EL SUEÑO

RELATO Pili Zori.
El psicoterapeuta reprimió el asombro para que no asomase a los ojos delatándole frente a su paciente. No la detuvo al escuchar el nombre propio que acababa de pronunciar y dejó que prosiguiera.
-Fue tan real, doctor, bailamos y sentí la piel de su espalda, no bajo la camisa, toqué su carne y la oprimí sin necesidad de que se la quitara, de que se despojara de la ropa, y el lado derecho de mi rostro -adherido a su pecho- también recogía su agradable temperatura, como si no hubiera tela, mientras danzábamos lentamente sin que en el sueño se escuchase música. El recuerdo al despertarme resultó turbador como un secreto, demasiado… excitante”.
Adolfo Arán se removió en el sillón, ella a su vez se arrimó más al brazo derecho del sofá, por un instante ambos habrían preferido el cinematográfico diván para evitar el contacto visual.
La estancia rezumaba una comodidad suave y neutra con el estilo evocador de los años cincuenta, el sofá verde oliva sobre una alfombra de color marrón claro parecía absorber el sonido dando sensación de confidencia, en aquel espacio tan recogido los únicos focos de color brillante eran los distintos pacientes que llegaban a la consulta y proyectaban su luz o su sombra sobre ese dúo de confesionario laico.
-¿Podría decirme a qué hora aproximada se produjo la… ensoñación… placentera?, ¿poco antes de despertar? -buscó las palabras con tacto- ¿le habría gustado permanecer dormida para poder continuarla y... culminarla, o por el contrario abrió los ojos a causa de un arranque de autocensura? 
Le incomodaba sentir pudor después de tantos años de ejercicio e intentó camuflarlo a duras penas, estaban demasiado cerca, se sentía al descubierto y el eco de las frases iguales ya escuchadas aceleró el latido delator en el cuello.  
La curiosidad científica es poderosa –se dijo para justificarse ante sí mismo y poder tirar por la pendiente-. ¿Científica?, murmuró su pensamiento con reprobación e ironía, pero se dejó llevar sin atender a la alarma.
-¿Tiene alguna relevancia el detalle, doctor?
- No. Claro que no. Le pido disculpas si la he desconcertado y desconcentrado a la vez, siento haberle cortado el hilo -se llevó los dedos a la nuca-. Es un inciso, un interés estadístico para mis investigaciones internas -carraspeó con la mano en los labios para ocultar una verdad a medias- perdone el egoísmo, ha sido una espontaneidad inconsciente. –Ella retiró el aire y negó con la cabeza para quitar importancia.
-Sobre las cuatro de la mañana, del día siete, lo recuerdo porque fui al baño, duermo con el reloj de pulsera puesto, y no, cuando volví a la cama no retomé el sueño, no ocurrió nada más, sólo bailamos. –La mujer esperó unos instantes- ¿No… va a interpretarlo? –el hombre tragó saliva.
-Creo que no hace falta, usted misma lo puede desentrañar.
Al ver que la paciente quedaba en suspenso y a la espera, el psicoterapeuta elevó el hombro, e inclinó la cabeza para asentir con una sonrisa. No sabía oponer resistencia a la ansiedad digna que asomaba a los ojos de María, por más que ella se empeñase en doblegarla y disimular la vulnerabilidad y extendió la mano, como si dibujase un pequeño abanico invisible que se abría en el aire, para hacerle la concesión y comenzó a explicar con la amable, pero innecesaria condescendencia que se utiliza para hablar con los niños.
-Por la forma en la que transcurrió la conversación que mantuvo con él -evitó pronunciar el nombre- aquella mañana y que ha compartido conmigo hoy, deduzco que usted se sintió deseable y agradecida por ello, sin más, y que le habría gustado abrazarle, y por tanto realizó lo inacabado durante el sueño; es algo muy habitual, la necesidad de ternura también conduce a veces a la excitación, pero no creo, aunque sin asegurarlo de forma categórica, claro está, que el deseo partiera de usted hacia él; de modo que no se inquiete, no es una infidelidad, y mucho menos una traición -sonrió tras recalcar la última frase- tampoco una revelación como ha ocurrido con otros sueños que ha tenido y que hemos tratado en sesiones anteriores para propiciar la catarsis; en este caso tan sólo se trata de las atracciones naturales y diurnas que todos sentimos incluso hacia personas desconocidas que apenas vemos durante unos instantes, no revisten mayor interés; fue una forma nocturna de corresponderle, que usted no se permitió de día por no enviarle una señal que pudiera dar lugar a equívocos, ya ve que utilizo sus propias palabras María, ambos pertenecemos a una generación anticuada que durante la infancia vio como sus adultos le daban excesiva importancia a que las mujeres guardaran las “formas”, recalcó con el el gesto de la comillas, y ese modo de actuar, sigue atrapado en el inconsciente de muchas personas avanzadas, progresistas y en apariencia desinhibidas. Es el típico: “a ver si va a pensar…”
-“Que soy una cualquiera.” -Terminó ella la frase y rieron al unísono con franqueza. 
María era una mujer cultivada y reivindicativa que se había construido a sí misma, a base de machetazos y amputaciones a la selva retrógrada y machista del pasado para hacer camino nuevo. Comprensiva con todos los demás, pero montada en el caballo de las contradicciones, propias de quien tuvo que romper ideológicamente, pero encorsetada y llena de miedos inoculados en la niñez, temores que sabía reconocer pero no vencer y que nadie, fuera de la consulta, habría imaginado. Tenía 19 años cuando acabó la dictadura y con ella la educación represiva, cuartelera y gazmoña de todo el país.
Cambiaron de asunto para tratar zozobras de mayor hincapié y como siempre el tiempo se les hizo corto.
La acompañó hasta el vestíbulo posando con suavidad delincuente la palma de la mano en la cintura femenina que los tacones hacían cimbrar, era la primera vez que la tocaba.

Todos queremos ser deseables, se diría a sí mismo al cerrar la puerta mientras analizaba su propia actitud, quizá rijosa al verla desde fuera, en la comunicación no verbal.
¿Se trata de un conato de celos ante otro posible macho alfa trasnochado y madurito como yo? ¿Privilegio de la especie? -se burló resignado sintiéndose mayor-. Está visto que nunca se acaba la necesidad de ser aprobado por una mujer aunque no pretendas enamorarla, pero para que te correspondan en esta etapa hay que tener el físico y la planta de Pierce Brosnan, o de Bruce Willis, no sólo el espíritu, se rastrilló el pelo con las uñas, aún permanecía oscuro, pero con menor espesura, dio dos palmaditas a su estómago, no era una tabla de lavar precisamente y esta vez para sentirse menos achicado rió con fuerza exorcizando a la vejez, la carcajada la empujó un par de décadas en la fila, aún no le había tocado el turno, todavía no era un decrépito.
A continuación el frunce de ceño engulló el gesto amplio y distendido para de inmediato transformarlo en el sesudo que tanto le caracterizaba, se permitía pocos recreos. Concentrado tras la mesa los dedos de las dos manos formaron un triángulo que finalizaba a su vez en el que dibujaban los codos apuntalados en los brazos de la butaca, percutió con los índices la nariz en varios golpecitos y después abrió con ímpetu el cajón del archivador para sacar el historial de Manuel Miranda, como si hubiese necesiatado darse valor, también él se sentaba en ese mismo rincón del sofá que acababa de abandonar ella. Algunos pacientes al principio preferían el butacón para sentirse en igualdad con el psicoterapeuta, más entronizados, aunque a las pocas sesiones optaban por el asiento largo, y al adquirir confianza, subían alguna pierna, usaban los cojines de parapeto o los retiraban para hacer suyo el espacio, y entonces el trozo sobrante de la horizontal mullida y tapizada hacía que se sintieran más libres. Adolfo sabía que la búsqueda de la verticalidad en las relaciones era una creación artificial, una fuente de conflictos de la que sólo emanaban problemas sociales. Por ello cuando alguien señalaba un asiento pronunciando el ruego de “por favor siéntese” se sobreentendía que buscaba la igualdad, y por el contrario,la respuesta negativa “prefiero estar de pie” anunciaba una transgresora hostilidad.
Ella desconocía que ambos eran pacientes del doctor Arán en días alternos y con distinto horario; Manuel acudía los martes por la mañana, en la hora de descanso del trabajo. María los jueves por la tarde. Arán tendría que haber avisado cuando ella le nombró, ya no tenía remedio.
El pulso del terapeuta se aceleró y la carpeta aleteó temblorosa durante unos instantes.
