"La soledad de los números primos", de PAOLO GIORDANO

Reseña de la contraportada:

Con tan sólo 26 años Paolo Giordano se ha convertido en el fenómeno editorial más relevante de los últimos tiempos en Italia. La soledad de los números primos, primera novela de este licenciado en Física Teórica ha sido galardonada con el premio Strega 2008 –el más importante de Italia y ha conseguido un éxito sin precedentes para un autor novel, más de un millón de ejemplares vendidos. Asímismo ha despertado un gran interés internacional y será traducida a 23 idiomas.
Existen entre los números primos algunos aún más especiales, son aquellos que los matemáticos llaman primos gemelos pues entre ellos se interpone siempre un número par. Así números como el 11y el 13 el 17 y el 19 o el 41 y el 43 permanecen próximos pero sin llegar a tocarse nunca.
Esta verdad matemática es la hermosa metáfora que el autor ha escogido para narrar la conmovedora historia de Alice y Mattia, dos seres cuyas vidas han quedado condicionadas por las consecuencias irreversibles de sendos episodios ocurridos en su niñez, desde la adolescencia hasta bien entrados en la edad adulta y pese a la fuerte atracción que indudablemente los une la vida erigirá entre ellos barreras invisibles que pondrán a prueba la solidez de su relación.
La sutileza de los rasgos psicológicos de los personajes así como la hondura y complejidad de una historia que suscita  en los lectores las reacciones más variadas resaltan la admirable madurez literaria de este joven autor a la hora de asomarse nada más y nada menos que a la esencia de la soledad.

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Me impactó esta ópera “prima” de Paolo Giordano –me permito el juego de palabras con el título deseando que entre su primera y su tercera novela la segunda no se interponga.
Pensé y sentí al leerla que no sólo los protagonistas sino todos y cada uno de los personajes eran números primos gemelos, con alguien interfiriendo constantemente entre ellos.

El libro, su autor y los personajes me hicieron reflexionar acerca de la lejanía dentro de la obligatoria proximidad social, también me invitaron a considerar el ¿lícito? sentimiento cainita de “Yo no soy el guardián de mi hermano” (para quienes no hayan leído la novela, el conflicto vital de Mattia se desata en la infancia el día en que él y su hermana discapacitada son invitados por compromiso al cumpleaños de un compañero de clase y él anticipándose al comportamiento que tendrá la niña decide abandonarla en un parque situado cerca de un río). ¿Cuándo y cómo comienza la responsabilidad?
En esa misma época Alice es obligada por su padre a esquiar y por culpa de las prisas y de la falta de consideración hacia sus necesidades, la niña no puede ir al baño y tiene un percance fisiológico que la alejará del grupo y en soledad sufrirá un accidente que la dejará coja. Páginas más adelante veremos un episodio de acoso escolar al que es sometida. La necesidad de aprobación y de pertenencia hará que se coma un caramelo restregado por el suelo de un WC inmundo.
Medité sobre la fuerza y la debilidad de las personas. ¿Quién es el fuerte? -me pregunté una vez más- ¿el que se agrupa para ir en contra de uno solo amparándose en el bulto?, ¿o el que permanece solo por no hacer concesiones al grupo?, ¿el que se adocena o el que paga el precio por mantenerse fiel a sí mismo? ¿El coste invariablemente ha de ser  el aislamiento o el ostracismo si te sales del redil? ¿Qué se busca en una sociedad que se precie?, ¿la uniformidad, o la unión entre personas distintas? ¿Quiénes son los inadaptados?, ¿y qué es exactamente a lo que hay que adaptarse?
Alice cae en la anorexia y Mattia se autolesiona.
Ahora creemos que el conocimiento de los desordenes alimenticios y del comportamiento auto-lesivo -dolor que sustituye a otro dolor más grande- y las actitudes antisociales derivadas del miedo a los demás, rayanas incluso en el síndrome de Asperger, las hemos entendido y descifrado desde siempre, pero no es así, e imagino que hacía falta que hablaran en primera persona los sujetos que sufren -iba a decir trastornos pero no me gusta la palabra y prefiero sustituirla  por consecuencias- personas que sufren las consecuencias de hechos que quedaron sin resolver, de dolores mal gestionados que enquistan y aíslan, y Paolo Giordano quiso darles voz, con una sensibilidad contundente, sincera y nítida, y sacó a la luz lo que muchos jóvenes guardan en el más íntimo y oscuro secreto, tanto que por lo visto ya es una pandemia subterránea. Y sin pretensiones didácticas ni afanes de servicio público, sin caer en sentimentalismos fáciles, sin tomar partido por nadie, pero con una compasión verdadera, eficaz y frontal nos dio una lección difícil de digerir pero necesaria.
El autor quiso en un principio que su obra se titulara “Dentro y fuera del agua”, me gusta más porque envuelve y encierra con mayor precisión la idea que él nos transmite, el editor sin embargo le propuso el encabezamiento que finalmente tiene y aunque la palabra soledad es más comercial y engloba y generaliza como reclamo, en mi opinión, a menudo sirve como cajón de sastre, y Giordano estaba siendo muy concreto y se esmeró en perfilar bien dos personalidades individuales.
En una ocasión escuche a Isabel Coixet decir –perdonad que no cite textualmente, pero espero atenerme al espíritu de su letra o, en este caso, de su voz- que hay personas que durante toda su vida caminan por la superficie del agua mientras que otras se sumergen a tramos y también a tramos salen a flote, lo segundo es más duro porque a ratos asfixia, pero también más pleno, creo que Paolo e Isabel coinciden.
La novela es generacional, y me parece bien. Sé que debido a esa idea que contiene la frase “Es ley de vida” y que todos aceptamos, es normal que el escritor teniendo 26 años en el momento en el que la escribió buscase solamente el punto de vista y el enfoque de los personajes más jóvenes, pero cuando llegas a mi edad habiendo pasado por las etapas en las que fui niña, adolescente, joven, madura… y todo lo demás, es decir: hija y también madre, el punto de vista y los enfoques cambian, por ello escenas como la del regreso de Mattia -después de tantos años fuera de su casa y sin ver a sus padres- acudiendo a toda velocidad a la llamada de Alice y pasando olímpicamente de los suyos me parecieron dolorosas. La desigualdad afectiva, en este caso, entre padres e hijos me resultó injusta y volví a replantearme si estaba bien que cuando somos hijos no nos importe el distanciamiento porque lo consideramos una ruptura necesaria para el vuelo, y ahí anduve como un jugador de ajedrez sin contrincante colocándome a uno y otro lado del tablero. Supongo que tampoco sobra pulir ese leve toque de desprecio e indiferencia del que luego te arrepientes aunque tus padres no se hayan sentido agredidos porque es “ley de vida”. Creo que narrar los hechos contando también cómo éstos afectaron a los progenitores de ambos protagonistas, Alice y Mattia, le habría dado mayor rotundidad, si es que aún le cabe, a una novela tan redonda, tan sobria, seca y sin concesiones y por ello tan poética y abisal,  y me habría gustado decirle al bello y joven Giordano: “Si te quedas con la versión de una sola parte puedes caer en riesgo de juvenilismo y por lo tanto de prejuicio y parcialidad”. Pero procuro ser honesta y después de pararme a pensar tuve que admitir que soltarle esa regañina habría sido un arranque cascarrabias de persona mayor con mucho camino hecho y por tanto también con un buen saco de tropezones y errores cargado a la espalda, así que me dije que ya que también me estaba poniendo generacional, pero desde la otra punta del puente, no estaría de más que analizase la zanja que a veces se produce entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, entre jóvenes y adultos, naturalmente salvable, también me reconvine subrayando que no a todo el mundo le tocan buenos padres o buenos hijos –yo he tenido mucha suerte- y que ser corporativa en este asunto me convertiría en una persona arbitraria que cae en las generalidades, prejuicios y estereotipos de los que tanto huye.

