"El olvido que seremos", de HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

El padre de Héctor Abad Faciolince murió asesinado el 25 de agosto de 1987 en pleno centro de Medellín frente a la oficina de Defensa de la igualdad social y de los derechos humanos que él mismo fundó. La vida -a menudo con tinta roja- escribe los guiones y metáforas más perfectos, la sangre no tiene otro color, los narradores tan sólo nos limitamos a imitarla con tosquedad y torpeza, ella es delicada cuando trata el amor y más fina y elegante todavía en la tragedia, otra cosa es que nosotros, pobres mortales, sepamos leer e interpretar con hondura lo que con tanta nitidez y tan claramente nos expresa:
Los asesinos paramilitares del prestigioso médico le vaciaron en el cuerpo pacifista y desarmado las balas de dos cargadores. En el bolsillo interior de su chaqueta americana -o saco como a los colombianos les gusta nombrar a la prenda- el que está pegado al corazón había una lista con los nombres de todos los amenazados entre los que se encontraba el suyo y arropándola un poema que decía así:

Ya somos el olvido que seremos
El polvo elemental que nos ignora
Y que fue el rojo Adán, y que es ahora,
Todos los hombres, y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
La obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte, y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
Al mágico sonido de su nombre.
Pienso con esperanza en aquel hombre
Que no sabrá que fui sobre la tierra.

Bajo el indiferente azul del Cielo
Esta meditación es un consuelo.
J.L.B.

En otro de los pisos del edificio trabajaba su esposa en el despacho de la pequeña inmobiliaria que ella misma creó, tal vez para que los ideales y objetivos de su marido no se vieran entorpecidos o frenados por las obligaciones familiares ya que tenían cinco hijos, y él la desprendida costumbre de repartir el dinero que ganaba entre desfavorecidos. O por el deseo propio y legítimo de considerar su trabajo tan importante como el de su marido y compartir  así la responsabilidad de ser tan cabeza de familia como él. El autor no nos muestra la voz de su madre, ni si ella era satélite del astro, o protagonista absoluta de su vida, eran tiempos de roles con luz pública para el hombre y sombra doméstica para la mujer, pero siempre hubo resquicios por donde escapar para enmendar la plana a las imposiciones.