¡En efecto! ¡Confirmado! ¡Allí estaba! Adolfo Arán desorbitó los ojos ya sin testigos como un niño al encontrar una deslumbrante sorpresa tras abrir una puerta:
El mismo sueño parpadeaba en las anotaciones. Confiaba en el papel, porque si se caía al suelo no se iba a romper como el último disco duro externo, al ordenador y a los pendrive les podía suceder cualquier misterio y estaba harto de arritmias tras cada susto, de modo que duplicaba los historiales, como si tuviera que rendir cuentas, la letra manuscrita continuaba siendo una prolongación hacia el exterior, un tacto vivo de pulsos y ritmos, y ¡sí!, ¡ahí estaba! entre los renglones que ahora tamborileaba, a la misma hora de la madrugada y en el mismo día, el siete; escudriñó los detalles: el baile sin música, el deseo inacabado, la sensación del contacto de la piel a pesar de la ropa, y algunas variantes más explícitas de Manuel y más toscas, el ritual seguía siendo el de siempre, entre hombres había que eludir los eufemismos y un empalme sin descarga era un doloroso empalme, aunque la sinceridad de Manuel gozaba de delicadeza y también de elegancia al compartir inseguridades y entregas, sus palabras brotaban de una raíz limpia. 
-Vaya, vaya, Sigmund, este hallazgo no lo descubriste. ¡Soñaron lo mismo! ¡Estuvieron juntos!
Se recreó al imaginarlos danzando lentamente, la mejilla de María sobre el pecho de Manuel, y se entretuvo unos segundos para observar en el recuerdo que ella parecía más alta, de manera que el rostro habría encajado más arriba, entre la mejilla y el cuello de él, en la estatura física real –corrigió- pero tal vez la onírica era la que María deseaba tener a su lado, para escucharle el latido.
-Quizá -en algunos casos de privilegiada hipersensibilidad- los protagonistas y también los personajes secundarios sueñen a dúo o en grupo las mismas historias cada noche o cada siesta o cabezada sin saberlo –especuló en voz alta haciendo el hallazgo extensivo- y por ello resulte tan real lo que se experimenta tras los párpados cerrados, porque en verdad lo está siendo.
Estaba contento y reía dentro del diálogo imaginario de su soliloquio.
-Ni a usted ni a mí, Señor Freud, nos dio por comprobar algo tan simple: nuestros pacientes no suelen estar vinculados entre sí, oh, maravillosa coincidencia la mía…
La alegría creciente de quien posee información privilegiada burbujeó por sus venas.
-Puede que soñar sea la fórmula de escape para enmendarle la plana a la autocensura diurna, para ejercer al fin la libertad sin riesgos.
Se mantuvo ensimismado e indeciso durante interminables instantes sin perder la sonrisa que le jugueteaba nerviosa entre los dientes.
-Soñar, soñar… -susurró abstraido.
Al fin cerró el archivador, lo colgó en el cajón, en la M de Miranda, muy lejos de la I de María Infante y dejó un hueco entre las carpetas sin dilucidar por qué lo hacía. ¿Quería o no que se aproximaran?
-¿Serán los sueños mundos paralelos sin tabiques temporales? -volvió a dirigirse a Freud.
Cerró el cajón con llave y decidió que había pillado infraganti al destino, y que como un caballero medieval simularía no haberlo visto a través de la rejilla del yelmo.
Pero lo que nadie le iba a quitar, ni siquiera en nombre de la Diosa Ética, era el placer de asistir a la evolución de ambos pacientes; no iba a derivar a otro colega a ninguno de los dos; aunque sabía que era lo correcto, como también lo apropiado habría sido frenar a tiempo para decirle a María que el hombre del sueño a quien ella mencionaba con nombre y apellido también era su paciente; tampoco desvelaría lo descubierto ni intervendría. Esa tentación, incluso sin juramento hipocrático, no estaba permitida.
Un eco llegado de dos tiempos, la antigüedad griega y su juventud, se escuchó suavemente en su cabeza.
“…Guardaré secreto sobre lo que oiga y vea en la sociedad por razón de mi ejercicio y que no sea indispensable divulgar, corresponda o no al dominio de mi profesión; consideraré como un deber el ser discreto en tales casos.
Si observo con fidelidad este juramento séame concedido gozar felizmente de mi vida y de mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto, y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte contraria”.
