qué o quiénes eligen a quién pero lo cierto es que los buenos siempre encuentran su propia voz y su propio espacio.
Fred Friendly el coproductor (interpretado por George Clooney) marca perfectamente el funcionamiento del escalafón laboral en esos pequeños toques sumisos cuando el jefazo William Paley (Frank Langella) le hace callar.
Si repasas la decoración comprendes que también habla, el aparato de radio que reposa en el aparador del despacho de Fred expresa la nostalgia de un pasado o bien la interconexión entre ambos medios que nunca se ha roto aunque en aquel tiempo se vaticinase lo contrario.
Mi sensación al ver la película no fue la de haber asistido a un film en clave de documental, como se ha dicho, sino la de que me dejaron entrar en su trabajo, en la vida cotidiana de la redacción de un programa televisivo y se agradece que los personajes no se volvieran para explicarme lo que hacían como sucede en otras películas, por eso hablan in media res, y el espectador va cogiendo el hilo, lo mismo ocurriría si asistieras a una operación en un quirófano, ellos están a lo que tienen que estar y la atmósfera se resentiría si se hicieran concesiones al espectador que en la vida real no se harían porque en el mundo laboral hay comportamientos sobre la marcha y multitud de códigos comunes que se dan por sobreentendidos, cada gremio tiene su jerga.
La película podría haber sido realizada en color dejando los documentos en blanco y negro puesto que los personajes fueron reales y vivían al otro lado de la pantalla, pero intuyo que Clooney quiso el doble juego para que las piezas que faltaron entonces se ensamblasen con McCarthy al que no habrían podido colorear ya que el mundo lo conoció a través de una pantalla en blanco y negro, de ese modo y poniendo a todos los demás al servicio del máximo protagonista que sin duda fue él, es como el director consiguió unificar y paradójicamente logró la veracidad. Pero hay algo que subyace en esta película y que para mí es el cimiento que la sostiene y convierte en especial: Me he atrevido a imaginar que George quiso hacer un homenaje a sus padres (Nick Clooney periodista televisivo en Cincinnati y comprometido demócrata, y Nina Sento Warren también política), no en cuanto a la biografía familiar sino a la forma de sentir y pensar de una generación a la que sus progenitores pertenecen y que pasó por grandes vuelcos y vicisitudes vitales que le han hecho ahondar y cribar para quedarse con lo verdaderamente importante, y llevando más lejos aún mi osadía pensé que eligió dirigir la película, pero no dirigirse a sí mismo como protagonista y que escogió precisamente un papel secundario de perspectiva parecida a la que tendría cuando era un crío que pululaba discretamente por el estudio de su padre, entre piernas y cables. En “Buenas noches y buena suerte” anda siempre agachado para avisar a Murrow de cuando ha de entrar, ese es el enfoque que tendría en aquel tiempo, de hecho hay un comportamiento de hijo frente a Murrow: “Siempre que me vas a mentir me enciendes un cigarro”, a la vez que se entrevé un lazo irrompible entre ellos que va más allá de la amistad, acuden juntos a las reuniones, pero si lo hacen por separado el uno espera hasta que el otro sale y ese respetuoso segundo plano también se parece al de un hijo cuando es joven y admira a su padre. Si la ofrenda es consciente o inconsciente al menos yo he creído verla entre líneas o mejor dicho entre fotogramas. La belleza que transmite George Clooney tiene que ver con un esplendor que le emana de dentro y que ningún kilo de más o de menos es capaz de arrancarle.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori