"En la orilla", de RAFAEL CHIRBES


Rafael Chirbes murió en 2015: cáncer de pulmón; de manera que me resulta imposible no imaginar que cuando escribió esta descarnada novela ya era conocedor del diagnóstico, deduzco que no reveló la noticia a juzgar por la sorpresa que su fallecimiento suscitó en el gremio, en la prensa y en los medios. Durante toda su vida permaneció soltero y solitario pero no por ello carente de amigos, entre ellos el señor Herralde, su prestigioso editor; y me conmueve profundamente que tomase la decisión de dejar En la orilla como su última entrega, su legado, su declaración de principios, al menos esa es mi sensación ya que entre las líneas y en pequeñas salpicaduras irónicas se trasparenta la preocupación sobre cómo sería su marcha, su despedida. Un legado que me remite a Steinbeck y una intención que me lleva hasta Gabriel Celaya y su poema “La poesía es un arma cargada de futuro” y que de algún modo suscribe la novela verso a verso:

Cuando ya nada se espera
personalmente exaltante
mas se palpita y se sigue
más allá de la conciencia
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas.
Cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros
De la muerte,
Se dicen las verdades:
Las bárbaras, terribles, amorosas crueldades…

Continuadla vosotros si lo deseáis porque es monumental y hermosa.
“En la orilla” es una novela valiente de forma superlativa, necesariamente dura, desgarradora y atroz; Chirbes no le hizo concesiones al lector para que la comprendiera con más facilidad, decisión difícil como todas las que tomó al crearla y que finalmente agradecemos. El autor se mantuvo fiel a la herramienta que escogió y que fue la de introducir a quien la leyera dentro de la cabeza de los protagonistas y así, siguiendo el hilo de los pensamientos sin apenas descripciones físicas o de espacios, salvo los estrictamente necesarios como el pantano porque también se ensamblan y relacionan con los personajes, y comparten igual protagonismo), consigue que habitemos en su interior y que experimentemos, sintamos, y desentrañemos -como si fuéramos ellos- no sólo los motivos de la crisis y la burbuja inmobiliaria que la produjo, eso sería reducirla a una crónica de nuestro tiempo sin más, sino el desmoronamiento de los sueños, de las aspiraciones y de una época –la de la transición y la que sobrevino después- en la que se confundió la idea de prosperidad con la de ganar dinero, y el deseo de construir sociedades más felices fue destruido por arribistas horteras y políticos corruptos. Rafael Chirbes tuvo bronca para todos sin excluirse, y aunque a muchos lectores la novela les parezca desesperanzada pienso sin embargo que el pesimismo real es el de quienes consideran que las situaciones no tienen arreglo, no el de los que dan un grito para exclamar ¡Esto es lo que está ocurriendo! ¿Acaso no vamos a hacer nada para resolverlo? Bajo ese bramido sin duda se agazapa la esperanza posible.
La novela no deja títere con cabeza dado que -precisamente por ser introspectiva y hacernos partícipes- asistimos a la intimidad mental en la que conviven por igual grandeza y miseria, pensamientos ambivalentes, contradictorios, encontrados… amor y odio, envidia y admiración, crueldad y ternura y todas las zozobras. En la orilla rezuma la nostalgia de lo que quisimos ser, pero nos muestra lo que somos, y el repaso y rapapolvo se lo lleva mi generación; también analiza la condición humana cuando llega la adversidad, R. Chirbes no juzga en particular, bien es cierto que visto desde fuera el protagonista es víctima y verdugo al mismo tiempo, pero a Esteban lo engañaron como a tantos otros pequeños y medianos empresarios que creyeron en la bonanza derivada de la construcción a destajo, y carpinterías como la suya aceptaron proyectos más ambiciosos (ofrecidos por estafadores sin escrúpulos que dejaron a su paso ficción y solares desiertos, o inmuebles inacabados, o avaricias que hacían estallar los sacos) creyeron en la seriedad de quienes proponían y promovían y en la garantía del poder de ayuntamientos, juntas, comunidades… Recuerdo aquellos tiempos y el recorrido que hacíamos en coche hasta Alicante para ver a mis padres que tras la jubilación pasaban allí gran parte del año, y cómo a ambos lados de la carretera se alineaban empresas de muebles y de todo lo necesario para vestir una casa, después contemplé como se iban desmantelando y más adelante como desaparecieron.
"En la orilla" es una novela de escombros en la que la turbia y opaca laguna con sus sedimentos va contando las distintas etapas de nuestro país porque dentro de sus aguas se encuentran cadáveres de maquis, telas asfálticas, las armas de los capos de la mafia y finalmente los desechos y cascotes del pelotazo.

Atrás queda el amor por el trabajo bien hecho con las maderas nobles sustituidas por la rapidez del aglomerado en esa tierra de ebanistas magistrales que llenaron Hollywood y su cine de precioso mobiliario que también deslumbró a los rusos ricos y turbios como esas aguas estancadas tras quedar patas arriba la Unión Soviética.
En su trabajo anterior “Crematorio” Chirbes colocaba el objetivo de la cámara en las construcciones de primera línea de playa mientras enfocaba a una familia enriquecida por el ladrillo, en esta entrega, “En la orilla”, quiso ver la trastienda y las consecuencias que como ocurre habitualmente arrasan con los más desprotegidos, trabajadores españoles e inmigrantes. El punto de vista siempre es muy importante, no es lo mismo que la historia te la cuenten los ejecutivos de un edificio que quienes lo limpian, las puertas por las que entran y los horarios son distintos. Naturalmente en ambas novelas se salvan de la quema en los paraísos fiscales el dinero y quienes lo poseen y ahí se las arreglen los parias de la tierra. Pero como decía en renglones anteriores, este escritor que detestaba el poder por aquello de que corrompe, que se marchó a sus cuarteles de invierno al ver como muchos de los que consideraba afines treparon en política para forrarse, que desconfiaba de los intelectuales sin excluirse porque el poder los requiere y engatusa para ponerlos a su servicio por sus envolventes capacidades de manipulación tiene zascas para todos, a Liliana, la joven que le ayuda con el cuidado de su padre aquejado de enfermedad terminal, le hace ver que de su Colombia añorada, que tanto idealiza en comparación con España, la desterró la pobreza. Al heroico padre le reprocha veladamente que fuera tan despegado, tan poco cariñoso con su hijo, a la madre que se limitase a llorar, a los hermanos las mezquindades económicas, a Leonor que se fuera con el sol que más calentaba, a Esteban su indefinición y su falta de empuje, y sin embargo al mismo tiempo que les señala los fallos consigue con maestría dotarles de lo contrario: de nobleza y renuncia, de heroicidad y también de cobardía porque el yin y el yang conviven dentro de nosotros que somos capaces de lo peor y de lo mejor, los resultados dependen de las decisiones que tomamos.
No era un escritor maniqueo, los personajes que pueblan la novela tienen claroscuros y para el lector no es fácil tomar partido, porque cada uno de ellos alberga motivos y razones para ser como es y el elenco completo compone el espejo en el que nos reflejamos aunque a veces no nos guste mirarnos en él. Tal vez la novela recalque y subraye nuestros defectos, pero la decisión del autor no constituye un desequilibrio sino una llamada de atención; es cierto que para el protagonista la vida ha sido una acumulación de decepciones, pero la vida se compone de aciertos y errores y sólo es decepcionante a ratos, en el caso que nos ocupa Chirbes quiso destacar las lacras. Fue un artista con un oído social imponente y con una capacidad de escucha profundísima.
Hay en la novela un guiño que me hace gracia, Rafael Chirbes fue además de escritor un extraordinario crítico gastronómico y le prestó al personaje de Francisco dichos conocimientos y se burló de él y de la parafernalia que rodea ese mundo como si se estuviera riendo de sí mismo. También vivió durante unos años en Marruecos, allí daba clases de castellano, por ello tuvo sobrada autoridad para hablar de quienes vienen desde ese país al nuestro y dejó muy claro quiénes son fundamentalistas y quienes no en un brillante diálogo que establece el contraste entre ellos.
En mi opinión la novela refleja ese sentimiento de desorientación que padecemos actualmente, cuando fuimos jóvenes resultó más sencilla la lucha aunque fuera peligrosa: acabar con una dictadura, alcanzar la democracia y defender a los trabajadores, ahora el capitalismo financiero se mueve sin que veamos los rostros de quienes lo manejan con primas de riesgo y toboganes de sube y baja en las bolsas... Aún no sabemos cómo se ensamblan los movimientos de calle como el feminismo, el de los pensionistas, el de los desahucios, la inmigración, el cuidado del planeta… de momento parece que caminan por separado, todavía están sin coser. Hemos perdido la identidad que nos daba el trabajo bien hecho porque tan sólo una minoría ejerce su vocación, los demás se las arreglan como pueden por las logísticas y a salto de mata en lo que sale a tiro y así poco a poco se va perdiendo la especialización, y nadie está a salvo porque incluso los vocacionales se ven obligados a salir a la calle para luchar en contra de los recortes que impiden atender a pacientes o clientes en las mejores condiciones, todo salpica con su efecto dominó.
He sentido infinitamente que Rafael Chirbes haya muerto, tenía tantas cosas que decir todavía…
Confieso que mi fuerte no es entender los vericuetos de la economía ni de la política, creo además que se me nota la falta de pericia en dichas lides, cuando intento seguir programas, prensa, noticias… se me ensombrece el entendimiento porque las voces de sus amos se transparentan y me pierdo en el laberinto de sus intereses creados; sin embargo la literatura me explica la vida, y en esta ocasión tengo un enorme agradecimiento por esta novela que no es panfletaria y que por primera vez incluye las razones emocionales de lo que nos ha pasado como sociedad, y lo hace sin juicios ni prejuicios, y analiza al milímetro tanto lo público como lo privado.
En cuanto a la parte artística, Chirbes creó una nueva forma de narrar y eso siempre es un hallazgo.

P. D. Una persona allegada al escritor tuvo la gentileza de decirme por escrito en el apartado de comentarios de este blog que Rafael Chirbes no tuvo conocimiento de la enfermedad que padecía hasta poco antes de un mes de su marcha, de su fallecimiento. Agradecí muchísimo que corrigiera mi conjetura, y me reconfortó la noticia porque -aún siendo una pérdida enorme- al menos el Señor Chirbes no tuvo que sufrir además la preocupación.
 Pensé en cambiar el texto de mi entrada, pero decidí que las pinceladas de zozobra que el autor había prestado al protagonista me seguían pareciendo reales, y me dije que yo las había interpretado bien dado que tanto a la edad del personaje, como a la del escritor y como a la mía a veces todos pensamos en la muerte, y en cómo se producirá nuestra despedida, y en mi experiencia subjetiva con la novela eso fue lo que sentí hasta con el título: que Rafael Chirbes nos había situado en la orilla, en el borde de un importante balance vital individual y colectivo. 
Deseo que mi humilde aportación pueda ser considerada como un Requiem, un homenaje.   
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori.

"DIETLAND", serie de TV


Hace apenas unos días, conmovida ante la enésima noticia de mujer asesinada por su pareja, me desahogué expresando en Facebook lo que a continuación volveré a reiterar:
“¡Qué impotencia! Tendremos que analizar de una vez por todas la ira desde cada uno de los frentes: psiquiatría, sociedad, escuela, familia… habrá que intentar erradicarla, conseguir que quienes la “padecen” aprendan a desecharla, que todos sepamos distinguirla a título personal cuando nos sube por la nuca como un hormiguero que huye de un fuego enloquecido buscando la salida; será necesario estudiar en profundidad el origen del peor de los males además de castigarlo con la cárcel porque está claro que el temor a ser apresado no disuade.
La verdad es que no se me ocurre ninguna solución frente a tantos asesinos, frente a una crueldad tan abyecta, no hay palabras que midan su magnitud. No comprendo qué ingredientes psicológicos, neurológicos, emocionales… generan este odio tan feroz hacia las mujeres, no lo entiendo.”
Así me quedé, en suspenso, sin conclusiones, y respirando la zozobra que espesaba el aire como tantas otras veces, hasta que este sábado, antes de la comida familiar, escuché a mis hijas comentar con énfasis en la cocina la serie Dietland, me la resumieron salpicándola con sus maravillosas reflexiones que tanto echo de menos, (las series y el cine en casa cuando aún vivíamos juntos parecían transcurrir a tropezones ya que las deteníamos con el mando cada dos por tres para opinar y debatir), ambas tienen un don para provocar con su entusiasmo el deseo de verlas ya que visualizo cuanto me dicen, y tras exclamar alarmada al hilo de lo que describían ¡Por lo que estoy escuchando tengo la impresión de que esa serie es una advertencia!, ¡un aviso!, las dos asintieron y comprendí que también mi preocupación por la búsqueda de respuestas estaba en la atmósfera y que el arte como siempre se había anticipado para encontrar el camino, para capturar las ondas de toda la inquietud colectiva que está en el ambiente, sobre todo femenina.
La historia que Dietland cuenta comienza suave para terminar siendo un rugido y una amenaza que anuncia: estos serán los resultados si no ponemos remedio a tiempo, y es que no se puede humillar, violar, apalear… sin que tarde o temprano se produzcan reacciones y consecuencias que paguemos todos, justos por pecadores, y el resultado sea el peor imaginable: que las mujeres dañadas se unan para tomarse la justicia por su mano. Que tanto dolor y tanta afrenta genere el caldo de cultivo para que sean reclutables y el terrorismo esté servido.
Una sucesión de crímenes firmados por Jennifer empezará a desestabilizar la aparente tranquilidad ciudadana, al comienzo el espectador cree que se trata de una trama paralela, pronto contemplará como se atan todos los cabos para desembocar en el mismo mar. Pero no quiero adelantarme.
Alicia Plum Kettle (Joy Nash) es una muchacha grande -su peso es de 135 kilos- que responde desde su casa o desde la cafetería de un amigo las cartas que envían mujeres, en su mayoría adolescentes, a la revista femenina Daisy Chain; se supone que dicho correo lo contesta Kitty Montgomery (Julianna Margulies), esclava de la delgadez y de la imagen, trepa que ha malentendido que para convertirse en clase dirigente, para estar en la cúpula hay que ser depredadora al igual que lo fueron con ella en su camino ascendente, en definitiva víctima y verdugo al mismo tiempo porque ella es el producto, el horroroso resultado de un sistema de poder malsano y corrompido.
En el conjunto de esos e-mails está dibujada la radiografía de todos los males que aquejan a un país, chicas que se cortan, anorexias, bulimias, abusos… 
El sueño de la joven Plum es ganar el dinero necesario para pasar por el quirófano y que le practiquen una reducción de estómago, anhelo inducido, inculcado, inoculado por una sociedad despectiva cuyos poderes buscan la frustración estrechando cada vez más los moldes en los que nadie cabe de forma natural para así poder atiborrar a la gente con productos de belleza, cirugías y dietas insatisfactorias pero lucrativas que finalmente conducen a la infelicidad; ya en los títulos de crédito vemos el dibujo animado de una mujer obesa que escala por una empinada rampa llena de tentadores alimentos sin probar ninguno para llegar a la cúspide, al objetivo, con la talla deseada pero convertida en un cadáver.
En principio Plum piensa que la operación solucionará todos sus problemas, el espectador pronto descubre que eso sólo es la punta del iceberg. La chica gótica que a menudo aparece como una ensoñación es una especie de personaje conciencia, de alter ego, de dualidad que centra a Plum, la madre un asidero de amor incondicional.
Dietland establece muy bien los contrastes, vemos como Plum pasa primero por el martirio de la terapia para adelgazar lo suficiente para que le puedan practicar la intervención puesto que la operación sólo es posible realizarla a partir de un número determinado de kilos, más tarde y después de haberlo meditado se someterá a lo contrario en la casa Calliope dirigida por Verena Baptist, (Robin Weigert). Verena es la hija rebotada de una nutricionista famosa cuyas dietas fueron un fracaso, V. Baptist en la actualidad se dedica a dar cobijo a mujeres maltratadas y a hacer que éstas se amen a sí mismas tal como son, su feminismo es pacifista pero más adelante veremos alguna de sus sombras y nos preguntaremos si sus intereses son realmente limpios o entran en conflicto con su ego, esa parte abre un debate serio ya que divide el activismo en dos, lucha armada o lucha política, ¿os suena? Naturalmente con independencia de si sus motivos son buenos o no ella hace lo correcto y denuncia. Lo dejamos ahí.
La serie ha sido catalogada de muchas formas, como comedia negra, sarcástica… en mi opinión -subjetiva por supuesto- creo que se trata de una expresión nueva y que por ello no se puede encuadrar en ningún género conocido dado que los contiene todos, está llena de símbolos oníricos, surrealistas, de denuncia social, de drama y de tragedia… a mi juicio de comedia tiene poco, su composición es poética.
Me encantó que la protagonista fuese una belleza grande, Joy Nash es una mujer dulce, preciosa y adorable, que estando segura de sí misma en la vida real sin embargo dentro de la pantalla ha logrado crear un personaje en evolución lleno de inseguridades y matices que transmiten ternura, ha conseguido contar la dureza sin que necesitemos quitar los ojos de la pantalla, la vulnerabilidad interior que muestra es hipnótica.
La serie basada en la novela de Sarai Walker me ha parecido un paso más en la evolución de las mujeres, es necesario que seamos escuchadas, pero escudriñadas y descritas por nosotras mismas, habrá quienes se pongan a la defensiva, quienes quieran denostarla, darse por aludidos, pero ese es su problema, Dietland recalca que la violencia genera violencia. No tiene que ver con la venganza sino con defenderse y reivindicarse, otra cuestión es el camino que elijas para hacerlo y si el fin justifica los medios.
Hay en ella frases importantes que te dejan meditando durante mucho tiempo, tales como “Las mujeres temen que las maten y los hombres que se rían de ellos” Intuyo que tal vez en dicha frase se encuentre el quid en el que hay que trabajar, la barrera de desconfianza invisible que hay que derribar.
Otra es “No quería ser una heroína, quería seguir siendo la novia del héroe”. En fin, podría continuar porque el guion es magnífico pero prefiero que os parezca interesante adentraros en ella.
Las mujeres jóvenes como mis hijas tienen un sentimiento pesimista porque desearían que los cambios definitivos se produjeran durante su existencia, yo a mi edad ya sé sin embargo que el tiempo de la historia es más largo y que la siembra está hecha y me conformo porque soy consciente de que más adelante habrá fruto, aunque yo no lo vea, y esa certeza me alegra. Ahora sólo me queda dar las gracias a la creadora de las diez entregas Marti Noxon.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