Tal vez no volviera a producirse el hallazgo de un sueño común. Quizá Manuel y María jamás llegarían a ser pareja en la vida despierta, o sí. En cualquiera de los casos él estaría presente durante el proceso para propiciarles, juntos o por separado, fortaleza emocional y herramientas, pero lo que sí suponía una certeza indiscutible era que ambos le habían regalado un secreto de dioses y ahora él habitaba en el olimpo y podía estudiar los entresijos de las buenas y malas voluntades que rodeaban a Eros y a Psique.

La paciente de las ocho había llamado para cancelar la cita.

El esfuerzo anímico le había cansado. Los párpados comenzaron a pesarle como si Hipnos hubiese posado en ellos los labios; reclinó la butaca, y enseguida escuchó el batir de alas,  supo que Morfeo le llevaría hasta ella, hasta aquella muchacha de la facultad a la que renunció de antemano antes de intentar “conquistarla”, ya entonces y en su gremio, aunque todavía fuera de estudiantes, había palabras que no se pronunciaban tales como conquistar, conceptos imperdonables de desigualdad que maniataban pero que sin embargo se sentían por dentro en todo su contenido; maldijo la mala suerte de haberse criado entre dos aguas, en un tiempo de transición intransitable debido a los escollos sentimentales que no acababan de caducar por mucho que se denostasen, pero no le dio la gana cambiar el vocablo, porque en su interior esa palabra no era agresiva, ni conllevaba ingredientes de dominio ni de sumisión, definía una emoción íntima y legítima de orgullo y triunfo; quería ponerle la luna a los pies, tras ayudar a que bajase de un coche de caballos, y después le depositaría en los brazos su mundo, y que hiciera lo que quisiera con él, en eso consistía su idea de conquista, de seducción, de persuasión, de la entrega de sus llaves de Breda, ¿y qué? Era la alumna más sobresaliente del aula, la más hermosa para él; amaba los pensamientos que salían por su boca, los movimientos de las manos grandes al desmenuzar las inquietudes, los dedos de Josune parecían el cobijo del sol, aunque sólo una vez se atrevió a pedirle los apuntes, para acariciar en braille su letra clara e inclinada, esa fue la aproximación máxima que logró alcanzar, pero soñaba con ella cada noche, y en aquellos sueños no sólo sentía la piel intocada, como les ocurrió a María y a Manuel los pacientes que ahora emulaba invirtiendo los términos. Él entraba en Josune por las puertas de sus ojos marinos, por sus poros, por la triangular abertura de los muslos con olor a sirena, por las axilas sin el vello que otras exhibían, por los pechos altos que intuía duros y pequeños y era entonces, al erizarlos, cuando volaban a caballo dando vueltas por los cielos nocturnos de Van Gogh. ¿Cursi? pues bueno. 
Estaba completamente enamorado ¿y qué? Y harto de desvirtuarle la magia a las frases y al deseo. Jamás se escondía tras la jerga médica, tal vez por ello Adolfo Arán llegaba más lejos que otros colegas: los pacientes le sentían como a uno de los suyos. Siempre la había querido, entre esos espacios sin traición que sólo a él le pertenecían, entre novias y ex esposas, la había deseado como un derecho en los trozos de tiempo que ya no eran de nadie entre la noche y el día.

-Llévame con ella –murmuró adormecido- y si es posible haz que por una vez estemos juntos los dos sin nadie más al acecho de su hermosura, y prolonga el sueño como si fuese una vida. La respiración sonó profunda y el oleaje comenzó a mecer los cielos marinos del pintor porque los dioses habían hablado por la boca de sus pacientes para mostrarle el camino, y por primera vez los enemigos de psique y eros se volvieron compasivos. 
Pili Zori

EL AUTOR, película de Manuel Martín Cuenca

Como de costumbre hago la advertencia de que este blog fue concebido para hablar de libros y de cine una vez leídas las novelas y vistas las películas, y aunque procuro no desvelar tramas prefiero que volváis a este rincón cuando hayáis visto “El autor” sólo así podremos coincidir o discrepar tan a gusto.
