"LA BUENA ESTRELLA", película de Ricardo Franco

Rafael es un carnicero que lleva una vida solitaria y triste –nos dice la contraportada del dvd- Una madrugada en la que se dirige a su carnicería, detiene su furgoneta para auxiliar a Marina, una muchacha a la que un tipo, Daniel, está apaleando. Rafael lleva a Marina a su casa y ella le habla de su infancia sin padres, de los orfelinatos que ha conocido, de la dura vida en la calle. Marina está embarazada de Daniel, Rafael le propone ocuparse de ella y del hijo que espera.
No es necesario saber -para añadirle más valor del que tiene la película en sí misma- que al año siguiente de realizarla moría este cineasta enorme, pero es inevitable darle ese carácter de herencia, de valioso legado. Ricardo Franco se fue dejando a medias el rodaje de “Lágrimas negras”, comenzó a encontrarse mal en el bar en el que junto a otros amigos además de su ex y de su hijo, estaba viendo un partido de fútbol, el del final de la copa de Europa, todos pensaron que su indisposición se debía a una bajada o subida de azúcar, padecía una diabetes severa que le dañaba la vista y el corazón recién reparado en el quirófano, finalmente no superó el infarto.
Nunca se sabe a ciencia cierta cuáles son los ingredientes biográficos que un artista presta a su obra de forma consciente o inconsciente, pero el espectador los nota, y en esta película el mensaje subliminal es constante y por tanto sus dos lecturas se reciben con igual intensidad. Que el film comience con la brutal visión de un matadero -cuyos operarios amputan miembros a destajo a las reses que giran colgadas y en cadena- es un símil de gran precisión: alguien que sabe que va a morir se siente de camino hacia el matadero, que la escena justifique la presentación del protagonista cuyo negocio es una carnicería no encubre el sentimiento de temor sugerido por debajo. Que le quite la visión de un ojo a la protagonista tampoco es gratuito. La impotencia en el film también refleja un sentimiento doble ya que no se localiza sólo en las ingles, tampoco la presencia del cura Paco (Ramón Barea) ni la súplica eutanásica están señaladas sin motivo, y no importa que la historia que Ricardo Franco nos narró esté inspirada en hechos reales porque en esa parte autobiográfica de la que hablaba antes también incluyo la forma de mirar, una se da cuenta de cuántas personas llevan gafas el día que sale de una óptica tras haberse graduado la visión, o cuenta embarazadas cuando a su vez se queda, o ve bastones y muletas cuando se rompe una pierna, por tanto fijarse en detalles o situaciones que te identifican también es una forma de entregar lo personal.

Cuando te sales de convencionalismos y la vida te coloca frente a una encrucijada es cuando se ve por tus reacciones quién eres; siempre he pensado que la bondad es un poder, creo que en este mismo blog lo he repetido más de una vez, si desgranamos los ingredientes de la palabra veremos que ser bueno, como lo es el protagonista de esta película, implica la empatía por el sufrimiento del otro, la predisposición a ayudar, el compromiso de la generosidad, un buen carácter, la valentía de la sinceridad con uno mismo y con los demás… en definitiva la bondad remite a la justicia y ninguno de estos ingredientes es sólo espontáneo, la amabilidad se cultiva. Para ser generoso hay que desprenderse a menudo del yo, del resentimiento -que tan lícito parece- del deseo de dar buena imagen… En innumerables ocasiones la bondad obliga a desmarcarse de lo bien visto, de lo socialmente aceptable, en resumen la bondad abre puertas a las que nadie llama y gracias a quienes las golpean con el aldabón podemos ver las cualidades de quienes tenían las suyas cerradas a cal y canto por el estigma de los prejuicios de los demás.