"BOHEMIAN RHAPSODY", película de Bryan Singer


Siempre es un riesgo intentar llevar a cabo la biografía de una estrella, que además es una leyenda cuya vida le arrebató una enfermedad fulminante y estigmatizada en aquellos años.
En este caso la película no sólo rinde homenaje a Freddie Mercury, la dedicatoria va dirigida a la banda al completo -¡estamos hablando nada menos que de Queen!- pero suele ocurrir que al recibir un retrato, el retratado desee verse idealizado y no quede satisfecho, en cambio otras veces sucede lo contrario, que a la persona plasmada en el lienzo o en el papel le satisfaga el resultado y se vea en él como si estuviera mirándose en  un espejo y sin embargo a sus seres queridos no les guste, pues bien, en este caso multiplicad por millones a dichos seres queridos; los admiradores nunca vamos a estar contentos del todo con la semblanza, nos va a parecer que el actor es de menor estatura y corpulencia, que la prótesis dental caricaturiza un gesto tan personal atractivo y sugerente como el de los labios en pico de Freddie, que a las pelucas les vendría bien movimiento natural, que faltan datos, o que sobran, que algunos son innecesarios y que los guionistas podrían haber añadido otros como el incomparable broche de su despedida con Montserrat Caballé… pero sucede que esas sensaciones de contrariedad se deben a que lo que en el fondo deseamos es imposible, y es que Mercury esté eternamente vivo y que su corazón y su mente nos los abra él y no un intérprete, y al mismo tiempo en algún rincón recóndito y en sombra de nuestro interior preferimos que Freddie permanezca con ese halo de gloria porque pensamos que tal vez si siguiera vivo se habría desmitificado; es evidente que se necesitan algunos ídolos y tal vez dicha necesidad sea imposible de complacer porque aunque parezcan dioses son mortales y por tanto vulnerables y el precio que pagan excesivo.
Una vez expulsado el desahogo de mis peros e inconvenientes comenzaré a valorar los logros que son muchos y lo cierto es que la película es un In memoriam para Freddie delicado y precioso y un reconocimiento para sus compañeros vivos igual de elegante; en el largometraje queda todo dicho con el buen pulso y la medida adecuados para mostrar las luces y sugerir algunas sombras sin el regodeo de acercarlas a las miserias; lamento que las adicciones y los excesos vayan tan unidos a los músicos, esa mala compañía tan vampírica y devastadora es una tristeza que me gustaría poder analizar, comprender para erradicarla sin juzgar, porque la obra queda pero ellos se destrozan.
Es admirable el elenco de actores: Rami Malek, Joseph Mazzello, Lucy Boynton, Aidan Guillen, Tom Hollander, Gwilym Lee, Ben Hardy… porque consiguen ser ellos, exactos a los miembros de la banda, incluso la actriz que encarna a la primera novia y gran amiga de Freddie -durante toda la vida- tiene un enorme parecido con la real, la caracterización es extraordinaria y cuando no hay primeros planos les ves como si hubieses viajado en el tiempo e impacta, y conseguir a actores capaces de mimetizarse tanto física como anímicamente que usen y calquen el lenguaje de los gestos, que se acoplen a la música que están tocando y que no sólo parezca que saben hacerlo sino que sea creíble que suenen como ellos, que sean Queen pues es para descubrirse.

Así que aquí dejo mi felicitación para el director Bryan Singer, para los guionistas Anthony McCarten y Peter Morgan, para Brian May y Roger Taylor por ocuparse de la música, su música, y para todo el engranaje que ha sido capaz de construir el filme porque ha funcionado como un mecanismo de relojería suiza.
La película no pretende ser un documental sino un abrazo que revive la llama de recuerdos que nunca morirán.
***
P.D. Cuando se publicó Bohemian Rhapsody de inmediato me remitió a la Opera Tommy de los Who, detalle que no le resta originalidad, la década de los setenta a menudo pasa inadvertida pero fue gloriosa y valiente y aportó al Rock -con la suma de todos los grandes grupos de la época- nuevas y valiosísimas sinfonías contemporáneas; y aunque no soy entendida comprendo que al igual que lo que llamamos literatura comparada, (que nada tiene que ver con la comparación sino con la literatura que se escribe al mismo tiempo en las distintas ciudades, regiones, comunidades o localidades de un país o en las del mundo), lo mismo ocurre con la música: hay un fondo compartido, una misma línea de pensamiento, acontecimientos comunes que como es lógico nutren las creaciones, por dicha razón “Innuendo”, mi álbum favorito de Queen, siempre me conducirá hacia atrás hasta “El muro” de Pink Floyd y es que al igual que los libros hablan entre sí, también la música lo hace sin que por ello cada pieza deje de ser única y genuina cuando las firma el arte. No hay nada más bello que el mestizaje porque siempre da a luz algo nuevo.
Freddy Mercury fue un artista completo, que vivíó a mitad de camino entre la tierra y el cielo por eso el escenario era su sitio y su suelo, fuera de él no sabía volar.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

"LA BUENA ESPOSA", película de Björn Runge


Aviso: aunque no hay spoiler se pueden deducir algunas claves y no es mi intención destripar los elementos sorpresa. Quienes siguen el blog ya saben que es más interesante adentrarse en él después de ver las películas que comento o de haber leído las novelas de las que hablo.

