SHOW ME A HERO, serie de TV

En la ciudad de Yonkers (Nueva York) Nick Wasicko (Oscar Isaacs) el alcalde demócrata más joven de los Estados Unidos (27 años) recibe una orden judicial que le obliga a permitir que se construyan –repartidas- en barrios habitados por blancos doscientas viviendas sociales para familias con pocos recursos provenientes del “conflictivo” distrito de Schlobohm. Con dicha resolución se busca como objetivo integrar y eliminar así los guetos y focos marginales pero la ciudad no recibe bien el proyecto.
El título Show me a hero surge de una frase de Francis Scott Fitzgerald: “Muestrame un héroe y escribiré una tragedia.” La serie se inspiró en el libro de la ex periodista de The New York Times Lisa Belkin, y su artífice fue David Simon el creador de The corner, The wire, Generation Kill, Treme… La adaptación del guión corrió a cargo de David Simon, Lisa Belkin y William F. Zorzi. La fotografía es de Andrij Parekh y la música de Bruce Springsteen. Los seis capítulos están basados en hechos reales que sucedieron entre 1989 y 1995.
Antes de comentarlos pondré mis cartas boca arriba: la calidad de las series de las que hablo en este blog es indiscutible y partiendo de esa base, es decir, de que Show me a hero es una obra magnífica, usaré las palabras que una vez le escuché a Rosa Montero y que ya he dicho con anterioridad en alguna ocasión en este mismo espacio: “La literatura es el arte de lo ambiguo y el periodismo el de lo concreto” no sé si es suya la frase o ella misma a su vez parafraseaba a alguien. Lo cierto es que salvo la propia Rosa Montero, Gabriel García Márquez… y pocos más, no conozco a muchos autores que sean capaces de reunir ambos registros. Los dos talentos son más que loables, y probablemente el periodístico consiga mayor capacidad de llegada y por tanto mejor eficacia en la toma de conciencia con los problemas sociales, pero en mi opinión se remite a los hechos y la mirada es externa, y yo como espectadora tengo mis preferencias (no es necesario aclarar que hago el traslado de la escritura literaria a la escritura cinematográfica, la herramienta en este caso es lo de menos ya que hablamos de la creatividad o de la falta de ella) y con todos los trabajos del cineasta David Simon que he contemplado hasta ahora siempre he tenido la misma sensación: reportaje periodístico, documental dramatizado por extraordinarios actores. En sus entregas me falta el aliento poético que no es un adorno superfluo e innecesario que se superpone como un celofán con lazo encima de la trama y tan sólo embellece, sino una fina sensibilidad que no todo el que se coloca detrás de una cámara o pone sus dedos sobre un teclado o empuña un micrófono posee, me refiero a la sensibilidad que permite bucear, explorar a mayor profundidad y por tanto taladra el alma y penetra entre sus pliegues para llegar más lejos. Por ello y con todo el dolor de mi corazón digo que el tan aclamado David Simon, en mi opinión –subjetiva por supuesto- no es un artista. Que al gran público eso le da igual, vale. Pero Jordi Ébole que es un sagaz e inteligentísimo periodista que logra que se le abran en canal los entrevistados aún a riesgo de perjudicarse a sí mismos sin embargo no tiene por qué ser un escritor literario ni cinematográfico por muy bien entramados y filmados que estén sus reportajes, al igual que un cineasta no tiene por qué ser un buen cronista, y la huella que ambos dejen tampoco tiene por qué ser la misma. Deseo que se entienda que no pretendo comparar, ni dar o restar importancia a una u otra disciplina, sólo estoy diferenciándolas.
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Una vez aclarado que a mi juicio Show me a hero es un buen documental sin más, perfecta y minuciosamente ambientado, hablaré de los grandes logros que le encuentro y también de lo que no me gusta de esta fábula, y utilizo bien el término y su significado a pesar de que no esté protagonizada por animales –aunque si así hubiera sido sin duda habría resultado menos cruel- y reitero que defino como fábula a esta serie porque como tal tiene sus moralejas que son diáfanas y contundentes y porque las fábulas son de corta duración y en este caso estamos ante una miniserie.
Paul Haggis (el autor de Crash, esa hermosa y honda parábola) dirigió los seis capítulos, pero en esta ocasión queda claro que se puso a las órdenes porque dichas entregas son puro y duro David Simon de principio a fin: evidentes, con sus titulares bien subrayados, didácticas y sin sutilezas y me atrevo a decir que previsibles aunque se agradece que lo sean ya que al estar basadas en hechos reales lo que importa no es el cómo sino el por qué. Pero del estilo de Haggis no hay ni rastro y es una pena.
En la serie que nos ocupa queda bien recalcado que querer ser alcalde a toda costa, y conseguirlo de carambola sin saber en qué consiste el oficio ni a qué compromete, trae consecuencias, trágicas en este caso. Si tienes la necesidad de complacer para mantener el puesto, para seguir en la cresta de la ola, es fácil que el entendimiento se te enturbie y olvides que siempre hay que hacer lo correcto, de esa clase de valor debería ir el tema de dirigir nada menos que una alcaldía. También es duro y desmoralizador que las personas a las que has ayudado ni siquiera te conozcan. El escupitajo que recibe Wasicsko y los portazos resultan difíciles de mirar aunque comprendas que son el resultado lógico. “¿Y a usted, le ha merecido la pena?” le devuelve la pregunta Norma O’Neal (Latanya Richardson) cuando finalmente Nick Wasicsko decide hacer el puerta a puerta para ver si los nuevos vecinos están contentos con sus casas recién estrenadas.