Los grandes actores han de ser buenos porque el ego no funciona jamás a favor de la historia ni del equipo y Antonio Resines en su papel samaritano que encuentra el amor cuando estaba resignado a no tenerlo lo demuestra con creces y disfrutaré redundando hoy porque a lo bueno te acostumbras y Resines es de esos actores que hacen que los demás miembros del elenco se sientan cómodos, escenas como el primer encuentro sexual al pie de la escalera, o en la que le vemos de espalda desnudo, sentado sobre la cama mientras Marina (Maribel Verdú) le va besando sin barreras ni recursos, lo demuestran. Él suelta luz sobre los otros, no la vampiriza para brillar más y al igual que el director, es un hombre sin vanidad y tal vez por ello Ricardo Franco lo escogió como alter ego porque Resines tiene la grandeza de los hombres corrientes que sin duda de corrientes tienen poco, (una vez una mujer me dijo: “Hay que ver tú pareces poco y luego eres mucho” sentí el elogio lleno de sinceridad como un dardo envenenado clavándose en mi sangrante orgullo. Con el tiempo sin embargo he aprendido a usarlo como recordatorio cuando se me suben los humos). Los actores españoles saben que su buena estrella es la película no el trabajo individual y suelen ser personas humildes que obedecen y sigue las pautas del director vaciándose de sí mismas, por eso se admiran mutuamente entre sí y el trabajo del otro es su estímulo.
Rafael hará que nos replanteemos de nuevo el debate sobre la hombría y sobre dónde se halla ésta en realidad.

Daniel (Jordi Mollá) está sublime en su papel ambivalente que muestra al espectador la vulnerabilidad que se oculta tras esos ojos transparentes y no es fácil mantenerlo al mismo tiempo que también enseñas la astucia de quien no se fía ni de su sombra. Daniel le nuestra al mundo que es el resultado del abandono, en eso se convierte un crío de hospicio menospreciado y devuelto, en la espada del diablo, hasta que alguien que no pertenece a su submundo apuesta por él. El trabajo de Mollá es una labor de perfiles poliédricos que requiere un facetado sutil de brillos y sombras en el rostro y en los gestos rápidos y fugaces como cuando corre tras Rafa hasta el bar para no quedarse a solas con Marina mostrándole así su lealtad al carnicero o cuando la ve en lo alto de la escalera y se olvida del mundo para exclamar lo guapa que está y que parece una reina dejando en el aire la fuerza del vínculo irremediable, y después cuando lo vemos en la cárcel destruido…
Y de Maribel Verdú qué voy a decir, es la reina del cine español y mira que hay actrices buenas, pero su falta de divismo a menudo ha hecho que pase inadvertida tras la estela menos humilde de otras.
Saber escoger de antemano a los actores idóneos también es un don, creo que para los tres hubo un antes y un después tras interpretar esta película. Quedaron consternados al enterarse de la noticia del fallecimiento de su amigo y estoy convencida de que hasta la despedida de Ricardo sirvió para dejarles como un tatuaje escrito el verdadero significado de entrega que tiene su profesión. Ahí queda para siempre Marina, la valerosa muchacha que con determinación decidió que precisamente porque a ella la abandonaron nunca desampararía a sus hijas, la chica que siempre se regía por su propia ley explicándonos de forma rotunda y convincente por qué sí se puede amar a dos hombres a la vez: “…sí se puede, a mí me pasa” nos dice en la película. La chica que llena de luz la casa de sus sueños, y a Rafael de alegría, que le demuestra al mundo su honradez con su huevo kínder, ese milagro de bondad del que vengo hablando durante todos estos renglones se resume especialmente en ella.
Sólo me queda decir que la magnífica fotografía es de Tote Trenas, una caricia próxima que favoreció con los planos cortos y medios, no sólo la delicada visión del director también la nuestra. Los colores escogidos, cálidos y suaves anaranjados y amarillos, crearon hogar en la casa de un solitario y contenido hombre que había asumido vivir sin amor a causa de un accidente laboral que le dañó los testículos.
La conmovedora música que tan bien recalca la felicidad y la tristeza en todos sus matices estuvo a cargo de Eva Gancedo.
El perfecto guión lo escribieron Ricardo Franco y Ángeles González Sinde.       
“La buena estrella” hay que verla muchas veces porque te recoloca cuando te pierdes por los vericuetos del rencor y del resentimiento.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"AZUL OSCURO CASI NEGRO", película de Daniel Sánchez Arévalo

Es un estado de ánimo además de un traje, nos dice el cineasta Daniel Sánchez Arévalo, autor de insólita sensibilidad para explorar en los pliegues más recónditos del inconformismo, en los verdaderos y legítimos deseos que se topan contra barreras de cristal como la del transparente escaparate que separa al protagonista de ese inalcanzable traje que tantos significados tiene y que habla de distancias invisibles pero reales, y de destinos escritos de antemano que favorecen a unos y perjudican a otros sin la participación de los implicados.