Cuando Cecilia Faciolince bajó para recogerle del suelo junto a su único hijo varón sacó cuidadosamente del anular de su marido la alianza y se la introdujo en el dedo femenino junto a la suya. La imagen se explica por sí sola.
Leer este in memoriam, réquiem, homenaje, testimonio, documento… me ha conmovido y removido no sólo en el territorio de lo social y en el de la historia actual de Colombia, además me ha hecho repasar mi relación con mis padres, mi comportamiento como hija y también como madre.
Las 274 páginas de esta obra son un exorcismo, una extirpación dolorosa sacados de lo más profundo de las entrañas. Un balance vital que a Faciolince le costó dos décadas de distancia para poder emprenderlo. El  leitmotiv que le empujó a hacer dicho cómputo fue el coraje y la herida que sentía al ver cómo los asesinos –el autor aún no sabe quiénes fueron en concreto los de su padre- los sicarios, los verdugos… proliferaban y aparecían protagonizando la literatura de su país, “esos pobres chicos armados hasta los dientes que han caído en esa trampa” –se sobreentiende que entrecomillo y lo expreso como ironía amarga- mientras las víctimas como este padre (cuyas únicas armas fueron la palabra, el libre pensamiento y la fe en la educación y en la cultura, en el buen reparto de la riqueza y la sed de justicia) morían a manos de la ignorancia más cruel y cerril sin que los asesinos por encargo supieran que Héctor Abad Gómez era el hombre que había propiciado que se construyeran acueductos para que el agua llegase a sus pueblos de origen y que seguramente las propias familias de esos matones pudieron así conocer la dignidad del potable y transparente líquido, de la salud y de la higiene, que ese experto en medicina preventiva y catedrático de universidad prefirió la calle a la aséptica consulta acomodada y particular, y su amado país al exilio, ese médico que eligió ser rural profería frases como éstas: “Sin alimentación ni siquiera es verdad que todos nacemos iguales pues esos niños vienen al mundo con desventajas.” O las palabras que leemos en la página 68 recordadas por su hijo y escritor de esta obra que sin ser ficción no deja de ser una hermosísima e insólita -por inclasificable- pieza literaria: “Todo el que hiciera despertar y participar a los pobres era considerado un activista peligroso que ponía en riesgo el imperturbable orden de Iglesia y sociedad. Cuando pocos años después los barrios de Medellín se convirtieron en un hervidero de matanzas y en un caldo de cultivo de matones y sicarios la Iglesia ya había perdido contacto con esos sitios, al igual que el Estado. Habían pensado que dejarlos solos era lo mejor y al abandonarlos a su suerte se convirtieron en sitios donde como maleza surgían hordas salvajes de asesinos”. Más adelante en la página 95 nos dice: “Todo fundamentalismo era para él pernicioso y no sólo el de los creyentes sino también el de los no creyentes”…
Podríamos continuar sin parar porque todo el libro es subrayable. Pero como ya he dicho en renglones anteriores no deseo que  mi análisis pueda parecer demasiado social porque la novela –me voy a permitir llamarla así- es un hermoso recorrido por un tiempo de historia reciente contada desde el ámbito doméstico que siempre es el que abre el mejor plano para conducirnos desde lo íntimo y privado hasta lo público, y dicha intimidad familiar te arranca risas y también llantos inconsolables porque el autor consigue del lector una proximidad abismal que le lanza dentro de las páginas y le hace en el paisaje junto a él, junto a todos ellos, y les oyes respirar y ves casi en lenguaje cinematográfico lo que ocurre por fuera, pero gracias al literario te adentras en el corazón de ambos protagonistas en esa trinidad tan compleja de padre, hijo y narrador, o en esa bicefalia en la que quien escribe es juez y parte.
No es fácil afrontar la tarea emocional de hablar de tu padre, el escritor quería también contrastar, ya que la literatura universal es profusa en relaciones dañinas con el progenitor, tales como “Carta al padre” de Kafka, “Las correcciones” de Jonathan Franzen, “Patrimonio” de Philip Roth… y esos desencuentros casi se han convertido en un tópico. Su relación sin embargo estuvo llena de amor. Aunque en este punto me gustaría compartir que aunque me haya encariñado con el padre a mí quien más me conmueve es Héctor Abad Faciolince, porque desde niño tuvo una mirada agradecida que otros hijos en las mismas circunstancias y recibiendo igual educación no tuvieron. Por fortuna se dieron en aquella generación de hombres y mujeres cabales, honestos y comprometidos enseñanzas parecidas que muchos hijos sin embargo tomaron como si fuera lo más natural de mundo y por tanto no las supieron apreciar del mismo modo. A veces tenemos el defecto de atribuirnos méritos que nos han legado, otras olvidamos indicar la autoría de quienes nos los han entregado, profesores, hermanos, amores, amigos… pero aunque hay menos ejemplos de padres admirables y buenos en literatura alguno queda, la figura de Héctor Abad remite a la de Atticus Finch, el padre de la escritora Harper Lee y protagonista absoluto de su novela “Matar un ruiseñor”.
Pero a diferencia de la segunda, “El olvido que seremos”, sí sabe salir de la mirada admirativa de la infancia para entrar en la pubertad, adolescencia, juventud y madurez ejerciendo esa parte psicoanalítica y de enfrentamiento con los demonios interiores de las contradicciones, juicios y prejuicios sumarísimos que a la edad de abandonar el nido se tienen. Es el tiempo de ver al padre como persona y como hombre, de sentir la evolución y desarrollo del amor que le profesas desde niño -etapa en la que se le adora sin poner nada de él en cuestión- para pasar sin apenas transición a la adolescencia, temprana o tardía, en la que se necesita crecer contra él para poder volar. Duele tanto el empujón para ambos… Es el tiempo de aprender que la admiración se puede sentir en plano de igualdad y a la misma altura de los ojos, que somos poliédricos y personas facetadas antes que padres o hijos. Y comprenderlo lleva su tiempo porque el amor tiende al imán y el amor escuece y provoca rozaduras y por ello es necesario el desprendimiento y cuesta encontrar la distancia adecuada.