Interpretación sublime como todas las de Glenn Close, nadie mejor para transparentar tras el disimulo, y por debajo de la contención y del control, los verdaderos y volcánicos sentimientos reprimidos, y el logro es que consigue transmitirlo con una milésima de pestañeo, o elevando apenas dos milímetros una comisura de los labios, y ahí está el director Bjön Runge para captarlo con la boca abierta y sin respiración al igual que el espectador; pero el resto de actores y actrices del elenco no se quedan a la zaga. Annie Starke hija de John Starke y de Glenn Close en el papel de Joan Castleman –la esposa cuando era joven- está perfecta; no sé si resultó ventaja o inconveniente ser madre e hija fuera de la ficción, al fin y al cabo son papeles que posiblemente nada tengan que ver con ellas en la vida real ni con su vínculo, pero ambas consiguieron la magia de la simbiosis para fundirse en una misma persona, en una misma mujer, ya que cada vez que tras una evocación aparece el flashback el espectador no siente que se rompa la fluidez, ni se sale de la protagonista madura para introducirse en la joven, no tiene duda de que está ante la misma mujer, el público ni siquiera nota el cambio de tiempo porque en esos momentos lo que la pantalla refleja en línea recta y directa es el origen del que parten los sentimientos de Joan en la madurez, en el presente, y la costura de esas idas y venidas va uniendo las piezas  que dan como resultado la estructu­ra del filme, y es la primera vez que contemplo esa forma de construir dado que los flashbacks en cine suelen ser incisos, ayudas para la comprensión del pasado pero no conforman el edificio en sí mismo, un inmueble sustentado en los recuerdos, y  también es la primera vez que observo que dichas invocaciones son el hilo conductor, por ello las idas y venidas hacia atrás y hacia delante en este caso no suponen un recurso.
El papel de David Castleman lo crea Max Irons, hijo de Jeremy Irons y supongo que de algún modo los sedimentos de un actor que es hijo de otro artista del mismo gremio nutren al personaje ya que bien podría ser un “hijo de…” eclipsado por la estrella, como ocurre dentro de la película, aunque dicha afirmación es una osadía por mi parte puesto que cuando eres un gran actor o una gran actriz te conviertes en el personaje que interpretas y si toca que te has enamorado del señor que tienes enfrente aunque en la vida real sea tu padre pues en la ficción no lo es, o si toca que tengas que asesinarle no es necesario que fuera de la pantalla le detestes, (sólo son ejemplos escogidos al azar que nada tienen que ver con la historia que se narra en La buena esposa, los pongo para que se sobreentienda que un actor puede interpretar cualquier papel sin que le influya su vida personal). A saber de qué magmas se nutren los actores, escritores… artistas en general, yo misma no lo sé, y perdón por la inmodestia de incluirme en el gremio, pero es lo que hay, es lo que soy en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, en el fracaso y en el éxito, hasta que la muerte nos separe, porque la necesidad de escribir no se puede remediar, y aprovecho esta injerencia para enlazar y decir de paso que en la película la literatura es un veneno irrenunciable y que nadie tiene derecho a amordazar el talento.

El largometraje comienza cuando el matrimonio Castleman recibe la noticia de que a Joe (Jonathan Pryce) le han concedido el Premio Nobel y vemos en el rostro de Joan todos los sentimientos ambivalentes, agridulces y contradictorios que resumen una vida entera. Una vida que hoy con la perspectiva  del tiempo nos podemos permitir el lujo de poner en cuestión -el filme contiene un misterio y el gotero de las sorpresas va dejando los rastros de lo que finalmente es un secreto a voces- pero no hay que olvidar que cuando Joe y Joan se conocen transcurren los años cincuenta del siglo XX y en aquel tiempo todo absolutamente todo en todas y cada una de las sociedades occidentales se confabulaba para crear una línea de pensamiento en la que lo “lógico” era que las mujeres fuesen satélites del hombre y girasen alrededor de su astro, si queréis comprobarlo visitad de nuevo películas y series de aquella época y veréis como Doris Day recibía a su marido con una copa de cóctel en una mano y las zapatillas en la otra preparadas para que descansara el guerrero al llegar al hogar, eso sí, hecha un brazo de mar, la casa impoluta y los niños acostados para que el papá no fuese molestado y les depositase tan sólo el cálido beso de buenas noches. Que muchas mujeres lucharon por cambiar ese orden, totalmente cierto, ahí está por suerte la historia para contarlo, pero también es cierto que tantas otras ni siquiera tuvieron la lucidez de pensar que pudiera existir una forma de vida distinta; en un ambiente en el que estaba institucionalizada la idea de que los talentos eran potestad de los hombres pues tampoco todas ellas tenían madera de heroínas para contrariarla, mujeres premio nobel de literatura que yo sepa en los cincuenta…  Selma Laguerlof lo recibió en 1909, Gabriela Mistral en 1945, Nadine Gordimer en 1991, Toni Morrison en 1993, Doris Lessing en 2007, Herta Müller en 2009, Alice Munro en 2013 y Svetlana Alexievich en 2015… como veis no hace falta ser una lumbrera para calcular los años entre una concesión y otra y observar a partir de qué fechas comienzan a recibirlo mujeres, ¿qué pasa que no había magníficas escritoras durante esos huecos enormes, y en cada uno de los 194 países que componen nuestro mundo? ¿Asoman ahora de repente como las setas después de la lluvia? Lo que intento decir es que es fácilmente deducible el modo de pensar preponderante, por eso la protagonista de “La buena esposa” va evolucionando al paso de la vida y junto a las demás, pero para cuando toma conciencia, ella y su talento son prisioneros y la cadena y la sombra son perpetuos.
La película, basada en la novela de Meg Wollitzer, cuyo guion adaptó magistralmente Jane Anderson, suscita muchos debates en cuanto al análisis de las conductas femeninas y su orden de prioridades, amor, familia y desarrollo personal, hace que pienses en los componentes que conducen a la sumisión  elegida en apariencia… pero está bien que se desmenucen los ingredientes y nos los pongan frente a los ojos porque lo fácil es juzgar. Las mujeres no tenían sueños propios, salvo si los realizaban en el hueco que quedase después de atender las necesidades de los otros.
Jonathan Pryce está genial en un papel poco querible que sin embargo su pericia conduce a la comprensión e incluso a la compasión, también él es hijo de aquel tiempo en el que se produce la impostura, un tiempo en el que quien estaba subido en el burro de los privilegios no se iba a apear, sin embargo queda atrapado igualmente en la dependencia cuando se apagan los oropeles, el matrimonio ha formado un tandem a la inversa.
Y Christian Slater interpretando al periodista Nathaniel Bone representa el puente, la transición hacia la verdad y el deseo de que florezca, pero ella, Joan, siente que sólo le debe explicaciones a sus hijos y decide que éstas se queden para siempre en el territorio interior de lo doméstico. Salvará así la memoria de su esposo y a David de la inútil y humillante búsqueda de aprobación del padre.
El espectador tendrá que dilucidar sobre cuánta verdad y cuánta mentira alberga la impostura, reflexionará sobre si es necesario el reconocimiento o si basta con saber en la sombra que eres capaz, aunque el mérito se lo lleve otro, se preguntará hasta qué punto se mide la injusticia si renunciando a tu nombre te has beneficiado de lo crematístico… entre otros de los muchos interrogantes que la película plantea.
La buena esposa demuestra que no hacen falta las grandes superproducciones para conseguir joyas. Es verdad que no hay nada nuevo bajo el sol y que todo está escrito, pero con las mismas perlas se pueden hacer muchos collares distintos, en eso consiste el arte.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