Jorge (Quim Gutierrez) veinteañero, escapaba de sus circunstancias cuando Andrés, su padre (Héctor Colomé) le encuentra a punto de prenderle fuego al contenedor de basura de su comunidad de vecinos en la que trabaja como portero, corre tras él, pero en el instante mismo de la huida hacia la independencia y después de haber explicado al padre sus verdaderos planes en pos de su destino a través de una tapia, el chaval escucha tras la gruesa barrera que acaba de saltar, cómo su progenitor sufre un infarto cerebral que le obligará a cuidarle y además a sustituirle en la portería. Tras la elipsis de siete años vemos que Jorge también ha podido licenciarse en ciencias empresariales sin abandonar  dicho trabajo ni el cuidado de Andrés. La madre fallecida se hará presente en la confusión del padre como si estuviera viva, la enfermedad le desinhibe y cree que Natalia (Eva Pallarés) -la novia de Jorge desde la infancia- es su esposa. Durante la escena en la que la chica le corta el pelo vemos pequeñas actitudes despóticas que nos indican cómo era el trato de Andrés hacia su mujer.
Mientras tanto Antonio el hermano de Jorge (Antonio de la Torre) cumple condena y en el penal, gracias a que se apunta para participar en una obra de teatro, conoce a Paula (Marta Etura) una muchacha maltratada por otras reclusas que quiere quedarse embarazada para que la trasladen al pabellón de maternidad y así poder librarse de las agresiones, más adelante sabremos que hay también una razón más profunda y de gran peso para desear ese hijo.
Antonio le hará una petición insólita a su hermano: que le sustituya en el bis a bis y que la deje embarazada en su lugar porque él no puede. Antonio quiere con toda su alma a Paula, lo aclaro para que el espectador entienda la generosidad tanto por lo que se pide como por lo que se entrega, naturalmente el conflicto está servido.

En el mismo bloque de viviendas en el que Jorge es portero vive Israel (Raúl Arévalo) su mejor amigo desde la niñez. Israel en la azotea se entretiene con unos prismáticos viendo lo que ocurre en las viviendas de la comunidad de vecinos de enfrente, así termina interesándose por los clientes de un masajista que no se limita a la terapia muscular. Un mal o buen día –según se mire- comprueba que entre dichos clientes está Fernando (Manuel Morón) de ese modo tendrá que asumir la posible homosexualidad o bisexualidad de su padre y también la suya.
La película plantea debates para los que aún no se habían encontrado palabras y en todos ellos coloca la dignidad junto a cada uno de los personajes, dignifica los dos triángulos amorosos que surgen –Paula, Jorge, Natalia, o Antonio, Paula y Jorge- enaltece la amistad subiéndola a la azotea, denuncia que un gran currículum no sirve por sí mismo ya que sigue habiendo un sentimiento gregario, subterráneo y mafioso que antepone el origen y la cuna.
El largometraje habla de prejuicios de ida y vuelta en cuanto a la posición social que los personajes ocupan, tanto por sentimiento obrerista como de burguesía. Natalia en este caso es injustamente tratada por Jorge dado que la sitúa sin reflexionar entre la clase dominante, ella le sacará de su error ya que también tiene un trabajo precario de bajo sueldo en el que es explotada…
Natalia no siente que pertenezca a una clase distinta a la de Jorge, ni que haya participado nunca en humillarle desde una posición preponderante, pero a Jorge le vistieron cuando era niño con la ropa que desechaban los vecinos, y en una ocasión llevó puesta una camiseta de ella. Para Natalia el detalle es tierno, divertido y meramente anecdótico, no así para Jorge que lo recuerda como un estigma. A menudo tendremos en pantalla la imagen de una columna u otros elementos de separación indicando al espectador que ambos personajes están colocados en espacios distintos, aparentemente enfrentados o antagónicos. Comprobaremos cómo mientras ella viaja y le envía postales él mira el mundo exterior sin salir de casa a través del ventanuco de un sótano y desde ese rectángulo de pared que enmarca su cama adosada en el que pega esos parajes que ella le manda y todos los recuerdos que configuran su relación, la diferencia queda así establecida, finalmente él se deshará de todas las fotos que volcará a los pies de Natalia desde ese contenedor comunitario que siempre aparece en sus decisiones cruciales utilizado como arma arrojadiza, el pasaje nos muestra de ese modo el punto de inflexión que marca los cambios y decisiones que el protagonista está experimentando, no obstante al público de la sala le queda claro en su butaca que el escollo podría salvarse si él estuviera realmente enamorado de Natalia, y la verdad por dura que sea de explicar se abre paso.