Como lectora sin embargo pude apartar un poco la carga tan potente de heroicidad del padre dada su injusta muerte, y extrapolando imaginé que debía ser difícil para el hijo de un hombre tan prestigioso y relevante tener luz propia y dejar de sentirse satélite, los hijos de… Pensé que en todo comportamiento hay un yin y un yang, que en el exceso de virtud a veces se esconde el deseo de destacar, de sobresalir y que es humano, que el padre también cometió errores absolutamente perdonables en lo público y en lo privado, ya que es fácil desde la perspectiva del tiempo saber que apoyaste cosas que luego fracasaron, que te dejaste adular por necesidad de pertenencia, nadar contracorriente es agotador igual que adelantarte a tu tiempo y a veces se necesita un remanso, pero quien se implica en la vida se mancha y mientras algo está sucediendo no sabes cómo se va a desarrollar. A los librepensadores siempre se les acusa de tibios, de estar fuera de la grey, porque no son seguidores ni sectarios, tal vez por ello al doctor en medicina Héctor Abad Gómez le gustaba tanto el cineasta Luchino Visconti que padeció ataques desde el mundo aristocrático al que pertenecía y también desde el proletario al que defendía.
Imagino que el autor, al escribir, se movió en un delicadísimo terreno en el que quiso conjugar el derecho a su memoria sin manchar la de su padre, pero siendo honesto para no omitir, para no caer en el sentimentalismo, para no desequilibrar la balanza poniendo sólo lo bueno en un plato y que tendría miedo de que la novela a su padre si viviera no le gustase porque somos subjetivos, es una condena la subjetividad, y tendemos a rellenar los huecos de la información que nos falta con lo imaginado y me dije que al final tanto Kafka, como Roth, como Franzen, como Lee… al intentar hablar de sus padres terminaban hablando de sí mismos, y que en legítimas zonas oscuras escribir esta novela no le habría supuesto sólo extirparse un dolor sino quitarse también un poco la carga y el peso del enorme afecto para poder mirar desde una individualidad a la que también se tiene derecho, sin que todo el amor que sientes hacia tu padre, o hacia tu madre se menoscabe. No se trata de desmitificar por sistema, pero es necesario dividir la célula para poder tener tu propia identidad y ese desprendimiento es duro para ambas partes, padres e hijos.
Sí que me planteé sin embargo por qué sentir predilección por un hijo es algo que todos admitimos como malo y vergonzoso y en cambio que un hijo diga que prefiere a su padre o a su madre no se censura. Creo sinceramente que es un concepto revisable si después se nos llena la boca de justicia. Y sí es un reproche que le hago al autor por decir abiertamente y en cualquier parte que le quiso más que a su madre. No hace falta que nos la describa para saber que en su contexto y en el tiempo en el que le tocó vivir muchos de los méritos de su padre se sustentaron gracias a los cimientos de su mujer. A las personas idealistas siempre las acompañan y protegen los seres prácticos que a su vez tienen sueños que a menudo aparcan.
En un pasaje H. A. Faciolince se califica de cobarde, ¿por qué? ¿Porque no reaccionó para salvar a su hermana cuando estuvo a punto de ahogarse? ¡Era un niño que no comprendió lo que pasaba!, a partir de ese día estoy segura de que si alguien se cae a una piscina, lago o río y da muestras de ahogo Faciolince se tira de inmediato a por él o a por ella vestido. ¿Cobarde porque no ha ido a matar a los asesinos de su padre con una navaja?, ¿porque no ha tenido sed de venganza? Ese calificativo me enrabia porque estoy harta de que aún –se supone que hemos alcanzado un grado alto de civilización- nos movamos entre conceptos tan primitivos como el de debilidad o de fuerza, el de hacerte valer demostrando que en caso necesario exterminarías y que si no muestras los colmillos te toman por tonto y abusan de ti. Hay una clase de valentía que se ve que aún no está incluida en las enciclopedias de papel o en las virtuales y es la de que antes de matar prefieres morir. Hasta quienes se juegan la vida por ti han de tomar sus precauciones para no perderla y evitan dar muerte a otro procurando capturarle para ponerle en manos de la justicia. Hay que señalar al abusón y aplicarle la ley recordándole que los derechos precisamente son para todos y que nadie debería tener que defenderse viviendo en sociedad si las leyes se asentasen en la bondad, alcanzar la bondad conlleva mucho trabajo y está por encima de la sabiduría. Tan sólo hay un binomio para conseguir una vida en paz: perdonar y amar, y por supuesto no eliminar la tristeza.
Sólo un episodio se me quedó a medias de entender: que su padre llevara a Héctor a ver “Muerte en Venecia” tres veces. No sé si queriendo o sin querer asocié tres claves: 1- el ejemplo que pone sobre el cubo cuyas caras se ven desde distintos ángulos, pero el lado que no se puede contemplar desde ninguno es el que está apoyado a no ser que lo levantes, 2- el pasaje de las dudas sobre la orientación sexual del chico, y 3- los cajones que el hijo abrió en el despacho del padre cuando éste murió. La verdad es que no sé si es una mosca en la leche que se presta a la especulación porque el escritor no termina de desvelar, o un retorcimiento mío, lo segundo es más probable, pero sigamos con la elucubración. Una explicación podría ser que le quisiera demostrar sin decírselo que Visconti exaltaba en esa película la belleza sin más, y que era normal admirar tanto la masculina como la femenina, para que él no se armase un lío con sus tendencias. Pero no olvidemos que el cineasta era homosexual y por tanto la fascinación por el efebo aunque platónica bien podía tener esos tintes, tal vez el padre desconocía ese dato en aquel tiempo, no obstante no puedo evitar que el hecho de que le llevara tres veces a ver el film me choca, y tampoco se desvela lo que el hijo ve al levantar esa especie de tapa de Pandora a la que se refería con la cara oculta del cubo.
La verdad es que a mí me da exactamente lo mismo que cualquiera de los dos fuera heterosexual, homosexual, bisexual… su intimidad y su búsqueda de la felicidad no varían para nada el maravilloso concepto que tengo de ambos, y de sus obras, tampoco le agranda a mis ojos la heroica muerte, le habría admirado igual si siguiera vivo, tanto como admiro a su valiente y humilde hijo por el desnudo anímico que tan generosamente nos regala. Hace tiempo que sé que sólo es valiente quien consigue hacer de su vulnerabilidad su fortaleza. Hace tiempo que me enternece la gente con dudas sobre cualquier cosa porque del conflicto interno nace la luz. Y es bueno tener contradicciones, y también que te contradigan. Y hace tiempo que también sé que los ríos no fluyen rectos y que sus curvas y meandros te ofrecen mejores vistas, por ello no es retorcido quien da vueltas a sus asuntos sino menos simple.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"Metropolitano", de DIEGO BRIS

