En la puerta del supermercado

En la puerta del supermercado en el que compro se coloca un joven africano para –no me gusta la palabra, pero es lo que hace-: mendigar; mejor lo cambio: pedir para su sustento. Tiene las manos ásperas como de trabajador de campo y los ojos y la sonrisa luminosos, ignoro quién le ha colocado ahí para sustituir a Dorothy, otra preciosa nigeriana con nombre de personaje de película mágica, -"El mago de  Oz" aunque en estado de Of, no de Oz, ya ves qué paradoja, (faltaría una efe, off, la pongo para jugar con el sentido de ambas palabras, la magia por desgracia está apagada, para ella y para todos. Nos hemos vuelto de hojalata y hemos de seguir buscando el corazón).
Dorothy lleva rastas, de esas bonitas que parecen de lana, y en su piel joven dos surcos que le nacen desde cada uno de sus ojos felinos, como si un inexistente maquillaje hubiese sido borrado por un llanto constante, no lo he imaginado, me fijé muy bien, supongo que es una curiosidad dermatológica, pero también dicen que la piel chiva o delata las penas que transcurren en nuestro interior. Dorothy tiene dos hijas, lo supe después de un ramillete de frases lanzadas al viento en invierno. “Pasa dentro, muchacha, que te vas a helar”, lo supe después de los saludos y las despedidas tras tocarle los dedos al cerrárselos con pudor para que durara poco el momento de depositar la moneda o monedillas en el cuenco de su mano donde se dibuja el mapa de su vida, más tarde lo cambiamos por alguna bandeja de pollo, o algún que otro sobre al vacío con pan; me gusta dar de comer, pero me contuve con los tuppers para no parecer la loca del nido vacío. Lo supe al ver cómo se impacientaba en el semáforo tras acabar su jornada para luego correr hacia un "hogar" invisible.
No sé qué habrá sido de ella, también Dorothy había sustituido a Elvis, Elvis ayudaba a colocar la compra en el carrito, o en las bolsas, avisaba si te dejabas algo en la pequeña rampa dividida por una tabla móvil que las cajeras -con acento de allende los mares- mueven como si de las manillas de un reloj se tratara -a y diez, a menos diez- para que no haya paradas en las compras de dos clientes, mientras uno guarda en su bolsa y el otro coloca en la cinta, y aunque alguna anciana asustadiza le lanzase hacia atrás con su negativa para ser ayudada y su desprecio, Elvis seguía sonriendo siempre, con una sociabilidad incombustible pero tristemente desperdiciada.
Me habría gustado conocer sus historias, las de los tres, cómo llegaron aquí, qué mafia los coloca temporalmente en las esquinas como si fuera una ETT, si padecen esclavitud de trata, abierta o encubierta… porque ahí están a la vista de todos… pero no me atreví a entablar conversación más allá de la ráfaga de saludos de rigor y frases hechas, por si quien tenía control sobre ellos nos veía y se enfadaba; o eso me dije con hipocresía desde mi cómoda y sencilla vida de confortables muebles, frigorífico lleno, y nórdicos para el invierno que nunca tendré que dejar atrás abandonada para viajar en patera y cruzar el Mediterráneo después de pagar el abusivo precio que tendría un billete de avión a la China, o a las Malvinas tan sólo por atravesar el estrecho.
No, no estoy contando esto para alardear de nada, vergüenza me daría, tampoco soy desinteresada, ni siquiera siento lo mismo por los demás, los que se colocan en otros centros comerciales, es una mirada territorial la mía, mi posesivo para el supermercado casi de barrio que más frecuento; las cajeras y reponedoras también desaparecen pasado algún tiempo, tampoco sé la duración de sus contratos, nunca mejor aplicada la palabra indefinidos, definir el trabajo de hoy cuesta "trabajo", aunque a veces me encuentro con alguna de dichas muchachas en otra sucursal y a ambas nos da alegría; pasado el mediodía intuyo que están sin jefes o encargados, porque durante un generoso intervalo se quedan sin clientes y entonces se escucha su música, un poquillo alta, temas que cantan juntas recuperando así sus países, sus estados, y observarlas es mi mejor modo de concretar y comprender la ONU, un modo pequeño, doméstico, de plano corto que sin embargo se abre hasta lo universal, ¿y qué diantre es lo universal? Siempre se ha dicho que sólo puede entenderse desde lo local, así que eso es lo que intento: comprender los entresijos de mi planeta desde el pequeño rincón en el que vivo.. Y recuerdo aquel anuncio inquietante de perfume que decía: “Hay otros mundos pero están en éste.” Lo cierto es que entiendo muy poco ese conjunto de mundos que habitan en éste sin tocarse, sin verse, aunque intuyo que no somos tan distintos.