***
Tenía muchas ganas de ver la nueva película del cineasta español Manuel Martín Cuenca, y me ha encantado desde la presentación hasta el último fotograma. El enfoque elegido es difícil ya que a los espectadores nos gusta inconscientemente estar de parte del protagonista, o salvarlo por algún resquicio y en este caso Manuel Martín Cuenca, al igual que Javier Cercas –el autor de la novela “El móvil”, en la que se inspira el largometraje cuyo guion han adaptado el director y Alejandro Hernández-, no dejan títere con cabeza, el público sabe casi desde el principio que Álvaro (Javier Gutiérrez) es un manipulador que va a poner en cuestión todos los límites de la ética lanzando desde la pantalla la pregunta de si ¿la pasión por escribir admite y permite que el fin justifique los medios? De forma subjetiva ya adelanto que para mí Álvaro es la antítesis de un escritor.
En el aire que sobrevuela las cabezas de la sala de butacas quedan muchos más interrogantes tales como: ¿qué es y en qué consiste exactamente el talento?, ¿quién dictamina si alguien lo posee o no?, ¿cómo se distingue?, ¿cuál es la diferencia entre fama y prestigio?, ¿quiénes deciden el éxito?… naturalmente un escritor puede y debe nutrirse de la realidad, documentarse, pero con los ingredientes de esa arcilla después ha de crear, darle el soplo de la vida a espacios y personas que antes no existían, o recrearlos si es que viven o vivieron fuera de las páginas o de las pantallas. La realidad puede transformarse dentro de la ficción, pero no podemos convertir en ficción la realidad, ya nos gustaría esa magia, aunque una y otra se influyan.

Álvaro –incapaz de imaginar- con técnicas que bien podría usar si fuera un creador, se dedica, como un correveidile, a trastornar la vida de los vecinos aprovechándose de sus sombras, y hablando de sombras y de sus distintas lecturas ya entro en la innovadora belleza de la película, el aspirante a literato, siguiendo las imperativas pautas que le ha marcado el profesor del taller (Antonio de la Torre) cuando le grita: “¡observa!, ¡mira!, ¡siente!, ¡vive!, ¡que la realidad te nutra!”; malinterpreta dichas frases (disculpad una vez más que no cite textualmente, en el cine no tomo notas, ni tengo el mando para parar, siempre insisto en que deberían ofrecer los guiones en las taquillas junto a las entradas para quien los quisiera comprar, o en las librerías, no pienso que sea descabellado, las bandas sonoras se venden y Martín Cuenca creó Lagartos Editores precisamente para publicar guiones y textos cinematográficos…) perdón por el inciso, prosigo: Álvaro malinterpreta las frases del profesor del taller de escritura y decide espiar a sus vecinos mejicanos desde la ventana de su cuarto de baño que colinda con la cocina de la pareja, y como en un teatro de sombras chinescas las figuras del matrimonio se proyectan sobre la pared de enfrente, Martín Cuenca consigue con sus crecientes siluetas, no sólo la metáfora perfecta sobre el lado oscuro, sino mucha más potencia hipnótica que si les viéramos en la luz además de escuchar sus voces; involuntario o no en esas escenas se vierte un condensado homenaje al cine, sobre todo al de Hitchkock. El film también me remitió a “Rojo”, la hermosa película de Krzysztof Kieslowski, en la que un juez jubilado pincha los teléfonos de algunos de sus vecinos para saber si conociendo toda la información las sentencias que impartió fueron justas.
Sólo hay un instante en el que Álvaro parece arrepentirse de las canalladas que ocasiona, y entonces el espectador respira, el momento se produce proyectado en una nueva pantalla imaginaria en la que vemos como sus buenos deseos para la pareja se vuelven visibles y en color, ahí podría haber enganchado el hilo de la ficción y también el de la realidad dando un giro que enmendase el mal infligido, pero la creatividad y el arrepentimiento le duran poco, y el público ve como los mejicanos se diluyen emborronándose hasta desaparecer, la historia no va a discurrir por ahí.
El desnudo anímico necesario para escribir que el candidato a autor de nuevo toma al pie de la letra convirtiéndolo en físico, también es una extraordinaria metáfora marcada tal vez con trazo grueso, pero es que al protagonista no se le dan muy bien las sutilezas, y si le dicen que ponga los huevos encima de la mesa los pone, y si le piden que se quede en pelotas ante el acto de escribir se queda. Ese punto de inflexión distiende en el momento justo y provoca la carcajada en un instante que debería ser trágico pero que sirve para indicar -en su nueva vida llena de luz- que el “autor” se ha despojado de todo, ya sea importante o superfluo y que lo único que le interesa es entrar en trance. Pero con trampas… la inspiración no llega, y esperar a que los personajes decidan, a mi juicio, tampoco vale.