He terminado esta extraordinaria novela que me ha acompañado durante todo el verano. Tomé el tren junto al joven protagonista Leopoldo Aguilera y  su hermano Julio, con la misma fascinación que experimentaba en mi infancia: la de quien parte hacia un deslumbrante país extranjero: ¡Oh Madrid!
El autor nos traslada a 1917 año en el que Leopoldo y Julio dejan atrás su corto pasado, las agotadas minas de plata de Hiendelaencina y a su madre en pos de la prometedora prosperidad: se disponen a trabajar en la construcción de la primera línea del metropolitano Alfonso XIII.
El autor ha construido una sorprendente simbiosis a caballo entre la crónica, la novela histórica, negra y de suspense… y lo ha hecho de una sola pieza, sin ensamblajes ni cuñas, el libro fluye desde la primera página hasta la última sin perder ni el pulso ni el tono ni la composición elegidos a los que es fiel de principio a fin sin permitirse un solo recurso, una sola trampa. El gotero de los elementos sorpresa no caen donde el lector espera, por tanto la trama no es en absoluto predecible en ningún momento.
Diego Bris conduce al lector sin hacerle concesiones para que no adivine lo que a continuación va a ocurrir y su firmeza satisface profundamente al llegar al desenlace y compensa la impaciencia y las especulaciones que le han ido surgiendo durante el recorrido.
“Metropolitano” además de su bello aspecto costumbrista tan bien ubicado en espacio y época, es una balada triste, el canto a una ciudad y a un tiempo convulso que el autor sabe retratar con nitidez, tanta que a veces su claridad escuece, (más adelante explicaré mi experiencia al surcar las páginas de esta obra, me gusta que los libros me remuevan, metan las garras en mis contradicciones, en definitiva busco que me transformen) pero sobre todo es un homenaje a los seres anónimos que osaron penetrar el útero húmedo de la tierra.

La novela me remitía a “La ciudad de los prodigios” por el espíritu de progreso, y también a “Los pilares de la tierra” aunque traten asuntos distintos, pero las tres tienen que ver con la construcción de futuro y la creatividad técnica, científica y artística añadiendo lo más importante: el factor humano. Este verano pude ver en Vitoria dichos pilares en la desnudez y el esqueleto de la catedral vieja y comprendí por qué Ken Follet se inspiró en ella para escribir la segunda que he nombrado y su secuela pasados los años. En el exterior del gran templo se encuentra una magnífica escultura de él que perdurará más allá de su vida como lo hacen las grandes obras de los hombres, quién sabe si algún día en la estación de Sol se elevará la de Diego Bris por la misma razón. De momento bastará con que la novela juegue a ser redundante dentro de los vagones y que viaje aleteando como un gorrión entre el hueco de las manos de muchos viajeros que hasta ese instante no tendrán conciencia del sacrificio y la honra que le debemos a aquellos trabajadores que vivían enterrados bajo tierra por un jornal mísero.
Por algo decía Julio Cortázar que las mejores cosas de la vida –no cito textualmente- le habían ocurrido dentro del metro, leed si podéis “Manuscrito encontrado en un bolsillo”, es una preciosidad. También yo arranqué mi novela “Hija de…” con ese viaje interior de inmersión hacia el corazón de la tierra en el que la protagonista entra siendo una y al emerger del túnel ya ha hecho su particular exorcismo convirtiéndose en otra persona muy distinta. Y es que el metro siempre es una metáfora diría que de purificación como lo fue para Lucía y Leopoldo.
A los escritores no nos agrada –aunque seamos comprensivos- que se nos valore sólo por el rigor documental ya que ese arduo trabajo se presupone. Es por la capacidad de imaginar, de colocar vida donde antes no la había por la que deseamos ser apreciados. Los historiadores nos nutren, y “Metropolitano” en el terreno de los datos es impecable, no sólo en los históricos, también en los técnicos y científicos, pero sin duda no es ése su único valor, lo difícil es crear la atmósfera, el ambiente en el que el lector pueda introducirse caminando a sus anchas… Bris tiene un oído social agudísimo, pero lo que da una vuelta de tuerca es que además esa capacidad de escucha es histórica, cuando el lector oye el modo de hablar de los personajes que en sí mismo encierra la forma de pensar de aquel tiempo concreto, sabe que el lenguaje es exacto, y que suena a referido de tan real.
Diego Bris no ha creado arquetipos ni consabidas fronteras entre el Madrid palaciego, el del norte con sus barrios obreros y el periférico con su lumpen. Las líneas de separación las dibujan los olores de tabernas pobres y los de los cafés ricos, las axilas obreras transpirando mineral oscuridad y tierra, el vino peleón tamizado por alientos pendencieros, el aroma a limpio de las casas femeninas y humildes, el de cera para el suelo y de pulimento de plata en las mansiones opulentas… esos son sus tabiques, su estructuración.
Mientras leía esperaba que los sentimientos de Leopoldo hacia Lucía, la novia de su hermano, fueran el punto álgido, deseaba escuchar el monólogo interior ambivalente y cainita, pero como os decía en renglones anteriores, no era ese el tono que el escritor había elegido ni la parte principal ni el latido de la novela, aun siendo muy importante, Diego Bris podría haber introducido en ese sentimiento triangular las emociones, pero no quiso, porque toda la carga, la potencia inesperada está en la vital, carnal, alegre y bondadosa Lola y en cómo la desfigura el Topo. Y es precisamente esa injusticia hacia el chivo expiatorio, hacia la inocencia la que arranca las lágrimas del lector, el detonante que separa los bandos y que hace cruzar el umbral de dos hombres buenos, Federico y Leopoldo.
Durante muchas páginas anduve debatiéndome en un mar de dudas, me dolía lo que consideraba ataques al sindicalismo, “la lucha obrera no es una cuestión de temperamento encendido, ni resentido” –me decía- “ni sinónimo de delincuencia, ¿de qué va el escritor?”, Julio no me disgustaba. Y entonces me di cuenta de que yo extrapolaba y trasladaba la idea desde un tiempo turbulento a otro posterior en el que quienes recibían los golpes y las refriegas eran los obreros. Cada época es resultado de la anterior y si ahora somos pacíficos es porque en el pasado no lo fuimos. También tuve que recordarme que nunca he sido partidaria de la lucha armada, y que en 1917 llevaba pistolas demasiada gente, me perturbaba tanto lo que me estaba sucediendo con la lectura que incluso lo compartí en casa de inmediato. Me recordaron que siempre habrá oportunistas que aprovechen en su beneficio los ideales o la lucha legítima de otros para lograr sus fines y de nuevo me aferré a la frase que desde tiempo inmemorial me digo a mi misma: “No es lo mismo luchar por odio al patrón que por amor a la libertad” y me sosegué, el hecho y el resultado son los mismos, pero no así el motivo, y los motivos importan y también por ellos los conoceréis aunque Jesucristo dijera que por los hechos. A veces buenos hechos ocultan muy malas razones y viceversa. De nuevo estaba siendo impaciente porque al llegar al final el autor pone en su sitio a todos y es más que justo en el reparto y devuelve la dignidad a quienes les fue usurpada. Así que concluí que el punto de vista de Leopoldo era el apropiado ya que su falta de compromiso al comienzo le da una mirada imparcial.
Diego Bris fue transgresor desde el principio concediendo un carácter liberado a Lucía, la bellísima muchacha que no pudo cumplir sus sueños de cantante y que admiraba a La Fornarina, la cupletista que coleccionó triunfos y amores y en alguna etapa de su vida ejerció la prostitución. Lucía se dedicaba a “servir” en el palacio Xifré al Duque del Infantado y amó a los dos hermanos Aguilera en una transición sin estridencias propia de los espíritus libres. Leopoldo, el chiquillo de 18 años, el antihéroe que pierde la inocencia el primer día que pisa Madrid al ser robado, tampoco responde a ningún arquetipo, delgado, enclenque, poco amigo de líos y sí de libros, muestra finalmente más fortaleza, dignidad y hombría que todos los demás. Y sin embargo cuando ya sales de la hermosa narración por la última de sus páginas comprendes lo bien elegida y a propósito que está la coral de personajes con los rasgos físicos y anímicos tan perfectamente pincelados, el padre Fermín, por ejemplo, a quien le presupones adhesiones que no tiene, no es bueno generalizar ni etiquetar ya que en un tiempo anticlerical en el que la Iglesia como institución solía posicionarse al lado del poder. Él sin embargo ayuda a los justos sin reparar en si también los considera así la ley. Otra de las gigantescas sorpresas es el inspector Adolfo Villar: quien lee –al menos así me ocurrió- no sabe si calificarle como luchador anarquista o como corrupto. En cualquier caso sus fines no justifican sus medios y la manipulación que ejerce queda patente y a la vista.
Diego Bris, al igual que Leopoldo no juzga, se limita a reflejar, y en otro de los pasajes en los que me parecía que asociaba a los indigentes con vagancia y acomodo tuve que decirme que Sócrates, el vagabundo que dormía en la parroquia del Padre Fermín, era su igual, era su amigo, así que el prejuicio era mío ya que si a mí me metieran en el barrio de las Injurias difícilmente me movería por él tranquila, cosa que ellos sí hicieron. Tampoco Leopoldo miró nunca con desdén a Horacio Santi el escritor alcoholizado por la absenta que a menudo se ponía en evidencia en medio de la taberna, y de algún modo tras mi autorreproche vi la transparencia por la que asomaba el propio autor y a través de ella su bondad, esa misma pátina de respeto que recorría a ese elenco de parias de la tierra que juntos daban una lección de humanidad al resto, del que no me excluyo. La recomendación que le hace Lucía al Duque cuando le sugiere que haga una visita al capellán del hospital de Maudes “Le pondrá al día de la vida que pasamos la gente llana. Escúchelo, se lo ruego” vuelve a reiterar la lección de respeto que nos dan, si tenemos en cuenta que devuelven un saco lleno de joyas que les habría resuelto el resto de su existencia.
El autor cierra con enorme lirismo los círculos: el protagonista llega a Madrid con 65 pesetas, caudal que le roban, y termina con 65. Nada le debe a la ciudad en la que no se quedaría ni por toda la plata del mundo. El canto como decía al comienzo es una balada triste empapada de tragedia, y las pérdidas no son sólo físicas, el lector decidirá si se trata de derrota o de una fulminante crítica social además.
Para finalizar elegiré dos pasajes de nuestros protagonistas. Uno de los fragmentos lo exclama Lucía la primera vez que ve las obras del metro por dentro:
Parece un palacio moro enterrado en una tormenta de arena”
El otro lo pronuncia Leopoldo. En mi opinión define el leitmotiv de esta gran novela cuya riqueza de lenguaje es más lujosa que las joyas de la saca que Lucía y Leopoldo devuelven incluido el toisón, nos servirá como broche para la despedida:
“La memoria sólo escoge a los triunfadores, al resto los amontona sin nombre ni respeto en las fosas comunes de los cementerios”.
Creo que a partir de esta novela cada vez que tomemos el metro agradeceremos el sudor, el sacrificio y el esfuerzo que se halla adherido a las paredes de cada túnel, de cada estación. Porque así es como se escribe nuestra verdadera historia.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro.