En Show me a hero queda extraordinariamente bien explicado que es instintivo que no quieras juntarte con quien te desprecia, y también se comprende que te asuste lo desconocido sobre todo si la mala fama lo precede y que no desees que esté cerca de tu casa, aunque de sobra sepas en tu interior que con esa actitud contribuyes a que paguen justos por pecadores, y que nadie te garantiza que tú vayas a ser siempre el justo y que nunca te vas a convertir en pecador. Para salir del bucle tan sólo hace falta que alguien decida darse a conocer y salude y estire la mano para que sea estrechada dejando atrás el prurito de a quién le correspondería hacerlo en primer lugar, o que un niño se agache para acariciar a los caniches de la señora altiva que pasa a diario por delante de su casa sin dirigirle la palabra ni a él ni a su familia y que el repetido gesto de inocencia y de ternura del pequeño rompa un día en mil pedazos la placa de hielo prejuicioso que les separaba… y por fin que una vez transcurrido el tiempo dos amigas, una blanca y otra negra, tomen café en el porche en un día soleado y a la vista de todos para que la imagen se vuelva cotidiana y se normalice, pero sobre todo lo que está magníficamente explicado es que los ciudadanos pueden pasar de sus políticos y seguir con su lucha cuando éstos les dan la espalda, tergiversan, manipulan y utilizan cualquier causa como excusa para seguir encumbrándose por ese placer que sólo el poder otorga y que crea una rápida y dañina adicción. Y es que cuando las personas se tratan y conviven terminan entendiéndose y aunque sea una verdad de Perogrullo es necesario que nos la recuerden, pero para que eso suceda sí es cierto que se necesita que haya personas puente que pongan los puntos sobre las íes entre ambas partes, la figura del mediador es importante.
David Simon
Ahora bien, con Simon, aunque cuenta de maravilla todas estas reivindicaciones, siempre tengo la impresión de que de modo inconsciente, sin darse cuenta, presenta a los blancos de clase media como la forma ordenada, limpia y correcta de vivir y que el acercamiento ha de ser de los negros: el asesor vecinal, el hombre puente y mediador del que hablaba en renglones anteriores Robert Mayhawk (Clarke Peters) se gana la confianza de Mary Dorman (Katherine Keener) al aparecer ante ella con traje y corbata, pero sobre todo cuando recoge con cuidado de la mesa y de forma automática las migas del bizcocho que Mary le ha servido mientras siguen conversando, el detalle indica que es un hombre educado y que al igual que ella proviene de un hogar limpio y tiene buenos hábitos. Sé que simplifico en exceso y que lo que está en cuestión en esta serie no es el racismo sino el pequeño clasismo de la pequeña clase media, y que Simon se limita a retratarlo, pero él fue periodista y sigue ejerciendo y los periodistas van, dan la noticia y se desentienden de ella para de inmediato ir en busca de otra, esa distancia forma parte del oficio, y es de agradecer el testimonio, sea más frío o más cálido, pero él también –a mi parecer- les mira a distancia ya que quien asusta a la clase media o acomodada es la gente pobre, que en Estados Unidos casualmente es negra y ha estado apartada y sin mezclarse por aquello de “juntos pero no revueltos.” Sé que el discurso de David Simon resulta incómodo, que mete el dedo en la llaga y da vueltas en ella para que sangre y lo veamos, pero aun entendiendo y compartiendo su admirable y legítima intención me molesta que resalte tanto que viven en la calle como en un vertedero sentados en viejos sofás abandonados, o trasladando sus sucios colchones a sus pisos de paredes cochambrosas en el barrio de Schlobohm, que a la mínima te hacen una peineta, que el machismo impera y que las mujeres jóvenes lo extienden… Por supuesto que será verdad pero para mí hay demasiado entretenimiento y regodeo humillante y aleccionador en esas imágenes, en esa mirada y desde la distancia a la que Simon se coloca y que parece exclamar: ¡Mira como vivís!, ¡si da miedo acercarse a vosotros!, ¡normal que nadie quiera entrar aquí! Y diréis, no llevas razón porque Simon no generaliza ya que personas como Norma O’Neal (Latanya Richardson) es digna e intachable al igual que su hijo, y Carmen Febles (Ilfenesh Hadera) la dominicana que expresa que es más duro ser pobre en Norte América que en su país, tiene un comportamiento impecable… pero insisto en que siempre aprueban si se acercan o se aproximan a lo que entendemos por la única forma suprema y correcta de vivir y si no lo hacen suspenden.
En fin, es posible que me esté contradiciendo y que David Simon se limite a decir como Serrat que “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.”  Pero creo que en la lucha por la igualdad y la justicia aún nos quedan muchos caminos interiores que debemos desbrozar, ramalazos de sentimientos de superioridad de lo más idiota que se nos escapan por poros inesperados. Hemos de mirarnos más de cerca y a la altura de los ojos y entender que en el intercambio damos y recibimos, porque todavía hay mucha gente que hace caridad para sobresalir y si te subes a más peldaños para relacionarte con los demás te van a doler las cervicales cuando te agaches. Caer en la pobreza es más fácil de lo que parece, y desarrollarte si tienes las oportunidades también.
En cualquier caso a David Simon hay mucho que agradecerle, aunque a mí no me llegue al corazón tanto como otros de sus coetáneos, poco a poco como nuestro Galdós está escribiendo sus episodios nacionales, el desamparo tras el huracán Katrina en Treme, el de los abandonados a su suerte en The Wire… y sus retratos sociales son hiperrealistas pero sobre todo muy necesarios.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

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