Sin brújula por los másteres del universo

CUADERNO DE NOTAS
PILI  ZORI

Me temo que hemos perdido la brújula. El asunto es NO hacer trampas, es No beneficiarse de una posición de poder… no los másters, las tesis doctorales o las carreras universitarias en sí. Creo que lo he dicho en ocasiones anteriores, pero lo repetiré una vez más: una carrera universitaria ocupa cinco años en la vida de una persona joven –casi siempre- si ha tenido el privilegio y el mérito de poder acceder a la facultad en el espacio cronológico natural de sus días, un pequeño lustro que no le otorga el lustre para toda su existencia ni la buena fama para echarse a dormir; terminarla no es un final sino un comienzo, el inicio de la vida laboral compuesta de muchos más quinquenios, y si hay suerte podrá ejercer lo aprendido en el Oficio para el que se preparó, y si no, pues como decía mi padre “El saber no ocupa lugar” (Pedro Zori era ordenanza y ayudaba a sus compañeras y compañeros para que aprobasen exámenes de mayor rango que el suyo, se supone). Y subrayo que digo Oficio a propósito y con mayúscula, no porque quiera referirme sólo a los trabajos que requieren habilidad manual, sino a la acepción que significa dominio de la actividad que se ejerce o ejecuta. Para tener dominio o conocimiento de una labor se necesita experiencia que es el “Conjunto de conocimientos que se adquieren en la vida o en un periodo determinado de ésta”, según define el diccionario. Nadie elige a una abogada o abogado por el título que rutila prendido a la pared de su despacho, sino por la cantidad de casos ganados; por la misma razón un politólogo no tiene por qué ser un buen político aunque la erudición ayude, por ello no es paradójico que en una entidad, empresa o centro de trabajo, entre un licenciado y le tenga que preparar alguien que no lo es; el mundo está lleno de gente que no avala sus conocimientos con títulos académicos pero sí con toda una vida de estudio e investigación especializados, nadie se pregunta si Eric Clapton es músico de oído o de solfeo, grandes de la literatura o de la pintura no ingresaron en Bellas Artes o en Filología y sin embargo son estudiados en dichas facultades. Que se lo digan a Juan Marsé, maestro de maestros, o a Maruja Torres, que por no tener ni siquiera poseía estudios primarios, detalle que no impidió que fuera corresponsal de guerra en el Líbano, en Panamá, Israel... ¿Alguien se atreve a poner en duda su currículo?, sólo podría hacerlo algún ignorante que no haya leído su poderosa literatura respaldada por su inigualable veteranía, eso para mí señoras y señores define el prestigio.
Lo que intento decir, aunque parezca que me he metido en un jardín del que ya me salgo, es que el origen del descubrimiento periodístico de toda esta marabunta de méritos falsificados, engordados o adornados no es una caza de brujas sino la búsqueda de la honradez. Pero incluso de esa supuesta buena intención estoy aburrida, a mí me trae al fresco que los políticos tiren a degüello para destruirse entre sí agarrándose a cualquier clavo ardiente, si me molesta el tostón es porque me pregunto, pero ¿cuándo trabajan? Si están más tiempo de promoción que las estrellas del rock o del cine dentro de su beligerante pompa egocéntrica y jabonosa que el día que explote hará que nos resbalemos por todas las cuestas y pendientes de nuestro país, o por las cuentas pendientes y sin resolver que para el caso es lo mismo, ¿y qué hago como una idiota pagándoles las peleas? y no puedo evitar que se me venga a la cabeza la imagen de Saturno devorando a su hijo por temor a ser destronado por él, la pintura que más miedo me ha dado en esta vida. Y a la corte de tertulianos o cortesanos ya ni la nombro por la vergüenza ajena que paso, naturalmente se sobreentiende que salvo las honrosas excepciones.
Por contraste valoro a Manuela Carmena que se dedica a trabajar y no a hacer bolos y las cuentas le salen bien y hablan por sí solas, o miro hacia el oeste con alegría respirando los aires y fados del hermoso país contiguo que se está arreglando a su tran-tran, aunque el éxito no salga en los telediarios.
Eso es ganarse el pan honradamente como político, con título o sin él: trabajando “en la gestión, administración y buen reparto de los bienes y recursos públicos”.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro, os recuerdo en todo momento que la discrepancia no me molesta, en cualquier caso me enriquece, así que no os privéis.
Pili Zori

ACERCA DE LA CASA DE IGLESIAS Y MONTERO


No pensaba hablar de la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero, pero es que el tratamiento que le están dando a este asunto en los medios de “información” creo que ya se pasa de castaño oscuro. Y lo grave en mi opinión, no es la incoherencia –que también la ha habido porque se tiene que corresponder lo que decimos con lo que hacemos- sino el trasfondo mucho más oscuro que en este momento hace las delicias del rancio abolengo (naturalmente lo ilustrísima que se crea una persona o grupo es problema suyo, bastante ridículo por cierto, aunque la feria de vanidades y el regodeo duran poco, y se ha acabado el recreo porque mientras escribo estas palabras la pobre y vilipendiada Valencia vuelve a empañarse por culpa de otro avariento consentido, porque esto no va de individuos sueltos) retomo por donde iba que me disperso como las ardillas de rama en rama, o de inciso en inciso. El feo trasfondo al que me refiero y que subyace por debajo de las palabras es el sentimiento soterrado que siempre ha tenido la derecha más recalcitrante: ¡¡¡¡Pero cómo un desarrapado advenedizo de izquierdas se permite comprar esa casa!!! Los rojos tienen que hacer la revolución en alpargatas, ¡¡¡faltaría más!!! y les permitimos venir a nuestras tertulias porque no tenemos más remedio que aceptar la cuota de imagen para cubrir el expediente, paripé en nombre de la veneradísima audiencia, bendita excusa, pero el borrico en la linde, el territorio es nuestro, para eso nos hemos molestado en marcarlo, ¿acaso no lo hueles?, y en levantar el cercado y defenderlo con uñas y dientes. Como decía la canción

Sillón de mis entretelas. (Jesús Munárriz - Luis Eduardo Aute)

Me quieren quitar el cargo
yo no me largo
Que este chollo no lo suelto
me lo he ganao
Tantos años asintiendo
y hasta aplaudiendo
y ahora vienen a decirme que me han cesao

Sillón de mis entretelas
Mi despachito oficial
Quieren dejarme a dos velas
a un director general
Me quieren echar afuera
arrojarme al arrabal
Que puñal a la trapera
el papelín oficial

Aferrao a mi butaca
como una lapa
A mí nadie me despega
de este sillón
Que es mi madre, que es mi esposa
será mi losa
ya me he untado en el trasero
Sinteticón

A mí me han nombrao a dedo
y aquí me quedo
por los siglos de los siglos
Amen Jesús
No me mueven de este trono
que tengo abono
hasta el día en que la espiche
de un patatús