Pili Zori

LAURA GALEY (Fotógrafa)



Laura Galey
Lo más autobiográfico que tenemos es nuestra forma de mirar los trocitos de vida que elegimos dentro del inmenso espacio que nos circunda. Y es precisamente en esos fragmentos de universo donde colocamos el foco, y dicha elección nos otorga identidad.
Escogemos las líneas que seguimos con los ojos: la de nuestro horizonte particular para obtener calma y sosiego, o por el contrario ese trazo vertical que nos repasa y eleva el espíritu, columna firme de apoyo. Después nos detenemos, encuadramos mentalmente y con ambas rayas, horizontal y vertical, dividimos nuestro lienzo de aire, luz y figuras en el paisaje, en tres trozos de lado a lado y otros tres de arriba abajo. Así es como formamos los puntos de intersección, apenas seis parpadeos bastan, uno para cada tercio. En esos cruces visuales creamos espacios con nudo fuerte, y dentro de ellos encontramos objetos, personas, ideas, y sentimientos que cobran la máxima importancia. De modo que aunque vayamos acompañados a un mismo viaje los planos de detalle, los de conjunto, los generales, los primeros, los medios, los americanos… serán distintos para cada uno de los viajeros, y sólo la certeza del objetivo de una cámara fotográfica dejará constancia de la hermosa diferencia que convierte en únicas nuestras miradas y por tanto los recuerdos. Pero no olvidemos nunca que antes de disparar ya habremos hecho la foto.
Tras repasar los renglones anteriores podría parecer que -sutilmente y con trampa- he buscado el modo de  mostrar los rudimentos básicos de la fotografía de forma análoga a la mirada. Pero resulta que no basta con elegir, enfocar y disparar porque hay una opción más de la que no he hablado, y es de esa otra vuelta de tuerca, la que permite salir y escapar de encuadres, técnicas y tercios a la creatividad, aunque se sustente bien en ellos. Con esa pasada de rosca el arte puede emprender el vuelo, y ahí es donde me propongo entrar honradamente y con mi propia herramienta: la escritura. No quiero ser una advenediza en territorio artístico ajeno. Y aunque sea con torpeza de simple espectadora y sin conocer los vericuetos y dificultades del camino, mi intención es penetrar en el mismísimo núcleo de quienes se alían con la luz.
Los artistas de la luz saben que es ella quien nos dibuja, nos crea, nos muestra y no al revés como pretenciosamente creemos al afirmar que la estamos recortando con las siluetas de nuestros perfiles, contornos, figuras... Sin luz nos hacemos invisibles.
Laura Galey lo sabe y la luz al sentirse comprendida se entrega a la artista en claro oscuro, a menudo fuerte e intensa en sus contrastes, en otras ocasiones suave y difusa, sin ella no existen los colores, las texturas, la calidez o el frío. Aunque a veces la luz también le abre su corazón de sombras.
Laura se coloca entonces para recibirla en forma de cenital lluvia o para resistir el golpe o la caricia cuando el haz acude lateral, también para que suba por los tobillos e incluso juegue donde no debe como una niña sin pudor, y la delicada fotógrafa respeta su fulgor natural sin retocarla, sin añadirle o quitarle luminosidad, y ella a cambio y en simbiosis le regala sus secretos más íntimos y todos los símbolos y bellas metáforas que posee para que con ellos componga la mejor historia.
La primera vez que pude contemplar parte de la obra de Laura Galey me impactó tanto su mirada, su capacidad para ver de una sola vez hasta los pliegues más recónditos del alma humana que tuve una sensación hipnótica. De inmediato me remitió a la fotografía de Néstor Almendros, el director que rogaba a las actrices que no tomasen el sol para que la luz tuviera huecos en los que poder agarrarse para subir, para trepar, para bajar, para envolver… Me evocó la de José Luis Alcaine, la de Seamus McGarvey… grandes cineastas retratistas del interior, y decidí que la fotografía de esta joven autora mostraba con exactitud la diferencia entre la verdadera belleza y la estética.
Galey tiene el privilegio de sabernos contemplar como si nuestra piel fuera de cristal transparente y de penetrar en lo anímico con dulzura, sin invadir… Además los textos literarios con los que acompaña las fotografías, propios y ajenos, me conmovieron por completo ya que no me agrada la separación de las artes por compartimentos estancos, la vida es una maravillosa intercontaminación y todas las disciplinas se nutren entre sí, y el arte busca caminos y le importa poco el instrumento que utilicemos para que pueda expresarse.
Otra premisa falsa es la de creer que el talento nace dentro de nosotros para darnos ese toque de sobresaliente distinción. Megalomanía no nos falta. No, el talento tiene un carácter felino, y ya se sabe que los gatos eligen a quien amar y no a la inversa aunque creamos que sí. Así que a esta joven artista debió de adoptarla una camada dado el desbordamiento de su lírica.
Su trabajo parte del origen, de la matriz, del génesis. Galey es transgresora sin pretenderlo porque la libertad es su esencia, pero sus maternidades son distintas, insumisas, felices… El voluminoso vientre desnudado por el viento que convierte en alas las sedosas ropas que lo cubrían mira con desafío y sin saberlo a generaciones que lo escondieron, y ese canto tiene voz femenina y por sí mismo se reivindica en la piel de mujer turgente y liberada.
Sólo he tenido contacto visual con ella una vez y en el azul de sus ojos a pesar de mi presbicia pude observar cómo se ponían en marcha cual multitud de facetas las estrellas con las que mira y podría decir sin riesgo a equívoco que tuve la suerte de ver como componía. Es una bella mujer que está dando una lección al romper arquetipos.
Para despedirme utilizaré sus propias palabras, las que acompañan a su impactante fotografía “Luces y sombras sobre tu cuerpo”:
“Una obsesión, una forma de vida, luces y sombras en todas partes porque la vida es una transición de momentos llenos de luz y energía y momentos oscuros en los que no ves más allá.
Al contemplar las tinieblas experimentamos el sentimiento de que el aire en esos lugares encierra una espesura de silencio, que en esa oscuridad reina una serenidad eternamente inalterable, mágica.
“Ver y apreciar la belleza natural y expresarla en forma de fotografía es uno de los objetivos principales de mi proyecto personal”.

Creo que el verdadero artista ha de ser valiente. Laura Galey se atreve a contemplar el corazón de las tinieblas sin salir huyendo, y la blanquísima luz del esplendor tampoco le produce ceguera.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori.

P.D. Podéis visitar a Laura aquí:
http://www.naturalandnaked.com/
http://lauryngoodshot.blogspot.com.es/


ooOoo

Entrevista a Laura Galey:

Buenos días Laura, es un placer tomar contigo un café virtual, y que las preguntas y respuestas viajen desde tu e-mail al mío en esta anticuada pero hermosa aventura epistolar. Las cartas son bellas e interactivas, permiten la reflexión, ir hacia atrás, hacia delante, parar... y entonces la palabra escrita adquiere una dimensión más precisa y honda en este tiempo de prisas e inmediatez impuestas. 

P.- Comenzaremos por la pregunta de rigor ¿Cómo y cuándo se inicia el idilio entre la cámara y tú?
R.- Buenos días Pilar, en primer lugar me gustaría darte las gracias por esta entrevista es un placer poder abrir mi corazón a ti y a tus lectores.
Mi aventura con la cámara comienza hace 10 años cuando mi pareja me regaló una cámara réflex, nunca antes había tenido una cámara de fotos, y la que tenían mis padres sólo se sacaba en vacaciones y fiestas y sólo la usaba mi padre. Era ese objeto que siempre quieres pero nunca te dejan y hace que sea más deseado. Así que en el momento en el que pude tener una cámara en mis manos, comencé a experimentar, a probar, y poco a poco me fui enamorando de la fotografía.

P.- ¿Cuándo y por qué eliges la fotografía como el mejor transporte para expresar tu creatividad?
R.- De pequeña era una niña a la que las actividades artísticas se le daban bastante mal, a pesar de ello, tenía un gran mundo interior. Creo que cuando pude tener una cámara entre mis manos sentí que por fin podía expresar todo lo que tenía dentro, poco a poco cuando fui conociendo mi cámara pude dejarme llevar y comenzar a expresar toda esa creatividad que había tenido guardada durante años, mostrar los universos oníricos que tenía dentro.

P.- ¿Consigues plasmar siempre lo que de forma previa ves en tu mente?, y si no es así ¿cómo resuelves la frustración cuando no lo logras?
R.-.No, no siempre lo consigo, y quizás no soy todo lo constante que debería. Cuando tengo una idea en la cabeza y cuando voy a realizar la foto y no sale como yo quería, prefiero improvisar y hacer otra cosa. Quizás no soy lo constante que debería, pero si algo no me convence prefiero buscar otro punto de vista.

P.- ¿Es cierto el tópico de que la cámara se enamora de ciertas personas y no de otras?
R.- Creo que no es la cámara quien se enamora de ciertas personas, sino el fotógrafo que conecta más con unas personas que con otras. Creo que cuando el fotografiado te abre su alma y existe conexión se nota en la fotografía.

P.- El retrato es arriesgado ya que el retratado suele tener una idea subjetiva de sí mismo -generalmente en su interior no envejece, por ejemplo- ¿te disgusta en ese caso que la persona en la que has buceado no sepa contemplarse como la miras tú?
R.- Cuando comencé Natural and Naked, lo hice porque después de trabajar con mujeres bellísimas casi todas veían defectos de sí mismas para mí imperceptibles. Con este proyecto quería que pudieran verse como las veía a través de mis ojos. No me disgusta si no lo aprecian como yo, al fin y al cabo, el arte es subjetivo. Aunque te quedas con la sensación de que podrías haberlo hecho mejor.

P.- ¿Buscas o vas al encuentro?
R.- Soy una buscadora nata, busco y a veces peco de entrometerme demasiado sin conocer del todo a las personas.