El amor y paradójicamente la libertad surgirán en el bis a bis de la cárcel junto a Paula. la “novia” de su hermano. De nuevo el director coloca lo importante en el interior de las personas que es donde se producen las transformaciones y no en los exteriores.
Ana (Ana Wagener) la madre de Israel está al tanto de las andanzas de Fernando, su marido, también en este caso se nos abre un debate suculento, ¿la homosexualidad puede esconderse en el matrimonio?, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿para tener hijos y familia sin dificultades ni enfrentamientos o presiones sociales?, ¿puede surgir la tendencia una vez dentro de dicho matrimonio?, ¿es más honesto ir a cara descubierta y forzar que la sociedad admita?, ¿es una cuestión de valentía o cobardía salir del “armario” o quedarse dentro cuando tienes formado un hogar?, ¿hay diferencias en el planteamiento si la misma situación se produce en un ámbito heterosexual?, ¿o se trata de lo mismo? Todas estas preguntas y más se las hace el espectador.
En la intimidad de cada piso se dirimen los ganadores, los perdedores, los héroes, los antihéroes, los secretos, los infiernos y los paraísos domésticos, cada uno de ellos con sus poderosas razones de enfrentamiento o adaptación, de ruptura o aceptación, hay muchas formas de ser, de estar o de amar y ni el director ni yo vamos a juzgarlas. Sánchez Arévalo se limita a mostrar el mosaico de retratos físicos y anímicos, y su mirada es cariñosa con los seres atrapados en circunstancias adversas.

La película es bellísima a la hora de expresar los sentimientos encontrados que no tienen por qué ser contradictorios: Jorge ama a su padre, pero la enfermedad le atrapa, todos los que nos hemos visto en esa tesitura sabemos de lo que hablamos, la escena de la manguera para el aseo que contemplamos en el patio de la pantalla es equivalente a la palangana grande casi plana en la que colocas de pie a tu madre o a tu padre porque ya casi no tiene movilidad y no puede entrar en la ducha o en la bañera y así, bien agarradito o agarradita a algún saliente de la cama o de algún mueble le vas lavando con una regadera llena de agua agradable y caliente porque tú sí puedes moverte y te conviertes en bicéfala con su cabecilla y la tuya juntas como siamesas, te vuelves sus pies, sus manos, su mente… y al igual que hace Jorge le dejas sujeto o sujeta viendo algo en la tele para que no se caiga mientras has de ausentarte irremediablemente porque en ese momento del día nadie más te puede sustituir o socorrer, y la escena para el profano puede resultar cruel pero no para quien la entiende -una silla de plástico es lavable- y tiene el derecho de lanzar un manguerazo de realidad al rostro de quien la mira.
La imaginación se agudiza e inventas montones de recursos eficaces de los que podrían aprender geriatras, ministros, y responsables de sanidad si preguntasen a los invisibles cuidadores atrapados en su propia casa, gerifaltes que tienen dinero para mirar hacia otro lado mientras extraños les limpian el culo a sus padres.
El film rezuma honradez por los cuatro costados y es una lección de amor y de integridad integradora, no me extraña que cosechara tantos premios (cincuenta en festivales internacionales y tres goyas aquí) porque identifica, porque te abre a la comprensión, porque analiza sin dogmas, porque respeta, y todo ello lo hace buscando la verdad interior que es la que más asusta.
Me agrada especialmente que aclare el hecho de que a pesar de que la vida se mueva en círculos y parezca que vuelves al mismo sitio en realidad no es así, porque cuando recorres la espiral completa aunque regreses al punto de partida ya no eres el mismo o la misma, en el camino se ha producido el cambio y nada tiene que ver con el lugar, por ello que el protagonista finalmente opte por trabajar en una portería distinta pero con traje me parece una seña de identidad muy precisa porque como ya hemos dicho otras veces la dignidad se la da la persona al trabajo, no el trabajo a la persona y en esa segunda oportunidad sí elige continuar. Igualmente me parece bien que Sánchez Arévalo no presente el amor como un proyecto de futuro duradero ni como la redención de todo mal, sin que por ello le reste credibilidad; Paula y Jorge se aman, dentro de la cárcel, fuera no sabemos, la pregunta queda sin contestar.