El gran logro del film, -al menos para mí-, es que en cada uno de los miembros del elenco conviven la mentira y la verdad fundidas, porque son ciertas las palabras que la mujer de Álvaro (María León) una escritora de éxito popular y “betsellera” le dice, él sí tiene envidia y celos de lo que ella escribe, pero no es menos cierta la fulminante crítica que le hace él a sus novelas, y no es fácil introducir en nuestro modo de pensar tan maniqueo la idea de que conceptos opuestos se puedan producir al mismo tiempo y que estén envasados en un mismo recipiente. También son atinados los humillantes defectos que el profesor del taller de escritura le dispara a Álvaro con colérico énfasis de ametralladora, pero a su vez ese tirano es un vulgar tripero frustrado que se siente mediocre, como muchas personas que dan clase de escritura sin haber sido capaces de construir una novela en su vida, (no es el caso del director que también fue profesor de cinematografía e interpretación en escuelas de España y Cuba). Sin embargo, en esos encuentros con pantagruélicas comidas, que por supuesto paga el alumno, vuelve a estar servido el contraste ético sobre la usurpación de la intimidad dado que, tras haber denostado a la exitosa mujer de Álvaro, el profesor, arrimándose al sol que más calienta, entabla amistad con ella, y le traspasa los escritos del alumno sin pedirle permiso a él. De nuevo el cazador es cazado, y el manipulador manipulado y así prueba su propia medicina, y es que la risa va por barrios.
La mediocridad es otro de los temas sobre los que indaga la película, tal vez la respuesta rotunda nos la da la portera al afirmar que ella no es mediocre (Adelfa Calvo), atentos al guion y a los diálogos, quizá la clave del éxito resida en hacer bien lo que te traes entre manos, si es poner ladrillos, pues colocarlos con perfección, o si es vender ropa o tocar el acordeón, lo mismo… cada oficio doma un hueso y tiene su arte y su ley, y si no lo consigues pues a otra cosa, si es que puedes elegir. Lo importante es que tú honradamente tengas la certeza de que sabes hacerlo con independencia de la divulgación o el reconocimiento posteriores. No sé si el director o Javier Cercás van por ahí.
Manuel Martín Cuenca
El retrato que de cada uno de los personajes del inmueble hace M. Martín Cuenca es devastador: el jefe de la notaría y su ambigüedad cobarde, escondido mientras Álvaro le increpa a gritos para que le aclare su situación laboral; el vecino militar jubilado y fascista y su derroche de ideología para que no nos quede la menor duda de en qué consiste ser un facha redomado, (tal vez para algunos espectadores quede forzada la facilidad con la que Álvaro se lo lleva al huerto, pero es que la gente manipuladora es así: hábil para ganarse la confianza de las personas aprovechándose de los puntos flacos de los demás, el público posee toda la información pero los personajes no y ante alguien con la capacidad de controlar o dirigir las opiniones o la voluntad de otros sin que lo adviertan cualquiera de nosotros también caería como una mosca en la miel); la mentalidad racista y xenófoba de la portera tiene usía y el subrayado es muy didáctico y el posterior resentimiento cuando se siente rechazada muestra que de generosidad ninguno anda sobrado... ya he dicho anteriormente que no se salva ni un sólo miembro de la coral.
Creo que el director se maneja de maravilla en ese juego de espejos en el que a veces nos reconocemos sin que nos guste lo que vemos, de su matraz destila esa mezcla perfecta y bien medida de ternura y patetismo, de sarcasmo y de tristeza tan difícil de conjugar porque intuyo que él mismo se incluye, y que mirando desde muy cerca y sin dejar de comprender sin embargo no justifica, pero ama porque todos somos de los suyos y él uno de los nuestros, y a los nuestros hay que quererlos con cualidades y con defectos aunque les señalemos los fallos sin situarnos por encima y el afecto no nos convierta en encubridores ni impida que tengan, o tengamos, que rendir cuentas por sus hechos, por nuestros actos, por nuestros modos de pensar.
Para mí, “El autor” (interpretado magistralmente por Javier Gutierrez) no vende su alma al diablo, es que es el mismísimo diablo que a veces se disfraza o encarna bajo la apariencia de un pusilánime hombre gris. El desenlace es sorprendente y cualquier atisbo de esperanza se diluye en la sonora y sarcástica risotada.