P.- Veo que habitualmente trabajas con modelos a las que visten y maquillan -desconozco si lo hacen siguiendo tus pautas- y  sin embargo en tu parcela fotográfica más íntima, más personal, por el contrario desnudas y desmaquillas. ¿Hay un punto de inflexión en tu obra relacionado también con tu vida?
R.- Durante años, me he dedicado al mundo de la moda, a veces bajo mi dirección artística y otra sólo como fotógrafa. He tenido suerte de trabajar siempre con equipos de trabajo que me han dejado dar rienda suelta a mi creatividad. Creo que un poco antes de decidir ser mamá pasé por una crisis creativa y decidí desprenderme de todo lo superfluo y le pedí a algunas amigas, que posaran para mí, que se desnudaran y me abrieran su corazón. Fue una terapia, aprendimos a vernos más bellas (me incluyo, porque comencé a autorretratarme), y más seguras de nosotras mismas. Así comenzó Natural and Naked, un proyecto, en el que me he sentido súper segura desde el principio, un regalo a las mujeres, una oda a la belleza y a la naturalidad del cuerpo humano.

P.- ¿Qué fotógrafos te inspiran?
R.- Siempre me he sentido súper atraída por los artistas surrealistas y sus universos oníricos. Man Ray y Dalí han sido mis grandes influencias desde pequeña. Cómo retratista destacaría a Imogen Cunnighan, me encanta la forma en que relacionaba las personas con la botánica e incluía a sus seres más queridos entre sus retratados.

P.- ¿Qué sueños te gustaría alcanzar en este campo?
R.- No tengo grandes sueños, simplemente que la fotografía me siga acompañando en mi vida y ver lo que nos depara el camino juntas.

Y para finalizar
P.- ¿Qué te da la fotografía a ti y qué le entregas tú a ella?

R.- Cuando tengo la cámara entre las manos siento que el tiempo se detiene, para mí es mi pequeño momento de paz y yo le entrego mi alma al completo, es por eso que nos hemos hecho inseparable desde que nos conocemos.

"La soledad de los números primos", de PAOLO GIORDANO

Reseña de la contraportada:

Con tan sólo 26 años Paolo Giordano se ha convertido en el fenómeno editorial más relevante de los últimos tiempos en Italia. La soledad de los números primos, primera novela de este licenciado en Física Teórica ha sido galardonada con el premio Strega 2008 –el más importante de Italia y ha conseguido un éxito sin precedentes para un autor novel, más de un millón de ejemplares vendidos. Asímismo ha despertado un gran interés internacional y será traducida a 23 idiomas.
Existen entre los números primos algunos aún más especiales, son aquellos que los matemáticos llaman primos gemelos pues entre ellos se interpone siempre un número par. Así números como el 11y el 13 el 17 y el 19 o el 41 y el 43 permanecen próximos pero sin llegar a tocarse nunca.
Esta verdad matemática es la hermosa metáfora que el autor ha escogido para narrar la conmovedora historia de Alice y Mattia, dos seres cuyas vidas han quedado condicionadas por las consecuencias irreversibles de sendos episodios ocurridos en su niñez, desde la adolescencia hasta bien entrados en la edad adulta y pese a la fuerte atracción que indudablemente los une la vida erigirá entre ellos barreras invisibles que pondrán a prueba la solidez de su relación.
La sutileza de los rasgos psicológicos de los personajes así como la hondura y complejidad de una historia que suscita  en los lectores las reacciones más variadas resaltan la admirable madurez literaria de este joven autor a la hora de asomarse nada más y nada menos que a la esencia de la soledad.

~oOo~

Me impactó esta ópera “prima” de Paolo Giordano –me permito el juego de palabras con el título deseando que entre su primera y su tercera novela la segunda no se interponga.
Pensé y sentí al leerla que no sólo los protagonistas sino todos y cada uno de los personajes eran números primos gemelos, con alguien interfiriendo constantemente entre ellos.

El libro, su autor y los personajes me hicieron reflexionar acerca de la lejanía dentro de la obligatoria proximidad social, también me invitaron a considerar el ¿lícito? sentimiento cainita de “Yo no soy el guardián de mi hermano” (para quienes no hayan leído la novela, el conflicto vital de Mattia se desata en la infancia el día en que él y su hermana discapacitada son invitados por compromiso al cumpleaños de un compañero de clase y él anticipándose al comportamiento que tendrá la niña decide abandonarla en un parque situado cerca de un río). ¿Cuándo y cómo comienza la responsabilidad?
En esa misma época Alice es obligada por su padre a esquiar y por culpa de las prisas y de la falta de consideración hacia sus necesidades, la niña no puede ir al baño y tiene un percance fisiológico que la alejará del grupo y en soledad sufrirá un accidente que la dejará coja. Páginas más adelante veremos un episodio de acoso escolar al que es sometida. La necesidad de aprobación y de pertenencia hará que se coma un caramelo restregado por el suelo de un WC inmundo.
Medité sobre la fuerza y la debilidad de las personas. ¿Quién es el fuerte? -me pregunté una vez más- ¿el que se agrupa para ir en contra de uno solo amparándose en el bulto?, ¿o el que permanece solo por no hacer concesiones al grupo?, ¿el que se adocena o el que paga el precio por mantenerse fiel a sí mismo? ¿El coste invariablemente ha de ser  el aislamiento o el ostracismo si te sales del redil? ¿Qué se busca en una sociedad que se precie?, ¿la uniformidad, o la unión entre personas distintas? ¿Quiénes son los inadaptados?, ¿y qué es exactamente a lo que hay que adaptarse?
Alice cae en la anorexia y Mattia se autolesiona.
Ahora creemos que el conocimiento de los desordenes alimenticios y del comportamiento auto-lesivo -dolor que sustituye a otro dolor más grande- y las actitudes antisociales derivadas del miedo a los demás, rayanas incluso en el síndrome de Asperger, las hemos entendido y descifrado desde siempre, pero no es así, e imagino que hacía falta que hablaran en primera persona los sujetos que sufren -iba a decir trastornos pero no me gusta la palabra y prefiero sustituirla  por consecuencias- personas que sufren las consecuencias de hechos que quedaron sin resolver, de dolores mal gestionados que enquistan y aíslan, y Paolo Giordano quiso darles voz, con una sensibilidad contundente, sincera y nítida, y sacó a la luz lo que muchos jóvenes guardan en el más íntimo y oscuro secreto, tanto que por lo visto ya es una pandemia subterránea. Y sin pretensiones didácticas ni afanes de servicio público, sin caer en sentimentalismos fáciles, sin tomar partido por nadie, pero con una compasión verdadera, eficaz y frontal nos dio una lección difícil de digerir pero necesaria.
El autor quiso en un principio que su obra se titulara “Dentro y fuera del agua”, me gusta más porque envuelve y encierra con mayor precisión la idea que él nos transmite, el editor sin embargo le propuso el encabezamiento que finalmente tiene y aunque la palabra soledad es más comercial y engloba y generaliza como reclamo, en mi opinión, a menudo sirve como cajón de sastre, y Giordano estaba siendo muy concreto y se esmeró en perfilar bien dos personalidades individuales.
En una ocasión escuche a Isabel Coixet decir –perdonad que no cite textualmente, pero espero atenerme al espíritu de su letra o, en este caso, de su voz- que hay personas que durante toda su vida caminan por la superficie del agua mientras que otras se sumergen a tramos y también a tramos salen a flote, lo segundo es más duro porque a ratos asfixia, pero también más pleno, creo que Paolo e Isabel coinciden.
La novela es generacional, y me parece bien. Sé que debido a esa idea que contiene la frase “Es ley de vida” y que todos aceptamos, es normal que el escritor teniendo 26 años en el momento en el que la escribió buscase solamente el punto de vista y el enfoque de los personajes más jóvenes, pero cuando llegas a mi edad habiendo pasado por las etapas en las que fui niña, adolescente, joven, madura… y todo lo demás, es decir: hija y también madre, el punto de vista y los enfoques cambian, por ello escenas como la del regreso de Mattia -después de tantos años fuera de su casa y sin ver a sus padres- acudiendo a toda velocidad a la llamada de Alice y pasando olímpicamente de los suyos me parecieron dolorosas. La desigualdad afectiva, en este caso, entre padres e hijos me resultó injusta y volví a replantearme si estaba bien que cuando somos hijos no nos importe el distanciamiento porque lo consideramos una ruptura necesaria para el vuelo, y ahí anduve como un jugador de ajedrez sin contrincante colocándome a uno y otro lado del tablero. Supongo que tampoco sobra pulir ese leve toque de desprecio e indiferencia del que luego te arrepientes aunque tus padres no se hayan sentido agredidos porque es “ley de vida”. Creo que narrar los hechos contando también cómo éstos afectaron a los progenitores de ambos protagonistas, Alice y Mattia, le habría dado mayor rotundidad, si es que aún le cabe, a una novela tan redonda, tan sobria, seca y sin concesiones y por ello tan poética y abisal,  y me habría gustado decirle al bello y joven Giordano: “Si te quedas con la versión de una sola parte puedes caer en riesgo de juvenilismo y por lo tanto de prejuicio y parcialidad”. Pero procuro ser honesta y después de pararme a pensar tuve que admitir que soltarle esa regañina habría sido un arranque cascarrabias de persona mayor con mucho camino hecho y por tanto también con un buen saco de tropezones y errores cargado a la espalda, así que me dije que ya que también me estaba poniendo generacional, pero desde la otra punta del puente, no estaría de más que analizase la zanja que a veces se produce entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, entre jóvenes y adultos, naturalmente salvable, también me reconvine subrayando que no a todo el mundo le tocan buenos padres o buenos hijos –yo he tenido mucha suerte- y que ser corporativa en este asunto me convertiría en una persona arbitraria que cae en las generalidades, prejuicios y estereotipos de los que tanto huye.