No comprendo por qué en nuestro país ya sólo se contrata a través de ETT; para escurrir el bulto de la responsabilidad y de la conciencia supongo. Se paga la bula y que el marrón de la injusticia se lo coman los otros, el “esquirolaje” institucionalizado en forma de empresa, no necesito explicar que no me refiero a la mano de obra, sino a los buscadores de jornaleros, de los chicos y chicas para todo: teclado, oficina, teléfono, almacén, carga y descarga… que para eso somos un país de trae y lleva sin industria.
No comprendo por qué los educadores y psicólogos infantiles se matan a inculcar que las acciones tienen consecuencias, cuando demasiados políticos -que se supone que deberían tener el mayor rango de responsabilidad e impecabilidad- no las asumen y se defienden como gato panza arriba para librarse de ellas.
No comprendo que se siga a alguien con fe ciega, que se repita como un eco lo escuchado en la radio, lo visto en el televisor, lo leído en la prensa sin ponerlo en cuestión, cada uno con su bando, como si no fuéramos seres pensantes sino sectarios, partidarios, seguidores… como si la deontología hubiese desaparecido de colegios, institutos, universidades, empresas profesiones....
Siento vergüenza al escuchar que se habla -con altanería, afán de superioridad y sin escrúpulos- sobre los pobres de un país que está al otro lado del Atlántico, como si aquí no los hubiera; no necesito salir de mi calle para ver cómo hombres aseados cuelgan medio cuerpo en los contenedores. Pero sí sé sin embargo que las preguntas de rigor siguen siendo ¿A quién le conviene?, ¿a quién beneficia?, ¿a quién le interesa?
Mi olfato histórico me dice que hay un tufillo de entreguerras, pero no lo pronuncio porque soy supersticiosa y tengo miedo, no por mí que para los dos telediarios que le quedan a mi generación doy gracias a la vida… sino porque como decía Arthur Miller: “Todos eran mis hijos”.
Cuando se vota a alguien para que se tome la revancha, o se vengue por ti, por delegación cobarde, mal asunto para el futuro, y en Estados Unidos han colocado a un insensato y ahora ¿quién va a quitarlo de ahí?
¿A quién le conviene?, ¿a quién beneficia?, ¿a quién le interesa?
Yo pensaba que todos los políticos estaban obligados a ser cultos y preparados para entender cualquiera de las actividades que representaran, que sabrían preguntar al menos y de principio a fin ¿qué pasa antes de que un ser humano se suba a una patera?, ¿qué hay que hacer después con él, en el país de "acogida"si ha conseguido salvarse en el trayecto?, ¿qué ocurre en una casa cuando en ella entra el paro?, ¿qué se siente al volcarse sobre la boca de un contenedor llevando corbata…?
¡Oh! ¡Europa, Europa! ¿Quién te pide cuentas a ti, raposa infiel, por no cumplir con tu responsabilidad, con tu deber, con tu trabajo?
Pero lo que más me indigna es por qué a demasiados políticos no se les cae la cara por su desvergüenza si se acuerdan de sus padres. ¿Quién les ha consentido para que hoy sean avarientos, mentirosos, endogámicos, soberbios, vanidosos, ladrones, encubridores, cobardes, y egoístas embrutecidos y sin piedad? Qué decepción. Vaya legado.
No suelo meterme en camisas de once varas porque en mi caso la política es más un sentimiento que un argumento y dejo que hablen los que se supone que están especializados, pero ya estoy más que harta de ignominias. Sí, ignominia quiere decir acción deshonrosa, lo que mi madre quería expresar cuando exclamaba ¡Esto no tiene nombre!
Sólo pido que al menos se haga la labor de campo, que es bien sencilla, para realizarla no hace falta ir a Harvard: tan sólo se trata de preguntar -bajando las escaleras del castillo, y al pie del camino- a todo el que pase: ¿y esto por qué piensa usted que ocurre?, ¿a qué cree se debe?, ¿qué opina sobre cómo podríamos arreglarlo? Y entonces, al menos, parte del sueldo estaría ganado, y medio trabajo se lo darían hecho. Eso sí, vigilando incluso a quién vigila, comprobando, cotejando...

Somos un país de susceptibles e inseguros, nos importa más la obediencia y la sumisión que el trabajo en igualdad bien hecho, todas las partes del equipo son necesarias, horizontales, el mundo no es vertical ni escalafonado por mucho que nos empeñemos; nos altera que nos lleven la contraria, y que conste que no me excluyo, por ello no aprendemos y tampoco prosperamos, y no os imagináis cuánto me duele decirlo.

Perdonad si mi escrito os parece un revoltijo, prometo que está bien pespunteado con las puntadas de la repercusión, porque todos nuestros actos afectan y van y vienen de vuelta como un woomerang, y ninguno de sus párrafos es casual, porque sí que hay ganancia de pescadores en el río revuelto, y a mi modo eso es lo que quería, relacionar, reflejar.

P.D. horas después de que yo escribiera este artículo, se producía el atentado en las ramblas de Barcelona. Cuánto dolor.

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