Paolo Giordano nos hace experimentar de forma muy concreta el acoso escolar y las relaciones de poder, de dominio y de sumisión sin disimulos que aparecen brutalmente puros a cierta edad y que te hacen preguntarte por los bajos instintos y por lo que en esencia somos, por la capacidad de fascinación que tienen los tiranos. Tal vez en esas edades estén escritas con letras gruesas las líneas maestras sociales que más tarde encubrimos. ¿Qué es la educación entonces? ¿Acaso la bondad no es finalmente un poder más eficaz que la malicia? ¿En qué consiste ser civilizado en convicciones o en represiones?
El autor nos muestra también el deseo homosexual adolescente, aún indefinido y no correspondido, como en el caso del amigo de Mattia, o todavía en ciernes con o hacia personas concretas y por tanto bisexual como en el caso de Alice hacia Viola. Y lo hace dentro del ambiente estudiantil al que nosotros ya no pertenecemos.
Entre las líneas leemos con perfecta nitidez lo que no está escrito, y es que la soledad puede ser una condena, pero también una conquista, o algo irremediable que debemos aceptar en determinadas etapas de la vida, nadie debería emparejarse o casarse para espantarla. La escena en la que vemos al marido de Alice subido en un taburete y mirándola desde una altura moral que tampoco tiene, para alcanzarle a su esposa el paquete de arroz que luego le derrama sobre la cabeza exclamando con ironía cruel “como en nuestra boda”, tiene una potencia definitoria tan bella y bien construida literariamente que es para descubrirse, ella resbala y cae sobre ese símbolo de fertilidad sintiendo de nuevo mucho dolor en la pierna. Es duro decirlo, pero no por ello menos verdad, la anorexia termina siendo una adicción absorbente y quien la padece se convierte en yonqui. Es probable que el escritor le dedicase la novela a alguien que ya no está entre nosotros por esa causa, ese es el final autodestructivo si no te apeas del tren en marcha porque no tiene freno y te estrella. El marido la acusa de egoísta pero no porque Alice no quiera tener un hijo, y él no sepa que hace años que no tiene la regla, sino porque ella es incapaz de darse.
Más adelante hay otra escena inolvidable, Alice al animar a Mattia a que conduzca su coche porque él no sabe, en realidad le está pidiendo que guíe sus vidas. Él estrella el automóvil contra un muro y se marcha sin que ella le haya dicho que la acuciante llamada era para decirle que había visto a una chica parecida a su hermana y que probablemente estuviera viva. Es mejor que la idea sea especulativa ya que el problema es de conciencia y residió en el abandono en sí mismo.
Para terminar os dejo dos pensamientos, uno pertenece al profesor del protagonista, el otro al propio Mattia:
“Pensó que era de esos que triunfan en los estudios porque en la vida real son tontos y en cuanto se salen del camino que marca la universidad resultan unos inútiles”.
“¿Dónde estaba el límite entre el ser o no ser algo”.

El aliento poético que envuelve la novela, los cierres de círculo, la atmósfera inquietante, la sutileza, la introspección, la medida justa de intriga, el ritmo suave, el miedo latente, el adjetivo exacto… más lo que contiene, justifican sin duda el apabullante éxito en 23 lenguas que tiene este desnudo anímico, esta proeza psicoanalítica.
En fin, Paolo Giordano es un novelista con talento arrollador y un superdotado en ciencias. Así que más vale que se cuide del mal de ojo porque tiene una enorme carrera por delante no exenta de los celos de los demás en cuanto deje de ser descubrimiento y promesa y se convierta en un kamikaze de las letras.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros.

Pili Zori