Paolo Giordano nos hace experimentar de forma muy concreta el acoso escolar y las relaciones de poder, de dominio y de sumisión sin disimulos que aparecen brutalmente puros a cierta edad y que te hacen preguntarte por los bajos instintos y por lo que en esencia somos, por la capacidad de fascinación que tienen los tiranos. Tal vez en esas edades estén escritas con letras gruesas las líneas maestras sociales que más tarde encubrimos. ¿Qué es la educación entonces? ¿Acaso la bondad no es finalmente un poder más eficaz que la malicia? ¿En qué consiste ser civilizado en convicciones o en represiones?
El autor nos muestra también el deseo homosexual adolescente, aún indefinido y no correspondido, como en el caso del amigo de Mattia, o todavía en ciernes con o hacia personas concretas y por tanto bisexual como en el caso de Alice hacia Viola. Y lo hace dentro del ambiente estudiantil al que nosotros ya no pertenecemos.
Entre las líneas leemos con perfecta nitidez lo que no está escrito, y es que la soledad puede ser una condena, pero también una conquista, o algo irremediable que debemos aceptar en determinadas etapas de la vida, nadie debería emparejarse o casarse para espantarla. La escena en la que vemos al marido de Alice subido en un taburete y mirándola desde una altura moral que tampoco tiene, para alcanzarle a su esposa el paquete de arroz que luego le derrama sobre la cabeza exclamando con ironía cruel “como en nuestra boda”, tiene una potencia definitoria tan bella y bien construida literariamente que es para descubrirse, ella resbala y cae sobre ese símbolo de fertilidad sintiendo de nuevo mucho dolor en la pierna. Es duro decirlo, pero no por ello menos verdad, la anorexia termina siendo una adicción absorbente y quien la padece se convierte en yonqui. Es probable que el escritor le dedicase la novela a alguien que ya no está entre nosotros por esa causa, ese es el final autodestructivo si no te apeas del tren en marcha porque no tiene freno y te estrella. El marido la acusa de egoísta pero no porque Alice no quiera tener un hijo, y él no sepa que hace años que no tiene la regla, sino porque ella es incapaz de darse.
Más adelante hay otra escena inolvidable, Alice al animar a Mattia a que conduzca su coche porque él no sabe, en realidad le está pidiendo que guíe sus vidas. Él estrella el automóvil contra un muro y se marcha sin que ella le haya dicho que la acuciante llamada era para decirle que había visto a una chica parecida a su hermana y que probablemente estuviera viva. Es mejor que la idea sea especulativa ya que el problema es de conciencia y residió en el abandono en sí mismo.
Para terminar os dejo dos pensamientos, uno pertenece al profesor del protagonista, el otro al propio Mattia:
“Pensó que era de esos que triunfan en los estudios porque en la vida real son tontos y en cuanto se salen del camino que marca la universidad resultan unos inútiles”.
“¿Dónde estaba el límite entre el ser o no ser algo”.

El aliento poético que envuelve la novela, los cierres de círculo, la atmósfera inquietante, la sutileza, la introspección, la medida justa de intriga, el ritmo suave, el miedo latente, el adjetivo exacto… más lo que contiene, justifican sin duda el apabullante éxito en 23 lenguas que tiene este desnudo anímico, esta proeza psicoanalítica.
En fin, Paolo Giordano es un novelista con talento arrollador y un superdotado en ciencias. Así que más vale que se cuide del mal de ojo porque tiene una enorme carrera por delante no exenta de los celos de los demás en cuanto deje de ser descubrimiento y promesa y se convierta en un kamikaze de las letras.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.

Pili Zori

BEAUTY (SKOONHEID), película de Oliver Hermanus

Director Oliver Hermanus. Guión Oliver Hermanus. Música Ben Ludik. Reparto Deont Lotz, Charlie Keegan. Michelle Scott, Albert Maritz…  
Aviso: Desvelaré detalles importantes sobre la película. Si puedes acercarte a este rinconcito después de haberla visto será más fructífero para ti compartir y contrastar tus impresiones.