Desde niña soy alérgica al tufo que exhalan algunos, el aroma de “porque yo lo valgo, me lo merezco”, y a conceptos como el de que ser de derechas es ser como es debido… y soy más alérgica todavía –pero de las de tener que prescribirme antihistamínico- a la gente que se jacta de venir de buena familia aunque ande arruinada y sin embargo muestre pecho de paloma sin asomo de humildad o agradecimiento para la mano menos linajuda -a sus ojos- que le saca del aprieto; soy alérgica a las personas que se creen superiores y dueñas del chiringuito y con derecho a que les rindan pleitesía por ser vos quien sois… es una actitud emponzoñada y a mi juicio patética que se respira ya que traspasa la pantalla y da vergüenza ajena, naturalmente sobra decir que algunos profesionales y también algunas cadenas se salvan un poco, pero sin señalar que tampoco está demás darse por aludido.
Creo que se pueden hacer muchas asambleas en una casa con patio o jardín, con tacones y pintalabios sin que te tilden de pertenecer por ello a la estiradísima gauche divine que también la hubo y seguramente la hay; nos hemos pasado la vida rompiendo etiquetas de imágenes superficiales y ahora resulta que cada uno debe ostentar las señales para que se sepa desde lejos a qué compartimento estanco pertenece, lo digo así porque se me retuercen las tripas con el sedimento de debajo en cuanto a clasismos, no a conciencia de clase que es muy distinto, y aunque disculpo a Pablo Iglesias por haber sido un boca chancla, ya que todos lo somos en algún momento, también le matizo a él y al mundo entero que se pueden generar prejuicios de tanto buscar no tenerlos, y es que no eres más de izquierdas por ir en metro, como tampoco eres más de derechas por trasladarte en coche, en todo caso serás más cuidadoso con tu planeta si usas el transporte público siempre que te sea posible. Sobra aclarar que se puede ser muy pijo con indumentarias de aspecto zarrapastroso rebuscadas a propósito y muy sencillo con otras más suntuosas compradas en un bazar asiático o nacional en rebajas, no quiero que la gente tenga que llevar un distintivo como los épsilon, alfas o betas del mundo feliz de Aldous Huxley, eso es reforzar las desigualdades con diferenciadores que nada tienen que ver con sentirte orgulloso de tus méritos y de tu origen.
Si el suelo no fuese tan caro y los arquitectos pudiesen construir para crear hogares de verdad y no espacios en los que hay que guardar los enseres con el orden de un tetrix, las viviendas con patio, taller y columpio de soga gruesa como los de antaño serían sueños asequibles para todo el mundo.
Me trae al fresco que una persona asalariada se compre con su sueldo -ganado honradamente- una esmeralda si es eso lo que le hace feliz o que se reparta las vacaciones de toda su vida para emular a Willy Fog, como es mi caso, pero eso no te impide luchar para que no se produzca ni un sólo desahucio, lo que de verdad me importa es que deseemos que todos tengamos igualdad de oportunidades para ejercer nuestra libertad, y peleemos en la medida de nuestras posibilidades para que así sea, cada uno con sus pequeñas o grandes capacidades para que todo el mundo tenga techo por derecho, atención médica, educación, trabajo y pan para llevarse a la boca, en definitiva: “Dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, ofrecer posada al peregrino…” como veis tampoco esas creencias son patrimonio monoteísta puesto que también las practican muchos ateos, creo que las expresó un palestino, parece que falla la memoria, y lo digo en muchos sentidos.
Se ve que estoy mayor, porque lo que me inquieta no parece interesarle a nadie, yo quería la unidad de la izquierda, y la quería como fusión, no como absorbencia de pez grande que se come al chico, deseaba que Izquierda Unida, Podemos, y el Partido Socialista fuesen de la mano conservando cada uno su idiosincrasia y sus principios, pero…
A veces pienso que habría sido más eficaz que Podemos continuase haciendo trabajo de calle y presión porque está visto que el poder y sus trastiendas son el voraz monstruo de las galletas, y las esponjosas y tiernas las engullen con fruición. Alberto Garzón, Pablo Iglesias, Irene, Íñigo, Echenique, Carolina, Juan Carlos… tan cultos, tan preparados, pero tan jóvenes, sin armadura, sin yelmo, sin casco. Una vez dentro del castillo el puente levadizo ya no se baja y no hay manera de cruzar el foso. Entiendo a Cayo Lara, comprendo a Gaspar Llamazares, por aquello de que más o menos somos de la misma quinta, estoy de su lado y en la mayoría de los temas sociales pensamos lo mismo, pero precisamente por ello y por todo lo que acarreamos a la espalda vamos a suavizar las regañinas, ya tenemos edad para sentir que todos son nuestros hijos, -como decía el personaje protagonista de la obra de Arthur Miller- para dar el relevo generacional, para dejar que acierten y también que se equivoquen, para que avancen y para que retrocedan, para confiar en ellos porque el mundo también es suyo, no sólo nuestro. Me quedo aquí, en mi patio, a verlos crecer, porque ya me he ganado el asiento, con el ferviente deseo de que salgamos del pernicioso bucle de la corrupción y que lo hagamos juntos.