El elenco de actores es inmejorable, auténticas estrellas españolas por las que siento un gran orgullo, el tono elegido es suave, que siempre es la forma más potente de dar gritos y de que estos penetren en nuestra dureza de oído. La extraordinaria música es del compositor Pascal Gaigne. La limpia, nítida, luminosa y acariciante fotografía es del artista Juan Carlos Gómez y el maravilloso guión -no sólo por la parte visual, también por la literaria- del que no hay que perderse ni un solo diálogo naturalmente es de Daniel Sánchez Arévalo. El detalle de alejarse con la cámara cuando Natalia por un lado y Antonio por otro se están rompiendo, nos dice hasta qué punto este extraordinario director valora y respeta la intimidad, son dos escenas de una fuerza y delicadeza extremas, los enlaces del pespunte de todo el film son perfectos, Natalia y Jorge miran a la cárcel, y en la cárcel se está produciendo la mismna revelación que abrocha, que une, que vincula... el posterior abrazo entre Antonio y Natalia también es bellísimo.
Azul oscuro casi negro es una película preciosa realizada por un elegante de corazón a quien le estoy profundamente agradecida.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.

Pili Zori 

"DULCE HOGAR A VECES", película de Ron Howard

El verano ha pasado en un suspiro y de nuevo estamos en octubre, comenzamos la etapa cinematográfica 2014-2015 con “Dulce hogar a veces” película del director Ron Howard. La veremos con esa pátina envejecida que da el VHS, por suerte en el centro de mayores de Ibercaja aún conservan la posibilidad de proyectar cintas en ese formato. La compré cuando salió a la venta, creo recordar que un año después de su estreno en la gran pantalla (1989) y quedó guardada junto a otras sin que pudiera volver a verla porque en casa se nos estropeó el reproductor que fue sustituido por otro para DVD, pero la cinta ha estado presente durante dos décadas y un lustro, no sólo en el cofre donde dormía, también en mi interior, creo que ello explica por sí sólo el poso que me dejó. Deseo que esa neblina que le ha posado el paso de los años sea tan nostálgica como el refritillo que se escucha al poner un viejo disco de vinilo, y no un inconveniente para mis compañeros cinéfilos.
No voy a enumerar los prestigiosos premios que este director ha obtenido a lo largo de su carrera, el generoso internet se ocupa de pormenorizarlos, pero sí diré que algunos los ha recibido fuera del entorno cinematográfico, desde instituciones que han sabido valorar la contribución que sus tramas y temas han aportado en favor de la integración, porque todos somos sociedad y podemos resultar más que útiles si se adapta el engranaje a las excepciones, o mejor dicho: a los seres excepcionales. Nadie como él nos hizo comprender la esquizofrenia con su film “Una mente maravillosa”, obligándonos a romper la barrera de distanciamiento que produce lo desconocido y a sacar del gueto a personas que desgraciadamente podríamos desaprovechar por no saber escucharlas.
Aprecio la capacidad de llegada y estimo especialmente las obras de arte que tienen las dos lecturas, la más avezada y la popular que alcanza a todos los públicos, creo que dicha capacidad es un don que a veces el elitismo confunde con simpleza, no siempre lo minoritario es sinónimo de originalidad, ideología o intelecto, a menudo lo que ocurre es que el autor no ha sabido transmitir de forma plural lo que quería decir o no ha sido capaz de sacarlo fuera de su entorno y por tanto esa carencia es un límite. Tampoco lo popular tiene por qué ser superficial y falto de hondura, hay que saber distinguir, que un libro sea fácil de leer no significa que también resulte fácil de escribir, hay que dar muchas vueltas para alcanzar la sencillez.

