"LA BUENA ESTRELLA", película de Ricardo Franco

Rafael es un carnicero que lleva una vida solitaria y triste –nos dice la contraportada del dvd- Una madrugada en la que se dirige a su carnicería, detiene su furgoneta para auxiliar a Marina, una muchacha a la que un tipo, Daniel, está apaleando. Rafael lleva a Marina a su casa y ella le habla de su infancia sin padres, de los orfelinatos que ha conocido, de la dura vida en la calle. Marina está embarazada de Daniel, Rafael le propone ocuparse de ella y del hijo que espera.
No es necesario saber -para añadirle más valor del que tiene la película en sí misma- que al año siguiente de realizarla moría este cineasta enorme, pero es inevitable darle ese carácter de herencia, de valioso legado. Ricardo Franco se fue dejando a medias el rodaje de “Lágrimas negras”, comenzó a encontrarse mal en el bar en el que junto a otros amigos además de su ex y de su hijo, estaba viendo un partido de fútbol, el del final de la copa de Europa, todos pensaron que su indisposición se debía a una bajada o subida de azúcar, padecía una diabetes severa que le dañaba la vista y el corazón recién reparado en el quirófano, finalmente no superó el infarto.
Nunca se sabe a ciencia cierta cuáles son los ingredientes biográficos que un artista presta a su obra de forma consciente o inconsciente, pero el espectador los nota, y en esta película el mensaje subliminal es constante y por tanto sus dos lecturas se reciben con igual intensidad. Que el film comience con la brutal visión de un matadero -cuyos operarios amputan miembros a destajo a las reses que giran colgadas y en cadena- es un símil de gran precisión: alguien que sabe que va a morir se siente de camino hacia el matadero, que la escena justifique la presentación del protagonista cuyo negocio es una carnicería no encubre el sentimiento de temor sugerido por debajo. Que le quite la visión de un ojo a la protagonista tampoco es gratuito. La impotencia en el film también refleja un sentimiento doble ya que no se localiza sólo en las ingles, tampoco la presencia del cura Paco (Ramón Barea) ni la súplica eutanásica están señaladas sin motivo, y no importa que la historia que Ricardo Franco nos narró esté inspirada en hechos reales porque en esa parte autobiográfica de la que hablaba antes también incluyo la forma de mirar, una se da cuenta de cuántas personas llevan gafas el día que sale de una óptica tras haberse graduado la visión, o cuenta embarazadas cuando a su vez se queda, o ve bastones y muletas cuando se rompe una pierna, por tanto fijarse en detalles o situaciones que te identifican también es una forma de entregar lo personal.

Cuando te sales de convencionalismos y la vida te coloca frente a una encrucijada es cuando se ve por tus reacciones quién eres; siempre he pensado que la bondad es un poder, creo que en este mismo blog lo he repetido más de una vez, si desgranamos los ingredientes de la palabra veremos que ser bueno, como lo es el protagonista de esta película, implica la empatía por el sufrimiento del otro, la predisposición a ayudar, el compromiso de la generosidad, un buen carácter, la valentía de la sinceridad con uno mismo y con los demás… en definitiva la bondad remite a la justicia y ninguno de estos ingredientes es sólo espontáneo, la amabilidad se cultiva. Para ser generoso hay que desprenderse a menudo del yo, del resentimiento -que tan lícito parece- del deseo de dar buena imagen… En innumerables ocasiones la bondad obliga a desmarcarse de lo bien visto, de lo socialmente aceptable, en resumen la bondad abre puertas a las que nadie llama y gracias a quienes las golpean con el aldabón podemos ver las cualidades de quienes tenían las suyas cerradas a cal y canto por el estigma de los prejuicios de los demás.
Los grandes actores han de ser buenos porque el ego no funciona jamás a favor de la historia ni del equipo y Antonio Resines en su papel samaritano que encuentra el amor cuando estaba resignado a no tenerlo lo demuestra con creces y disfrutaré redundando hoy porque a lo bueno te acostumbras y Resines es de esos actores que hacen que los demás miembros del elenco se sientan cómodos, escenas como el primer encuentro sexual al pie de la escalera, o en la que le vemos de espalda desnudo, sentado sobre la cama mientras Marina (Maribel Verdú) le va besando sin barreras ni recursos, lo demuestran. Él suelta luz sobre los otros, no la vampiriza para brillar más y al igual que el director, es un hombre sin vanidad y tal vez por ello Ricardo Franco lo escogió como alter ego porque Resines tiene la grandeza de los hombres corrientes que sin duda de corrientes tienen poco, (una vez una mujer me dijo: “Hay que ver tú pareces poco y luego eres mucho” sentí el elogio lleno de sinceridad como un dardo envenenado clavándose en mi sangrante orgullo. Con el tiempo sin embargo he aprendido a usarlo como recordatorio cuando se me suben los humos). Los actores españoles saben que su buena estrella es la película no el trabajo individual y suelen ser personas humildes que obedecen y sigue las pautas del director vaciándose de sí mismas, por eso se admiran mutuamente entre sí y el trabajo del otro es su estímulo.
Rafael hará que nos replanteemos de nuevo el debate sobre la hombría y sobre dónde se halla ésta en realidad.