EL REVÉS DEL UNIVERSO


El tiempo sólo le rinde sus respetos a la ropa y a los objetos sin pasar por ellos, se dijo Estela, y el arte no es más que eso: una rendición de tributos imperecederos, ¿a quién?, ¿a qué?, ¿por qué?, ¿para qué?... Yo qué sé. Pues vaya porquería de instinto de conservación que preserva lo que haces pero no quién eres, que les concede eternidad a las cosas y no a las personas, que pule las rocas, pero no la piel, acalló su mente y tuvo la fuerte convicción de que el universo giraba al revés.
Se entretuvo en pasar las hojas de los álbumes de fotos, la luminosa luz de la mañana embellecía la casa dando permiso para un ratito de pereza mientras el vaso de leche con cacao desentumecía los músculos. Las mismas chaquetas y blusas aparecían y se repetían en distintos viajes, no quiso calcular la suma de años transcurridos entre las plastificadas páginas de las diferentes vacaciones, a pesar de que la cifra anual estaba escrita en cada uno de los comienzos de los reportajes, a ella le gustaba hacer anotaciones y adherir tiques, pegar las entradas que habían sacado y comprado para ver los museos, las tarjetas de los restaurantes frecuentados, hojas y flores y toda clase de recuerdos de papel al lado de las fotos, aunque poco a poco había pasado por el aro y ya las guardaba en la galería del teléfono, en las carpetas del ordenador o en el marco digital penetrado por un pendrive, pero no era lo mismo. Cerró la tapa de color verde marmolado del último álbum sin sumar ni restar y diluyó en el cerebro la imagen de cuenta infantil con el signo a la izquierda y las prendas en pequeñito que sustituían a los números: pantalones, camisas, faldas, vestidos, bolsos, abalorios…
A continuación de forma instintiva abrió el armario para acariciar físicamente con los dedos las mismas americanas que plasmaban las instantáneas, los mismos pantalones, camisas, faldas, vestidos, bolsos, abalorios… lo cierto era que cada temporada añadía piezas nuevas a su vestuario, pero no se desprendía de las demás que ya tenía; cuando era joven sí lo hacía, los cambios eran importantísimos entonces y una década parecía un siglo y medio. Si es que están impecables, exclamó en su interior, y una nostalgia dulce se auto invitó -sin que nadie la hubiera llamado- para alumbrar la reflexión.
Cuando te haces mayor, pensó, no es que te despistes y pierdas la noción del tiempo, qué va, es que no quieres ver cómo éste pasa, por esa razón lo retienes en los armarios, para que se detenga, por ello no te parece extraño subir a las redes un retrato de hace diez años sin intención de trampa, como si fuera reciente, por eso te ponen triste los programas retrospectivos y recordatorios que te obligan a ver tu presente como un remotísimo pasado.
De pronto los especialistas médicos se vuelven ofensivos con sus fulminantes miradas cayéndote encima desde las alturas como si acaparases un tiempo inútil que sin embargo consideran que sería más útil y menos aburrido para otros o te hablan en voz más alta si tardas en asimilar su jerga o son condescendientes y burlones si consideran mentiras tus aturdimientos o hacen más elocuentes los pesados silencios entre diagnósticos escupidos, “Señora: La artrosis es una enfermedad degenerativa que no se cura, adelgace, vaya a pilates…” y a casita sin tratamiento aunque te esté mordiendo el trocánter como si tuviera clavados los dientes y colmillos de un perro rabioso; es una tómbola, un buen especialista constituye el premio gordo de la lotería, y si encima es comunicativo y empático pues ya puedes gritar bien alto que te ha tocado el euro millón.
Minutos antes de que el médico de “rango y galones” mandara a Estela a pilates, como quien envía a alguien a hacer gárgaras, ella había observado con ternura su engominado pelo esculpido a la antigua con raya al lado como lo llevaban los niños de los sesenta que parecía que el peine mojado en agua les dejaba relamidas las cabezas, el circunspecto galeno, más joven que ella, mostraba corbata dentro de la bata abierta y tenía en el rostro un aire ensimismado, la imaginación de sabueso de la paciente –nunca mejor aplicada la última palabra por lo que a paciencia se refiere- había soltado la espita y Estela se preguntó si la causa del rostro decepcionado que tenía enfrente provendría de la casa o del trabajo, en cuál de los dos territorios él creía que no daba la talla, o al contrario, tal vez pensase que la suya, su altura, no la alcanzaban los demás colegas, que se merecía más; la pátina de sentimiento de injusticia estaba servida, ¿o era envidia?, ¿o mediocridad mal asumida? El caso es que con esa misma parquedad había infiltrado las rodillas de la madre de Estela durante años, eso sí sin el pelo entrecano que en este momento lucía y con un ligero gesto de admiración conmiserada asomando en el pequeño brillo de los ojos negros como pozos ahora opacos, porque la madre de Estela nunca se quejaba al ver cómo se introducía la gigantesca aguja entre las astilladas rodillas y tampoco borraba del rostro la sonrisa estoica a pesar de que sus manos en las radiografías parecían dos bolsas llenas de huesecillos sueltos. Sí, el tiempo respetaba su corbata y su blanca bata para otorgarle la simulación de un poder precario, pero una vez que Estela se había desnudado a medias, (tal vez habría sido mejor para la imagen el despojamiento completo de la ropa y no la camisilla ceñida de licra tan mal elegida por el color verde claro, que apretaba y embuchaba donde no debía, sin ella la piel habría parecido mejor planchada), su cuerpo de mujer –ahora con forma de gran contrabajo y no de esbelta guitarra- se convirtió con descaro en un calendario de acordeón desplegado que a él no le apetecía ver. Sí, habían pasado 18 años –que ninguno de los dos había contado y acababan de sonar como una ristra de  bofetones- 18 años desde la primera vez que la vio cargada con el bastón de su madre y la silla de ruedas que se recogía a la entrada del hospital, además del abrigo de su madre y la carpeta de su madre y la discreta bolsa charolada de la que nadie habría sospechado el contenido (un pañal de incontinencia, una esponja, toallitas húmedas de las de formato grande, un gel pequeño, un frasco de colonia, unas bragas y un vestido por si acaso) que en la consulta nunca sabía dónde depositar, más tarde se añadiría también el andador verde claro como la horrible camisilla de la tienda de los chinos que había tenido la mala fortuna de colocarse hoy, a los kilos sobrantes siempre hay que ponerlos de luto, se recriminó, tanto si son pocos como si son muchos.
Ella se vistió humillada tras hacer los equilibrios de rigor por el alambre, de puntillas, de talones... como si los dolores se notaran en esos movimientos breves perfectamente aguantables. En el espejo de los ojos que más le importaban nunca había visto el reflejo que la mirada despectiva y de soslayo del médico con apellido de bolso y zapatos pijos le había devuelto, ¿o sí?, deseó más que nunca el abrazo de Sandro y las erizadas palabras de siempre rebotando en el cariñoso azote de las nalgas, lo que sí tuvo claro es que no iba a olvidar esa mirada hostil y gratuita que la había avergonzado. El pensamiento de Estela vociferó al mirar los mofletes del especialista algo descolgados ya: “Pues tú también estás de buen año hermoso, por mucho que te almidones” y el silencio fue una daga cortante, después al bajar la cuesta con los ojos empañados intentó ser justa, no todo el mundo tiene un carácter bonito, probablemente él esperaba otra cosa de la vida, pero si quería triunfar en su parcela como un nuevo Sir Marc Armand Ruffer ¿por qué leches eligió la especialidad incurable a la que acudimos fundamentalmente los vejestorios? Al fin y al cabo, Ruffer lidió con momias egipcias y ellas no hablaban ni replicaban; le imaginó siendo un precioso y prometedor niño de buenas notas y mejor comportamiento y evocó a su amiga Marcia cuando ella siendo cría escuchaba cómo su madre le decía a su hermano con idolatría machista: estudia para que seas alguien en la vida, y Marcia pensaba qué cosas tan raras dice mi madre, todos somos alguien ¿no?
Qué extraño es todo, extraño que tengas que desnudarte frente a un desconocido y que éste no te devuelva ni la reciprocidad de la palabra para que al menos puedas sentir un intercambio de intimidad que te iguale, extraño que todo cuanto dices lo escriban sin tu permiso y pases a ser la comidilla de ese barrio tan elitista que se permite malinterpretarte aplicando el patrón tipo sin saber cómo te afecta, extraño que siempre nos tengamos que adaptar nosotros a los medicamentos y no los medicamentos a nosotros siendo tan diferentes los unos de los otros, extraña la admiración que sentimos por los facultativos y que si alguna vez es correspondida ya se ocupan de que no se note y sobre todo, lo más extraño, es que de tarde en tarde aparezca algún doctor magnífico e inolvidable que saca adelante a tus hijos y entonces querrías agasajarle de por vida llenándole de abrazos y presentes, esos son los que sanan las heridas por comparación que te infligen los desagradables que se sitúan por encima de ti, ellos no necesitan defenderse, ni aparentar, ni pertenecer al club porque su carta de presentación es el talento, los ojos que tienen en los dedos, el ultrasonido de sus oídos, los rayos X de sus miradas y el radar para lo anímico y encima no sienten que contigo pierdan el tiempo. Es verdad que sin los médicos no somos nadie, pero también por culpa de ellos demasiadas veces nos sentimos nadie siendo muy alguien, tanto como mi amiga Marcia.
Estela se bañó con sales, maquilló su rostro y se peinó el cabello -menos frondoso que en las fotos de los primeros viajes- con cuidado y se fue a la tienda de ropa que le gustaba. En el probador se fotografió con el móvil apuntando al espejo y vestida con cada uno de los conjuntos que se probó, había comprobado que así sí tenía una idea más clara de lo que en su opinión le favorecía y de lo que no, y mandó a tomar por saco al tiempo, después compró ropa interior blanca de seda, esta vez con camisilla suelta cuatro dedos por debajo de la altura del ombligo, para ir al médico, sentenció tras hacer también la foto para verse hasta de espalda, y esa sí la borró de inmediato, pagó y se fue columpiando las bolsas. Los nuevos retratos le iban a rendir pleitesía per omnia saecula seculorum, ahora entendía en profundidad por qué la gente estaba llenando el mundo de fotos compartidas.