Howard universaliza y traspasa fronteras con su comunicativo y artístico discurso porque subraya lo esencial, porque lo sabe explicar, naturalmente entre su obra tengo mis películas favoritas, un director tan prolífico y con tanto abanico de registros para manejar géneros distintos te complace en unas ocasiones más que otras, pero “Dulce hogar a veces” es una pieza especial que me ha acompañado en el recuerdo, como ya he dicho, durante estos 25 años, tal vez porque en ella están reflejadas todas las etapas de la vida desde la infancia hasta la madurez, las cuatro estaciones de la existencia en definitiva, y eso convierte a la película en un referente ya que la vas evocando cada vez que te encuentras en situaciones parecidas a las de los protagonistas, ellos quedaron ahí en el celuloide eternamente, cada uno con su edad congelada, pero una va cumpliendo años y entonces alcanza otros enfoques, distintas perspectivas y cuando llegas o te aproximas a la edad de Frank entiendes que en la infancia admiras, en la juventud juzgas, pero en la madurez comprendes y perdonas.
En aquel entonces, 1989, yo andaba como Gil Buckman (Steve Martin) obsesionada por educar bien, preocupada porque mis hijas no fueran baúles de recuerdos en los que mis enormes equivocaciones me dejaran estigmatizada ante sus ojos para siempre, estaba empeñada en mejorar los “errores” que se hubieran cometido conmigo para no repetirlos, pero al igual que a Gil aún me quedaba por comprender que el resultado final del balance sería más que favorable hacia mis padres sumadas todas las circunstancias, tengo tanto que agradecer... que el reconocimiento hacia ellos diluye los egoístas, injustos y superficiales reproches que como una niñata pudiera haberles hecho entonces, pero eso lo sé ahora que ya puedo identificarme con Frank, el padre de Gil, a él también le inculcaron el deseo de alcanzar el dichoso sueño americano, destacar, ser el mejor… y quiso traspasárselo a los hijos, por eso Larry le devuelve el boomerang con su afán de pelotazo, con su obsesión por ganar rápido mostrándole la otra cara de la moneda y haciendo que el espectador se pregunte ¿qué es el triunfo en realidad?, ¿y en qué consiste el fracaso?
Hace pocos días una compañera coordinadora de otro club de literatura dijo: “El azar me suele proteger” y me quedé colgada de su bellísima y significativa frase, es cierto, el azar nos protege a todos pero no siempre sabemos verlo. Karen la esposa de Gil (Mary Steemburgen) pensaba lo mismo que la compañera que acabo de mencionar, estaba segura de que el destino sabía muy bien lo que hacía con los suyos y de que el azar les protegía. Karen al igual que mi pareja tendía menos a la preocupación y confiaba en que el futuro se las arreglaría bien con nosotros.
Todas las generaciones quedaron representadas en dulce hogar a veces, y ¡por fin! en un largometraje aparentemente convencional y de gran público se rompían y desencorsetaban los tópicos, roles y esquemas impuestos por quienes nos trazaban las líneas maestras sobre cómo debía comportarse una familia, sobre la manera adecuada de comunicarse, sobre la forma reglamentaria de enseñar… esa invisible y abstracta clase dirigente escribía las normas al estilo moña de los Brady, pautas y comportamientos imposibles de cumplir y por lo tanto frustrantes, ¿por qué? pues todavía no lo sé, supongo que adocenar es más fácil. Después cambió la obsesión de ser famosos y adinerados por la de ser felices a toda costa y los psicoanalistas sin escrúpulos se forraron. (Se sobreentiende que guardo todos mis respetos para los profesionales honrados de la psicología: psicoanalistas, conductistas, gestaltistas… que sí saben meter la mano para extraernos los sapos que nos hemos tragado a lo largo de la vida y que tantísimo bien hacen, por nada del mundo querría ofender).
Lo que quiero decir tras este inciso es que la lección de humildad que recibimos ahora y en cualquier tiempo, es la de que la vida se ocupa de desbaratar nuestros neuróticos planes y cuando lo hacemos mal tarde o temprano vuelve a recolocarnos por su cuenta de un modo más cómodo y sensato, dejando claro cómo han de ser los acontecimientos, y entonces la verdad, la lógica y el sentido común se abren paso. Un científico –como ya he dicho en otras ocasiones en este mismo blog- cuando se equivoca tras muchos años de trabajo, no se sienta en el suelo a patalear ni a flagelarse exclamando ¡soy un inútil!, ¡un fracasado…! simplemente dice “ah, pues por aquí no era”, cierra ese camino y abre otro de inmediato. “Dulce hogar a veces” es un aire fresco en ese sentido y cuando se estrenó agradecimos mucho la sinceridad, porque nos dice “por ahí no, por aquí sí”. Pasajes como el del apagón y lo que Gil confunde con una vela en casa de su hermana nos resarce de cualquier sentimiento de planchazo o de ridículo que pudiera caernos encima, por suerte la tierra no se traga a nadie ni siquiera en un episodio así y la vida sigue riéndose de todas nuestras cuitas con su aplastante e ingenioso sentido del humor, sólo Dianne Wiest puede sostener una escena de ese calibre aguantando el sonrojo en medio del salón frente a la mesa de comedor con toda su familia sentada alrededor, incluidos sus padres y sus propios hijos, sin perder ni un ápice de ternura.
Tengo un truco infalible para saber si una comedia es buena, la vuelvo del revés y la imagino como drama y si funciona es que es magnífica, lo mismo ocurre a la inversa, en realidad lo que varía es el envase. En cocina se caramelizan muchos alimentos agrios y se salan y sazonan otros dulces sin que la materia prima cambie.
No me voy a extender en datos técnicos porque “Dulce hogar a veces” es una comedia clásica de contenido moderno perfecta en el estilo, en el ritmo, en el goteo de las sorpresas, en el sube y baja de las emociones, en la elección de los colores, de la música… en la hermosa fotografía de interiores -la cámara acaricia los rostros, las posturas, las ropas, los muebles…- y en la ambientación y decoración de las casas, cada una define a quienes la habitan. El arte y el oficio están tan garantizados que el espectador no piensa en ellos, no los advierte, al igual que no vemos transparentados los buenos cimientos de una casa sino sus acabados y su fachada, pero los cimientos están, ya lo creo, y bien firmes.
Ron Howard fue actor, y ese comienzo le hace colocar prioritariamente a los intérpretes que son quienes dan la cara y defienden en primera fila el proyecto, para ello nos presentó a todo el clan en una reunión familiar celebrada en casa de la hermana de Gil, Helen (la gran Dianne Wiest como ya adelantaba en renglones anteriores), después Howard fue separando cada una de las tres ramas del árbol -las familias que salieron del núcleo para hacer sus propios nidos- y las ubicó en sus hogares, en sus entornos íntimos y privados, y en cada uno de esos compartimentos estanco les otorgó protagonismo absoluto. En este film todos los artistas que están frente a la cámara son actores principales, desde el menor hasta el mayor.
Contemplar la escena en la que Frank (Jason Robards) -el patriarca- al fin se decepciona de su preferido y quimérico hijo Larry (Tom Hulce) es impagable porque muestra el desengaño tan sólo con la transformación del rostro, y la elocuente mirada, el espectador ve como los rasgos se tornan pétreos, los ojos se opacan y el brillo desaparece en un pantallazo irrepetible.
Observar cómo en aquel tiempo Howard ya incorporaba el alzheimer en el personaje de la abuela sacándole partido a la desinhibición inteligente que las enfermedades seniles conceden nos da idea del nivel de humanidad y de oído que este cineasta tiene, no se puede ser artista si no se sabe escuchar más adentro.
Ron Howard
Sólo por la escena que acabo de contar la película ya merecería la pena pero aún falta otra vuelta de tuerca puesto que uno de los regalos más suculentos que nos entrega es el de ver a los hijos, un plantel de actores de lujo en distintas edades que van desde la infancia pasando por la pubertad y la adolescencia y que curiosamente después han desarrollado carreras brillantísimas. Garry, por ejemplo, el hijo menor de Helen, un Joaquín Phoenix irreconocible tan rubio, frágil y dulce, Juli la hija mayor interpretada por Martha Plimpton, que ya hizo en ese tiempo de adolescente rebelde en “Cartas a Iris” junto a Jane Fonda y Robert de Niro, quien a buen árbol se arrima… no sé qué tiene que inspira a los directores, el caso es que se pasan la vida sacándola embarazada o con niño en brazos, la última vez que la vi como rutilante abogada en la serie “The Good Wife” también andaba por los pasillos de los juzgados con carrito de bebé. Bromas aparte recordaré que seguimos recibiendo de ella extraordinarias actuaciones en series de prestigio tanto dramáticas como cómicas. Y qué me decís del novio, Tod, un Keanu Reeves que prometía todo lo que nos ha entregado después, un kamikaze con capacidad para el cine de acción, el drama, la comedia y cualquier otra disciplina cinematográfica a la que aún no se le haya puesto título, sin duda el elenco adulto dejó una huella indeleble en ellos.