Daniel (Jordi Mollá) está sublime en su papel ambivalente que muestra al espectador la vulnerabilidad que se oculta tras esos ojos transparentes y no es fácil mantenerlo al mismo tiempo que también enseñas la astucia de quien no se fía ni de su sombra. Daniel le nuestra al mundo que es el resultado del abandono, en eso se convierte un crío de hospicio menospreciado y devuelto, en la espada del diablo, hasta que alguien que no pertenece a su submundo apuesta por él. El trabajo de Mollá es una labor de perfiles poliédricos que requiere un facetado sutil de brillos y sombras en el rostro y en los gestos rápidos y fugaces como cuando corre tras Rafa hasta el bar para no quedarse a solas con Marina mostrándole así su lealtad al carnicero o cuando la ve en lo alto de la escalera y se olvida del mundo para exclamar lo guapa que está y que parece una reina dejando en el aire la fuerza del vínculo irremediable, y después cuando lo vemos en la cárcel destruido…
Y de Maribel Verdú qué voy a decir, es la reina del cine español y mira que hay actrices buenas, pero su falta de divismo a menudo ha hecho que pase inadvertida tras la estela menos humilde de otras.
Saber escoger de antemano a los actores idóneos también es un don, creo que para los tres hubo un antes y un después tras interpretar esta película. Quedaron consternados al enterarse de la noticia del fallecimiento de su amigo y estoy convencida de que hasta la despedida de Ricardo sirvió para dejarles como un tatuaje escrito el verdadero significado de entrega que tiene su profesión. Ahí queda para siempre Marina, la valerosa muchacha que con determinación decidió que precisamente porque a ella la abandonaron nunca desampararía a sus hijas, la chica que siempre se regía por su propia ley explicándonos de forma rotunda y convincente por qué sí se puede amar a dos hombres a la vez: “…sí se puede, a mí me pasa” nos dice en la película. La chica que llena de luz la casa de sus sueños, y a Rafael de alegría, que le demuestra al mundo su honradez con su huevo kínder, ese milagro de bondad del que vengo hablando durante todos estos renglones se resume especialmente en ella.
Sólo me queda decir que la magnífica fotografía es de Tote Trenas, una caricia próxima que favoreció con los planos cortos y medios, no sólo la delicada visión del director también la nuestra. Los colores escogidos, cálidos y suaves anaranjados y amarillos, crearon hogar en la casa de un solitario y contenido hombre que había asumido vivir sin amor a causa de un accidente laboral que le dañó los testículos.
La conmovedora música que tan bien recalca la felicidad y la tristeza en todos sus matices estuvo a cargo de Eva Gancedo.
El perfecto guión lo escribieron Ricardo Franco y Ángeles González Sinde.       
“La buena estrella” hay que verla muchas veces porque te recoloca cuando te pierdes por los vericuetos del rencor y del resentimiento.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

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