Manuel Martín Cuenca es un gran director de actores, dicho por ellos mismos, los magníficos resultados están a la vista, y un gran creador de atmósferas, en este caso se respira el espíritu del sur y no siempre para bien, pero él es de allí y puede y tiene derecho a reflejarlo. En sus películas aparentemente pequeñas cabe toda la grandeza.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

LA LIBRERÍA, película de Isabel Coixet

¡Qué belleza!
Esta vez no sólo es identificación, sino un autorretrato -sin duda inconsciente- de la propia cineasta: el coraje, la determinación, la elegancia de las formas, la dignidad, la aparente vulnerabilidad y sobre todo la potente manera de amar de los tímidos, la pasión silenciosa, la honradez y la valentía son los rasgos de la protagonista aplicables por completo a Isabel Coixet. Así
es como yo la veo desde su primer filme, y me alegro de que éste lleve más que ninguno su firma, porque será su legado, su declaración de intenciones, su mirada al mundo, la entrega que engloba a todas las demás películas que ha realizado, el balance vital inseparable del artístico, su centro, el eje en el que pasado, presente y futuro girarán. Por suerte es joven, Luchino Visconti ya no lo era cuando hizo “Confidencias” y también en esa pieza de su filmografía se hallaba su latido, el resumen, la herencia que nos dejaba.
Al igual que a su protagonista Florence Green (Emily Mortimer) a Isabel Coixet le apasionan los libros y también las librerías, dirigió en teatro “84 Charing Cross Road”, seguramente porque fue llevada al cine por el director David Hugh Jones en 1987. De no haberle cogido la delantera apuesto a que el largometraje sería suyo.
Su inteligente timidez no es un secreto, sus buenas maneras similares a las de Florence no le impiden el coraje para alcanzar sus sueños que son también sus objetivos, en su vulnerabilidad reside su fortaleza y no es una contradicción porque la bondad es un chaleco antibalas; es mujer de empresa que se mueve bien entre los lobos del mundo de la publicidad y lo consigue sin coraza saliendo ilesa, y es que la timidez es muy variada y no está reñida con la capacidad de decisión, ni con el atrevimiento.
No es la primera vez que digo que bajo su dirección los actores masculinos se vuelven más atrayentes y bellos que nunca, ella sabe escarbar para extraer el atractivo que ni ellos mismos saben que tienen para dar a una mujer; estoy convencida de que después de trabajar con ella crecen, se descubren.
Para muestra el Señor Brundish, (Bill Nighy) -qué guapo le vuelve el deseo- y su beso indeciso posado en la mano femenina, más poderoso que si se hubiera depositado en la boca, esa alternancia de intensas miradas cuando aprovechas que el otro no tiene en los tuyos sus ojos, volar juntos con las alas de las hojas de los libros puestas, salir del encierro, de la clausura voluntaria sólo para defender a la amada con la vida, la poética muerte anunciada por el cielo ennegrecido, por la alfombra otoñal de hojarasca y el sombrero que yace en el suelo, y ni un verso más ni un fotograma más para evidenciar a la parca.
Isabel Coixet crea belleza y aún a riesgo de repetirme hablo de una belleza que nada tiene que ver con el adorno o la estética, aunque cada detalle del vestuario, de los interiores sea exquisito y proyecte y explique lo que la cineasta desea transmitir: los dorados destellos del vestido de Violet Gamart (Patricia Clarkson), los oropeles de sus artificiales y artificiosas fiestas...
Además hay otras pasiones: el incondicional e incendiario amor infantil que distingue los nítidos trazos de la maldad bajo el envoltorio, el dañino miedo del poder -representado en Violet- a que le hagan sombra, a que le resten protagonismo en su pequeño, estrecho y mentecato reino, en definitiva el pánico ante la pérdida de control sobre el otro, porque los libros siempre son la conquista de la libertad, la independencia y la autonomía interiores que influyen en el exterior, el refugio seguro, y ese territorio es inexpugnable, por ello las librerías han sido atacadas tantas veces, en la película no aparecen por casualidad obras como "Fahrenheit 451, bajo el precioso ritual de desenvolver los paquetes recogiendo la caricia de quien los envolvió.
         A menudo los libros me devuelven partes de mi propia vida ya olvidada, y en el camino de vuelta lo hacen sin los fragmentos del indispensable dolor.
La única conexión nítida, limpia y sincera con la humanidad me la dan los libros y los niños, más allá de ellos los perfiles son borrosos.

Un abrazo. Hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

ARTURO PÉREZ REVERTE

Creo que en alguna ocasión anterior en el blog ya dije que sólo conozco a Arturo Pérez Reverte en su faceta de novelista, y es en ella en donde siento que él se destila, y la esencia resultante me gusta y me conmueve, especialmente cuando la encuentro en obras como “El pintor de batallas” o en “Territorio comanche” piezas a las que sin duda prestó más elementos de intimidad personal. No tengo twiter, espacio en el que por lo visto no deja títere con cabeza y lo hace a grito pelado, a pleno pulmón; tampoco le he seguido en prensa y no estuve al tanto de aquella acusación por plagio imposible de creer puesto que ha demostrado con creces maestría, ingenio, estilo y sello personales reconocibles al instante e inimitables. Si cometió dicha falta tan grave y de enorme desprestigio lo lamento profundamente e imagino que esa piedra pesará sobre su conciencia y en el pecado irá incluida la penitencia.
A menudo me pregunto si es necesario –para apreciar o amar a alguien- conocer toda su historia, la pública y la privada, la anímica y la exterior… y no sé qué responderme. Todo el mundo tiene derecho a cometer errores, incluso puedo llegar a comprender sin que ello implique justificar hasta algunas razones para la deshonestidad, -nunca me excluyo- por algo dijo Concepción Arenal: “Odia el delito, pero compadece al delincuente.” El caso es que tampoco tengo una respuesta –traducible a palabras- ante la pregunta de por qué le estimo a él además de a su obra, tal vez sea porque valoro el corte de mangas que le hizo a TVE cuando después de volver de una de las guerras más cruentas que se han generado en el mundo quisieron arrinconarle por oscuras vendettas en un programa indigno, admiro su coraje, y por esa razón -tras imaginarle con una mano delante y otra detrás- disfruté de su triunfo cuando comenzó su éxito arrollador en cuarenta países. Quizá me llega su voz porque dice honduras como: “Lo que diferencia a los seres humanos es que unos saben y aceptan que van a morir y otros no”, ahí queda la condensada frase con todo lo que conlleva, porque sé que después de todo cuanto ha visto puede caer en errores, pero no en mezquindades.

Sin embargo hay algunas ligerezas de él que sí me estorban y que le salen de dentro de forma inconsciente: a menudo habla de quienes provienen de “buenas familias”, la connotación me chirría porque todos conocemos los ingredientes retrógrados y altivos que contiene la linajuda expresión ¿qué es una buena familia?, no quiero pecar de obrerista pero…, o expresa –al igual que Javier Marías- que el personaje calzaba “zapatos de calidad”, los zapatos pueden ser de piel o de plástico, caros o económicos… las colonias pueden tener aromas  a flores, frutas o esencias del Kilimanjaro pero “olía a perfume barato”, también sabemos todos lo que implica, creo que se entiende de sobra lo que intento explicar. La precisión en el lenguaje es importante, por ello tampoco me gusta que un escritor no comprenda que el esfuerzo por especificar el género femenino y el masculino es necesario ya que las palabras crean imágenes y si sólo dices “ellos” las fisonomías que se dibujan en la mente de quien escucha son de hombres, si añades y “ellas” agregas e incluyes las de las mujeres, aunque “personas” y “quienes” también sirve.
En cuanto a la defensa que A. P. Reverte hace de las élites me gustaría manifestar que doy enorme valor a las personas destacables, relevantes, sobresalientes en cualquier campo, que reivindico la necesaria figura del intelectual, pero cuando la cultura se utiliza como arma arrojadiza y de forma despectiva en actitud de superioridad toda la brillantez desaparece. Sé que ni Arturo Pérez Reverte, ni Javier Marías se sitúan por encima y por ello me apetecía subrayar los matices para que sean cuidadosos.
Arturo Pérez Reverte considera que los dos defectos españoles que generan los conflictos más peligrosos son la envidia y la ira. La advertencia me deja pensativa, dado que ambos son bajos instintos y quien los padece no suele distinguirlos, por ello tampoco sabe frenarlos.
No espero que Arturo Pérez Reverte y Javier Marías se asomen a este rinconcillo mío, pero ahí les dejo mis cartas por si acaso.
Un abrazo
Pili Zori