En cuanto a dichos adultos qué voy a decir de Steve Martin, es una de mis debilidades, me gusta muchísimo, y nunca me parece excesivo, el humor es muy personal y sincero y a cada uno nos cae en gracia lo que nos cae, y siempre me parece que está bien medido –en mi opinión se desborda cuando se tiene que desbocar y se contiene cuando la escena lo requiere- es espontáneo, seductor, tierno… y sabe rozar el patetismo sin perder la elegancia. Y con Mary Steenburgen me ocurre igual, es verla y me clavo a la butaca, me parece fascinante en todas sus facetas, su bella cara es un foco de luz que ha aumentado los vatios con el paso de los años. A Tom Hulce ya le habíamos visto en el 84 interpretando a Mozart en la magistral “Amadeus”, sobran las palabras. Es evidente, repito, que en esta película no hay papel pequeño como lo demuestra Susan (Harley Jane Kozak) la hermana menor de Gil, y su marido Nathan (Rick Moranis) al pobre sí que le toca el papel más desagradecido: el de petulante y odioso padre empecinado en hacer de su hija una superdotada incluso a costa de robarle la infancia.
No seguiré enumerando el magnífico trabajo de los demás niños –los críos no interpretan son el personaje- ni a la abuela tan divertida y liberal, ni a la madre de Gil, porque cuando la veáis comprenderéis por qué insisto en que en esta película no hay papeles menores ni secundarios, son piezas perfectas del puzzle, la madre que aparece muy poco en pantalla sin embargo es contundente, su escasa presencia basta para que veamos con cuatro pinceladas el modo tan machista en el que es tratada por Frank, su esposo, costumbre cotidiana y generacional que no por generalizada era menos despectiva, con apenas unas frases y dos o tres pequeñas entradas la actriz en su personaje de madre en sombra pero con enorme peso no reconocido dibuja a una familia típica de clase media estadounidense.
El film sin duda reúne mejor que otros el análisis contemporáneo de las preocupaciones que nos acosan y analiza partiendo del vértice familiar a toda la sociedad occidental. Los personajes pisan fuerte en el mundo exterior, tienen actividades laborales valoradas, Gil es ejecutivo, Helen directora de un banco, Susan profesora de universidad… pero ese barniz no les exime del dolor, en casa emergen las zozobras que en realidad mueven el mundo por debajo de lo público. No en vano en la película apenas salen los exteriores para que en todo momento se subraye que estamos viendo el interior, la intimidad, la introspección. Tal vez a estas alturas hayamos consumido mucho cine desmitificador del perfeccionismo familiar, incluso reiterativo hasta la saciedad y prolongado en las series escritas en clave de comedia de situación en las que se sobrevalora hasta la caricatura la naturalidad de las equivocaciones, pero no debemos olvidar que quizá la pauta la marcase “Dulce hogar a veces”.
Sería injusto que en una obra tan bien escrita no mencionase a los otros dos guionistas Lowel Ganz y Babaloo Mandel, porque según tengo entendido tuvieron la generosidad de prestarle muchas de sus experiencias personales al guión. La música es de Randy Newman el compositor de bandas sonoras y de controvertidas canciones, y la fotografía del oscarizado Donald McAlpine.
Deseo que nuestra sesión de cine-forum suscite un interesante coloquio sobre los hijos reflejándose en los padres como en un espejo, que hablemos del resultado de la predilección y el favoritismo, de la confianza o de la inseguridad, de las pequeñas o grandes decepciones, del despertar sexual, de las expectativas no cumplidas que nos impiden ver las que sí conseguimos, del amor y del abandono, de asumir la verdad aunque todavía seas un niño, de los nuevos comienzos, de las prioridades, de la conciliación de la vida laboral con la familiar… y sobre todo deseo que de ese matraz que mezclaremos entre todos con nuestras propias esencias destilen reflexiones interesantes para nuestras vidas.
Un abrazo, y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.

Pili Zori