PILI ZORI

GRAFÓLOGOS Y EL "RIGOR" TELEVISIVO


Hace ya algunas semanas que llegó una carta a un programa de televisión manuscrita por la mujer que le quitó la vida al pequeño Gabriel.
(Me permito este inciso para enviar desde aquí mi abrazo a los padres del niño compartiendo su enorme sentimiento de pérdida irreparable, con el ferviente deseo de que puedan convertir los preciosos años vividos con su hijo en un generador de alegría íntima, y que los bellos recuerdos empujen cada uno de sus pasos para que puedan seguir caminando, y pido perdón de antemano por adosar este comentario, para ellos contaminante ya que como es comprensible quieren salvaguardar la memoria de su pequeño eliminando cualquier alusión a su asesina.)
Prosigo: En la tertulia de dicho programa se encontraba un psicólogo con conocimientos de grafología, la carta era de arrepentimiento; tras su lectura los contertulios especularon desde un principio con la falta de sinceridad que tenían las palabras que dicha carta contenía, y todos los participantes dieron por sentado que el fin que buscaba la protagonista, sin duda –según ellos- aconsejada por su abogado, era reducir la condena; resultó evidente que el carruaje previo con todo lo retransmitido en televisión pesaba; no voy a entrar en las evidencias entre asesinato u homicidio, que quedaron más que claras, ni siquiera en mi propia sentencia, pero vamos a imaginar por un instante que no se tratase de ella, de Ana Julia y que le entregaran al experto un texto escrito a mano por cualquier otra persona que él no conociera con antelación y que contuviese las mismas grafías, sin tener en cuenta el contenido, ¿cambiarían sus conclusiones?
Concretaré para que se entienda lo que intento decir. El grafólogo se fijó especialmente en que la carta había sido escrita por entero en letras mayúsculas, y otro de los componentes que se hallaban sentados alrededor de la mesa subrayó que estaba escrita por una sola cara y en dos folios, al parecer el detalle también refleja –a juicio del “experto”- algún desorden mental, la propia presentadora aclaró que se trataba de dos epístolas distintas, y que por ello ambos folios aparecían separados, pero les dio igual, el psicólogo con conocimientos de grafología extrajo toda una retahíla de disfunciones psicopáticas a partir del hecho de que la misiva estuviera confeccionada con mayúsculas. En ese momento pensé que yo misma, que no tengo dificultad para hablar sin mirar papeles, cuando he ido a la radio, o me han propuesto algún encuentro o evento en el que he de hablar en público, escribo lo que voy a expresar en mayúsculas de gran tamaño como si se tratara de mi cue, o teleprómpter particular, y lo hago así entre otras razones porque el papel me da seguridad y me parapeta y protege, tanto si lo uso después como si no, aclaro para los ingenuos que nadie improvisa, todo el mundo se aprende el bolo previamente escrito y lo ensaya en silencio, artistas, periodistas, conferenciantes, profesores, alumnos por si les sacan a la palestra o tarima para dar la lección… o retiene en la memoria las líneas maestras para que le sirvan como recordatorio que ayuda a tirar del hilo, porque al contrario de lo que piensa una gran mayoría de personas la palabra escrita es una muestra de respeto, que busca la precisión del lenguaje y en mi opinión es absurdo devaluar a alguien que lee sus propios textos; también preparo mis escritos por una sola cara y deslizo hacia un lado el folio dejando a la vista el siguiente porque así el micrófono no recoge el sonido que se produce al darle la vuelta al papel, ni distraes la visión de quienes están a tu lado o frente a ti con el movimiento de brazos, pero los principales motivos por los que monto esa pequeña parafernalia son que veo menos que un gato de escayola, y que si no estoy en confianza prefiero esconder la timidez entre renglones. De modo que me asusté un poco al ver y escuchar las deducciones del psicólogo La presentadora también le dijo entre risas que nunca le iba a dar nada manuscrito por ella. Hace tiempo que la artrosis en general y la rizartrosis de mis pulgares en particular me machacan y anquilosan los dedos, y mi letra ha variado, en el teclado cuesta menos, si ese detalle se desconoce vaya usted a saber qué terribles intenciones o delitos me podrían atribuir, añadiré que como deferencia, algunas personas de letra ilegible en minúscula optan por la de palo para que los demás puedan entenderla. Bromas aparte, lo que quiero indicar es que supongo que la grafología es una disciplina seria pero no autónoma y que probablemente requiere la compañía de otros estudios porque no constituye el suero de la verdad por sí misma. No estamos dentro de los demás para saber si se arrepienten sinceramente o no de los males que infligen, pero aunque en estos momentos no sea muy aplaudido mi deseo, me gustaría que la asesina de Gabriel, cumpliera con la justicia, pero también que se arrepintiera de verdad en su interior, porque la contrición acarrea el remordimiento que es tremendamente doloroso y éste conduce a la catarsis y por tanto a la purificación.
La verdad es que siempre ando perdida en las fronteras y matices, me preocupa no saber establecer la diferencia entre justicia o venganza, entre linchamiento o reivindicación, que me falten datos… y me detengo a cada paso aun siendo mujer de acción, y me invade la desconfianza, y eso no me ocurría antes, y si encima das por buenas sin comprobarlas las pequeñas cosas de este tipo porque aparecen en la pantalla de tu televisor que le da una pátina de credibilidad al "charlista" titulado de turno pues apaga y vámonos porque apañados estamos.
Con independencia de que si robas unas cremas, falsificas documentos, y colaboras en asuntos corruptos tengas que apencar con las consecuencias, (cleptomanías y neurosis aparte que ya te tratarán dentro o fuera de las rejas, si es que vas o no a prisión) no me gustaría que alguien fuera a la cárcel por los cadáveres que guardan en los frigoríficos periodistas carroñeros al servicio de… querría que fueran por la realidad palpable y demostrada del delito que han cometido, del mal que han hecho. Es muy triste pensar que si no hubiera conflicto de intereses no nos enteraríamos de casi nada, de vez en cuando nos arrojan las migajas para que calmemos la sed de conocimientos y nos damos por conformes. Desearía que la vida fuera más nítida y que no me hubiesen destruido la fe. Que la política no fuese el vehículo hacia el poder y que éste no atrajera y acogiera a personas con serios problemas psicopáticos en un lugar “oKupado” ex profeso para dar rienda suelta a la megalomanía, la soberbia, la frialdad, la indiferencia, el latrocinio… y es que se han apoderado del espacio de todos pensando que el corral es sólo suyo y no entiendo por qué hay que estar recalcandoles a cada minuto que sirven a… no que se sirven de…, nos hemos dejado arrebatar el concepto: mandamos nosotros, los electores, y no se nos puede faltar al respeto, ni al bolsillo, no está permitido meter mano en la hucha colectiva, porque robar en cualquiera de sus rudas o sofisticadas formas ¡¡¡¡es delito!!!! y paradójicamente estamos gritando de nuevo y sin saberlo ¡Vivan las cadenas!; todo está invertido, y admiro a los pocos que lo tienen claro e incansables se desgañitan, y apelo aunque parezca que me subo a un púlpito -que también está ocupado por fariseos- a la bienaventuranza que dice “Bienaventurados quienes tienen hambre y sed de justicia porque de ella serán saciados”, já, hasta a Jesús le llevan la contraria, y por ahí andan los santos ateos intentando apagar la sed mientras acarrean cubos hasta el agotamiento aguantando improperios. En fin… se trata de que esto tan raro y que está tan del revés en las cabezas abducidas cambie, no de entrar en el cercado para formar parte del chiringuito dando la espalda a quienes quedamos fuera, deseo que tenga arreglo y encontrar a quien me explique por qué pasa lo que pasa en nuestro país, eso sí, que no lo haga un grafólogo de la tele con ganas de rellenar silencios más elocuentes. Habrá que pedirle a Berlanga que baje y se los lleve a todos a la cárcel a ver si allí les entra la cordura y hacen acto de contrición, y mientras ellos están encerrados pues nosotros nos ocupamos de poner orden en cada uno de los armarios aunque sea con el método Kon Mary.
Un abrazo.
Pili Zori