~OOO~


Al fin puedo sentarme a escribir sobre “Beauty”. Ha tenido que transcurrir tiempo para que consiga hablar de este magnífico largometraje. Me tomó por sorpresa causándome un impactante pero necesario dolor que aún perdura. Algo parecido me ocurrió con “La mala educación” de Pedro Almodóvar y por ambos autores -Oliver Hermanus y  Pedro Almodóvar- sentí una enorme ternura dolorida marcada por una impotente indignación, y me da lo mismo que los detalles sean autobiográficos o no, porque a menudo el modo de sentir, de mirar, de elegir lo que se va a contar es más biográfico que los hechos en sí mismos.
Soy heterosexual, y hasta que vi estos dos filmes –“Beauty” y “La mala educación”- cineastas, dramaturgos y medios de comunicación, me estaban entregando -con delicadeza- una imagen de tolerancia y avance con respecto al amor homosexual muy de agradecer por lo bien envueltas que estaban las historias en las que casi siempre se obviaban los duros y arduos procesos de aceptación de sí mismos, por parte de los protagonistas, y también por los entornos familiar, social y laboral que les rodeaban, y toda la etapa del sufrimiento quedaba velada y sobreentendida o sublimada por un aliento poético que quizá espectadores como yo no nos merecemos por ser tan literales con respecto a este tema y tan poco sutiles para captar lo que se sobreentiende, lo que no se dice abiertamente, dado que nunca hemos tenido que escondernos.
Para mí resultaba sencillo compartir e identificarme con estas historias de amor perfectamente intercambiables, es decir: nos habrían podido contar exactamente lo mismo si los amantes hubiesen sido chico con chica, o chico con chico, o chica con chica. Pero este autor, el joven Oliver Hermanus, nacido en 1983, nos muestra un enfoque diferente colocando el objetivo de la cámara en las trastiendas, y lo hace sin eliminar detalles, y de forma didáctica y curativa nos señala desde la pantalla el contraste entre lo que está bien y lo que no, así de simple, tan sencillo como lo expresarían los muñecos de Barrio Sésamo, pero sin restarle ni un ápice de belleza y hondura a la obra –pido perdón por el ejemplo- ya que si el cine en esencia se expresa fundamentalmente a través de las imágenes, esa máxima en “Beauty” se cumple como un canon.
La voz tan personal de este cineasta es muy valiente. De hecho coloca a los espectadores tras el hombro del protagonista y desde ahí nos deja mirar junto a él. François interpreta lo que ve de forma subjetiva, nosotros no, y que el director consiga -con ese ejercicio de un solo enfoque- dos interpretaciones distintas es un resultado que merece matrícula de honor.
Vemos escenas sin palabras, que hablan más alto que si las tuvieran, sobre las diferencias generacionales, sobre la evolución de Sudáfrica, y también sobre las reminiscencias de apartheid que aún quedan en zonas más provincianas como Bloemfontein, ciudad en la que vive François. Un viaje del protagonista a Ciudad del Cabo nos dará el contraste.
La película nos habla sobre las buenas y las malas costumbres de los aparentemente “respetables” y logra que nos adentremos en la trama con la sensación voyeurista de estar invadiendo, espiando una intimidad desconocida sin ser vistos. La cámara nos muestra desde lejos el lenguaje no verbal, y consigue con esa distancia el aspecto documental tan realista.
La crítica es interna y acotada entre homosexuales y desde ese espacio Oliver Hermanus nos dice: esto es lo que ocurre cuando vives en la parte sórdida, dura, triste, clandestina, injusta y sin sentido de una mentira, y esta otra parte que te muestro en contraste es el resultado de atreverte a ser tú mismo a plena luz con aire limpio, de haber luchado por tu identidad y por tanto por tu libertad. El riesgo era duro pero merecía la pena porque nadie ha dicho que ser libre sea fácil.
François (Deont Lozt) es un hombre que roza la cincuentena, tiene esposa y dos hijas, un aserradero próspero y goza de prestigio en su pequeña ciudad, Bloemfontein, en la que se habla el africkaans -el dato es importante porque la lengua proviene del neerlandés y sólo lo usan personas de raza blanca-. El protagonista -en el momento en el que nos es presentado- no mantiene relaciones sexuales con su mujer, y una vez a la semana se reúne con amigos en una casa en la que ejercen prácticas homosexuales dentro de un ambiente oscuro y clandestino sin que medien sentimientos -el pasaje es bastante sórdido-, más adelante veremos cómo la esposa a su vez se reúne con un amante que resuelve la carencia sin que ello rompa el orden establecido de sus hipócritas y acobardadas vidas.

Lo paradójico de la situación es que François es homófobo y racista, sí, como lo leéis, no es un lapsus linguae, padece episodios de ansiedad, y si bebe no sabe controlar la ira y ha de mantenerse abstemio para no desatarla. La doble vida soterrada y llena de insatisfacción está servida.
Durante la boda de la mayor de sus hijas François se reencuentra con Christian (Charlie Keegan), el hijo de un amigo de infancia; el chiquillo al que hacía años que no veía se ha convertido en un bellísimo joven. A partir de ese instante comenzará la obsesión de François por él, hasta el extremo de represaliar cobardemente y sin dar la cara a su segunda hija porque la ha visto reunirse con Christian en Ciudad del Cabo mientras lo estaba siguiendo a escondidas.
Creo que en alguna otra ocasión en este mismo blog he dicho que nadie se puede apoderar de la belleza, porque ésta no se obtiene por la fuerza ni se compra con dinero, pero el protagonista cree que sí y en una escena de hotel que al espectador le resulta dolorosamente interminable vemos como mata la inocencia de un muchacho hermoso por dentro y por fuera con una violación tan traumática para quien vive el estupro como para quienes la estamos viendo. La generosidad de los dos actores es impagable.
Escenas después observamos a François en la barra de un bar, de nuevo en Ciudad del Cabo, ha pasado tiempo, y lleva un sobre con dinero (la cantidad que Christian le pedía prestada para comenzar un negocio cuando François le invitó a que subiera a la habitación del hotel para hablar de ello dando por supuesto en su podrida cabeza que el señuelo incluía la venta del cuerpo). Frente a él están sentados dos muchachos, bebiendo un refresco –sabemos que lo es por la pajita-, el ventanal les inunda de luz, el lenguaje de los gestos nos indica que están compenetrados, felices, en dos ocasiones se besan en los labios, notan la mirada inquisitiva de François y se vuelven, el contacto visual nos dice que le reprochan su descaro. Son personas que muestran a la clara luz del día su elección de vida sin complejos, el rostro de François va manifestando el conglomerado de sentimientos de derrota, envidia y amargura en un admirable y largo primer plano que pocos actores aguantarían, lo cierto es que la interpretación como ya he dicho invita a quitarse el sombrero, dado que es un papel que puede estigmatizar una carrera y el rostro en ese momento está tan lleno de matices que consigue arrancar en el espectador un sentimiento ambivalente de condena y de clemencia al mismo tiempo.
 A continuación vemos como François conduce su automóvil y se introduce en un parking oscuro por el que baja y baja hacia ese pozo recorriendo la espiral del bucle. Ese es el final, merecido, rotundo y te encoge el estómago.
Y el debate que suscita, como os decía al principio, muy necesario:
¿Qué vida prefieres llevar? ¿Hacer infeliz a una esposa y a ti mismo a favor de unas apariencias y presiones sociales que niegan la mayor? Al mismo tiempo el film señala a la gente abusadora, para que no idealicemos a todo el colectivo gay, porque hay homosexuales que son buenas personas y homosexuales que no lo son, resentidos, dominantes, posesivos… como en todas las opciones y estratos sociales. Puntualizo que no me gusta la expresión “comunidad gay” o “colectivo” porque siento que aparto a quienes están incluidos, ya que todos somos sociedad, pero me he permitido la licencia para que se entendiera mejor, por la misma razón no me agrada que esta película esté catalogada en el espacio de cine gay porque el tema también nos atañe, ya que los seres humanos desde que el mundo es mundo tienen hijos, familiares, amigos, conocidos… que se enamoran de personas del mismo sexo y obligarles a vivir en la estrechez de un armario es inhumano como lo es sacarlos de él por despecho.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori